Textos por orden alfabético de León Tolstói etiquetados como Cuento | pág. 2

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autor: León Tolstói etiqueta: Cuento


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El Primer Destilador

León Tolstói


Cuento


Un pobre mujik se fue al campo a labrar, sin haber almorzado. Llevó un pedazo de pan. Después de haber preparado su arado, escondió su mendrugo debajo de un matorral, y lo cubrió todo con su caftán.

El caballo se había cansado; el mujik tenía hambre. Desenganchó su caballo y lo dejó pacer; luego se acercó para comer. Levanta el caftán; el mendrugo había desaparecido. Busca por todos lados, vuelve y revuelve el caftán, lo sacude: no aparece el mendrugo.

"¡Qué raro es esto! —pensaba—. ¡No he visto pasar a nadie, y, sin embargo, alguien me ha llevado el mendrugo!"

El mujik quedó sorprendido.

Y era un diablillo que, mientras labraba el mujik le había robado la comida. Luego se escondió detrás del matorral, para escuchar al mujik y ver cómo se enfadaba y nombraba al demonio.

El mujik distaba de estar contento.

—¡Bah! —dijo—. No me moriré de hambre. El que me haya quitado la comida la necesitaba, sin duda: ¡que le haga buen provecho!

El mujik se fue al pozo, bebió agua, descansó un momento, y volvió a enganchar el caballo, tomó el arado y se puso de nuevo a trabajar.

El diablillo se enfureció mucho al ver que no había logrado hacer pecar al mujik. Fue a pedir al diablo jefe que lo aconsejase. Le refirió cómo había tomado el pan al mujik, y cómo este, en vez de enfadarse, había dicho: «¡Buen provecho!»

El diablo en jefe se enojó.

—Ya que el mujik —le dijo— se ha burlado de ti en esta ocasión, es que tú mismo has dejado de cumplir tu deber. No has sabido hacerlo bien. Si dejamos que los mujiks y las babás se nos suban a las barbas, esto va a ser intolerable... No puede esto concluir de este modo. Vete, vuelve a casa de ése, y gánate el mendrugo, si quieres comértelo. Si antes de tres años no has vencido a ese mujik, te daré un baño de agua bendita.

Se estremeció el diablillo.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Salto

León Tolstói


Cuento


Un navío regresaba al puerto después de dar la vuelta al mundo; el tiempo era bueno y todos los pasajeros estaban en el puente. Entre las personas, un mono, con sus gestos y sus saltos, era la diversión de todos. Aquel mono, viendo que era objeto de las miradas generales, cada vez hacía más gestos, daba más saltos y se burlaba de las personas, imitándolas.

De pronto saltó sobre un muchacho de doce años, hijo del capitán del barco, le quitó el sombrero, se lo puso en la cabeza y gateó por el mástil. Todo el mundo reía; pero el niño, con la cabeza al aire, no sabía qué hacer: si imitarlos o llorar.

El mono tomó asiento en la cofa, y con los dientes y las uñas empezó a romper el sombrero. Se hubiera dicho que su objeto era provocar la cólera del niño al ver los signos que le hacía mientras le mostraba la prenda.

El jovenzuelo lo amenazaba, lo injuriaba; pero el mono seguía su obra.

Los marineros reían. De pronto el muchacho se puso rojo de cólera; luego, despojándose de alguna ropa, se lanzó tras el mono. De un salto estuvo a su lado; pero el animal, más ágil y más diestro, se le escapó.

—¡No te irás! —gritó el muchacho, trepando por donde él. El mono lo hacía subir, subir... pero el niño no renunciaba a la lucha. En la cima del mástil, el mono, sosteniéndose de una cuerda con una mano, con la otra colgó el sombrero en la más elevada cofa y desde allí se echó a reír mostrando los dientes.

Del mástil donde estaba colgado el sombrero había más de dos metros; por lo tanto, no podía cogerlo sin grandísimo peligro. Todo el mundo reía viendo la lucha del pequeño contra el animal; pero al ver que el niño dejaba la cuerda y se ponía sobre la cofa, los marineros quedaron paralizados por el espanto. Un falso movimiento y caería al puente. Aun cuando cogiera el sombrero no conseguiría bajar.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Sueño

León Tolstói


Cuento


I

—No la considero hija mía, compréndelo. Pero, de todos modos, no soy capaz de dejarla a cargo de personas extrañas. Arreglaré las cosas de manera que pueda vivir como se le antoje; mas no quiero saber nada de ella. Nunca hubiera imaginado una cosa así... ¡Es terrible!... ¡terrible...!

