Baños Turcos
Katherine Mansfield
Cuento
—Tercer piso izquierda, Madame —dijo la cajera tendiéndome un ticket sonrosado—. Un momento, voy a llamar para que le preparen el ascensor.
Su falda de raso negro se fue zarandeando por el vestíbulo oro y escarlata, y se detuvo junto a las palmeras artificiales. La cajera con su blanco cuello y empolvado rostro rematados por una masa de llameantes cabellos anaranjados, semejaba un hongo amarillento de puro maduro, brotando de un grueso y negro tallo. Llamó al timbre una y otra vez.
—Mil perdones, Madame. Es una vergüenza. Se trata de un nuevo ascensorista. Será despedido esta semana.
Con el dedo en el botón, miraba dentro del ascensor, como si esperara verlo tendido en el suelo de la jaula igual que un pájaro muerto.
—Es vergonzoso.
Salió de no sé dónde un minúsculo personaje disfrazado con una gorra de visera y unos sucios guantes de algodón.
—Por fin aparece usted —le riñó—. ¿Dónde estaba? ¿Qué ha estado haciendo?
Por toda respuesta el personaje ocultó su rostro tras un guante y estornudó dos veces.
—¡Uf! ¡Repugnante! Suba a Madame al tercero.
El enanito se hizo a un lado, se inclinó, y entró tras de mí, cerrando las puertas. Ascendimos muy lentamente con el acompañamiento de estornudos prolongados y entre silbantes sorbetones. Me dirigí a la parte superior de la gorra de visera:
—¿Está usted resfriado?
—Son las corrientes, Madame —replicó hablando por la nariz con tono de reprimido contento. Aquí no está uno seco nunca. Tercer piso, si hace el favor —concluyó, estornudando sobre mis diez céntimos de propina.
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Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.