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autor: Leopoldo Lugones etiqueta: Cuento


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El Psychon

Leopoldo Lugones


Cuento


El doctor Paulin, ventajosamente conocido en el mundo científico por el descubrimiento del telectróscopo, el electroide y el espejo negro, de los cuales hablaremos algún día, llegó á esta capital hará próximamente ocho años, de incógnito, para evitar manifestaciones que su modestia repudiaba. Nuestros médicos y hombres de ciencia leerán correctamente el nombre del personaje, que disimuló bajo un patronímico supuesto, tanto por carecer de autorización para publicarlo, cuanto porque el desenlace de este relato ocasionaría polémicas, que mi ignorancia no sabría sostener en campo científico.

Un reumatismo vulgar, aunque rebelde á todo tratamiento, me hizo conocer al doctor Paulin cuando todavía era aquí un forastero. Cierto amigo, miembro de una sociedad de estudios psíquicos á quien venía recomendado desde Australia el doctor, nos puso en relaciones. Mi reumatismo desapareció mediante un tratamiento helioterápico original del médico; y la gratitud hacia él, tanto como el interés que sus experiencias me causaban, convirtió nuestra aproximación en amistad, desarrollando un sincero afecto.

Una ojeada preliminar sobre las mencionadas experiencias, servirá de introducción explicativa, necesaria para la mejor comprensión de lo que sigue.


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10 págs. / 17 minutos / 107 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Águeda

Leopoldo Lugones


Cuento


A Arturo Cancela


Al finalizar el siglo XVIII, fue terror de la Sierra Grande que dominaba desde su misteriosa guarida del Champaquí, el bandido cordobés Nazario Lucero.

El cerro famoso, con su laguna que "brama" cuando lo pisa el forastero, sus nieblas de extravío, que "salen" justamente de la cumbre como espectros allí agazapados para inducir al caminante por el despeñadero fatal, y su permanente estado de repulsión eléctrica, que engendra el granizo sin nubes y ahuyenta a los cóndores, hallábase entonces cubierto hasta su mitad por tupida selva donde no lograba penetrar el mismo viento: tanta era, decían, la trabazón de la arboleda.

No podía haber elegido el bandolero mejor fortaleza natural, y la leyenda habíase encargado de aislarla más, con el terror del sortilegio. Conforme a ella, el siniestro morador debía poseer las palabras que amansan al cerro, y que probablemente le había enseñado aquella vieja Donata de la vecina población puntana de Merlo, en cuyo rancho, según creencia general, pernoctaba a veces; pues sospechábanla bruja, a causa de sus conocimientos en hierbas y de sus ausencias inexplicables que un arriero aclaró sin querer, hallándola a gran distancia en cierta choza mal afamada del pago de Sabira, allá por la sierra cordobesa del Norte; y como según las fechas de la noticia, no puso ella más que una noche en volver, haciendo más de cien leguas, juzgáronla bruja voladora, de esas que transformadas en cuervos nocturnos suelen pasar por la obscuridad, aflautando con lúgubre confusión su charla sardónica.

Poco a poco fue embrollándose también el tipo que atribuían al salteador.


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22 págs. / 39 minutos / 97 visitas.

Publicado el 26 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Ojos de la Reina

Leopoldo Lugones


Cuento


A Rómulo Zabala

I

No bien supe por aquella breve noticia de periódico matinal que, según la consabida fórmula, Mr. Neale Skinner había "fallecido inesperadamente, víctima de una repentina enfermedad" cuando se me impuso con dominante nitidez la causa del suceso: Mr. Neale se ha suicidado por "esa" mujer.

Impresión a la vez dolorosa e indignada ante el prematuro fin de una vida útil y de una amistad ya excelente, si bien muy retraída ahora último por aquella fatal aventura.

Tenía apenas el tiempo suficiente para vestirme y acudir a la casa de huéspedes donde el malogrado ingeniero residió desde su incorporación al Ministerio de Obras Públicas, pues la noticia indicaba que el cortejo se pondría en marcha a las diez.

Pasada la triste ceremonia, trataría de averiguar esa tarde en la correspondiente repartición de la Dirección de Ferrocarriles lo que allá supieran del inesperado drama, pues Mr. Guthrie, único amigo común, andaba ausente por el interior, según mis noticias.

Probablemente, pensé, la falta de aquel íntimo compañero habrá contribuido a precipitar la catástrofe. Mr. Neale, a quien debí, como se recordará, la curiosa narración del "Vaso de Alabastro", había sido contratado, poco después de fijar él su residencia entre nosotros, por la Dirección de Ferrocarriles, bien informada, en verdad, sobre su mérito de especialista.

