Textos más vistos de Leopoldo Alas "Clarín" | pág. 9

Mostrando 81 a 90 de 98 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Leopoldo Alas "Clarín"


678910

Las Dos Cajas

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Ventura había nacido para violinista. Fue esta una convicción común a todos los de su casa desde que tuvo ocho años el futuro maestro. Nadie recordaba quién había puesto en poder del predestinado el primer violín, pero sí era memorable el día solemne en que cierta celebridad de la música, colocando una mano sobre la cabeza de Ventura, como para imponerle el sacerdocio del arte, dijo con voz profética: «Será un Paganini este muchacho». A los doce años Ventura hacía hablar al violín y llorar a los amigos de la casa, complacientes y sensibles. La palabra genio, que por entonces empezaba a ser vulgar en España, zumbaba algunas veces en los oídos del niño precoz. Un charlatán, que examinaba cráneos y levantaba horóscopos a la moderna, estudió la cabeza del músico y escribió esto en un papel que cobró muy caro:

—Será un portento o será un imbécil; o asombrará al mundo por su habilidad artística, o llegará a ser un gran criminal embrutecido.

La madre de Ventura comenzó a inquietarse. El pavoroso dilema la obligaba a desear, más que nunca, la gloria del artista para su hijo.

—¡Cualquiera cosa, decía, antes que malvado!

El padre sonreía, seguro del triunfo. Cierto tío materno, aficionado también a estudiar chichones, que era la moda de entonces en muchos pueblos de poco vecindario, exclamaba con tono de Sibila:

—¡El templo de la gloria o el presidio! ¡El laurel de Apolo o el grillete!

Ventura estaba seguro de no ir a presidio, a lo menos por culpa suya.


Leer / Descargar texto

Dominio público
30 págs. / 52 minutos / 144 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Señores de Casabierta

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¡Pero estos señores de Casabierta no tienen vida privada!

Así se explica lo que le sucedió con ellos á don Eufrasio Paleólogo, presidente del Casino de Villapidiendo, gran lector de periódicos y elector nato del señor de Casabierta, candidato nato también á la Diputación de Villapidiendo.

Pues señor, vino á Madrid Paleólogo á unos asuntos del común, ó del procomún, como él cree que se dice; y claro, en seguida, es decir, en cuanto se dejó dar lustre á las botas en la Puerta del Sol, junto al Imperial, se dirigió á casa del señor de Casabierta.

¡Entró!—El señor no está... Ya, ya lo sé; pero de seguro está la señora.—Caballero, ¿usted qué sabe?—Hombre, sepa usted que trata con una persona ilustrada que lee los periódicos y tiene coleccionados en un tomo los artículos de Almaviva... La señora se levanta á las nueve; hace su toilette—usted no sabe lo que es eso—hasta las diez; toma un piscolabis, que consiste en una copa de jerez seco, y versos de Grilo, mojados en el jerez. Á las once recibe en el salón verde, que tiene una consola Pompadour, una chimenea de la Regencia... de Espartero y muchos platos allá cerca del techo. Como si lo viera, hombre, como si lo viera. Ea, déjeme usted pasar.—Por aquí, caballero, por aquí.—No, señor, voy bien; los íntimos entran por aquí: á mí me recibirá en su boudoir chocolate claro, color serio, propio de señora leída al par que dettachée de las vanidades del mundo. ¿Usted qué se figura, hombre de Dios, que en Villapidiendo no sabemos francés españolizado y entrar en el boudoir por donde entran les intimes, y en francés como ellos?


