¡Qué gran payaso aquel "Pass-key"!
Cuando concluían los saltos mortales de doble tumbo por sobre una
fila de doce caballos y tres hombres encimados, en un silencio casi
solemne de la orquesta; cuando remataba sus proezas de fuerza, asiendo
un piquete de la barra con su brazo rígido, para bajar, girando en
espiral sobre este único apoyo, hasta dar sentado en el piso; cuando
terminaban los vuelos vertiginosos de los trapecios y las serenatas
grotescas, rasgueadas con un pie tras de la nuca, venía la suerte
clásica.
El colega Arlequín soplaba hacia el techo, por medio de una
cerbatana, una pluma de pavo real. La pluma surgía veloz, como un
cohete, llegaba al techo casi; luego, describiendo una lenta curva,
caía, caía titubeando, y el payaso la recibía en la punta de su nariz.
Cambiaba sus posturas, se descoyuntaba en todas las formas,
sosteniéndola siempre; simulaba la cacería de un ratón por toda la
pista, manteniendo el sutil equilibrio; llegaba hasta ponerse de
espaldas y erguirse otra vez, sin perderlo, mientras los violines
susurraban un airecillo tirolés. Y la infalible de su acierto
sorprendía.
Ni los juegos ecuestres que la húngara de lozanas piernas ejecutaba,
ni los equilibristas japoneses, ni los excéntricos yanquis, ni el
ciclista francés con sus paradójicas geometrías, ni el parque zoológico
con sus curiosidades, entusiasmaban tanto al público como aquella suerte
de la pluma. Había de veras algo artístico en el juego fino y elegante
da aquel payaso, que vestía todo de blanco como el "Gilles" de Watteau;
una especie de flexible esgrima, en complicación de curvas silenciosas
como los trazos de un blando lápiz, cierta vaga angustia en aquella
destreza obligada a luchar con el aire, como con un duende invisible, y
hasta cierto incentivo de azar en la indecisa levedad de esa pluma...
—¿...Te acuerdas Gabriela?
Leer / Descargar texto 'Piuma al Vento'