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autor: Leopoldo Lugones


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El Imperio Jesuítico

Leopoldo Lugones


Ensayo


Prefacio de la segunda edición

La buena acogida que tuvo el presente libro en su primera edición, completamente agotada, ha dado ánimo á mis editores, los señores Arnoldo Moen y Hermano, para lanzar esta segunda, cuyo éxito esperan con mayor confianza que yo, y con mejor cálculo sin duda.

He querido corresponder á su intento, corrigiendo escrupulosamente mis páginas, enriqueciéndolas con nuevos datos y escribiendo otro capítulo, donde trato de la política que los padres desarrollaron en el Paraguay.

Reconozco que esta omisión desfavorecía mi primer trabajo; pero como es tan raro en las letras salir perjudicado por exceso de concisión, resulta que en el lapso de las dos ediciones, ha visto la luz un documento tan importante como la «Historia de las Revoluciones de la provincia del Paraguay», por el P. Lozano, proporcionándome una nueva y preciosa fuente, en la cual mucho bebí desde luego. También ello me ha servido para definir mi opinión sobre Antequera y sobre el carácter de la revolución que encabezó; de suerte que no ha habido sino ventajas en aquel silencio, determinado, después de todo, por una recóndita vacilación de mi criterio.

Se dirá que no es de historiador esta confesión; pero no me tengo por tal, profesionalmente hablando, y desde Sócrates se ha hecho fácil ya, la confesión de la propia ignorancia...

No quise escribir sino lo que sabia bien, quedándome siempre en la conciencia, como carga asaz pesada, el remordimiento de no haberlo sabido mejor.

Es, por otra parte, lo que ofrezco á mis lectores con mayor confianza, por la fe que tengo en virtud tan principal como la sinceridad. La dulzura del fruto, es condición de su madurez; y lo tardío en ésta, lejos de perjudicar, encarece más bien el mérito de lo sabroso.


Abril de 1907.


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Dominio público
186 págs. / 5 horas, 26 minutos / 301 visitas.

Publicado el 25 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

Águeda

Leopoldo Lugones


Cuento


A Arturo Cancela


Al finalizar el siglo XVIII, fue terror de la Sierra Grande que dominaba desde su misteriosa guarida del Champaquí, el bandido cordobés Nazario Lucero.

El cerro famoso, con su laguna que "brama" cuando lo pisa el forastero, sus nieblas de extravío, que "salen" justamente de la cumbre como espectros allí agazapados para inducir al caminante por el despeñadero fatal, y su permanente estado de repulsión eléctrica, que engendra el granizo sin nubes y ahuyenta a los cóndores, hallábase entonces cubierto hasta su mitad por tupida selva donde no lograba penetrar el mismo viento: tanta era, decían, la trabazón de la arboleda.

No podía haber elegido el bandolero mejor fortaleza natural, y la leyenda habíase encargado de aislarla más, con el terror del sortilegio. Conforme a ella, el siniestro morador debía poseer las palabras que amansan al cerro, y que probablemente le había enseñado aquella vieja Donata de la vecina población puntana de Merlo, en cuyo rancho, según creencia general, pernoctaba a veces; pues sospechábanla bruja, a causa de sus conocimientos en hierbas y de sus ausencias inexplicables que un arriero aclaró sin querer, hallándola a gran distancia en cierta choza mal afamada del pago de Sabira, allá por la sierra cordobesa del Norte; y como según las fechas de la noticia, no puso ella más que una noche en volver, haciendo más de cien leguas, juzgáronla bruja voladora, de esas que transformadas en cuervos nocturnos suelen pasar por la obscuridad, aflautando con lúgubre confusión su charla sardónica.

Poco a poco fue embrollándose también el tipo que atribuían al salteador.


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Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 99 visitas.

Publicado el 26 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Yzur

Leopoldo Lugones


Cuento


Compré el mono en el remate de un circo que había quebrado.

La primera vez que se me ocurrió tentar la experiencia a cuyo relato están dedicadas estas líneas, fue una tarde, leyendo no sé dónde, que los naturales de Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la incapacidad. “No hablan, decían, para que no los hagan trabajar”.

