Textos más cortos de Leopoldo Alas "Clarín" publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 7

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autor: Leopoldo Alas "Clarín" editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Diablo en Semana Santa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Como un león en su jaula, bostezaba el diablo en su trono; y he observado que todas las potestades, así en la tierra como en el cielo y en el infierno, tienen gran afición al aparato majestuoso y solemne de sus prerrogativas, sin duda porque la vanidad es flaqueza natural y sobrenatural que llena los mundos con sus vientos, y acaso los mueve y rige. Bostezaba el diablo del hambre que tenía de picardías que por aquellos días le faltaban, y eran los de Semana Santa.

Tal como se muere de inanición el cómico en esta época del año, así el diablo expiraba de aburrido; y no bastaban las invenciones de sus palaciegos para divertirle el ánimo, alicaído y triste con la ausencia de bellaquerías, infamias y demás proezas de su gusto.

Según bostezaba y se aburría, ocurriósele de pronto una idea, como suya, diabólica en extremo; y como no peca S. M. in inferis de irresoluta, dando un brinco como los que dan los monos, pero mucho más grande, saltó fuera de sus reales, y se quedó en el aire muy cerca de la tierra, donde es huésped agasajado y bienquisto por sus frecuentes visitas.

Fué la idea que se le ocurrió al demonio, que por entonces comenzaba la tierra madre á hincharse con la comenzón de dar frutos, yéndosele los antojos en flores, que lo llenaban todo de aromas y de alegres pinturas, ora echadas al aire, y eran las alas de las mariposas, ora sujetas al misterioso capullo, y eran los pétalos.


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11 págs. / 20 minutos / 114 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Rey Baltasar

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Don Baltasar Miajas llevaba de empleado en una oficina de Madrid más de veinte años; primero había tenido ocho mil reales de sueldo, después diez, después doce y después... diez; porque quedó cesante, no hubo manera de reponerle en su último empleo, y tuvo que contentarse, pues era peor morirse de hambre, en compañía de todos los suyos, con el sueldo inmediato... inferior.—¡Esto me rejuvenece!—decía con una ironía inocentísima; humillado, pero sin vergüenza, porque «él no había hecho nada feo» y á los Catones de plantilla que le aconsejaban renunciar el destino por dignidad, les contestaba con buenas palabras, dándoles la razón, pero decidido á no dimitir, ¡qué atrocidad! Al poco tiempo, cuando todavía algunos compañeros, más por molestarle que por espíritu de cuerpo, hablaban con indignación del «caso inaudito de Miajas,» el interesado ya no se acordaba de querer mal á nadie por causa del bajón de marras, y estaba con sus diez mil como si en la vida hubiese tenido doce.

Otras varias veces hubo tentativas de dejarle cesante, por no tener padrinos, aldabas, como decía él con grandísimo respeto; pero no se consumaba el delito; porque, á falta de recomendaciones de personajes, tenía la de ser necesario en aquella mesa que él manejaba hacía tanto tiempo. Ningún jefe quería prescindir de él y esto le valió en adelante, no para ascender, que no ascendía, sino para no caer. Sin embargo, no las tenía todas consigo, y á cada cambio de ministerio se decía: «¡Dios mío! ¡Si me bajarán á ocho!»


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11 págs. / 20 minutos / 89 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2023 por Edu Robsy.

El Doctor Pértinax

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

El sacerdote se retiraba mohíno. Mónica, la vieja impertinente y beata, quedaba sola junto al lecho de muerte. Sus ojos de lechuza, en que reverberaba la luz de la mortecina lamparilla, lanzaba miradas como anatemas al rostro cadavérico del doctor Pértinax.

—¡Perro judío! ¡Si no fuera por la manda, ya iría yo aguantando el olor de azufre que sale de tu cuerpo maldito!... ¡No confesará ni a la hora de la muerte!...

Este impío monólogo fue interrumpido por un ¡ay! del moribundo.

—¡Agua! —exclamaba el mísero filósofo.

—¡Vinagre! —contestó la vieja, sin moverse de su sitio.

