Un Discurso
Leopoldo Alas "Clarín"
Discurso
66 págs. / 1 hora, 56 minutos / 87 visitas.
Publicado el 29 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.
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autor: Leopoldo Alas "Clarín" textos disponibles
66 págs. / 1 hora, 56 minutos / 87 visitas.
Publicado el 29 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.
La ilustre Duquesa del Triunfo ha dado a sus criados la orden terminante de no recibir a nadie. No está en casa. En efecto, su espíritu vuela muy lejos de la estrecha cárcel dorada de aquel tocador azul y blanco, que tantas veces llamaron santuario de la hermosura los revisteros de la casa. Porque es de notar que la Duquesa tiene tan completo el servicio de sus múltiples necesidades, que hay entre su servidumbre muchos que ejercen funciones que el mundo clasifica entre las artes liberales; y así como dispone de amantes de semana, también tiene revisteros de salones, que dedican a los de tan ilustre dama todos los galicismos de su elegante pluma.
Amantes de semana he dicho; ¡ah!, Cristina, el nombre de la Duquesa, hace mucho tiempo que ha despedido a todos sus adoradores. A los treinta y seis años se ha declarado fuera de combate la que un día antes coqueteaba con toda la gracia de la más lozana juventud.
Dominio público
21 págs. / 37 minutos / 206 visitas.
Publicado el 27 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.
Antonio Casero, de cuarenta años, célibe, Doctor en Ciencias, filósofo de afición, del riñón de Castilla, después de haber creído en muchas cosas y amado y admirado mucho, había llegado a tener por principal pasión la sinceridad.
Y por amor de la sinceridad salía de España, por la primera vez de su vida, a los cuarenta años; acaso, pensaba él, para no volver.
Véanse algunos fragmentos de una carta muy larga en que Casero me explicaba el motivo de su emigración voluntaria:
«...Ya conoces mi repugnancia al movimiento, a los viajes, al cambio de medio, de costumbres, a toda variación material, que distrae, pide esfuerzos. Ese defecto, porque reconozco que lo es, no deja de ser bastante general entre los que, como yo, viven poco por fuera y mucho por dentro y prefieren el pensamiento a la acción.
Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 97 visitas.
Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.
* * *
Monasterio tendió el brazo, brilló la batuta en un rayo de luz
verde, y al conjuro, surgieron como convocadas, de una lontananza ideal,
las hadas invisibles de la armonía, las notas misteriosas, gnomos del
aire, del bronce y de las cuerdas. Era el alma de Beethoven, ruiseñor
inmortal, poesía eternamente insepulta, como larva de un héroe muerto y
olvidado en el campo de batalla; era el alma de Beethoven lo que
vibraba, llenando los ámbitos del Circo y llenando los espíritus de la
ideal melodía, edificante y seria de su música única; como un contagio,
la poesía sin palabras, el ensueño místico del arte, iba dominando a los
que oían, cual si un céfiro musical, volando sobre la sala, subiendo de
las butacas a los palcos y a las galerías, fuese, con su dulzura, con
su perfume de sonidos, infundiendo en todos el suave adormecimiento de
la vaga contemplación extática de la belleza rítmica.
El sol de fiesta de Madrid penetraba disfrazado de mil colores por las altas vidrieras rojas, azules, verdes, moradas y amarillas; y como polvo de las alas de las mariposas iban los corpúsculos iluminados de aquellos haces alegres y mágicos a jugar con los matices de los graciosos tocados de las damas, sacando lustre azul, de pluma de gallo, al negro casco de la hermosa cabeza desnuda de la morena de un palco, y más abajo, en la sala, dando reflejos de aurora boreal a las flores, a la paja, a los tules de los sombreros graciosos y pintorescos que anunciaban la primavera como las margaritas de un prado.
* * *
Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 124 visitas.
Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.
