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Amor'è Furbo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Era la época en que el drama lírico, generalmente clásico o bucólico, hacía las delicias de la grandeza romana.

Orazio Formi, poeta milanés, educado en Florencia, y después pretendiente en Roma, alcanzaba por fin en la capital del mundo católico el logro de sus esperanzas bien fundadas. Brunetti, su amigo, compositor mediano, escribía para las obras líricas de Formi una música pegajosa y monótona, pero cuya dulzura demasiado parecida al merengue, decía bien con las larguísimas tiradas de versos endecasílabos y heptasílabos que el poeta ponía en boca de sus pastores y de sus héroes griegos.

Formi creía en una Grecia parecida a los paisajes de Poussin; en cuanto a los dioses y a los héroes se los figuraba demasiado parecidos al Gran Condé, al ilustre Spínola y a Francisco I. Veía a Eurípides a través de Racine; amaba a Grecia según se la imponía la Francia del siglo de oro.


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18 págs. / 31 minutos / 97 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Imperfecta Casada

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Mariquita Varela, casta esposa de Fernando Osorio, notaba que de algún tiempo a aquella parte se iba haciendo una sabia sin haber puesto en ello empeño, ni pensado en sacarle jugo de ninguna especie a la sabiduría. Era el caso, que, desde que los chicos mayores, Fernandito y Mariano, se habían hecho unos hombrecitos y se acostaban solos y pasaban gran parte del día en el colegio, a ella le sobraba mucho tiempo, después de cumplir todos sus deberes, para aburrirse de lo lindo; y por no estarse mamo sobre mano, pensando mal del marido ausente, sólo ocupada en acusarle y perdonarle, todo en la pura fantasía, había dado en el prurito de leer, cosa en ella tan nueva, que al principio le hacía gracia por lo rara.

Leía cualquier cosa. Primero la emprendió con la librería del oficioso esposo, que era médico; pero pronto se cansó del espanto, de los horrores que consiente el padecer humano, y mucho más de los escándalos técnicos, muchos de ellos pintados a lo vivo en grandes láminas de que la biblioteca de Osorio era rico museo.

Tomó por otro lado, y leyó literatura, moral, filosofía, y vino a comprender, como en resumen, que del mucho leer se sacaba una vaga tristeza entre voluptuosa y resignada; pero algo que era menos horroroso que la contemplación de los dolores humanos, materiales, de los libros de médicos.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 146 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Para Vicios

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Doña Indalecia era una viuda de sesenta años que había nacido para jefe superior de Administración o para Ministro del Tribunal de Cuentas, y acaso, acaso mejor para inspector general de Policía; pero sus creencias, sus gustos, sus desgracias, sus achaques, sus desengaños la habían inclinado del lado de la piedad; y era una ferviente beata, no de las que se comen los santos, sino de las que beben los vientos practicando las obras de misericordia en forma de sociedad, fuese colectiva, comanditaria o anónima; era muy religiosa, muy caritativa, pero siempre en sociedad; creía más en la Iglesia que en Dios; pensaba que Jesús se había dejado crucificar para que, andando el tiempo, hubiese un lucido Colegio de Cardenales y Congregación del Índice. La consolaba la idea de aquella triste profecía «siempre habrá pobres entre vosotros», porque esto significaba que siempre habría Sociedad de San Vicente de Paúl y Hermanitas de los Pobres, etc., etc. Amaba los organismos caritativos mucho más que la caridad; cabe decir que las lacerías humanas no empezaban a inspirarle lástima hasta que los desgraciados estaban acogidos al amparo de alguna archicofradía. Para ella los pobres eran los pobres matriculados, los oficiales, los de esta o la otra sociedad; por estos se desvivía, pero ¡infelices! ¡de que manera! Tenía una inquisición en cada yema de los dedos de las manos; era un Argos para perseguir el vicio de los miserables, para distinguir las verdaderas necesidades de las falsas; no daba un cacho de pan sin formar a su modo un expediente. Su gloria era ver asilos de lujo, limpios, ordenados, con rigurosa disciplina, con todos los adelantos, tales que los asilados no pudieran respirar fuera del reglamento. Y, para que más que la verdad, doña Indalecia hubiera preferido que un asilo que se creaba, limpísimo, inmaculado, nuevecito todo… no se estrenara, no se echara a perder por el uso de los miserables a quienes se dedicaba.