—Mónica, buena Mónica —prosiguió el doctor, hablando como pudo—, tú eres la única persona que en la tierra me ha sido fiel..., tu conciencia te lo premie...; esto se acaba... llegó mi hora, pero no temas...

—No, señor; pierda usted cuidado...

—No temas; la muerte es una apariencia; sólo el egoísmo... individual puede quejarse de la muerte...

Yo expiro, es verdad, nada queda de mí..., pero la especie permanece... No es sólo eso: mi obra, el producto de mi trabajo, los majuelos del pueblo, mi propiedad, extensión de mi personalidad en la Naturaleza, quedan también; son tuyos, ya lo sabes, pero dame agua.

Mónica vaciló, y, ablandándose al cabo, cuanto un pedernal puede ablandarse, acercó a los labios de su amo no se qué jarabe, cuya sola virtud era trastornar el juicio del moribundo más y más cada vez.

Mónica, gracias, y adiós; es decir, hasta luego. Queda la especie; tú también desaparecerás, pero no te importe, quedarán la especie y los majuelos, que heredará tu sobrino, o mejor dicho, nuestro hijo, porque ésta es la hora de las grandes verdades.

Mónica sonrió, y después, mirando al techo, vio en la oscuridad la imagen reluciente de un tambor mayor, de grandes bigotes y de gallarda apostura.


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12 págs. / 22 minutos / 94 visitas.

Publicado el 27 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Benedictino

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Don Abel tenía cincuenta años, don Joaquín otros cincuenta, pero muy otros: no se parecían a los de don Abel, y eso que eran aquellos dos buenos mozos del año sesenta, inseparables amigos desde la juventud, alegre o insípida, según se trate de don Joaquín o de don Abel. Caín y Abel los llamaba el pueblo, que los veía siempre juntos, por las carreteras adelante, los dos algo encorvados, los dos de chistera y levita, Caín siempre delante, Abel siempre detrás, nunca emparejados; y era que Abel iba como arrastrado, porque a él le gustaba pasear hacia Oriente, y Caín, por moler, le llevaba por Occidente, cuesta arriba, por el gusto de oírle toser, según Abel, que tenía su malicia. Ello era que el que iba delante solía ir sonriendo con picardía, satisfecho de la victoria que siempre era suya, y el que caminaba detrás iba haciendo gestos de débil protesta y de relativo disgusto. Ni un día solo, en muchos años, dejaron de reñir al emprender su viaje vespertino; pero ni un solo día tampoco se les ocurrió separarse y tomar cada cual por su lado, como hicieron San Pablo y San Bernabé, y eso que eran tan amigos, y apóstoles. No se separaban porque Abel cedía siempre.


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13 págs. / 23 minutos / 145 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

De la Comisión

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Él lo niega en absoluto; pero no por eso es menos cierto. Sí, por los años de 1840 a 50 hizo versos, imitó a Zorrilla como un condenado y puso mano a la obra temeraria (llevada a término feliz más tarde por un señor Albornoz) de continuar y dar finiquito a El diablo Mundo, de Espronceda.

Pero nada de esto deben saber los hijos de Pastrana y Rodríguez, que es nuestro héroe. Fue poeta, es verdad; pero el mundo no lo sabe, no debe saberlo.

A los diecisiete años comienza en realidad su gloriosa carrera este favorito de la suerte en su aspecto administrativo. En esa edad de las ilusiones le nombraron escribiente temporero en el Ayuntamiento de su valle natal, como dice La Correspondencia cuando habla de los poetas y del lugar de su nacimiento.

La vocación de Pastrana se reveló entonces como una profecía.

El primer trabajo serio que llevó a glorioso remate aquel funcionario público fue la redacción de un oficio en que el alcalde Villaconducho pedía al gobernador de la provincia una pareja de la Guardia Civil para ayudarle a hacer las elecciones. El oficio de Pastrana anduvo en manos y en lenguas de todos los notables del lugar. El maestro de escuela nada tuvo que oponer a la gallarda letra bastardilla que ostentaba el documento; el boticario fue quien se atrevió a sostener que la filosofía gramatical exigía que ayer se escribiera con h, pues con h se escribe hoy; pero Pastrana le derrotó, advirtiendo que, según esa filosofía, también debiera escribirse mañana con h.