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 48 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Mi Entierro

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Discurso de un loco

Una noche me descuidé más de lo que manda la razón jugando al ajedrez con mi amigo Roque Tuyo en el café de San Benito. Cuando volví a casa estaban apagados los faroles, menos los guías. Era en primavera, cerca ya de Junio. Hacía calor, y refrescaba más el espíritu que el cuerpo el grato murmullo del agua, que corría libre por las bocas de riego, formando ríos en las aceras. Llegué a casa encharcado. Llevaba la cabeza hecha un horno y aquella humedad en los pies podía hacerme mucho daño; podía volverme loco, por ejemplo. Entre el ajedrez y la humedad hacíanme padecer no poco. Por lo pronto, los polizontes que, cruzados de brazos, dormían en las esquinas, apoyados en la puerta cochera de alguna casa grande, ya me parecían las torres negras. Tanto es así, que al pasar junto a San Ginés uno de los guardias me dejó la acera, y yo en vez de decir —gracias—, exclamé —enroco—, y seguí adelante. Al llegar a mi casa vi que el balcón de mi cuarto estaba abierto y por él salía un resplandor como de hachas de cera. Di en la puerta los tres golpes de ordenanza. Una voz ronca, de persona medio dormida, preguntó: —¿Quién? —¡Rey negro! —contesté, y no me abrieron—. ¡Jaque! —grité tres veces en un minuto, y nada, no me abrieron. Llamé al sereno, que venía abriendo puertas de acera en acera, saliéndose de sus casillas a cada paso. —Chico —le dije cuando le tuve a salto de peón—. ¡Ni que fueras un caballo; vaya modo de comer que tienes! —El pollín será usted y el comedor, y el sin vergüenza… Y poco ruido, que hay un difunto en el tercero, de cuerpo presente. —¡Alguna víctima de la humedad! —dije lleno de compasión, y con los pies como sopa en vino.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 135 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Ordalías

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Don Braulio Aguadet era un riquísimo señor valenciano, que tomaba muy en serio las cosas más serias de la vida; por ejemplo, la educación de sus hijos.— Para muchos era manía el afán que Aguadet mostraba por encontrar para su prole el ave fénix de los maestros, un ayo ideal, aunque tuviera tan buen diente que le comiera la mitad de la hacienda. Sus hijos no iban a la escuela por que Aguadet temía las epidemias físicas y las morales, como él decía; los microbios de la difteria y los microbios del mal ejemplo, de la enseñanza rutinaria y servil. Se acercaba para los chicos el momento crítico de pasar a la segunda enseñanza, y don Braulio ya había resuelto no dejarles tampoco asistir al Instituto. Lo que él necesitaba era el ave fénix de los preceptores; una especie de Sócrates sin colocación, que quisiera dedicarse a maestro de los Aguadet impúberos.

Pero, es claro; el ayo ideal no parecía. En vano el buen señor, con perjuicio de sus negocios, cambiaba de vecindad cada poco tiempo, y de Valencia se iba a Barcelona y de allí a la corte. El Pestalozzi que él había soñado no estaba en ninguna parte. En el extranjero no había que pensar; porque Aguadet, que leía muchos libros de pedagogía, había leído al pedagogo ilustre, que dice que es un crimen enseñar a los niños a hablar en dos lenguas a un tiempo. La boca se le hacía agua cuando en las páginas de anuncios de los periódicos ingleses leía la oferta de ayos de exportación, señores que eran doctores, académicos, publicistas y una porción de letras mayúsculas, que Aguadet no sabía lo que significaban (v. gr. Ll D. B. A. DD. etc., etc.), y que se ofrecían por poco dinero para casa de los padres, como nuestras amas de cría. Un doctor inglés de aquellos, pero vertido al castellano, era lo que él quería para sus hijos. Pero la planta no era indígena; no había por acá ayos como los soñaba Aguadet.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 51 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Para Vicios

