Textos más vistos de Leopoldo Alas "Clarín" | pág. 8

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autor: Leopoldo Alas "Clarín"


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El Oso Mayor

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Servando Guardiola dejó caer el libro, una novela francesa, sobre el embozo de la cama; apoyó bien la nuca en la almohada, estiró los brazos con delicia de dilettante de la pereza... y bostezó, sin hastío, sin sueño —acababa de dormir diez horas—, sin hambre —acababa de tomar chocolate—; saboreando el bostezo, poniendo en él algo de oración al dios de la galbana, que alguno ha de tener.

Dejaba caer el libro para continuar deleitándose con las propias ideas y las queridas familiares imágenes, mucho más interesantes que la lectura que le había sugerido, por comparación, mil recuerdos, mil reflexiones.

Se sentía superior al libro, con una inadvertida complacencia.

Era el volumen pequeño, elegante, coquetón, de un autor joven, de moda, de los pervertidos, jefe de escuela, un jeune maître próximo ya a la Academia y que iba cansándose de su especialidad, el amor con quintas esencias y lo quería convertir en extraña filosofía austera, de austeridad falsa, llena de inquietud y sobresalto.

Todavía aquel poeta del vicio parisiense, que tantas depravaciones eróticas había pintado, casi inventado, continuaba en esta reciente obra, por tesón de escuela, por costumbre, acaso por espíritu mercantil, buscando nuevos espasmos del placer; pero lo hacía con evidente disgusto ya, cansado de repetirse, empleando por rutina, ahora, las frases gráficas, fuertes, audaces, que en otro tiempo habían sido el triunfo principal de su estilo nervioso.

Todo aquello le sabía a puchero de enfermo a Servando, gran lector ahora de clásicos, que estaba descubriendo la historia en los autores célebres antiguos, aquellos de que todos hablan y que en nuestro tiempo casi nadie los tiene para leer. Él sí, los leía, los saboreaba; ¡qué de cosas decían que no habían hecho constar los comentaristas más minuciosos!


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 85 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Poeta-Buho

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


—Señorito, un caballero quiere hablar á usted.

—¿Qué trazas tiene?

—Parece un empleado de La Funeraria.

—¡Ah! Ya sé quién es: es don Tristán de las Catacumbas. Que pase.

Y entró don Tristán de las Catacumbas, á quien conozco de haberle pagado varios cafés sin leche. Es alto, escuálido, cejijunto, lleva la barba partida como Nuestro Señor Jesucristo, tiene el pelo negro, los ojos negros, el traje negro y las uñas negras. Lo único que no tiene negro son las botas, que tiran á rojas.

Me dió un apretón de manos, fúnebre como él solo; el apretón de manos del Convidado de Piedra. Hay hombres que aprietan la mano como una puerta que se cierra de golpe y nos coge los dedos. Es su manera de probar cariño.

Don Tristán habla poco, pero lee mucho. Es un poeta inédito, de viva voz; si se le pregunta cuántas ediciones ha hecho de sus poesías, contesta con una sonrisa de muerto desengañado: “¡Ninguna! Yo no imprimo mis versos: no hago más que leerlos á las almas escogidas”. Para él son almas escogidas todas las que le quieren oir. Calculando el número de veces que ha leído sus versos, dice don Tristán, usando de un tropo especial, que consiste en tomar el oyente por el lector que compra el libro, que sus Ecos de la tumba han alcanzado una tirada de nueve mil ejemplares. Quiere decir que los ha leído nueve mil veces á nueve mil mártires de la condescendencia.

—Pues señor Clarín, sabrá usted cómo he escrito otro libro de poesías y vengo á leérselo á usted.

—¿Entero?


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 172 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Quin

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Lo siento por los que en materias de gusto no tienen más criterio que la moda, y no han de encontrar de su agrado esta verídica historia, porque en ella se trata de estudiar el estado de alma de un perro; y ya se sabe que el arte psicológico, que estuvo muy en boga hace muchos años, volvió a estarlo hace unos diez, ahora les parece pueril, arbitrario y soso a los modistos de las letras parisienses, que son los tiranos de la última novedad.

Los griegos, los clásicos, no tenían palabra para el concepto que hoy expresamos con esta de la moda; allí la belleza, por lo visto, según Egger, no dependía de estos vaivenes del capricho y del tedio. ¡Ah! los griegos hubieran podido comprender a mi héroe, cuya historia viene al mundo un poco retrasada, cuando ya los muchachos de París y hasta los de Guatemala, que escriben revistas efímeras, se burlan de Stendhal y del mismísimo Paul Bourget.