Pero su incorporación a nuestro cuerpo técnico, que todos celebramos, y cuyo acierto comprobó él mismo poco después, dilucidando una complicadísima regresión en cierto tramo de la línea de Huaitiquina; debióse a las relaciones que entabló con aquella misteriosa dama del "perfume de la muerte", cuya arrogante figura percibimos sólo al pasar, la tarde de la recordada narración, y que según Mr. Guthrie, su conocido eventual, contaba dos suicidas entre sus adoradores...


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18 págs. / 31 minutos / 92 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

El Puñal

Leopoldo Lugones


Cuento


I

Nunca como aquella mañana, había dado mejor fruto mi laboriosa soledad.

Acababa, efectivamente, de hallar por mis propios medios la palabra secreta de los iniciados drusos, el imperativo anagrama de la convocatoria, con que pretendían llamarse por influencia mental, a despecho de la distancia y de los obstáculos –verdadera llave de oro de su formidable hermandad– los discípulos del Viejo de la Montaña.

Nadie ignora la existencia misteriosa, si no es mejor dicho obscura hasta lo legendario, de aquella Orden de los Asesinos, que durante los siglos XI a XIII aterrorizó el Oriente musulmán, imponiéndose a los propios cruzados, hasta engendrar entre ellos mismos la hermandad filial de los Templarios, no menos enigmática para la historia de la cristiandad.

Difíciles estudios sobre su carácter sombríamente romántico, y sobre su fundador, el Viejo de la Montaña, acababan de llevarme a ese resultado más quimérico que histórico, pero, por lo mismo, más interesante para un poeta. Precisamente, el Viejo de la Montaña fue condiscípulo del famoso bardo persa Omar Khayam…

Fruto, pues, de una empeñosa labor, no exenta de peligros, según me lo advirtiera como al pasar el egipcio Mansur bey, cuando me refirió la historia que titulé "Los ojos de la reina", creo inútil añadir cuán profundo era mi contento.

Peligros, dije, ya que toda exploración del misterio los comporta, aun cuando sólo sean ellos la intranquiliad del alma o la excesiva tensión del raciocinio, fuera del también posible influjo eventual sobre fuerzas desconocidas. Así el descubridor de la pólvora cayó víctima de su propio invento, y Riemann, el matemático genial del espacio esférico, dio en el abismo de la locura.


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16 págs. / 28 minutos / 86 visitas.

Publicado el 26 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Las Manzanas Verdes

Leopoldo Lugones


Cuento


Entre las casas de Naira y de Braulio, había un manzano; pero este manzano pertenecía verdaderamente a la casa de Naira. Braulio y Naira eran dos pequeños campesinos que se amaban:

Amábanse, pero eran desdichados. Pues Naira vivía minuciosamente vigilada por la tía Miseración que era también su madrina y que la había criado.

No abandonada aún con la timidez la sumaria correspondencia de los suspiros, sorprendiólos la tía una tarde, muy arrobados y colorados, al pie del árbol solariego; tan tembloroso él en la turbación de su dicha: que las piernas se le volvieron longanizas y no pudo moverse, sintiéndose horriblemente descubierto e idiota; anonadada ella por emoción tan tumultuosa, que sólo supo arderse más en rubor como una brasa soplada, y bajar mucho la cabeza, y denunciarse más con las dos lágrimas clarísimas y grandes en que desbordaron sus párpados presurosos.

Y para colmo, al airado "¿qué haces aquí?" de la tía, su confusión habíale impuesto la necedad de responder:

— Buscaba manzanas... —Manzanas en febrero! Cuando no son todavía más que bolitas verdes de insoportable acritud.

Todo lo cual fué empeorado aún por el aturullado Braulio, que añadió con la falsedad más visible de este mundo:

—Buscábamos manzanas...

La tía adoraba a Naira; pero tenía, respecto al decoro, escrúpulos tiránicos, y hasta cierto inconsciente escándalo de solterona —quizás inconsciente por cierto, pues gozaba de una inmensa bondad— ante el esplendor de aquella primavera.

Así, no pudo menos, mientras endilgaba por un brazo a la chica en autoritario rumbo de hogar defendido, no pudo menos de volverse hacia Braulio, diciéndole con la indignación irónica que merecía su falsedad:

—¿Manzanas, atrevido? ¡Están verdes!


