Textos por orden alfabético de Louisa May Alcott

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autor: Louisa May Alcott


12

Ariel o la Leyenda del Faro

Louisa May Alcott


Cuento infantil


I

—Buenos días, señor Southesk. ¿No se da usted hoy al mar?

—Buenos días, señorita Lawrence. Sólo estoy esperando a que mi batel esté listo para zarpar.

Al responder al alegre saludo de la muchacha, el joven alzó la vista de la roca en la que descansaba, y una encantadora estampa lo resarció del esfuerzo de apartar de allí sus ojos soñadores. Algunas mujeres poseen la habilidad de hacer que incluso un simple traje de baño, parezca elegante y pintoresco; y la señorita Lawrence no ignoraba el efecto que causaba con su traje azul camisa-pantalón, su cabello suelto a merced del viento azotando su hermoso rostro, los blancos tobillos entrevistos bajo el entramado de sus sandalias de baño, y esa aparente despreocupación por su aspecto, tan atrayente como el más esmerado acicalamiento. Una sombra de decepción nubló el semblante femenino al escuchar la respuesta; y su voz sonó algo arrogante en contraste con su habitual dulzura, cuando ella, plantada junto a la indolente figura sentada tomando el sol, dijo:

—Cuando hablé del mar, pensaba en la playa; y me refería a nadar, no a navegar. ¿Por qué no se une a nuestro grupo y nos obsequia con otra exhibición de sus habilidades gimnásticas?

—No, gracias; la playa es demasiado mansa para mí; prefiero las aguas profundas, el fuerte oleaje, y el incentivo del riesgo aportando emoción al esfuerzo físico.

El tono lánguido del joven chocaba vivamente con las intenciones por él manifestadas, y al oírlas, la señorita Lawrence exclamó, casi involuntariamente:


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60 págs. / 1 hora, 45 minutos / 196 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Bajo las Lilas

Louisa May Alcott


Novela


Capítulo 1

La avenida de los olmos estaba cubierta de malezas, el gran portón nunca se abría, y la vieja casona permanecía cerrada desde hacía varios años. No obstante, se escuchaban voces por ese lugar, y las lilas, inclinándose sobre el alto muro parecían decir: «¡Qué interesantes secretos podríamos revelar si quisiésemos!…», en tanto que del otro lado del portón, una caléndula procuraba alcanzar el ojo de la cerradura para espiar lo que ocurría en el interior.

Si por arte de magia hubiera crecido de súbito y mirado dentro cierto día de junio, habría visto un cuadro extraño pero encantador. Evidentemente, alguien iba a dar allí una fiesta.

Un ancho sendero de lajas color gris oscuro bordeado de arbustos que se unían formando una bóveda verde iba del portón hacia el «porch». Flores silvestres y malezas salvajes crecían por doquier cubriendo todo con un hermosísimo manto. Un tablón sostenido por dos troncos que estaba en medio del sendero se hallaba cubierto por un descolorido y gastado chal, encima del cual había sido dispuesto, muy elegantemente, un diminuto juego de té. A decir verdad, la tetera había perdido su pico, la lechera su asa, y el azucarero su tapa, y en cuanto a las tazas y los platos, todos se hallaban más o menos deteriorados; pero la gente bien educada no toma en cuenta esas insignificancias y sólo gente bien educada había sido invitada a la fiesta.


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272 págs. / 7 horas, 57 minutos / 230 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Bee Bee

Louisa May Alcott


Cuento


Bee Primero

Aquellas dos niñitas harapientas, que trotaban colina abajo dejando atrás una nube de polvo, no parecían heroínas ni mucho menos. Tenían los pies descalzos, arañados y sucios; las manos rojas por las manchas de fresas, y sus caras pecosas brillaban de calor bajo sus sombreros. Pero Patty y Tilda se disponían a cumplir una buena acción, y absortas en su misión se dirigían presurosas a la estación, donde venderían fresas.

Sus lenguas se movían con tanta rapidez como sus pies, pues aquélla era una gran expedición y las dos estaban muy excitadas al respecto.

—¿No te parecen hermosas? —preguntó Tilda, mientras observaba orgullosa la carga de su hermana al detenerse a cambiar una pesada cesta de un brazo al otro.

—¡Absolutamente deliciosas! Sé que la gente las comprará si no tememos ofrecerlas —asintió Patty, mientras ella también se detenía para acomodar las dos docenas de cestitas de abedul, llenas de grosellas rojas, que llevaba bien arregladas en una bandeja adornada con cornejos escarlatas, siemprevivas blancas y hojas verdes.

—Yo no temeré… Iré sin detenerme y gritaré bien fuerte, ya verás. Tengo que conseguir nuestros libros y botas para el próximo invierno, así que no dejes de pensar qué lindos serán y sigue adelante —dijo la intrépida Tilda, que encabezaba la expedición.

—Date prisa… Quiero tener tiempo para regar los ramilletes, así estarán frescos cuando llegue el tren. Espero que en él vengan muchos niños, que siempre quieren comer, según dice mamá.

—¡Qué malvada fue Elviry Morris al ir a vender al hotel más barato que nosotras, y arruinar así nuestra venta! Sin duda deseará haber pensado en esto cuando le contemos lo que hicimos aquí.


