Uso no yona…
Jiu—roku—sakura
Saki ni keri!
En Wakégõri, un distrito de la provincia de Iyo, se yergue un cerezo famoso y antiguo, llamado Jiu—roku—sakura,
“el Cerezo del Día Decimosexto” porque todos los años florece el día
decimosexto del primer mes (según el antiguo calendario lunar), y sólo
ese día. De modo que la época de su florecimiento es durante el Gran
Frío, pese a que el hábito natural de un cerezo consiste en aguardar
hasta la primavera antes de aventurarse a florecer. Pero el Jiu—roku—sakura
florece gracias a una vida que no es la propia, o que, al menos, no lo
era originalmente. El espíritu de un hombre habita ese árbol.
Era un samurai de Iyo, y ese árbol crecía en su jardín y solía dar
flores en la época habitual, o sea, hacia fines de marzo y principios de
abril. El samurai había jugado bajo ese árbol cuando niño; y sus padres
y abuelos y ancestros habían colgado en esas ramas, estación tras
estación, durante más de cien años, brillantes tiras de papel de colores
donde habían escrito poemas de alabanza. El samurai envejeció, a tal
punto que sobrevivió a sus propios hijos, y nada le quedaba en el mundo
digno de su amor, salvo ese árbol. Mas, ¡ay!, un incierto verano el
árbol se marchitó y murió.
El anciano no hallaba consuelo por la pérdida de su árbol. Entonces,
unos cordiales vecinos hallaron un cerezo joven y hermoso y lo plantaron
en el jardín del samurai, con la esperanza de confortarlo. Él demostró
gratitud y simuló alegría. Pero lo cierto es que su corazón estaba ebrio
de dolor, pues tanto había adorado al viejo árbol que nada podía
compensar esa pérdida.
Al fin tuvo una feliz ocurrencia: recordó que había un modo de salvar
al árbol seco. (Era el día decimosexto del mes primero.) Entró en el
jardín, se inclinó ante el árbol marchito y le habló de esta manera :
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