Se encogió de hombros, sacudió la cabeza y alzó los ojos. Era el príncipe Mijail Ivánovich Sh., un hombre sesentón, quien hablaba así con su hermano menor, el príncipe Piotr Ivánovich, de cincuenta años, mariscal de la nobleza de esa provincia.

La conversación tenía lugar en la ciudad provinciana, a la que había ido el hermano mayor, desde San Petersburgo, al enterarse de que su hija, que huyera un año atrás, se había instalado allí con su criatura.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Ilia

León Tolstói


Cuento


Vivía en la región de Ufim un bachir llamado Ilia. Hacía apenas un año que lo había casado su padre, cuando éste murió, dejándole poca cosa.

Ilia tenía en aquel entonces siete yeguas, dos vacas y veinte carneros.

Pero era un muchacho trabajador y ahorrativo; en poco tiempo se acrecentó su patrimonio. Todo el día trabajaba, y su mujer lo ayudaba. Se levantaba más temprano, se acostaba más tarde que los demás, y se iba enriqueciendo poco a poco.

E Ilia vivió así, trabajando durante treinta y cinco años, y reunió una gran fortuna.

Tenía doscientos caballos, ciento cincuenta cabezas de ganado mayor y mil doscientos corderos. Los criados conducían los rebaños a los pastos; las criadas ordeñaban a las yeguas y a las vacas, y hacían kumiss, manteca y queso.

Todo era abundante en casa de Ilia, y sus paisanos lo envidiaban.

—¡Qué dichoso es este Ilia! —decían—. Está repleto de bienes. Bien puede decirse de él que ha hallado el paraíso en la vida.

La gente sencilla solicitaba su amistad, y de lejos acudían para verlo. Él recibía bien a todos y les daba comida y bebida. A cuantos lo visitaban, Ilia hacía hervir kumiss, té, yerba y carnero. Si llegaba un forastero, mataba un carnero o dos; y si eran varios, hasta mataba una yegua.

Ilia tenia dos hijos y una hija. A los tres los casó. Cuando era pobre, sus hijos lo ayudaban en sus trabajos, y hasta guardaban las piaras de caballos. Cuando se vieron ricos, los varones empezaron a divertirse y uno se dio a beber.

Al mayor lo mataron en una riña; el otro, habiéndose casado con una mujer orgullosa, dejó de escuchar a su padre; Ilia se vio precisado a separarse de él.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Jodynka

León Tolstói


Cuento


No comprendo esa terquedad. ¿Por qué te obstinas en madrugar y mezclarte con la gente del pueblo, cuando puedes ir mañana con la tía Viera, directamente a la tribuna? Desde allí lo verás todo. Ya te he dicho que Behr me ha prometido que entrarás. Además, tienes derecho, por ser dama de honor.

Así habló el príncipe Pavel Golitsin, conocido en el mundo aristocrático con el sobrenombre de Pigeon, a su hija Alejandra, de veintitrés años (a la que llamaban Rina), la noche del 17 de mayo de 1896, en Moscú, víspera de una fiesta popular, organizada con motivo de la coronación. Rina, robusta y hermosa muchacha, con el perfil característico de los Golitsin —nariz corva de ave de presa—, había dejado de apasionarse por los bailes y otros placeres mundanos desde hacía bastante tiempo; y era, o al menos se consideraba, una mujer intelectual y amiga del pueblo. Siendo hija única y muy querida de su padre, hacía lo que se le antojaba. Aquel día había tenido la idea de asistir a la fiesta popular con su primo; no con la Corte, sino con el pueblo. Iría con el portero y un cochero de los Golitsin, que tenían intención de salir por la mañana, muy temprano.

—Pero, papá, lo que quiero no es ver al pueblo, sino estar con él. Quisiera saber cuáles son sus sentimientos por el joven zar. Es posible que, por una vez...