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3 págs. / 5 minutos / 85 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Un Buen Queso

Leopoldo Lugones


Cuento


No, no; el Amor es bueno y nunca desampara a sus pacientes. Oye mi dulce amiga la historia de Inés y Florencio, para que te convenzas de tan importante verdad.

Inés y Florencio, ambos nacidos y criados en la opulenta finca donde servían, eran dos gallardos muchachos que se adoraban desde la niñez. Hasta aquí todo va bien, y aun ha de parecerte mejor si te digo que los chicos se besaban como unos glotones cuantas veces podían, con el incentivo de esas brisas campestres que en la primavera hacen estremecer tan profundamente a los bosques venerables. Cuanto podían se besaban, y hacían muy bien, a despecho de tu aspaviento convencional; cuanto podían, porque, ¡ay! no siempre les era dado.

La señora una viuda ya entrada en años, era muy beata y se escandalizaba al sólo nombre del Amor, como no fuera éste el divino. No obstante, sus amigas afirmaban que en su devoción a San Antonio, por ejemplo, no todo era desinterés celestial, llegando uno de sus primos, viejo entre santurrón y calavera, a afirmar que Santa Rita compartía aquella predilección...

Lo cierto es que había sido devota del buen santo hallador de novios, desde su más tierna juventud: y tanto, que se rezaba de memoria la novena y los trece martes.

La señora quería mucho a Inés, pero desconfiaba de Florencio, habiendo opinado ya varias veces que creía llegado el momento de buscarle empleo en la ciudad. ¡Cómo abominaba Inés en esos momentos la palidez que la cubría!


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3 págs. / 6 minutos / 82 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Viola Acherontia

Leopoldo Lugones


Cuento


Lo que deseaba aquel extraño jardinero, era crear la flor de la muerte. Sus tentativas remontaban á diez años, con éxito negativo siempre, porque considerando al vegetal sin alma, ateníase exclusivamente á la plástica. Injertos, combinaciones, de todo había ensayado. La producción de la rosa negra ocupóle un tiempo; pero nada sacó de sus investigaciones. Después le interesaron las pasionarias y los tulipanes, con el único resultado de dos ó tres ejemplares monstruosos, hasta que Bernardin de Saint-Pierre le puso en el buen camino, enseñándole cómo puede haber analogías entre la flor y la mujer encinta, supuestas ambas capaces de recibir por “antojo” imágenes de los objetos deseados.

Aceptar este audaz postulado, equivalía á suponer en la planta un mental suficientemente elevado para recibir, concretar y conservar una impresión; en una palabra, para sugestionarse con intensidad parecida á la de un organismo inferior. Esto era, precisamente, lo que había llegado á comprobar nuestro jardinero.

Según él, la marcha de los vástagos en las enredaderas, obedecía á una deliberación seguida por resoluciones que daban origen á una serie de tanteos. De aquí las curvas y acodamientos, caprichosos al parecer, las diversas orientaciones y adaptaciones á diferentes planos, que ejecutan las guías, los gajos, las raíces. Un sencillo sistema nervioso presidía esas obscuras funciones. Había también en cada planta su bulbo cerebral y su corazón rudimentario, situados respectivamente en el cuello de la raíz y en el tronco. La semilla, es decir el ser resumido para la procreación, lo dejaba ver con toda claridad. El embrión de una nuez tiene la misma forma del corazón, siendo asaz parecida al cerebro la de los cotiledones. Las dos hojas rudimentarias que salen de dicho embrión, recuerdan con bastante claridad dos ramas bronquiales cuyo oficio desempeñan en la germinación.


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6 págs. / 11 minutos / 76 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

El Secreto de Don Juan

Leopoldo Lugones


Cuento


A Tito Arata


Uno de esos últimos compromisos de la tarde, cuya tiránica futilidad asume carácter de obligación en el atolondramiento de las ciudades populosas, más atareado por el trabajo y más mudable que la inquietud, habíamos acarreado, con el retraso fatal de las citas porteñas... sin carácter íntimo —pues quiero creer que las de esta clase formarán la excepción, aun aquí— el contratiempo de no encontrar comedor reservado en aquel restaurante, un tanto bullicioso, si se quiere, pero que nuestro anfitrión, Julio D., consideraba el único de Buenos Aires donde pudieran sentarse confiados en la seguridad de una buena mesa, cuatro amigos dispuestos a celebrar sin crónica el regreso de un ausente. Debimos, pues, resignarnos a la promiscuidad, por cierto brillante, del salón común, con sus damas muy rubias, sus caballeros muy afeitados, su orquesta muy frecuente y su iluminación de joyería, que valorizaba con limpidez ojos seguidores y diamantes audaces; pero Julio D. consiguió, a título de cliente privilegiado, la promesa de una eventual desocupación para tomar el café a solas.

