Textos más vistos de Leopoldo Alas "Clarín" etiquetados como Cuento disponibles

Mostrando 1 a 10 de 86 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Leopoldo Alas "Clarín" etiqueta: Cuento textos disponibles


12345

El Cura de Vericueto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Primera parte

I

»como nunca da nada… de barato,
»dicen que tiene gato
»de viejas peluconas bien repleto… »

Así empezaba el pequeño poema burlesco, parodia campoamoriana, que estaba escribiendo mi amiguito Higadillos, paisano de Campoamor, estudiante de medicina y colaborador de tres o cuatro periódicos con momos y sin religión positiva.

Higadillos era un badulaque, por supuesto, que se creía un sabio positivo y positivista a los veinte años, porque había leído a Spencer traducido, y leía el Gil Blas, periódico de parís, y la Revue des Revues; además había estado en París una temporada, y con esto y no pagar a la patrona, aunque se hundiera el mundo, se consideraba más esprit fort que un roble, y de vuelta, como decía él, de todas las neurosis místicas y evangelizantes, de que se reía con delicia. Le parecía a él que después de tantas diabluras como se discurrían para buscar nuevos idealismos, después de las misas sacrílegas y otras barbaridades por el estilo, el género nuevo más original, más oportuno, era… volver simplemente, decía, al kulturkampf, al volterianismo y al realismo pornográfico y escéptico. ¡Guerra al clero! Esta era la sencilla novedad que se la ocurría.

¡Yo soy un primitivo! gritaba, dando a ese adjetivo un sarcástico sentido, con que, por antífrasis además, significaba todo lo contrario de lo que querían decir los pintores al llamar primitivos a los cristianos artistas del misticismo italiano de la Edad Media. Era un primitivo porque suponía la sencillez, la sinceridad y la naturalidad en el sensualismo y en la impiedad, en la ligereza filosófica del siglo XVIII.


Leer / Descargar texto

Dominio público
41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 70 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡Adiós, Cordera!

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Eran tres: ¡siempre los tres! Rosa, Pinín y la Cordera.

El prao Somonte era un recorte triangular de terciopelo verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres paralelos, a derecha e izquierda, representaba para Rosa y Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a un árbol seco, fue atreviéndose con él, llevó la confianza al extremo de abrazarse al leño y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a tocar la porcelana de arriba, que le recordaba las jícaras que había visto en la rectoral de Puao. Al verse tan cerca del misterio sagrado, le acometía un pánico de respeto, y se dejaba resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el césped.

Rosa, menos audaz, pero más enamorada de lo desconocido, se contentaba con arrimar el oído al palo del telégrafo, y minutos, y hasta cuartos de hora, pasaba escuchando los formidables rumores metálicos que el viento arrancaba a las fibras del pino seco en contacto con el alambre. Aquellas vibraciones, a veces intensas como las del diapasón, que, aplicado al oído, parece que quema con su vertiginoso latir, eran para Rosa los papeles que pasaban, las cartas que se escribían por los hilos, el lenguaje incomprensible que lo ignorado hablaba con lo ignorado; ella no tenía curiosidad por entender lo que los de allá, tan lejos, decían a los del otro extremo del mundo. ¿Qué le importaba? Su interés estaba en el ruido por el ruido mismo, por su timbre y su misterio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 1.357 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Snob

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Rosario Alzueta comenzaba a cansarse del gran éxito que su hermosura estaba consiguiendo en Palmera, floreciente puerto de mar del Norte. Era lo de siempre: primero la pública admiración, después el homenaje de cien adoradores, tras esto el tributo de la envidia, la forma menos halagüeña, pero la más elocuente de la impresión que produce el mérito; y al cabo, el hastío del amor propio satisfecho, y las punzadas de la vanidad herida por rivalidades que la aprensión hace temibles. Además, el natural gasto de la emoción era de doble efecto; en la admirada y en los admiradores producía resultados de atenuación que estaban en razón directa; cuanto más se la admiraba menos placer sentía Rosario, acostumbrada a este tributo, y el público, que ya se la sabía de memoria, al fin alababa su belleza por rutina, pero sin sentir lo que antes, pues la frecuencia de aquella contemplación le había ido mermando el efecto placentero.