—Bueno, haz lo que quieras. De sobra conozco tu testarudez.

—No te enfades, querido papá. Te prometo que voy a ser muy juiciosa. Además, Alek no se apartará de mí ni un momento.

Por extraño e insensato que le pareciera ese proyecto, el príncipe no pudo menos que acceder.

—¡Claro que sí! —replicó a la pregunta de si podía llevarse el coche—. Pero cuando llegues a la Jodynka, me lo mandas.

—Muy bien, conforme.

La muchacha se acercó a su padre, que la bendijo siguiendo su costumbre; le besó la mano, blanca y grande, y se fue.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Familia del Vourdalak

León Tolstói


Cuento


En el año de 1815 se reunió en Viena lo más distinguido en materia de erudición europea, espíritus brillantes de la sociedad y de enormes capacidades diplomáticas.

Cuando el Congreso concluyó, los monárquicos emigrados se preparaban para regresar definitivamente a sus castillos, los guerreros rusos a ver de nuevo sus hogares abandonados y algunos polacos partían a disgusto por tener que llevar con ellos su amor a la libertad a Cracovia, para ponerla bajo la triple y dudosa independencia que supuestamente habían logrado el príncipe Metternich, el príncipe de Hardenberg y el conde de Nesselrode.

Parecido al fin de un baile animado, la reunión hacía poco tiempo muy concurrida se redujo a un pequeño número de personas dispuestas al placer que, fascinadas por los encantos de las damas austriacas, se demoraban en cerrar el equipaje y postergaban su marcha.

Esta feliz sociedad, de la que yo formaba parte, se reunía dos veces por semana en el castillo de la señora princesa viuda de Schwarzemberg, a pocas millas de la ciudad, al lado de un pequeño burgo llamado Hitzing. Los buenos modales de la anfitriona del lugar eran realzados por la gentil amabilidad y la finura de su espíritu, y hacían deleitosa la estancia en su residencia.

Las mañanas estaban destinadas a dar paseos; merendábamos todos juntos, en el castillo o en los alrededores y, en la noche, sentados alrededor de un agradable fuego de chimenea, nos entreteníamos conversando y contando historias. Estaba estrictamente prohibido hablar de política. Ya habíamos tenido demasiado, y preferíamos los relatos de leyendas de nuestros respectivos países o de nuestras evocaciones.


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Publicado el 6 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Mimbrera

León Tolstói


Cuento


Durante la Semana Santa, un mujik fue a ver si la tierra ya se había deshelado.

Se dirigió al huerto y tanteó la tierra con un palo. La tierra ya se había ablandado. El mujik fue al bosque. Allí, las yemas de las mimbreras ya se habían hinchado. Y el mujik pensó: “Plantaré mimbreras alrededor del huerto y cuando crezcan lo protegerán del viento”. Cogió un hacha, abatió diez arbustos, aguzó el extremo más grueso y los plantó en la tierra.

Todas las mimbreras echaron brotes con hojas por encima de la superficie; también bajo tierra salieron brotes, que hacían las veces de raíces; algunos prendieron; otros no se aferraron bien con sus raíces; perdieron vigor y cayeron.

Cuando llegó el otoño, el mujik contempló alborozado sus mimbreras: seis habían prendido. A la primavera siguiente las ovejas royeron la corteza de cuatro y solo quedaron dos. A la primavera siguiente las ovejas royeron también esas dos. Una no salió adelante, pero la otra resistió, echó fuertes raíces y se convirtió en un árbol. En primavera las abejas zumbaban ruidosamente sobre la mimbrera. En las hendiduras solían formarse enjambres, de los que se aprovechaban los mujiks. Las campesinas y los mujiks comían y dormían a menudo bajo esa mimbrera; los niños, en cambio, se subían a su tronco y arrancaban las ramas.

El mujik que plantó la mimbrera llevaba ya mucho tiempo muerto, pero esta seguía creciendo. El hijo mayor cortó dos veces sus ramas para quemarlas en la estufa. Pero la mimbrera seguía creciendo. Le cortaban todas las ramas para hacer bastones, pero cada primavera echaba nuevos brotes, más delgados que antes, pero dos veces más numerosos, semejantes a las crines de un potro.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Muñeca de Porcelana

León Tolstói


Cuento


Una carta escrita por Tolstoi seis meses después de su matrimonio a la hermana más joven de su esposa, la Natacha de Guerra y Paz. En las primeras líneas, la letra es de su mujer, en el resto la suya propia.