Semejante idea, nada profunda al principio, acabó por preocuparme hasta convertirse en este postulado antropológico:

Los monos fueron hombres que por una u otra razón dejaron de hablar. El hecho produjo la atrofia de sus órganos de fonación y de los centros cerebrales del lenguaje; debilitó casi hasta suprimirla la relación entre unos y otros, fijando el idioma de la especie en el grito inarticulado, y el humano primitivo descendió a ser animal.

Claro es que si llegara a demostrarse esto quedarían explicadas desde luego todas las anomalías que hacen del mono un ser tan singular; pero esto no tendría sino una demostración posible: volver el mono al lenguaje.

Entre tanto había corrido el mundo con el mío, vinculándolo cada vez más por medio de peripecias y aventuras. En Europa llamó la atención, y de haberlo querido, llego a darle la celebridad de un Cónsul; pero mi seriedad de hombre de negocios mal se avenía con tales payasadas.

Trabajado por mi idea fija del lenguaje de los monos, agoté toda la bibliografía concerniente al problema, sin ningún resultado apreciable. Sabía únicamente, con entera seguridad, que no hay ninguna razón científica para que el mono no hable. Esto llevaba cinco años de meditaciones.


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9 págs. / 16 minutos / 334 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Viola Acherontia

Leopoldo Lugones


Cuento


Lo que deseaba aquel extraño jardinero, era crear la flor de la muerte. Sus tentativas remontaban á diez años, con éxito negativo siempre, porque considerando al vegetal sin alma, ateníase exclusivamente á la plástica. Injertos, combinaciones, de todo había ensayado. La producción de la rosa negra ocupóle un tiempo; pero nada sacó de sus investigaciones. Después le interesaron las pasionarias y los tulipanes, con el único resultado de dos ó tres ejemplares monstruosos, hasta que Bernardin de Saint-Pierre le puso en el buen camino, enseñándole cómo puede haber analogías entre la flor y la mujer encinta, supuestas ambas capaces de recibir por “antojo” imágenes de los objetos deseados.

Aceptar este audaz postulado, equivalía á suponer en la planta un mental suficientemente elevado para recibir, concretar y conservar una impresión; en una palabra, para sugestionarse con intensidad parecida á la de un organismo inferior. Esto era, precisamente, lo que había llegado á comprobar nuestro jardinero.

Según él, la marcha de los vástagos en las enredaderas, obedecía á una deliberación seguida por resoluciones que daban origen á una serie de tanteos. De aquí las curvas y acodamientos, caprichosos al parecer, las diversas orientaciones y adaptaciones á diferentes planos, que ejecutan las guías, los gajos, las raíces. Un sencillo sistema nervioso presidía esas obscuras funciones. Había también en cada planta su bulbo cerebral y su corazón rudimentario, situados respectivamente en el cuello de la raíz y en el tronco. La semilla, es decir el ser resumido para la procreación, lo dejaba ver con toda claridad. El embrión de una nuez tiene la misma forma del corazón, siendo asaz parecida al cerebro la de los cotiledones. Las dos hojas rudimentarias que salen de dicho embrión, recuerdan con bastante claridad dos ramas bronquiales cuyo oficio desempeñan en la germinación.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 77 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Un Buen Queso

Leopoldo Lugones


Cuento


No, no; el Amor es bueno y nunca desampara a sus pacientes. Oye mi dulce amiga la historia de Inés y Florencio, para que te convenzas de tan importante verdad.

Inés y Florencio, ambos nacidos y criados en la opulenta finca donde servían, eran dos gallardos muchachos que se adoraban desde la niñez. Hasta aquí todo va bien, y aun ha de parecerte mejor si te digo que los chicos se besaban como unos glotones cuantas veces podían, con el incentivo de esas brisas campestres que en la primavera hacen estremecer tan profundamente a los bosques venerables. Cuanto podían se besaban, y hacían muy bien, a despecho de tu aspaviento convencional; cuanto podían, porque, ¡ay! no siempre les era dado.

La señora una viuda ya entrada en años, era muy beata y se escandalizaba al sólo nombre del Amor, como no fuera éste el divino. No obstante, sus amigas afirmaban que en su devoción a San Antonio, por ejemplo, no todo era desinterés celestial, llegando uno de sus primos, viejo entre santurrón y calavera, a afirmar que Santa Rita compartía aquella predilección...

Lo cierto es que había sido devota del buen santo hallador de novios, desde su más tierna juventud: y tanto, que se rezaba de memoria la novena y los trece martes.