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5 págs. / 9 minutos / 43 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

León Benavides

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


«Un león por armas tengo,
y Benavides se llama».

(TIRSO DE MOLINA — La prudencia en la mujer.)


Apuesto cualquier cosa a que la mayor parte de los lectores no saben la historia ni el nombre del león del Congreso, el primero que se encuentra conforme se baja por la Carrera de San Jerónimo. Pues, llamar, se llama… León, naturalmente. Pero ¿y el apellido? ¿Cómo se apellida? Se apellida Benavides.

Pero más vale dejarle a él la palabra, y oír su historia tal como él mismo tuvo la amabilidad de contármela, una noche de luna en que yo le contemplaba, encontrándole un no sé qué particular que no tenía su compañero de la izquierda.

«¿Qué tiene este león de interesante, de solemne, de noble y melancólico que no tiene el otro; el cual, sin embargo, a la observación superficial, puede parecerle lo mismo absolutamente que este?».

Hacia la mitad de la frente estaba el misterio; en las arrugas del entrecejo. No se sabía cómo, pero allí había una idea que le faltaba al otro; y sólo por aquella diferencia el uno era simbólico, grande, artístico, casi casi religioso, y el otro vulgar, de pacotilla; el uno la patria, el otro la patriotería. El uno estaba ungido por la idea sagrada, el otro no. Pero ¿en qué consistía la diferencia escultórica? ¿Qué pliegue había en la frente del uno que faltaba a la del otro?

Y contemplaba yo el león de más arriba, empeñado, con honda simpatía, en arrancarle su secreto. ¡Cuántas veces en el mundo, pensaba, se ven cosas así: dos seres que parecen iguales, vaciados en el mismo molde, y que se distinguen tanto, que son dos mundos bien distantes! El nombre, la forma, cubren a veces bajo apariencias de semejanza y aun de identidad, las cualidades más diferentes, a veces los elementos más contrarios.


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143 págs. / 4 horas, 10 minutos / 85 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Reina Margarita

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Por la noche se la veía en el ensayo, los días que no había función, que eran lunes y viernes, ocupar, en la sombra, una butaca de quinta o sexta fila, envuelta en su chal gris, humilde; permanecía inmóvil horas y horas, callada, sin reír cuando reían allá arriba, en el escenario, sus compañeros, que no pensaban en ella. Las noches de función solía ir a un palco de tercer piso, como escondiéndose, ocupando el menor espacio posible, y quieta, callada como siempre. No la divertía mirar al público, desconocido, indiferente, casi hostil; para ella era lo mismo siempre, en todos los pueblos que iba recorriendo con la compañía: un enemigo distraído, que le hacía daño sin pensar en ella. No le miraba. Demasiado tenía que verle de frente, frío, insensible, cuando la pobre tenía que salir a las tablas y cantar sin perder el compás, sin atragantarse, y hasta expresando con gestos y actitudes ciertas pasiones que no eran las suyas, penas que no eran las que la mortificaban. Miraba al escenario: prefería ver una vez más, después de mil, la misma escena, oír el mismo canto: a lo menos, aquel aburrido monótono espectáculo repetido era algo familiar, como una patria moral ambulante; la ópera viajaba con ellos. Miraba el escenario como un nómada podía mirar el carro o la tienda que le acompañaba a través de regiones nuevas, desconocidas. En su imaginación la escena era la tierra firme, el público el mar tenebroso. Esto cuando veía las tablas desde fuera; porque cuando estaba sobre ellas, el público seguía siendo el mar bravo, y el escenario era un frágil leño flotante, juguete de las olas.


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13 págs. / 23 minutos / 175 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Tara, Pasillo Cómico

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Efectivamente: el teatro representa un pasillo en una fonda. Una dama elegante, mince y frèle, que diría un traductor, envuelta en una mano, a ser posible misteriosamente, se detiene delante del cuarto número 13. Llama discretamente a la puerta con los ¡oh prosa! Nudillos de la mano derecha, (derecha, no del espectador, sino de la tapada). Se abre la puerta, entra la dama y termina la primera escena, que como ustedes ven, es muda. No se rompen moldes, ni siquiera un plato, a lo menos por ahora.

Escena segunda.— Ni vista ni oída. El pasillo sólo.