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13 págs. / 23 minutos / 52 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Reina Margarita

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Por la noche se la veía en el ensayo, los días que no había función, que eran lunes y viernes, ocupar, en la sombra, una butaca de quinta o sexta fila, envuelta en su chal gris, humilde; permanecía inmóvil horas y horas, callada, sin reír cuando reían allá arriba, en el escenario, sus compañeros, que no pensaban en ella. Las noches de función solía ir a un palco de tercer piso, como escondiéndose, ocupando el menor espacio posible, y quieta, callada como siempre. No la divertía mirar al público, desconocido, indiferente, casi hostil; para ella era lo mismo siempre, en todos los pueblos que iba recorriendo con la compañía: un enemigo distraído, que le hacía daño sin pensar en ella. No le miraba. Demasiado tenía que verle de frente, frío, insensible, cuando la pobre tenía que salir a las tablas y cantar sin perder el compás, sin atragantarse, y hasta expresando con gestos y actitudes ciertas pasiones que no eran las suyas, penas que no eran las que la mortificaban. Miraba al escenario: prefería ver una vez más, después de mil, la misma escena, oír el mismo canto: a lo menos, aquel aburrido monótono espectáculo repetido era algo familiar, como una patria moral ambulante; la ópera viajaba con ellos. Miraba el escenario como un nómada podía mirar el carro o la tienda que le acompañaba a través de regiones nuevas, desconocidas. En su imaginación la escena era la tierra firme, el público el mar tenebroso. Esto cuando veía las tablas desde fuera; porque cuando estaba sobre ellas, el público seguía siendo el mar bravo, y el escenario era un frágil leño flotante, juguete de las olas.


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13 págs. / 23 minutos / 175 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Rivales

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿No ha llegado a notar el discreto lector que en las letras contemporáneas de los países que mejores y más espirituales las tienen, brillan por algún tiempo jóvenes de gran talento, de alma exquisita, promesas de genio, que poco a loco se cansan, se detienen, se obscurecen, vacilan, dejan de luchar por el primer puesto y consienten que otros vengan a ocupar la atención y a gozar iguales ilusiones, y a su vez experimentar el mismo desencanto? Un crítico perspicaz, fijándose en tal fenómeno, ha creído explicarlo atribuyéndolo a la poca fuerza de esas almas, genios abortados, superiores en cierto sentido (si no se atiende al resultado, a la obra acabada), a los mismos genios que tienen la virtud… y el límite de la idea fija, del propósito exclusivo y constante, pero inferiores en voluntad, en vigor, en facultades generales, en suma.


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14 págs. / 25 minutos / 67 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Cambio de Luz

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


A los cuarenta años era don Jorge Arial, para los que le trataban de cerca, el hombre más feliz de cuantos saben contentarse con una acerada medianía y con la paz en el trabajo y en el amor de los suyos; y además era uno de los mortales más activos y que mejor saben estirar las horas, llenándolas de sustancia, de útiles quehaceres. Pero de esto último sabían, no sólo sus amigos, sino la gran multitud de sus lectores y admiradores y discípulos. Del mucho trabajar, que veían todos, no cabía duda; mas de aquella dicha que los íntimos leían en su rostro y observando su carácter y su vida, tenía don Jorge algo que decir para sus adentros, sólo para sus adentros, si bien no negaba él, y hubiera tenido a impiedad inmoralísima el negarlo, que todas las cosas perecederas le sonreían, y que el nido amoroso que en el mundo había sabido construirse, no sin grandes esfuerzos de cuerpo y alma, era que ni pintado para su modo de ser.

