Textos más populares esta semana de Leónidas Andréiev etiquetados como Cuento disponibles | pág. 4

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autor: Leónidas Andréiev etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Libro

Leónidas Andréiev


Cuento


I

El doctor apoyó el tubo del auscultador en el pecho del enfermo, y prestó oído: el corazón, desmesuradamente agrandado, latía sin regularidad, producía unos ruidos como sollozos. Aquello anunciaba una muerte segura y muy próxima. El doctor comprendió que el enfermo estaba perdido.

—Debe usted evitar toda agitación. Seguramente, usted se dedica a un trabajo muy fatigoso.

—Soy escritor—respondió el enfermo con una débil sonrisa—. Diga usted, ¿es grave?

El doctor se encogió de hombros e hizo un gesto evasivo.

—Es grave, como lo son todas las enfermedades, pero... quince o veinte años sí podrá usted tirar. ¿Le bastará?—bromeó.

Y, respetuoso con las letras, ayudó al enfermo a ponerse la camisa.

Cuando el escritor se hubo vestido, su rostro se azuló levemente, y no se sabía, al mirarle, si era joven o viejo. Su boca seguía sonriendo de un modo afectuoso y desconfiado.

—¡Gracias por la buena voluntad!—dijo.

Apartando, con aire confuso, los ojos del doctor, empezó a buscar un sitio donde dejar el importe de la consulta. Lo encontró, por fin, y colocó un viejo billete verde sobre la mesa de despacho, entre el tintero y el tonelito de cristal de los portaplumas.

—Creo que ya no se fabrican esos billetes de tres rublos—pensó el doctor.

A los pocos minutos auscultaba a otro enfermo.

El escritor iba por la calle, bajo la clara lumbre del sol, pensando en las palabras del médico. Lo que había dicho de que viviría aún quince o veinte años era sospechoso. Si hubiera hablado de cinco años, bueno; pero quince o veinte... Sin duda, iba a morirse pronto.

Un miedo terrible se apoderó de él; pero el sol brillaba tan ardientemente como en la juventud del mundo; su luz parecía reír, y el escritor se calmó poco a poco.


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4 págs. / 7 minutos / 39 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

El «Gran Chelem»

Leónidas Andréiev


Cuento


Jugaban al whist tres veces por semana: los martes, los jueves y los sábados. El domingo era un día muy a propósito para jugar, pero había que reservarlo para toda suerte de eventualidades: para las visitas, para el teatro, etc.; y, con ese motivo, consideraban dicho día como el más enfadoso de la semana. En verano, en la casa de campo, jugaban el domingo también.

He aquí el orden en que se colocaban: el grueso y colérico Maslenikov jugaba con Jacobo Ivanovich, mientras que Eufrasia Vasilievna lo hacía con su hermano Procopio Vasilievich, que parecía siempre malhumorado. Este orden se había establecido hacía mucho tiempo, cerca de seis años, y lo había propuesto Eufrasia Vasilievna; para ella y su hermano no tenía ningún atractivo el jugar separadamente, uno contra otro, porque de esa manera la ganancia de uno sería la pérdida del otro, y, a fin de cuentas, ni habrían ganado ni perdido. Y aunque, desde el punto de vista pecuniario, el juego no ofrecía gran interés, y el hermano y la hermana no necesitaban dinero, Eufrasia Vasilievna no podía comprender el placer de un juego desinteresado, y se ponía muy contenta cuando ganaba. El dinero ganado lo guardaba en una alcancía y lo consideraba más importante que los billetes de Banco que pagaba por el piso y empleaba en los gastos de la casa.


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11 págs. / 20 minutos / 37 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Dies Irae

Leónidas Andréiev


Cuento


Canto primero

I

Esta canción libre, consagrada a los días terribles de justicia y castigo, ha sido compuesta por mí, Jerónimo Pascaña, bandido siciliano, asesino, ladrón, facineroso.

La he compuesto como Dios me ha dado a entender, y he querido cantarla a voz en cuello, como se cantan las buenas canciones. Pero mi carcelero no me lo ha permitido. Mi carcelero tiene las orejas peludas, demasiado estrechas, y sólo las palabras injustas, pérfidas, que saben escurrirse como serpientes, pueden entrar en ellas. Y las palabras de mi canción marchan erguidas, tienen el pecho sólido, la espalda ancha, y, ¡voto a sanes!, desgarran las orejas peludas de mi carcelero.

—¡Si están cerradas sus orejas, busca otra entrada para tu canción, Jerónimo!—me he dicho amistosamente.

He meditado, he cavilado y he dado, a la postre, can una solución, pues Jerónimo no es tonto del todo. Y he aquí lo que he hecho: he tallado mi canción en una piedra, y he prendido fuego en su corazón yerto con mis arranques de cólera. Y cuando la piedra se ha animado y me ha mirado con ojos coléricos, la he cogido suavemente y la he colocado en el borde del muro de mi prisión.

¿Con qué objeto he hecho esto?... Lo he hecho en la esperanza de que no tardará otro temblor de tierra en derribar vuestra ciudad, no dejan de en pie ningún muro, y entonces mi piedra caerá en la cabeza a mi carcelero, y grabará, en sus sesos blandos como la cera, mi canción, como el sello del rey, como un nuevo y colérico mandamiento. Así, con mi canción grabada en los sesos, descenderá mi carcelero a la tumba.

¡Eh, carcelero! No me importa que cierres las orejas: ¡pasaré por tu cráneo!

II

Si para entonces vivo aún, ¡cómo me reiré!; si ya me he muerto, mis huesos danzarán en la sepultura. ¡Será una hermosa tarantela!


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Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 36 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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