Pasa… un buen rato. Llega un caballero que está pasando un mal rato… pero esto ya constituye la escena tercera. Se conoce que está disgustado en que blasfema entre dientes (¡adiós moldes!) y da patadas, pietinando sobre la plaza, como diría el traductor de marras.
Se detiene ante la puerta del cuarto número 13. ¡Nada! Es decir, que a la otra puerta, aunque llama también con los nudillos. Llama con el puño del bastón. Nada. Llama a gritos blasfemando y rompiendo moldes y casi cinchas.

UNA VOZ DENTRO.— ¿Quién va?…

EL CABALLERO DEL PASILLO.— Soy López. ¿Es usted Pérez?

LA VOZ.— Servidor de usted. ¿Qué se le ofrecía al señor López?

LÓPEZ.— Que me entregue usted a la… (Moldes nuevos.) de mi mujer, viva o muerta.

PÉREZ.— ¡Caballero!…

LÓPEZ.— ¡Señor mío!…

PÉREZ.— Ni viva ni muerta; aquí no tengo ninguna mujer, ni de usted, ni de nadie…

LÓPEZ.— ¡Abra usted, cobarde, o descerrajo la puerta a tiros!

PÉREZ.— …


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5 págs. / 8 minutos / 90 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Don Patricio o el Premio Gordo en Melilla

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


—¿Por qué me llamaré yo Patricio? —se había preguntado muchas veces, para sus adentros, el señor de Caracoles, mientras metía las manos en los bolsillos de los pantalones, que siempre traía repletos de oro y plata, y sacudía con los dedos, haciéndolo sonar, el vil metal que le hacía cosquillas al saltar sobre los muslos.

«¡Patricio Clemente Caracoles y Cerrajería!»—. «Los apellidos, seguía pensando, están bien; sobre todo el materno, me tiene orgulloso; es toda una garantía. Cerrajería, Cerrajero…, Cerrojo… ¡Magnífico! Llevo en este apellido una caja de caudales, de esas que se disparan solas contra los ladrones. Caracoles… tampoco está mal. La vida del caracol me gusta; se ha dicho: no hay hombre sin hombre; yo digo: no hay hombre sin concha; el que no sea testaceo que se muera. Pero… ¡Clemente!, ¿a qué viene eso? ¡Patricio!… Como quien dice: patriota… patriotero… ¡ay, qué risa!».

Patricio Clemente había hecho su fortuna, un fortunón, pues venía a cobrar tres onzas diarias de renta, allá en la Habana; había empezado por coime en una casa de juego y había concluido por ser dueño de ella, casi, casi en sociedad con lo más principal de la población, a lo menos desde el punto de vista de la jurisdicción y el imperio.

Después había hecho muchísimos negocios, todos muy bonitos para él; y como se había acostumbrado en su antiguo trato a cobrar la puerta, para él todo negocio había de tener puerta, y puerta de oro, pues siempre se había de cobrar. Él siempre, en cualquier contrato, había de sacar un diezmo de puerta, o vi o clan o metu, pero siempre lo sacaba. Y para tranquilizar la conciencia, se decía: «Esto es por la puerta».

También hizo millones con las puertas de su ciudad natal, en cuanto volvió a esta, atraído por el amor al terruño y por algunos negocios que había efectuado desde Cuba. En cuanto llegó al puerto, en vez de ponerse a cantar, como el tenor de Marina,


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4 págs. / 8 minutos / 58 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Ordalías

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Don Braulio Aguadet era un riquísimo señor valenciano, que tomaba muy en serio las cosas más serias de la vida; por ejemplo, la educación de sus hijos.— Para muchos era manía el afán que Aguadet mostraba por encontrar para su prole el ave fénix de los maestros, un ayo ideal, aunque tuviera tan buen diente que le comiera la mitad de la hacienda. Sus hijos no iban a la escuela por que Aguadet temía las epidemias físicas y las morales, como él decía; los microbios de la difteria y los microbios del mal ejemplo, de la enseñanza rutinaria y servil. Se acercaba para los chicos el momento crítico de pasar a la segunda enseñanza, y don Braulio ya había resuelto no dejarles tampoco asistir al Instituto. Lo que él necesitaba era el ave fénix de los preceptores; una especie de Sócrates sin colocación, que quisiera dedicarse a maestro de los Aguadet impúberos.

