Textos más populares esta semana de León Tolstói | pág. 4

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autor: León Tolstói


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Después del Baile

León Tolstói


Cuento


—Usted sostiene que un hombre no puede comprender por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, que todo es resultado del ambiente y que éste absorbe al ser humano. Yo creo, en cambio, que todo depende de las circunstancias. Me refiero a mí mismo.

Así habló el respetable Iván Vasilevich, después de una conversación en que habíamos sostenido que, para perfeccionarse, es necesario, ante todo, cambiar las condiciones del ambiente en que se vive. En realidad, nadie había dicho que uno mismo no puede comprender lo que está bien y lo que está mal; pero Iván Vasilevich tenía costumbre de contestar a las ideas que se le ocurrían y, con ese motivo, relatar episodios de su propia vida. A menudo, se apasionaba tanto, que llegaba a olvidar por qué había empezado el relato. Solía hablar con gran velocidad. Así lo hizo también estaba vez.

—Hablaré de mí mismo. Si mi vida ha tomado este rumbo no es por el ambiente, sino por algo muy distinto.

—¿Por qué? —preguntamos.

—Es una historia muy larga. Para comprenderla habría que contar muchas cosas.

—Pues, cuéntelas.

Iván Vasilevich movió la cabeza, sumiéndose en reflexiones.

—Mi vida entera ha cambiado por una noche, o mejor dicho, por un amanecer.

—¿Qué le ocurrió?


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10 págs. / 19 minutos / 110 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Hadyi Murad

León Tolstói


Novela


Volvía yo a casa a campo traviesa. Iba mediado el verano. Se había dado remate a la cosecha del heno y empezaba la siega del centeno.

Esa estación del año ofrece una deliciosa profusión de flores silvestres: trébol rojo, blanco, rosado, aromático, tupido; margaritas arrogantes de un blanco lechoso, con su botón amarillo claro, de ésas de “me quieres no me quieres”, de olor picante a fruta pasada; colza amarilla con olor a miel; altas campanillas blancas o color lila, semejantes a tulipanes; arvejas rampantes; bonitas escabrosas, amarillas, rojas, de color rosa y malva; llantén de pelusa levemente rosada y levemente aromática; acianos que, tiernos aún, lucen su azul intenso a la luz del sol, pero que al anochecer o cuando envejecen se tornan más pálidos y encarnados; y la delicada flor de la cuscuta, que se marchita tan pronto como se abre.


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146 págs. / 4 horas, 15 minutos / 108 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Sueño

León Tolstói


Cuento


I

—No la considero hija mía, compréndelo. Pero, de todos modos, no soy capaz de dejarla a cargo de personas extrañas. Arreglaré las cosas de manera que pueda vivir como se le antoje; mas no quiero saber nada de ella. Nunca hubiera imaginado una cosa así... ¡Es terrible!... ¡terrible...!

Se encogió de hombros, sacudió la cabeza y alzó los ojos. Era el príncipe Mijail Ivánovich Sh., un hombre sesentón, quien hablaba así con su hermano menor, el príncipe Piotr Ivánovich, de cincuenta años, mariscal de la nobleza de esa provincia.

La conversación tenía lugar en la ciudad provinciana, a la que había ido el hermano mayor, desde San Petersburgo, al enterarse de que su hija, que huyera un año atrás, se había instalado allí con su criatura.


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14 págs. / 24 minutos / 98 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Jodynka

León Tolstói


Cuento


No comprendo esa terquedad. ¿Por qué te obstinas en madrugar y mezclarte con la gente del pueblo, cuando puedes ir mañana con la tía Viera, directamente a la tribuna? Desde allí lo verás todo. Ya te he dicho que Behr me ha prometido que entrarás. Además, tienes derecho, por ser dama de honor.

Así habló el príncipe Pavel Golitsin, conocido en el mundo aristocrático con el sobrenombre de Pigeon, a su hija Alejandra, de veintitrés años (a la que llamaban Rina), la noche del 17 de mayo de 1896, en Moscú, víspera de una fiesta popular, organizada con motivo de la coronación. Rina, robusta y hermosa muchacha, con el perfil característico de los Golitsin —nariz corva de ave de presa—, había dejado de apasionarse por los bailes y otros placeres mundanos desde hacía bastante tiempo; y era, o al menos se consideraba, una mujer intelectual y amiga del pueblo. Siendo hija única y muy querida de su padre, hacía lo que se le antojaba. Aquel día había tenido la idea de asistir a la fiesta popular con su primo; no con la Corte, sino con el pueblo. Iría con el portero y un cochero de los Golitsin, que tenían intención de salir por la mañana, muy temprano.

—Pero, papá, lo que quiero no es ver al pueblo, sino estar con él. Quisiera saber cuáles son sus sentimientos por el joven zar. Es posible que, por una vez...

—Bueno, haz lo que quieras. De sobra conozco tu testarudez.

—No te enfades, querido papá. Te prometo que voy a ser muy juiciosa. Además, Alek no se apartará de mí ni un momento.

Por extraño e insensato que le pareciera ese proyecto, el príncipe no pudo menos que acceder.

—¡Claro que sí! —replicó a la pregunta de si podía llevarse el coche—. Pero cuando llegues a la Jodynka, me lo mandas.

—Muy bien, conforme.

La muchacha se acercó a su padre, que la bendijo siguiendo su costumbre; le besó la mano, blanca y grande, y se fue.


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9 págs. / 16 minutos / 98 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Los Dos Hermanos y el Oro

León Tolstói


Cuento


En tiempos lejanos cerca de Jerusalem vivían dos hermanos bien avenidos, el mayor se llamaba Atanasio y el menor Juan. Vivían sobre una colina, no lejos de la ciudad, y se alimentaban de lo que les daba la gente. Todos los días los pasaban en el trabajo. No tenían su propio trabajo sino el de los pobres. Allí donde hubiera tareas dificultosas, donde hubiera enfermos, huérfanos y viudas, allí iban los hermanos y trabajaban sin paga. Así pasaban los hermanos separados toda la semana y solo los sábados por la tarde volvían a su morada. Únicamente los domingos permanecían en casa rezando y conversando. Y el ángel del Señor descendía a su morada y los bendecía. Los lunes se iban cada uno por su lado. Así vivieron los hermanos muchos años y cada semana el ángel del Señor descendía a su vivienda y los bendecía.

Un lunes, cuando los hermanos iban al trabajo y ya se habían separado en distintas direcciones, al hermano mayor, Atanasio, le dió pena separarse de su querido hermano y se detuvo y lo observó. Juan iba con la cabeza gacha por su camino y no miró atrás. Pero de repente Juan también se detuvo y como viendo algo, haciéndose sombra con la mano, se puso a mirar fijamente allí. Entonces se acercó a lo que miraba y después saltó de repente hacia un lado y, sin girarse, se puso a correr colina abajo y colina arriba, alejándose de ese sitio, como si una fiera lo persiguiera corriendo. Atanasio se sorprendió y volvió atrás a ese lugar, para saber, de qué se había asustado de esa manera a su hermano. Fue acercarse y ver que algo brillaba con el sol. Se acercó más y encontró que sobre la hierba, como derramado, había un montón de oro. Y aún se sorprendió más Atanasio por el oro y por los saltos de su hermano.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 31 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

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