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Doña Indalecia era una viuda de sesenta años que había nacido para jefe superior de Administración o para Ministro del Tribunal de Cuentas, y acaso, acaso mejor para inspector general de Policía; pero sus creencias, sus gustos, sus desgracias, sus achaques, sus desengaños la habían inclinado del lado de la piedad; y era una ferviente beata, no de las que se comen los santos, sino de las que beben los vientos practicando las obras de misericordia en forma de sociedad, fuese colectiva, comanditaria o anónima; era muy religiosa, muy caritativa, pero siempre en sociedad; creía más en la Iglesia que en Dios; pensaba que Jesús se había dejado crucificar para que, andando el tiempo, hubiese un lucido Colegio de Cardenales y Congregación del Índice. La consolaba la idea de aquella triste profecía «siempre habrá pobres entre vosotros», porque esto significaba que siempre habría Sociedad de San Vicente de Paúl y Hermanitas de los Pobres, etc., etc. Amaba los organismos caritativos mucho más que la caridad; cabe decir que las lacerías humanas no empezaban a inspirarle lástima hasta que los desgraciados estaban acogidos al amparo de alguna archicofradía. Para ella los pobres eran los pobres matriculados, los oficiales, los de esta o la otra sociedad; por estos se desvivía, pero ¡infelices! ¡de que manera! Tenía una inquisición en cada yema de los dedos de las manos; era un Argos para perseguir el vicio de los miserables, para distinguir las verdaderas necesidades de las falsas; no daba un cacho de pan sin formar a su modo un expediente. Su gloria era ver asilos de lujo, limpios, ordenados, con rigurosa disciplina, con todos los adelantos, tales que los asilados no pudieran respirar fuera del reglamento. Y, para que más que la verdad, doña Indalecia hubiera preferido que un asilo que se creaba, limpísimo, inmaculado, nuevecito todo… no se estrenara, no se echara a perder por el uso de los miserables a quienes se dedicaba.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 43 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Protesta

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Este don Fermín Zaldúa, en cuanto tuvo uso de razón, y fue muy pronto, por no perder el tiempo, no pensó en otra cosa más que en hacer dinero. Como para los negocios no sirven los muchachos, porque la ley no lo consiente, don Fermín sobornó al tiempo y se las compuso de modo que pasó atropelladamente por la infancia, por la adolescencia y por la primera juventud, para ser cuanto antes un hombre en el pleno uso de sus derechos civiles; y en cuanto se vio mayor de edad, se puso a pensar si tendría él algo que reclamar por el beneficio de la restitución in integrum. Pero ¡ca! Ni un ochavo tenía que restituirle alma nacida, porque, menor y todo, nadie le ponía el pie delante en lo de negociar con astucia, en la estrecha esfera en que la ley hasta entonces se lo permitía. Tan poca importancia daba él a todos los años de su vida en que no había podido contratar, ni hacer grandes negocios, por consiguiente, que había olvidado casi por completo la inocente edad infantil y la que sigue con sus dulces ilusiones, que él no había tenido, para evitarse el disgusto de perderlas. Nunca perdió nada don Fermín, y así, aunque devoto y aun supersticioso, como luego veremos, siempre se opuso terminantemente a aprender de memoria la oración de San Antonio.

—¿Para qué? —decía él—. ¡Si yo estoy seguro de que no he de perder nunca nada!

—Sí tal —le dijo en una ocasión el cura de su parroquia, cuando Fermín ya era muy hombre— sí tal; puede usted perder una cosa… el alma.

—De que eso no suceda —replicó Zaldúa— ya cuidaré yo a su tiempo. Por ahora a lo que estamos. Ya verá usted, señor cura, cómo no pierdo nada. Procedamos con orden. El que mucho abarca poco aprieta. Yo me entiendo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 61 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Reflejo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Voy muy pocas veces a Madrid, entre otras razones, porque le tengo miedo al clima. Después de tantos años de ausencia, he perdido ya en la corte la ciudadanía... climatológica (si vale hablar así, que lo dudo), bien ganada, illo tempore, en la alegre y descuidada juventud. Además... ¿por qué negarlo? La presencia de Madrid, ahora que me acerco a la vejez, me hace sentir toda la melancolía del célebre non bis in idem. No; no se es joven dos veces. Y Madrid era para mí la juventud; y ahora me parece otro... que ha variado muy poco, pero que ha envejecido bastante. Marcos Zapata, ausente de Madrid también muchos años, al volver hizo ya la observación de lo poquísimo que la corte varía. Es verdad: todo está igual... pero más viejo. Apolo y Fornos pueden ser símbolos de esta impresión que quiero expresar. Están lo mismo que entonces; pero, ¡qué ahumados!...

Hay una novela muy hermosa de Guy de Maupassant, en que un personaje, infeliz burgués vulgar, que no hace más que sentarse a la misma mesa de un café años y años, deja pasar así la vida, siempre igual. Pero un día se le ocurre mirarse en uno de aquellos espejos... y es el mismo de siempre, pero ya es un pobre viejo.