De todas suertes, el Quin era un perro de lanas, blanco. Él no sabía por qué le llamaban el Quin, pero estaba persuadido de que este era su nombre y a él atendía, satisfecho con este conocimiento relativo, como lo están los filósofos positivistas con los suyos, que llama Clay conocimientos sin garantía, y que no alcanzan más firme asiento. Si hubiera sabido firmar, y poco le faltaba, porque perro más listo y hasta nervioso no lo ha habido, hubiera firmado así: El Quin; sin sospechar que firmaba, aunque con muy mala ortografía: Yo el rey. Sí, porque sin duda su verdadero nombre era King, rey; sólo que las personas de pocas letras con quien se trataba pronunciaban mal el vocablo inglés, y resultaba en español Quin, y así hay que escribirlo.


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Dominio público
19 págs. / 33 minutos / 132 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Sombrero del Cura

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El señor obispo de la diócesis, por razones muy dignas de respeto, prohibió, hace algunos años, que el clero rural anduviera por prados y callejas, costas y montañas, luciendo el levitón de anchos faldones y el sombrero de copa alta, demasiado alta muchas veces. Hoy todos los curas de mi verde Erín, de mi católica y pintoresca Asturias, usan traje talar, sombrero de teja, de alas sueltas y cortas; y, a fuerza de humildad y con prodigios de obediencia, consiguen montar a caballo con sotana o balandrán, sin hacer la triste figura y sortear las espinas de los setos, sin dejar entre las zarzas jirones del paño negro.

Pero en los tiempos a que me refiero, no lejanos, el cura de la aldea ordinariamente parecía un caballero particular vestido de luto, con alzacuello de seda o de abalorios menudos y con levita y chistera, de remotísima moda las más veces.

El diputado Morales, cacique desde Madrid de una gran porción del territorio del Norte, lo menos, del que abarca dos o tres arciprestazgos, pasa los veranos en su magnífica posesión de la Matiella, en lo más alto de una colina cercana al mar. Desde el palacio, que así lo llaman los aldeanos, de los Morales se ve el cabo de Peñas, que avanza sobre el Cantábrico con gallardía escultórica; y del otro lado, al Oriente, se domina la costa accidentada, verde y alegre, hasta el cabo del Olivo. Y por la parte de tierra asisten los pasmados ojos, por un momento, a la sesión permanente que, en augusto conclave, celebran, por siglos de siglos, los gigantes de Asturias, de las Asturias de piedra: el Sueve, los Picos de Europa, el Aramo..., y tantas otras moles venerables que el buen hijo de esta patria llega a conocer y amar como a sacras imágenes de un augusto misterioso abolengo geológico... De barro somos, y no es mucho pensar con respeto y cariño en la tierra, abuela...


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9 págs. / 16 minutos / 154 visitas.

Publicado el 27 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

El Torso

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El duque de Candelario tenía media provincia por suya; y no iba muy descaminado, porque a sus cotos redondos no se les veía el fin, y ejércitos de labradores le pagaban renta. Mucho había heredado de sus ilustres ascendientes; pero él también había adquirido no poco, y nadie podía decir que de mala manera y sin servir a la patria: era en su vejez, que casi se podía llamar florida por lo bien que en cosas que habían de dar fruto la empleaba, y por la lozana alegría de su humor y la constancia de sus fuerzas y alientos, era, digo, un agricultor de grandes vuelos, inteligente, activo, desinteresado con el pobre; pero atento a la legítima ganancia; y así se enriquecía más y más, ayudaba a los que le rodeaban a ganar la vida, y a quien le sacaba el jugo era a la tierra.

Si de este modo servía ahora a la patria, antes le había dado algo que valía más; su sangre y el continuo peligro de la vida; había sido bravo militar, llegando a general, y en todos los grados de su carrera había tenido ocasión de probar el valor en verdaderas hazañas. Aún más que por todo esto, le estimaban en su tierra por lo llano, alegre y franco del carácter. No se diga que despreciaba sus pergaminos, pero tenía la democracia del trato, como rasgo capital, en la sangre; y por algo le llamaban el duque de los abrazos. En los membrudos remos, como él decía, que no desdeñaban las armas del trabajo del campo, estrechaba con sincera hermandad a los humildes aldeanos, que adoraban en él y le acompañaban en su vida sana, activa, de cazador y labrador y buen camarada en honestas francachelas.

Vivía casi siempre en el campo, en un gran palacio, con aspecto de castillo feudal, donde el más aristocrático señorío se mostraba por todas partes.