El drama se hundía. Ya era indudable. Los amigos que rodeaban a Pablo Leal, el autor, entre bastidores, ya no trataban de animarle, de hacerle tomar los ruidos que venían de la sala por lo que no eran. Ya no se le decía: «Es que algunos quieren aplaudir, y otros imponen silencio». El engaño era inútil. Callaban los fieles compañeros que le estaban ayudando a subir aquel que a ellos les parecía calvario. El noble Suárez, el ilustre poeta, vencedor en cien lides de aquel género... y derrotado en otras ciento, estaba pálido, tembloroso. Quería a Leal de todo corazón; era su protector en las tablas; él le había aconsejado llevar a la escena uno de aquellos cuadros históricos que Pablo escribía con pluma de maestro, de artista, y con sólida erudición. Creía, por ceguera del cariño, en el talento universal de su amigo, de su Benjamín, como él le llamaba, porque veía en Pablo un hermano menor.
9 págs. / 15 minutos / 100 visitas.
Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.
Seriberis Vario fortis, et hostium Victor, Maeonii carminis aliti…
(Horacio—Odas. L. I—VI Ad Agrippam.)
Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 48 visitas.
Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
La madre y el hijo entraron en la iglesia. Era en el campo, a media ladera de una verde colina, desde cuya meseta, coronada de encinas y pinares, se veía el Cantábrico cercano. El templo ocupaba un vericueto, como una atalaya, oculto entre grandes castaños; el campanario vetusto, de tres huecos —para sendas campanas obscuras, venerables con la pátina del óxido místico de su vejez de munís o estilitas, siempre al aire libre, sujetas a su destino— se vislumbraba entre los penachos blancos del fruto venidero y los verdores de las hojas lustrosas y gárrulas, movidas por la brisa, bayaderas encantadas en incesante baile de ritmo santo, solemne. Del templo rústico, noble y venerable en su patriarcal sencillez, parecía salir, como un perfume, una santidad ambiente que convertía las cercanías en bosque sagrado. Reinaba un silencio de naturaleza religiosa, consagrada. Allí vivía Dios.
A la iglesia parroquial de Lorezana se entraba por un pórtico, escuela de niños y antesala del cementerio. En una pared, como adorno majestuoso, estaba el ataúd de los pobres, colgado de cuatro palos. Debajo dos calaveras relucientes como bajo—relieve del muro, y unas palabras de Job.
La puerta principal, enfrente del altar, bajo el coro, era, según el párroco, bizantina; de arco de medio punto, baja, con tres o cuatro columnas por cada lado, con fustes muy labrados, con capiteles que representaban malamente animales fantásticos. Aquellas piedras venerables parecían pergaminos que hablaban del noble abolengo de la piedad de aquella tierra.
El templo era pobre, pero limpio, claro; de una sencillez aldeana, mezclada de antigüedad augusta, que encantaba. En la nave, el silencio parecía reforzado por una oración mental de los espíritus del aire. Fuera, silencio; dentro, más silencio todavía; porque fuera las hojas de los castaños, al chocar bailando, susurraban un poco.
Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 71 visitas.
Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
—¿Cómo se llama V.? —preguntó el catedrático, que usaba anteojos de cristal ahumado y bigotes de medio punto, erizados, de un castaño claro.
Una voz que temblaba como la hoja en el árbol respondió en el fondo del aula, desde el banco más alto, cerca del techo:
—Zurita, para servir a V.
—Ese es el apellido; yo pregunto por el nombre.
Hubo un momento de silencio. La cátedra, que se aburría con los ordinarios preliminares de su tarea, vio un elemento dramático, probablemente cómico, en aquel diálogo que provocaba el profesor con un desconocido que tenía voz de niño llorón.
Zurita tardaba en contestar.
—¿No sabe V. cómo se llama? —gritó el catedrático, buscando al estudiante tímido con aquel par de agujeros negros que tenía en el rostro.
—Aquiles Zurita.
Carcajada general, prolongada con el santo propósito de molestar al paciente y alterar el orden.
—¿Aquiles ha dicho V.?
—Sí… señor —respondió la voz de arriba, con señales de arrepentimiento en el tono.
—¿Es V. el hijo de Peleo? —preguntó muy serio el profesor.
—No, señor —contestó el estudiante cuando se lo permitió la algazara que produjo la gracia del maestro. Y sonriendo, como burlándose de sí mismo, de su nombre y hasta de su señor padre, añadió con rostro de jovialidad lastimosa—: Mi padre era alcarreño.
Nuevo estrépito, carcajadas, gritos, patadas en los bancos, bolitas de papel que buscan, en gracioso giro por el espacio, las narices del hijo de Peleo.
Dominio público
42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 145 visitas.
Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.