Las grandezas que no tenía, no las ambicionaba, ni soñaba con ellas, y hasta cuando en sus escritos tenía que figurárselas para describirlas, le costaba gran esfuerzo imaginarlas y sentirlas. Las pequeñas y disculpables vanidades a que su espíritu se rendía, como, verbigracia, la no escasa estimación en que tenía el aprecio de los doctos y de los buenos, y hasta la admiración y simpatía de los ignorantes y sencillos, veíalas satisfechas, pues era su nombre famoso, con sólida fama, y popular; de suerte que esta popularidad que le aseguraba el renombre entre los muchos, no le perjudicaba en la estimación de los escogidos. Y por fin, su dicha grande, seria, era su casa, su mujer, sus hijos; tres cabezas rubias, y él decía también, tres almas rubias, doradas, mi lira, como los llamaba al pasar la mano por aquellas frentes blancas, altas, despejadas, que destellaban la idea noble que sirve ante todo para ensanchar el horizonte del amor.


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16 págs. / 28 minutos / 214 visitas.

Publicado el 27 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre de los Estrenos

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Yo le conocí una vez que mudé de fonda, que, como diría D. Juan Ruiz de Alarcón:

«Sólo es mudar de dolor».

Entré en el comedor a las doce del día, y me vi solo.

Habían almorzado ya todos los huéspedes, menos uno, cuyo cubierto, intacto, estaba enfrente del mío.

A las doce y cuarto entró un caballero robusto, alto, blanco, de grandes ojos azules claros, con traje flamante, si bien de corte mediano, pechera reluciente, bigote engomado. Parecía un elegante de provincia.

Me saludó con una cabezada, y con voz sonora, rimbombante, gritó, mientras daba una palmadita discreta:

—¡Perico, fritos!

Pedía huevos fritos, según colegí del contexto, o sea de los huevos que aparecieron acto continuo, fritos efectivamente.

El caballero, a quien sin más misterio llamaré desde ahora D. Remigio, pues este era su nombre, D. Remigio Comella, para que se sepa todo, colocó a su lado, a la derecha, sobre el terso mantel, cinco periódicos, uno sobre otro. Desenvolvió el primero, después de hacer igual operación con la servilleta, que puso sobre las rodillas no sin meter una punta por un resquicio del chaleco de piqué blanco. Paseó una mirada de águila… del Retiro por la plana primera del papel impreso, que olía así como a petróleo; dio la vuelta a la hoja con desdén, miró todas las columnas de la segunda plana de arriba a abajo, y al llegar a la tercera, respiró satisfecho; me miró a mí casi sonriendo, dobló otra vez el periódico a su modo y se abismó en la lectura de aquellas letras borrosas, que apestaban.

Por cada bocado de pan mojado en la yema de huevo leía media plana. Terminó su lectura, cogió otro periódico y volvió a las andadas. Al llegar a la plana tercera, siempre doblaba el papel y me miraba a mí como aquel que está reventando por decir algo. Así leyó todos los periódicos. ¡Y los huevos, fríos, sin acabar de cumplir su misión sobre la tierra!


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16 págs. / 28 minutos / 50 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Mosca Sabia

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Don Eufrasio Macrocéfalo me permitió una noche penetrar en el sancta sanctorum, en su gabinete de estudio, que era, más bien que gabinete, salón biblioteca; las paredes estaban guarnecidas de gruesos y muy respetables volúmenes, cuyo valor en venta había de subir á un precio fabuloso el día en que don Eufrasio cerrase el ojo y se vendiera aquel tesoro de ciencia en pública almoneda; pues si mucho vale Aristóteles por su propia cuenta, un Aristóteles propiedad del sabio Macrocéfalo tenía que valer mucho más para cualquier bibliómano capaz de comprender á mi ilustre amigo. Era mi objeto al visitar la biblioteca de don Eufrasio, verificar notas en no importa qué autor, cuyo libro no era fácil encontrar en otra parte; y llegó á tanto la amabilidad insólita del erudito, que me dejó solo en aquel santuario de la sabiduría, mientras él iba á no sé qué Academia á negar un premio á cierta Memoria en que se le llamaba animal, no por llamárselo, sino por demostrar que no hay solución de continuidad en la escala de los seres.


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18 págs. / 31 minutos / 193 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

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