El amo inspiraba confianza en cuanto se le veía; su regia mansión, situada en medio de sus dominios, rodeada de bosques, imponía frío respeto.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 67 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En la Droguería

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El pobre Bernardo, carpintero de aldea, a fuerza de trabajo, esmero, noble ambición, había ido afinando, afinando la labor; y D. Benito el droguero, ricacho de la capital, a quien Bernardo conocía por haber trabajado para él en una casa de campo, le ofreció nada menos que emplearle, con algo más de jornal, poco, en la ciudad, bajo la dirección de un maestro, en las delicadezas de la estantería y artesonado de la droguería nueva que D. Benito iba a abrir en la Plaza Mayor, con asombro de todo el pueblo y ganancia segura para él, que estaba convencido de que iría siempre viento en popa.

Bernardo, en la aldea, aun con tanto afán, ganaba apenas lo indispensable para que no se muriesen de hambre los cinco hijos que le había dejado su Petra, y aquella queridísima y muy anciana madre suya, siempre enferma, que necesitaba tantas cosas y que le consumía la mitad del jornal misérrimo.

Su madre era una carga, pero él la adoraba; sin ella la negrura de su viudez le parecería mucho más lóbrega, tristísima.

Bernardo, con el cebo del aumento de jornal, no vaciló en dejar el campo y tomar casa en un barrio de obreros de la ciudad, malsano, miserable.

—Por lo demás, —decía—, de los aires puros de la aldea me río yo; mis hijos están siempre enfermuchos, pálidos; viven entre estiércol, comen de mala manera y el aire no engorda a nadie. Mi madre, metida siempre en su cueva, lo mismo se ahogará en un rincón de una casucha de la ciudad que en su rincón de la choza en que vivimos.


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5 págs. / 10 minutos / 94 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

«Flirtation» Legítima

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Este señor don Diego Paredes estaba constantemente en ridículo y en candelero; siempre en berlina y siempre empleado. Todos los ministros se reían de él y todos le dejaban en su dirección o en su puesto de consejero; en fin, cobrando muy buenos cuartos. Y don Diego era feliz; porque la vanidad le hacía no comprender las burlas de que era objeto; y en cambio el sueldo era cosa tan positiva y al alcance de la mano que no podía menos de fijarse en él. Atribuía la buena suerte de estar siempre en su sitio a su gran mérito. Creía sinceramente que ningún partido podía prescindir de sus luces y que por eso no quedaba nunca cesante. Tenía de todo: era economista y escribía largo y tendido acerca de nuestros ferrocarriles y de nuestros carbones, y de nuestros corchos, y en fin, de todo lo nuestro que no era suyo; pero en sus ratos de ocio, como él decía, colgaba la péñola de hacer país, haciendo riqueza pública, y descolgaba la lira y escribía versos, imitando a Quintana o a Cánovas del Castillo, que, para él, allá se iban. Dadme que pueda… Dadme que cante… Decían las odas de Paredes. Siempre estaba pidiendo algo, como si ni le chupara ya bastante al Estado. También era orador político y privado; hablaba en familia y hablaba en el Congreso, porque era diputado cunero casi siempre. Sus discursos eran de resistencia. Iba a su escaño como preparado para un viaje al polo; llevaba cien mil documentos fehacientes y soporíferos, cinco vasos de agua, dos o tres cajas de pastillas, y hay quien dice que las zapatillas y algunos fiambres. Ello era que las tres (!) o cuatro (!!) Horas de estar de don Diego entendiendo (entiendo yo, decía), o teniendo para sí, el orador parecía, por lo descompuesto del traje, por el aspecto de cansancio, por sus maniobras entre papeles, cajas y vasos de agua, uno de esos amigos que se quedan a velar a un enfermo y se rodean de comodidades para pasar la noche al lado del moribundo.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 37 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

González Bribón

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Es más bien bajo que alto; tiene unos ojos azules muy fríos, que, por lo punzantes, parecen oscuros (porque lo azul no pincha, como opinarán los decadentes americanos, que todo lo ven azul); cuando González Bribón mira sin odio (sin amor siempre mira) sus ojos claros parecen un lago, es decir, dos… helado, helados.

Una noche salimos de un estreno de Echegaray, de aquellos que levantan verdaderas tempestades; era en tiempos en que el burgués de las inverosimilitudes todavía no era crítico. Salíamos riñendo, como siempre; entusiasmados nosotros, indignados los enemigos; entre el barullo, junto al guardarropa, tropecé con Bribón. Me fui a él.

—¿Y usted? ¿Qué opina usted?… ¿Es usted de los nuestros, o es usted de los indignados?…

—Soy de los indignados, porque… me han perdido el gabán.

—Pero ¿qué opina usted? —Opino eso, que me entreguen el gabán.

