El Capitán Kablukov
Leónidas Andréiev
Cuento
I
A través de los cristales cubiertos de hielo penetraban los rayos matutinos del sol invernal e inundaban de una luz fría, pero alegre, los dos aposentos que, con la cocina, constituían la morada del capitán Nicolás Ivanich Kablukov y su asistente Kukuchkin.
Nicolás Ivanich estaba bebiendo, a sorbitos, te muy caliente, en un vaso, cuya cubeta de plata constituía, con la cucharilla del mismo metal, el único lujo de su ajuar.
—¡Kukuchkin! —gritó.
Pero el asistente no dió muestras de haber oído su ronca voz.
—¡Kukuchkin!
El asistente acudió al fin. Le habían dedicado al servicio doméstico a causa de su estupidez. Tenía la cabeza pequeña, las orejas muy grandes, el cuerpo desgarbado y flaco.
—¿Por qué no acudes en seguida que se te llama? ¡Pareces tonto!
—¡A la orden, mi capitán!—gruñó el soldado.
—¡Levanta esa cabeza! ¡Mira de frente!... ¿Estás borracho?
—Sin dinero, mi capitán, mal puede uno emborracharse.
Nicolás Ivanich no quería enfadarse. Se encogió de hombros y le dijo a Kukuchkin que le llevase vodka y algo de comer y encendiese la chimenea.
—¿Qué es esto?—preguntó cuando el asistente, momentos después, colocó sobre la mesa, amén de la garrafa de vodka y una lata de sardinas, una taza muy charra, probablemente de su propiedad particular.
—Como no hay copa...
—¡Imbécil! ¿Por qué no le has pedido una a la casera?
Dominio público
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Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.