Pero, es claro; el ayo ideal no parecía. En vano el buen señor, con perjuicio de sus negocios, cambiaba de vecindad cada poco tiempo, y de Valencia se iba a Barcelona y de allí a la corte. El Pestalozzi que él había soñado no estaba en ninguna parte. En el extranjero no había que pensar; porque Aguadet, que leía muchos libros de pedagogía, había leído al pedagogo ilustre, que dice que es un crimen enseñar a los niños a hablar en dos lenguas a un tiempo. La boca se le hacía agua cuando en las páginas de anuncios de los periódicos ingleses leía la oferta de ayos de exportación, señores que eran doctores, académicos, publicistas y una porción de letras mayúsculas, que Aguadet no sabía lo que significaban (v. gr. Ll D. B. A. DD. etc., etc.), y que se ofrecían por poco dinero para casa de los padres, como nuestras amas de cría. Un doctor inglés de aquellos, pero vertido al castellano, era lo que él quería para sus hijos. Pero la planta no era indígena; no había por acá ayos como los soñaba Aguadet.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Noche-mala del Diablo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Viajaba de incógnito Su Majestad in inferis, despojada la frente de los cuernos de fuego que son su corona, y con el rabo entre piernas, enroscado a un muslo bajo la túnica de su disfraz, para esconder así todo atributo de su poder maldito.

Viajaba por el haz de la tierra y recorría a la sazón el Imperio Romano, en cuya grandeza confiaba para que le preparase por la fuerza y la humillación de las almas el dominio del mundo, que era suyo, según demostraban, con árboles genealógicos y una especie de leyes Sálicas, los abogados del infierno.

Había llegado a la Judea romana, atravesando el Gran mar como si fuera un vado; sobre las olas las plantas de Luzbel dejaban huellas de humo y chirridos del agua que quedaba hirviendo a su paso. Tomó tierra en Ascalon, y subiendo hacia el Norte por la playa estéril y desierta, antigua patria de los Filisteos, pasó, al ponerse el sol, cerca de Arimatea y de Lidda; más al llegar la noche, fría, helada, las estrellas que brillaban, y temblaban, muchas de ellas, con particular brillo y temblor, le dieron cierto miedo supersticioso; y como un ave a quien el viento, que cambia, empuja hacia donde va su ímpetu; o como nave que la tempestad envuelve, Lucifer se sintió impelido hacia Oriente, o mejor, hacia el Sudeste, camino de Emmaús, y allá fue, remontando la corriente de un flaco riachuelo.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Don Urbano

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Se hizo superior el año sesenta, en Julio, el día del eclipse. Por cierto que, dice él, muy orgulloso sin saber por qué, por cierto que hubo que suspender el ejercicio, porque no se veía, y el tribunal discutió si se traerían luces o no se traerían. El año sesenta y cinco, la Unión liberal, dice él también, me dio la escuela de párvulos; y lo dice de un modo que da a entender que no le pesará si alguien llega a creer que el mismo O'Donnell en persona vino al pueblo a darle la escuela de párvulos, a él, a don Urbano Villanueva.

Por lo demás, no crean ustedes que es fatuo, ni que tiene grandes aspiraciones políticas; su vanidad se reduce a eso, a encontrar una misteriosa relación entre el acto solemne de hacerse el maestro superior, y el famoso eclipse de sol del año sesenta… Con esto, u con suponer a la Unión liberal interesada en otorgarle la escuela de párvulos, se da por satisfecho su egoísmo. En todo lo demás es altruista; su existencia estuvo por mucho tiempo consagrada… no al prójimo sino a los árboles y a los edificios, principalmente a los árboles, sin que tampoco despreciase los arbustos, siempre y cuando que se tratara de los que son propiedad del concejo. En un principio, cuando la Unión liberal le dio la escuela, creyó que su vocación consistía en renovar el sistema de educación de los infantes, y hasta llegó en su audacia a imaginar una especie de reloj gráfico intuitivo, para que los niños de teta mamaran nada más a las horas debidas. Su idea era facilitar el desarrollo de las facultades físicas y anímicas de los niños llorones, dejándolo todo a la espontaneidad de la naturaleza… metódicamente enderezada. Los niños eran tiernas plantas. (De esta metáfora nació la afición de don Urbano al arbolado público). La savia natural, decía, se encarga de hacerlos física e intelectualmente; yo todo lo dejo a la intuición y al aire libre… pero… pero


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8 págs. / 14 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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