Por lo visto pareció el gabán de pieles de González Bribón, y en él se metió como buen caracol literario.

González Bribón es de su tiempo, es de su pandilla, es de su tertulia, es de su periódico, es de su daltonismo, esto es, que sólo cree en el color que ha escogido para verlo todo como su cristal se lo pinta.

Se parece al río Piedra; los agravios que corren por el alma de Bribón se petrifican como la calumnia en la abadesa de «Miel de la Alcarria». Después, con el mármol, o «terra—cuota», de sus rencores, Bribón hace «bibelots» artísticos, muchas veces correctos.

Es uno de esos egoístas que no lo parecen porque son nerviosos. Se mueve mucho, pero siempre es alrededor de sí mismo.

En Bribón el «misoneísmo» (muy acentuado) es una forma de la autolatría

Todavía admira a Eguilaz, porque en tiempos de este, todavía era él, Bribón, joven, revistero de moda.


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4 págs. / 7 minutos / 48 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Médica

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Era D. Narciso un enfermo de mucho cuidado; entendámonos, porque la frase es de doble sentido. No digo que estuviera enfermo de mucho cuidado.... Tampoco esto va bien. Si estaba enfermo de mucho cuidado, ya lo creo; muy grave; sobre todo porqué empeoraba, empeoraba y no se podía acertar con el remedio, ni había seguridad alguna en el diagnóstico. Pero lo que yo quería decir primero no se refiere á la gravedad y rareza del mal, sino á la condición personal de D. Narciso, que era un enfermo de mucho cuidado.... como hay toros de mucho cuidado también, ante los cuales el torero necesita tomar bien las medidas á las distancias, y á los quiebros, y al tiempo, para no verse en la cuna. El médico era á don Narciso lo que el torero á esos toros; porque don Narciso, hombre nerviosísimo, filósofo escéptico y aficionado á leer de todo, y por contera aprensivo, como todos los muy enamodos de la propia, preciosa existencia, le ponía las peras á cuarto al doctor, discutía con él, le exigía conocimientos exactos á lo que á el le pasaba por dentro, conocimientos que el doctor estaba muy lejos de poseer; y con las voces técnicas más precisas le combatía, le presentaba objeciones, y, en fin, le desesperaba. Lo peor era que, acostumbrado don Elenterio, el médico, á la mala manía de hablar delante de sus enfermos legos en los términos del arte, porque así ni él mentía ocultando la gravedad del mal, ni los enfermos se alarmaban demasiado, porque no le entendían, á veces se le escapaba delante de D. Narciso alguna de esas palabrotas poco tranquilizadoras para quien las entiende; y el paciente, erudito, siquiera fuese á la violeta, ponía el grito en el cielo, se alborotaba, y si no pedía la Extremaunción no era por falta de miedo había que tranquilizarle, mentir, establecer distingos, en fin, sudar ciencia y paciencia; y no para curarle, sino para que se volviese á sus casillas.


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7 págs. / 13 minutos / 67 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2023 por Edu Robsy.

La Reina Margarita

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Por la noche se la veía en el ensayo, los días que no había función, que eran lunes y viernes, ocupar, en la sombra, una butaca de quinta o sexta fila, envuelta en su chal gris, humilde; permanecía inmóvil horas y horas, callada, sin reír cuando reían allá arriba, en el escenario, sus compañeros, que no pensaban en ella. Las noches de función solía ir a un palco de tercer piso, como escondiéndose, ocupando el menor espacio posible, y quieta, callada como siempre. No la divertía mirar al público, desconocido, indiferente, casi hostil; para ella era lo mismo siempre, en todos los pueblos que iba recorriendo con la compañía: un enemigo distraído, que le hacía daño sin pensar en ella. No le miraba. Demasiado tenía que verle de frente, frío, insensible, cuando la pobre tenía que salir a las tablas y cantar sin perder el compás, sin atragantarse, y hasta expresando con gestos y actitudes ciertas pasiones que no eran las suyas, penas que no eran las que la mortificaban. Miraba al escenario: prefería ver una vez más, después de mil, la misma escena, oír el mismo canto: a lo menos, aquel aburrido monótono espectáculo repetido era algo familiar, como una patria moral ambulante; la ópera viajaba con ellos. Miraba el escenario como un nómada podía mirar el carro o la tienda que le acompañaba a través de regiones nuevas, desconocidas. En su imaginación la escena era la tierra firme, el público el mar tenebroso. Esto cuando veía las tablas desde fuera; porque cuando estaba sobre ellas, el público seguía siendo el mar bravo, y el escenario era un frágil leño flotante, juguete de las olas.


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Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 175 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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