En la playa, en los balnearios, en los conciertos matutinos, en los paseos del muelle y de los parques, en el pabellón del Casino, baile perpetuo en el real de la feria, en las giras de la pretendida hig life palmerina y forastera, en todas partes la de Alzueta era la primera; para quien la veía por primera vez, la única. A los teatros no iba nunca; despreciaba los de Palmera; decía que se asfixiaba en ellos; prefería dejarse contemplar, sentada, a la luz eléctrica, bajo un castaño de Indias del paseo de noche.

La llamaban la Africana: era muy morena y hacía alarde de ello; nada de polvos de arroz ni de pintura. Era un bronce, pero del mejor maestro. Afectaba naturalidad. Era un jardín a la inglesa de un parvenu continental de esos jardines en que se quiere imitar a la naturaleza a fuerza de extravagancias y falta de plan y comodidades.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 226 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Avecilla

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Don Casto Avecilla había pasado del Archivo de Fomento, pero sin ascenso, a la dirección de Agricultura, y de todos modos seguía siendo un escribiente, el más humilde empleado de la casa. Los porteros, cuyo uniforme envidiaba don Casto, no por la vanidad de los galones, sino por el abrigo de paño, despreciábanle soberanamente. Él fingía no comprender aquel desprecio, creyéndose superior en jerarquía a tan subalternos personajes, siquiera ellos cobrasen mejor sueldo y tuvieran gajes que a don Casto ni se le pasaban por las mientes, cuanto más por los bolsillos. Cuando se le preguntaba la condición de su nuevo empleo, decía con la mayor humildad y muy seriamente que estaba en pastos, palabra con que él sintetizaba, por no sé qué clasificación administrativa, la tarea a que consagraba el sudor de su frente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
30 págs. / 54 minutos / 95 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Reina Margarita

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Por la noche se la veía en el ensayo, los días que no había función, que eran lunes y viernes, ocupar, en la sombra, una butaca de quinta o sexta fila, envuelta en su chal gris, humilde; permanecía inmóvil horas y horas, callada, sin reír cuando reían allá arriba, en el escenario, sus compañeros, que no pensaban en ella. Las noches de función solía ir a un palco de tercer piso, como escondiéndose, ocupando el menor espacio posible, y quieta, callada como siempre. No la divertía mirar al público, desconocido, indiferente, casi hostil; para ella era lo mismo siempre, en todos los pueblos que iba recorriendo con la compañía: un enemigo distraído, que le hacía daño sin pensar en ella. No le miraba. Demasiado tenía que verle de frente, frío, insensible, cuando la pobre tenía que salir a las tablas y cantar sin perder el compás, sin atragantarse, y hasta expresando con gestos y actitudes ciertas pasiones que no eran las suyas, penas que no eran las que la mortificaban. Miraba al escenario: prefería ver una vez más, después de mil, la misma escena, oír el mismo canto: a lo menos, aquel aburrido monótono espectáculo repetido era algo familiar, como una patria moral ambulante; la ópera viajaba con ellos. Miraba el escenario como un nómada podía mirar el carro o la tienda que le acompañaba a través de regiones nuevas, desconocidas. En su imaginación la escena era la tierra firme, el público el mar tenebroso. Esto cuando veía las tablas desde fuera; porque cuando estaba sobre ellas, el público seguía siendo el mar bravo, y el escenario era un frágil leño flotante, juguete de las olas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 187 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Don Urbano

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Se hizo superior el año sesenta, en Julio, el día del eclipse. Por cierto que, dice él, muy orgulloso sin saber por qué, por cierto que hubo que suspender el ejercicio, porque no se veía, y el tribunal discutió si se traerían luces o no se traerían. El año sesenta y cinco, la Unión liberal, dice él también, me dio la escuela de párvulos; y lo dice de un modo que da a entender que no le pesará si alguien llega a creer que el mismo O'Donnell en persona vino al pueblo a darle la escuela de párvulos, a él, a don Urbano Villanueva.

