El Libro
Leónidas Andréiev
Cuento
I
El doctor apoyó el tubo del auscultador en el pecho del enfermo, y prestó oído: el corazón, desmesuradamente agrandado, latía sin regularidad, producía unos ruidos como sollozos. Aquello anunciaba una muerte segura y muy próxima. El doctor comprendió que el enfermo estaba perdido.
—Debe usted evitar toda agitación. Seguramente, usted se dedica a un trabajo muy fatigoso.
—Soy escritor—respondió el enfermo con una débil sonrisa—. Diga usted, ¿es grave?
El doctor se encogió de hombros e hizo un gesto evasivo.
—Es grave, como lo son todas las enfermedades, pero... quince o veinte años sí podrá usted tirar. ¿Le bastará?—bromeó.
Y, respetuoso con las letras, ayudó al enfermo a ponerse la camisa.
Cuando el escritor se hubo vestido, su rostro se azuló levemente, y no se sabía, al mirarle, si era joven o viejo. Su boca seguía sonriendo de un modo afectuoso y desconfiado.
—¡Gracias por la buena voluntad!—dijo.
Apartando, con aire confuso, los ojos del doctor, empezó a buscar un sitio donde dejar el importe de la consulta. Lo encontró, por fin, y colocó un viejo billete verde sobre la mesa de despacho, entre el tintero y el tonelito de cristal de los portaplumas.
—Creo que ya no se fabrican esos billetes de tres rublos—pensó el doctor.
A los pocos minutos auscultaba a otro enfermo.
El escritor iba por la calle, bajo la clara lumbre del sol, pensando en las palabras del médico. Lo que había dicho de que viviría aún quince o veinte años era sospechoso. Si hubiera hablado de cinco años, bueno; pero quince o veinte... Sin duda, iba a morirse pronto.
Un miedo terrible se apoderó de él; pero el sol brillaba tan ardientemente como en la juventud del mundo; su luz parecía reír, y el escritor se calmó poco a poco.
Dominio público
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Publicado el 20 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.