A Rómulo Zabala
I
No bien supe por aquella breve noticia de periódico matinal que,
según la consabida fórmula, Mr. Neale Skinner había "fallecido
inesperadamente, víctima de una repentina enfermedad" cuando se me
impuso con dominante nitidez la causa del suceso: Mr. Neale se ha
suicidado por "esa" mujer.
Impresión a la vez dolorosa e indignada ante el prematuro fin de una
vida útil y de una amistad ya excelente, si bien muy retraída ahora
último por aquella fatal aventura.
Tenía apenas el tiempo suficiente para vestirme y acudir a la casa de
huéspedes donde el malogrado ingeniero residió desde su incorporación
al Ministerio de Obras Públicas, pues la noticia indicaba que el cortejo
se pondría en marcha a las diez.
Pasada la triste ceremonia, trataría de averiguar esa tarde en la
correspondiente repartición de la Dirección de Ferrocarriles lo que allá
supieran del inesperado drama, pues Mr. Guthrie, único amigo común,
andaba ausente por el interior, según mis noticias.
Probablemente, pensé, la falta de aquel íntimo compañero habrá
contribuido a precipitar la catástrofe. Mr. Neale, a quien debí, como se
recordará, la curiosa narración del "Vaso de Alabastro", había sido
contratado, poco después de fijar él su residencia entre nosotros, por
la Dirección de Ferrocarriles, bien informada, en verdad, sobre su
mérito de especialista.
Pero su incorporación a nuestro cuerpo técnico, que todos celebramos,
y cuyo acierto comprobó él mismo poco después, dilucidando una
complicadísima regresión en cierto tramo de la línea de Huaitiquina;
debióse a las relaciones que entabló con aquella misteriosa dama del
"perfume de la muerte", cuya arrogante figura percibimos sólo al pasar,
la tarde de la recordada narración, y que según Mr. Guthrie, su conocido
eventual, contaba dos suicidas entre sus adoradores...
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