Textos peor valorados de León Tolstói etiquetados como Cuento | pág. 3

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autor: León Tolstói etiqueta: Cuento


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El Origen del Mal

León Tolstói


Cuento


En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.

En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.

—El mal procede del hambre —declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema—. Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.

El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Muñeca de Porcelana

León Tolstói


Cuento


Una carta escrita por Tolstoi seis meses después de su matrimonio a la hermana más joven de su esposa, la Natacha de Guerra y Paz. En las primeras líneas, la letra es de su mujer, en el resto la suya propia.

21 de marzo de 1863

¿Por qué te has vuelto tan fría, Tania? Ya no me escribes, y me gusta tanto saber de ti... Aún no has contestado a la alocada carta de Levochka (Tolstoi), de la que no entendí una palabra.

23 de marzo

Aquí ella empezó a escribir y de pronto dejó de hacerlo, porque no pudo seguir. ¿Sabes por qué, querida Tania? Le ha ocurrido algo extraordinario, aunque no tanto como a mí. Como ya sabes, al igual que el resto de nosotros, siempre estuvo constituida de carne y hueso, con todas las ventajas y desventajas inherentes a esta condición: respiraba, era tibia y a veces caliente, se sonaba la nariz (¡y de qué modo!) y, lo más importante, tenía control sobre sus extremidades, las cuales —brazos y piernas— podían asumir diferentes posiciones. En una palabra, su cuerpo era como el de cualquiera de nosotros. De pronto, el día 21 de marzo, a las diez de la noche, nos sucedió algo extraordinario a ella y a mí. ¡Tania! Sé que siempre la has querido (no sé qué sentimiento despertará ahora en ti), sé que sientes un afectuoso interés por mí y conozco tu razonable y sano punto de vista sobre los hechos importantes de la vida; además, amas a tus padres (por favor, prepáralos e infórmales de lo sucedido), es por esto que te escribo, para contarte cómo ocurrió.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Músico Alberto

León Tolstói


Cuento


I

A las tres de la mañana, cinco jóvenes de apariencia fastuosa entraban en un baile de San Petersburgo, dispuestos a recrearse. Bebíase champaña copiosamente. La mayoría de los invitados eran muy jóvenes y abundaban entre ellos las mujeres jóvenes también y hermosas. El piano y el violín tocaban sin interrupción, una polka tras otra. El baile y el ruido no cesaban; pero los concurrentes parecían aburridos; sin saber por qué era visible que no reinara allí la alegría que en tales fiestas parece debe reinar.

Varias veces probaron algunos a reanimarla, pero la alegría fingida es peor aún que el tedio más profundo.

Uno de los cinco jóvenes, el más descontento de sí mismo, de los otros de la velada, levantóse con aire contrariado, buscó su sombrero y salió con la intención de marcharse y no volver.

La antesala estaba desierta, pero al través de una de las puertas oíanse voces en el salón contiguo. El joven se detuvo y púsose a escuchar.

—No se puede entrar...; están los invitados ­decía una voz de mujer.

—Que no se puede pasar, porque allí no entran más que los invitados —dijo otra voz de mujer.

—Dejadme pasar, os lo ruego, pues eso no importa —suplicaba una voz débil de hombre.

—Yo no puedo dejaros pasar sin el permiso de la señora—. ¿A dónde vais? ¡Ah!...


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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