Todos ustedes conocen a Julio D. lo suficiente para dispensarme la inicial de su apellido que han completado sin vacilar, pero tras la cual disimulo, la semitransparencia de la buena educación, no exenta, para el caso, de justa ironía, la característica falta de puntualidad con que nos había retrasado, siendo, no obstante, el anfitrión.


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15 págs. / 27 minutos / 67 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

La Fuerza Omega

Leopoldo Lugones


Cuento


No éramos sino tres amigos. Los dos de la confidencia, en cuyo par me contaba, y el descubridor de la espantosa fuerza que, sin embargo del secreto, preocupaba ya á la gente.

El sencillo sabio ante quien nos hallábamos, no procedía de ninguna academia y estaba asaz distante de la celebridad. Había pasado la vida concertando al azar de la pobreza pequeños inventos industriales, desde tintas baratas y molinillos de café, hasta máquinas controladoras para boletos de tranvía.

Nunca quiso patentar sus descubrimientos, muy ingeniosos algunos, vendiéndolos por poco menos que nada á comerciantes de segundo orden. Presintiéndose quizá algo de genial, que disimulaba con modestia casi fosca, tenía el más profundo desdén por aquellos pequeños triunfos. Si se le hablaba de ellos, concomíase con displicencia ó sonreía con amargura.

—Eso es para comer, decía sencillamente.

Me había hecho su amigo por la casualidad de cierta conversación en que se trató de ciencias ocultas; pues mereciendo el tema la aflictiva piedad del público, aquéllos á quienes interesa suelen disimular su predilección, no hablando de ella sino con sus semejantes.

Fué precisamente lo que pasó, y mi despreocupación por el qué dirán debió de agradar á aquel desdeñoso, pues desde entonces intimamos. Nuestras pláticas sobre el asunto favorito, fueron largas. Mi amigo se inspiraba al tratarlo, con aquel silencioso ardor que caracterizaba su entusiasmo y que sólo se traslucía en el brillo de sus ojos.

Todavía le veo pasearse por su cuarto, recio, casi cuadrado, con su carota pálida y lampiña, sus ojos pardos de mirada tan singular, sus manos callosas de gañán y de químico á la vez.


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11 págs. / 20 minutos / 66 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Piuma al Vento

Leopoldo Lugones


Cuento


¡Qué gran payaso aquel "Pass-key"!

Cuando concluían los saltos mortales de doble tumbo por sobre una fila de doce caballos y tres hombres encimados, en un silencio casi solemne de la orquesta; cuando remataba sus proezas de fuerza, asiendo un piquete de la barra con su brazo rígido, para bajar, girando en espiral sobre este único apoyo, hasta dar sentado en el piso; cuando terminaban los vuelos vertiginosos de los trapecios y las serenatas grotescas, rasgueadas con un pie tras de la nuca, venía la suerte clásica.

El colega Arlequín soplaba hacia el techo, por medio de una cerbatana, una pluma de pavo real. La pluma surgía veloz, como un cohete, llegaba al techo casi; luego, describiendo una lenta curva, caía, caía titubeando, y el payaso la recibía en la punta de su nariz. Cambiaba sus posturas, se descoyuntaba en todas las formas, sosteniéndola siempre; simulaba la cacería de un ratón por toda la pista, manteniendo el sutil equilibrio; llegaba hasta ponerse de espaldas y erguirse otra vez, sin perderlo, mientras los violines susurraban un airecillo tirolés. Y la infalible de su acierto sorprendía.

Ni los juegos ecuestres que la húngara de lozanas piernas ejecutaba, ni los equilibristas japoneses, ni los excéntricos yanquis, ni el ciclista francés con sus paradójicas geometrías, ni el parque zoológico con sus curiosidades, entusiasmaban tanto al público como aquella suerte de la pluma. Había de veras algo artístico en el juego fino y elegante da aquel payaso, que vestía todo de blanco como el "Gilles" de Watteau; una especie de flexible esgrima, en complicación de curvas silenciosas como los trazos de un blando lápiz, cierta vaga angustia en aquella destreza obligada a luchar con el aire, como con un duende invisible, y hasta cierto incentivo de azar en la indecisa levedad de esa pluma...

—¿...Te acuerdas Gabriela?


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2 págs. / 4 minutos / 60 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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