No pasó nada más... que el tiempo.

Madrid tiene para mí algo del personaje de Maupassant. Desde luego reconozco que en esto habrá mucho de subjetivo...


* * *


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 68 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Rivales

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿No ha llegado a notar el discreto lector que en las letras contemporáneas de los países que mejores y más espirituales las tienen, brillan por algún tiempo jóvenes de gran talento, de alma exquisita, promesas de genio, que poco a loco se cansan, se detienen, se obscurecen, vacilan, dejan de luchar por el primer puesto y consienten que otros vengan a ocupar la atención y a gozar iguales ilusiones, y a su vez experimentar el mismo desencanto? Un crítico perspicaz, fijándose en tal fenómeno, ha creído explicarlo atribuyéndolo a la poca fuerza de esas almas, genios abortados, superiores en cierto sentido (si no se atiende al resultado, a la obra acabada), a los mismos genios que tienen la virtud… y el límite de la idea fija, del propósito exclusivo y constante, pero inferiores en voluntad, en vigor, en facultades generales, en suma.


Leer / Descargar texto

Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 67 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Superchería

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela corta


A Tomás Tuero

Tomás: Después de leído este libro, el que más quiero de los míos, no sé por qué, a no ser vagamente, sentí la comezón de dedicártelo a ti.

Clarín.

Capítulo 1

Nicolás Serrano, un filósofo de treinta inviernos, víctima de la bilis y de los nervios, viajaba por consejo de la medicina, representada en un doctor, cansado de discutir con su enfermo. No estaba el médico seguro de que sanara Nicolás viajando; pero sí de verse libre, con tal receta, de un cliente que todo lo ponía en tela de juicio, y no quería reconocer otros males y peligros propios que aquellos de que tenía él clara conciencia. En fin, viajó Serrano, lo vio todo sin verlo, y regresaba a España, después de tres años de correr mundo, preocupado con los mismos problemas metafísicos y psicológicos, y con idénticas aprensiones nerviosas.


Leer / Descargar texto


55 págs. / 1 hora, 37 minutos / 136 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Candidato

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Tiene la cara de pordiosero; mendiga con la mirada. Sus ojos, de color de avellana, inquietos, medrosos, siguen los movimientos de aquel de quien esperan algo como los ojos del mono sabio a quien arrojan golosinas, y que, devorando unas, espera y codicia otras. No repugna aquel rostro, aunque revela miseria moral, escaso aliño, ninguna pulcritud, porque expresa todo esto, y más, de un modo clásico, con rasgos y dibujo del más puro realismo artístico: es nuestro Zalamero, que así se llama, un pobre de Velázquez. Parece un modelo hecho a propósito por la Naturaleza para representar el mendigo de oficio, curtido por el sol de los holgazanes en los pórticos de las iglesias, en las lindes de los caminos. Su miseria es campesina; no habla de hambre ni de falta de luz y de aire, sino de mal alimento y de grandes intemperies; no está pálido, sino aterrado; no enseña perfiles de hueso, sino pliegues de carne blanda, fofa. Así como sus ojos se mueven implorando limosna y acechando la presa, su boca rumia sin cesar, con un movimiento de los labios que parece disimular la ausencia de los dientes. Y con todo, sí tiene dientes, negros, pero fuertes. Los esconde como quien oculta sus armas. Es un carnívoro vergonzante. Cuando se queda solo o está entre gente de quien nada puede esperar, aquella impaciencia de sus gestos se trueca en una expresión de melancolía humilde, sin dignidad picaresca, sin dejar de ser triste; no hay en aquella expresión honradez, pero sí algo que merece perdón, no por lo bajo y villano, sino por lo doloroso. Se acuerda cualquiera, al contemplarle en tales momentos, de Gil Blas, de don Pablos, de maese Pedro, de Patricio Rigüelta; pero como este último, todos esos personajes con un tinte aldeano que hace de esta mezcla algo digno de la égloga picaresca, si hubiere tal género.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 154 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

678910