Primera parte
I
»como nunca da nada… de
barato,
»dicen que tiene
gato
»de viejas peluconas bien repleto…
»
Así empezaba el pequeño poema burlesco, parodia campoamoriana, que
estaba escribiendo mi amiguito Higadillos, paisano de Campoamor,
estudiante de medicina y colaborador de tres o cuatro periódicos
con momos y sin religión positiva.
Higadillos era un badulaque, por supuesto, que
se creía un sabio positivo y positivista a los veinte años, porque
había leído a Spencer traducido, y leía el Gil Blas, periódico de
parís, y la Revue des Revues; además había estado en París una
temporada, y con esto y no pagar a la patrona, aunque se hundiera
el mundo, se consideraba más esprit fort que un roble, y de vuelta,
como decía él, de todas las neurosis místicas y evangelizantes, de
que se reía con delicia. Le parecía a él que después de tantas
diabluras como se discurrían para buscar nuevos idealismos, después
de las misas sacrílegas y otras barbaridades por el estilo, el
género nuevo más original, más oportuno, era… volver simplemente,
decía, al kulturkampf, al volterianismo y al realismo pornográfico
y escéptico. ¡Guerra al clero! Esta era la sencilla novedad que se
la ocurría.
¡Yo soy un primitivo! gritaba, dando a ese
adjetivo un sarcástico sentido, con que, por antífrasis además,
significaba todo lo contrario de lo que querían decir los pintores
al llamar primitivos a los cristianos artistas del misticismo
italiano de la Edad Media. Era un primitivo porque suponía la
sencillez, la sinceridad y la naturalidad en el sensualismo y en la
impiedad, en la ligereza filosófica del siglo
XVIII.
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