21 de marzo de 1863

¿Por qué te has vuelto tan fría, Tania? Ya no me escribes, y me gusta tanto saber de ti... Aún no has contestado a la alocada carta de Levochka (Tolstoi), de la que no entendí una palabra.

23 de marzo

Aquí ella empezó a escribir y de pronto dejó de hacerlo, porque no pudo seguir. ¿Sabes por qué, querida Tania? Le ha ocurrido algo extraordinario, aunque no tanto como a mí. Como ya sabes, al igual que el resto de nosotros, siempre estuvo constituida de carne y hueso, con todas las ventajas y desventajas inherentes a esta condición: respiraba, era tibia y a veces caliente, se sonaba la nariz (¡y de qué modo!) y, lo más importante, tenía control sobre sus extremidades, las cuales —brazos y piernas— podían asumir diferentes posiciones. En una palabra, su cuerpo era como el de cualquiera de nosotros. De pronto, el día 21 de marzo, a las diez de la noche, nos sucedió algo extraordinario a ella y a mí. ¡Tania! Sé que siempre la has querido (no sé qué sentimiento despertará ahora en ti), sé que sientes un afectuoso interés por mí y conozco tu razonable y sano punto de vista sobre los hechos importantes de la vida; además, amas a tus padres (por favor, prepáralos e infórmales de lo sucedido), es por esto que te escribo, para contarte cómo ocurrió.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Tres Preguntas

León Tolstói


Cuento


Cierto emperador pensó un día que si conociera la respuesta a las siguientes tres preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:

¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?

¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?

¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente al emperador.

Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Solo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un «Consejo de Sabios» y actuar conforme a su consejo.

Alguien afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otro le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos. Otros que depositara su fe en guerreros.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Lo Malo Atrae, Pero lo Bueno Perdura

León Tolstói


Cuento


Hace mucho tiempo vivía un hombre bondadoso. Él tenía bienes en abundancia y muchos esclavos que le servían. Y se enorgullecían de su amo diciendo:

"No hay mejor amo que el nuestro bajo el sol. Él nos alimenta y nos viste, nos da trabajo según nuestras fuerzas. Él no obra con malicia y nunca nos dice una palabra dura. Él no es como otros amos, quienes tratan a sus esclavos peor que al ganado: los castigan si se lo merecen o no, y nunca les dan una palabra amigable. Él desea nuestro bien y nos habla amablemente. No podríamos desear una mejor vida."

De esta manera los esclavos elogiaban a su amo, y el Diablo, sabiendo esto, estaba disgustado de que los esclavos vivieran en tanta armonía con su amo. El Diablo se apoderó de uno de ello, un esclavo llamado Aleb, y le ordenó que sedujera a sus compañeros. Un día, cuando todos estaban sentados juntos descansando y conversando de la bondad de su amo, Aleb levantó la voz y dijo:

"Es inútil que elogien tanto las bondades de nuestro amo. El Diablo mismo sería bueno con nosotros, si hicieramos lo que el quiere. Nosotros servimos bien a nuestro amo y lo complacemos en todo. Tan pronto como él piensa en algo, nosotros lo hacemos: nos adelantamos a sus deseos. ¿Cómo puede tratarnos mal? Probemos como sería, si en lugar de complacerlo le hicieramos algún daño. El actuará como cualquier otro y nos devolverá daño con daño, como el peor de los amos haría."

Los otros esclavos comenzaron a discutir lo que Aleb había dicho y al final hicieron una apuesta. Aleb debía hacer enojar al amo. Si él fracasaba perdería su traje de fiesta; pero si tenía éxito, los otros esclavos le darían a Aleb los suyos. Además, él prometió defenderlos contra el amo y liberarlos si eran encadenados o enviados a prisión. Habiendo arreglado la apuesta, Aleb estuvo de acuerdo en hacer enojar al amo la mañana siguiente.


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Dominio público
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Publicado el 5 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

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