Por lo demás, no crean ustedes que es fatuo, ni que tiene grandes aspiraciones políticas; su vanidad se reduce a eso, a encontrar una misteriosa relación entre el acto solemne de hacerse el maestro superior, y el famoso eclipse de sol del año sesenta… Con esto, u con suponer a la Unión liberal interesada en otorgarle la escuela de párvulos, se da por satisfecho su egoísmo. En todo lo demás es altruista; su existencia estuvo por mucho tiempo consagrada… no al prójimo sino a los árboles y a los edificios, principalmente a los árboles, sin que tampoco despreciase los arbustos, siempre y cuando que se tratara de los que son propiedad del concejo. En un principio, cuando la Unión liberal le dio la escuela, creyó que su vocación consistía en renovar el sistema de educación de los infantes, y hasta llegó en su audacia a imaginar una especie de reloj gráfico intuitivo, para que los niños de teta mamaran nada más a las horas debidas. Su idea era facilitar el desarrollo de las facultades físicas y anímicas de los niños llorones, dejándolo todo a la espontaneidad de la naturaleza… metódicamente enderezada. Los niños eran tiernas plantas. (De esta metáfora nació la afición de don Urbano al arbolado público). La savia natural, decía, se encarga de hacerlos física e intelectualmente; yo todo lo dejo a la intuición y al aire libre… pero… pero


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 61 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Fantasía de un Delegado de Hacienda

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Veraneaba D. Sinibaldo Rentería en un puertecillo del mar Cantábrico, de playa hermosa, pero pérfida como la onda, y precisamente pérfida por las ondas y las disimuladas corrientes; peligrosa por el mal abrigo del Oeste, por donde, á veces, de pronto, venía bonitamente la galerna con todos sus horrores, sin anunciarse, y llegando con su furia casi á tierra, pues no había obstáculo que lo estorbase.

Más que en estas condiciones de la playa, había reparado Rentería, que si era gallo, no se le podía desechar por duro y viejo, en la hermosura de una señora, compañera de fonda y casada con un caballero que se pasaba la vida metido, no sé si en todo, pero por lo menos en los charcos, y que amaba el peligro, aunque todavía no había perecido en él. Aquel señor creía que no se era buen bañista si no se pasaba la temporada hecho un anfibio, y un esquimal por lo que toca á la comida. Todo el santo día, y madrugaba mucho, se lo pasaba descalzo de pie y pierna, metido en el agua, entre las peñas, ó bien en la playa corriendo sobre la arena, pero algo mar adentro como él decía. Pescaba todo lo que podía, arrancaba de las peñas las pobres lapas, con crueldad y constancia de hambriento, y como si no tuviera que meter en la boca en su casa, pasaba mil afanes por chuparle el jugo al mar, en forma de mariscos.

Este señor, una tarde se decidió á aventurarse y á pasar la mar, ó por lo menos darse por ella un paseo de algunas millas. Era toda una hazaña para aquellos bañistas de tierra adentro, que solían hacer personalmente del Océano, que en frente tenían, el mismo uso que del mar pintado en el foro de un escenario.

—No le aconsejaba D. Sinibaldo al Sr. Arenas, apellido del osado argonauta, que se lanzase al mar tenebroso aquel día, porque había oído él no sé qué de contraste y turbonada y otros términos alarmantes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 20 visitas.

Publicado el 24 de enero de 2025 por Edu Robsy.