La señora quería mucho a Inés, pero desconfiaba de Florencio, habiendo opinado ya varias veces que creía llegado el momento de buscarle empleo en la ciudad. ¡Cómo abominaba Inés en esos momentos la palidez que la cubría!


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 86 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Fuerza Omega

Leopoldo Lugones


Cuento


No éramos sino tres amigos. Los dos de la confidencia, en cuyo par me contaba, y el descubridor de la espantosa fuerza que, sin embargo del secreto, preocupaba ya á la gente.

El sencillo sabio ante quien nos hallábamos, no procedía de ninguna academia y estaba asaz distante de la celebridad. Había pasado la vida concertando al azar de la pobreza pequeños inventos industriales, desde tintas baratas y molinillos de café, hasta máquinas controladoras para boletos de tranvía.

Nunca quiso patentar sus descubrimientos, muy ingeniosos algunos, vendiéndolos por poco menos que nada á comerciantes de segundo orden. Presintiéndose quizá algo de genial, que disimulaba con modestia casi fosca, tenía el más profundo desdén por aquellos pequeños triunfos. Si se le hablaba de ellos, concomíase con displicencia ó sonreía con amargura.

—Eso es para comer, decía sencillamente.

Me había hecho su amigo por la casualidad de cierta conversación en que se trató de ciencias ocultas; pues mereciendo el tema la aflictiva piedad del público, aquéllos á quienes interesa suelen disimular su predilección, no hablando de ella sino con sus semejantes.

Fué precisamente lo que pasó, y mi despreocupación por el qué dirán debió de agradar á aquel desdeñoso, pues desde entonces intimamos. Nuestras pláticas sobre el asunto favorito, fueron largas. Mi amigo se inspiraba al tratarlo, con aquel silencioso ardor que caracterizaba su entusiasmo y que sólo se traslucía en el brillo de sus ojos.

Todavía le veo pasearse por su cuarto, recio, casi cuadrado, con su carota pálida y lampiña, sus ojos pardos de mirada tan singular, sus manos callosas de gañán y de químico á la vez.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 66 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Francesca

Leopoldo Lugones


Cuento


Conocílo en Forli, adonde había ido para visitar el famoso salón municipal decorado por Rafael.

Era un estudiante italiano, perfecto en su género. La conversación sobrevino a propósito de un dato sobre horarios de ferrocarril que le di para trasladarme a Rimini, la estación inmediata; pues en mi programa de joven viajero, entraba, naturalmente, una visita a la patria de Francesca.

Con la más exquisita cortesía, pero también con una franqueza encomiable, me declaró que era pobre y me ofreció en venta un documento —del cual nunca había querido desprenderse— un pergamino del siglo XIII, en el cual pretendía darse la verdadera historia del célebre episodio. Ni por miseria ni por interés, habríase desprendido jamás del códice; pero creía tener conmigo deberes «de confraternidad», y además le era simpático. Mi fervor por la antigua heroína, que él compartía con mayor fuego ciertamente, entraba también por mucho en la transacción.

Adquirí el palimpsesto sin gran entusiasmo, poco dado como soy a las investigaciones históricas; mas, apenas lo tuve en mi poder, cambié de tal modo a su respecto, que la hora escasa concedida en mi itinerario para salvar los cuarenta kilómetros medianeros entre Forli y Rimini, se transformó en una semana entera. Quiero decir que permanecí siete días en Forli.

La lectura del documento habría sido en extremo difícil sin la ayuda de mi amigo fortuito; pero este se lo sabía de memoria, casi como una tradición de familia, pues pertenecía a la suya desde remota antigüedad.

Cuanta duda pudo caberme sobre la autenticidad de aquel pergamino, quedó desvanecida ante su minuciosa inspección. Esto fue lo que me tomó más tiempo.


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8 págs. / 14 minutos / 161 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Secreto de Don Juan

Leopoldo Lugones


Cuento


A Tito Arata


Uno de esos últimos compromisos de la tarde, cuya tiránica futilidad asume carácter de obligación en el atolondramiento de las ciudades populosas, más atareado por el trabajo y más mudable que la inquietud, habíamos acarreado, con el retraso fatal de las citas porteñas... sin carácter íntimo —pues quiero creer que las de esta clase formarán la excepción, aun aquí— el contratiempo de no encontrar comedor reservado en aquel restaurante, un tanto bullicioso, si se quiere, pero que nuestro anfitrión, Julio D., consideraba el único de Buenos Aires donde pudieran sentarse confiados en la seguridad de una buena mesa, cuatro amigos dispuestos a celebrar sin crónica el regreso de un ausente. Debimos, pues, resignarnos a la promiscuidad, por cierto brillante, del salón común, con sus damas muy rubias, sus caballeros muy afeitados, su orquesta muy frecuente y su iluminación de joyería, que valorizaba con limpidez ojos seguidores y diamantes audaces; pero Julio D. consiguió, a título de cliente privilegiado, la promesa de una eventual desocupación para tomar el café a solas.

Todos ustedes conocen a Julio D. lo suficiente para dispensarme la inicial de su apellido que han completado sin vacilar, pero tras la cual disimulo, la semitransparencia de la buena educación, no exenta, para el caso, de justa ironía, la característica falta de puntualidad con que nos había retrasado, siendo, no obstante, el anfitrión.


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Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 70 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

El Psychon

Leopoldo Lugones


Cuento


El doctor Paulin, ventajosamente conocido en el mundo científico por el descubrimiento del telectróscopo, el electroide y el espejo negro, de los cuales hablaremos algún día, llegó á esta capital hará próximamente ocho años, de incógnito, para evitar manifestaciones que su modestia repudiaba. Nuestros médicos y hombres de ciencia leerán correctamente el nombre del personaje, que disimuló bajo un patronímico supuesto, tanto por carecer de autorización para publicarlo, cuanto porque el desenlace de este relato ocasionaría polémicas, que mi ignorancia no sabría sostener en campo científico.

Un reumatismo vulgar, aunque rebelde á todo tratamiento, me hizo conocer al doctor Paulin cuando todavía era aquí un forastero. Cierto amigo, miembro de una sociedad de estudios psíquicos á quien venía recomendado desde Australia el doctor, nos puso en relaciones. Mi reumatismo desapareció mediante un tratamiento helioterápico original del médico; y la gratitud hacia él, tanto como el interés que sus experiencias me causaban, convirtió nuestra aproximación en amistad, desarrollando un sincero afecto.

Una ojeada preliminar sobre las mencionadas experiencias, servirá de introducción explicativa, necesaria para la mejor comprensión de lo que sigue.


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Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 107 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Piuma al Vento

Leopoldo Lugones


Cuento


¡Qué gran payaso aquel "Pass-key"!

Cuando concluían los saltos mortales de doble tumbo por sobre una fila de doce caballos y tres hombres encimados, en un silencio casi solemne de la orquesta; cuando remataba sus proezas de fuerza, asiendo un piquete de la barra con su brazo rígido, para bajar, girando en espiral sobre este único apoyo, hasta dar sentado en el piso; cuando terminaban los vuelos vertiginosos de los trapecios y las serenatas grotescas, rasgueadas con un pie tras de la nuca, venía la suerte clásica.

El colega Arlequín soplaba hacia el techo, por medio de una cerbatana, una pluma de pavo real. La pluma surgía veloz, como un cohete, llegaba al techo casi; luego, describiendo una lenta curva, caía, caía titubeando, y el payaso la recibía en la punta de su nariz. Cambiaba sus posturas, se descoyuntaba en todas las formas, sosteniéndola siempre; simulaba la cacería de un ratón por toda la pista, manteniendo el sutil equilibrio; llegaba hasta ponerse de espaldas y erguirse otra vez, sin perderlo, mientras los violines susurraban un airecillo tirolés. Y la infalible de su acierto sorprendía.

Ni los juegos ecuestres que la húngara de lozanas piernas ejecutaba, ni los equilibristas japoneses, ni los excéntricos yanquis, ni el ciclista francés con sus paradójicas geometrías, ni el parque zoológico con sus curiosidades, entusiasmaban tanto al público como aquella suerte de la pluma. Había de veras algo artístico en el juego fino y elegante da aquel payaso, que vestía todo de blanco como el "Gilles" de Watteau; una especie de flexible esgrima, en complicación de curvas silenciosas como los trazos de un blando lápiz, cierta vaga angustia en aquella destreza obligada a luchar con el aire, como con un duende invisible, y hasta cierto incentivo de azar en la indecisa levedad de esa pluma...

—¿...Te acuerdas Gabriela?


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 61 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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