La Médica

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Era D. Narciso un enfermo de mucho cuidado; entendámonos, porque la frase es de doble sentido. No digo que estuviera enfermo de mucho cuidado.... Tampoco esto va bien. Si estaba enfermo de mucho cuidado, ya lo creo; muy grave; sobre todo porqué empeoraba, empeoraba y no se podía acertar con el remedio, ni había seguridad alguna en el diagnóstico. Pero lo que yo quería decir primero no se refiere á la gravedad y rareza del mal, sino á la condición personal de D. Narciso, que era un enfermo de mucho cuidado.... como hay toros de mucho cuidado también, ante los cuales el torero necesita tomar bien las medidas á las distancias, y á los quiebros, y al tiempo, para no verse en la cuna. El médico era á don Narciso lo que el torero á esos toros; porque don Narciso, hombre nerviosísimo, filósofo escéptico y aficionado á leer de todo, y por contera aprensivo, como todos los muy enamodos de la propia, preciosa existencia, le ponía las peras á cuarto al doctor, discutía con él, le exigía conocimientos exactos á lo que á el le pasaba por dentro, conocimientos que el doctor estaba muy lejos de poseer; y con las voces técnicas más precisas le combatía, le presentaba objeciones, y, en fin, le desesperaba. Lo peor era que, acostumbrado don Elenterio, el médico, á la mala manía de hablar delante de sus enfermos legos en los términos del arte, porque así ni él mentía ocultando la gravedad del mal, ni los enfermos se alarmaban demasiado, porque no le entendían, á veces se le escapaba delante de D. Narciso alguna de esas palabrotas poco tranquilizadoras para quien las entiende; y el paciente, erudito, siquiera fuese á la violeta, ponía el grito en el cielo, se alborotaba, y si no pedía la Extremaunción no era por falta de miedo había que tranquilizarle, mentir, establecer distingos, en fin, sudar ciencia y paciencia; y no para curarle, sino para que se volviese á sus casillas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 74 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2023 por Edu Robsy.

El Sustituto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Mordiéndose las uñas de la mano izquierda, vicio en él muy viejo e indigno de quien aseguraba al público que tenía un plectro, y acababa de escribir en una hoja de blanquísimo papel:

Quiero cantar, por reprimir el llanto,
tu gloria, oh patria, al verte en la agonía…

digo, que mordiéndose las uñas, Eleuterio Miranda, el mejor poeta del partido judicial en que radicaba su musa, meditaba malhumorado y a punto de romper, no la lira, que no la tenía, valga la verdad, sino la pluma de ave con que estaba escribiendo una oda o elegía (según saliera), de encargo.

Era el caso que estaba la patria en un grandísimo apuro, o a lo menos así se lo habían hecho creer a los del pueblo de Miranda; y lo más escogido del lugar, con el alcalde a la cabeza, habían venido a suplicar a Eleuterio que, para solemnizar una fiesta patriótica, cuyo producto líquido se aplicaría a los gastos de la guerra, les escribiese unos versos bastante largos, todo lo retumbantes que le fuera posible, y en los cuales se hablara de Otumba, de Pavía… y otros generales ilustres, como había dicho el síndico.

Aunque Eleuterio no fuese un Tirteo ni un Píndaro, que no lo era, tampoco era manco en achaques de malicia y de buen sentido, y bien comprendía cuán ridículo resultaba, en el fondo, aquello de contribuir a salvar la patria, dado que en efecto zozobrase, con endecasílabos y heptasílabos más o menos parecidos a los de Quintana.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 294 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Ronca

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Juana González era otra dama joven en la compañía de Petra Serrano, pero además era otra doncella de Petra, aunque de más categoría que la que oficialmente desempeñaba el cargo. Más que deberes taxativamente estipulados, obligaban a Juana, en ciertos servicios que tocaban en domésticos, su cariño, su gratitud hacia Petra, su protectora y la que la había hecho feliz casándola con Pepe Noval, un segundo galán cómico, muy pálido, muy triste en el siglo, y muy alegre, ocurrente y gracioso en las tablas.

Noval había trabajado años y años en provincias sin honra ni provecho, y cuando se vio, como en un asilo, en la famosa compañía de la corte, a que daba el tono y el crédito Petra Serrano, se creyó feliz cuanto cabía, sin ver que iba a serlo mucho más al enamorarse de Juana, conseguir su mano y encontrar, más que su media naranja, su medio piñón; porque el grupo de marido y mujer, humildes, modestos, siempre muy unidos, callados, menudillo él, delgada y no de mucho bulto ella, no podía compararse a cosa tan grande, en su género, como la naranja. En todas partes se les veía juntos, procurando ocupar entre los dos el lugar que apenas bastaría para una persona de buen tamaño; y en todo era lo mismo: comía cada cual media ración, hablaban entre los dos nada más tanto como hablaría un solo taciturno; y en lo que cabía, cada cual suplía los quehaceres del otro, llegado el caso. Así, Noval, sin descender a pormenores ridículos, era algo criado de Petra también, por seguir a su mujer.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 262 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

12345