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16 págs. / 29 minutos / 182 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Detrás de la Máscara

Louisa May Alcott


Novela


I. Jean Muir

—¿Ha venido?

—No, mamá, aún no ha venido.

—Desearía que todo hubiera acabado. Pensar en ello me inquieta y al mismo tiempo me provoca cierta emoción. Bella, acércame un cojín para la espalda.

La malhumorada señora Coventry se acomodó en un sillón con un suspiro que denotaba nerviosismo y cierto aire de mártir, mientras su hermosa hija revoloteaba a su lado con afectuosa solicitud.

—¿De quién están hablando, Lucía? —preguntó el joven lánguido que permanecía cerca de su prima repantigado en otro sillón. Ésta se inclinó sobre su obra de tapicería con una amable sonrisa esbozada en su rostro, que, por lo general, se mostraba altivo.

—De la nueva institutriz, la señorita Muir. ¿Qué quieres que te cuente sobre ella?

—Nada, gracias. Siento una gran aversión por todas esas mujeres. A veces doy gracias a Dios por tener sólo una hermana, de que ella sea la madre de un niño mimado y de haberme librado durante tanto tiempo de la tortura de tener una institutriz.

—¿Y ahora cómo lo soportarás? —quiso saber Lucía.

—Ausentándome mientras ella esté en casa.

—No, no lo harás. Eres demasiado indolente para eso, Gerald —interrumpió un hombre más joven y energético que jugueteaba con sus perros desde el descansillo.

—Le daré tres días de gracia, y si ella aguanta, no me molestaré en salir; pero si es una pesada, y estoy seguro de que lo será, me marcharé lejos para no verla.

—Jovencitos, os ruego que no habléis en términos tan deprimentes. Me angustia la llegada de una desconocida tanto o más que a vosotros, pero no debemos descuidar la educación de Bella. Así que me he armado de valor para soportar a esta mujer, y Lucía, muy amablemente, se ha ofrecido para ocuparse de ella a partir de mañana.


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142 págs. / 4 horas, 8 minutos / 143 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Pequeño Gulliver

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Casi en lo más alto del faro vivía el pequeño Davy, junto al viejo Dan, el farero. La mayoría de los muchachos de los alrededores, habría encontrado aquella vida muy solitaria, pero Davy contaba con tres buenos amigos, y se sentía tan feliz con ellos como largos eran sus días. Uno de los amigos de Davy era el gran quinqué de la lámpara del faro, que era encendido a la puesta de sol, y se mantenía ardiendo durante toda la noche, para guiar a los barcos hasta la bocana del puerto. Para Dan no era más que una lámpara; pero al chico le parecía ésta un ser vivo, y la amaba y cuidaba fielmente. Cada día ayudaba al viejo Dan a recortar la gran mecha, a pulir los reflectores de bronce, y a lavar el farol de cristal que protegía la llama. Y cada noche subía a verla encendida, e invariablemente se dormía con este pensamiento: «No importa cuán oscura o desapacible sea la noche, mi buen Resplandor guiará a los barcos que pasan, y arderá sin descanso hasta el alba».

El segundo amigo de Davy era Nep, el perro Terranova que, procedente de un naufragio, fue un buen día arrastrado hasta la orilla, sin que haya salido de la isla desde entonces. Nep era grande y robusto, pero tenía un corazón tan noble y fiel, que nadie podía mirar sus ojos castaños y no confiar en él. El animal seguía los pasos de Davy durante todo el día; dormía a sus pies toda la noche; y más de una vez había salvado la vida del chico, cuando éste cayó entre las rocas o quedó atrapado por la creciente del mar.


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13 págs. / 23 minutos / 79 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Ballena

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Freddy se sentó a meditar en el banco a la sombra del árbol. Se trataba de un amplio asiento blanco, de unos cuatro pies de largo, formando una concavidad desde sus extremos hasta el centro, que le hacía parecer un columpio; y no sólo era cómodo, también era curioso, porque estaba tallado de una sola pieza en un hueso de ballena. Freddy solía sentarse allí, y pensaba en el banco porque le interesaba sobremanera, aunque nadie pudo decirle nada al respecto, salvo que llevaba allí mucho tiempo.

–Pobre y vieja ballena, me pregunto cómo habrás llegado hasta aquí, de dónde vienes, y si fuiste una criatura buena y feliz mientras viviste –dijo Freddy en voz alta, acariciando el viejo hueso con su pequeña mano.

Y en eso se oyó un gran crujido; y una repentina ráfaga de viento agitó los árboles, como si un enorme monstruo gimiese y suspirase. Freddy pudo escuchar entonces una voz fantástica, resonante, aunque curiosamente quebrada, como si alguien tratara de hablar con la mandíbula rota.

–¡Ah, Freddy, Freddy! –llamó la gran voz–. Te contaré todo lo que quieras saber, porque tú eres la única persona que me ha compadecido, o se ha preocupado de indagar mi origen y mis peripecias.

–¡Cómo!, ¿es que puede hablar? –preguntó Freddy, muy sorprendido y un poco asustado.

–Por supuesto que puedo; debes saber que estás sentado sobre una parte de mi mandíbula. Podría hablar aún mejor si toda mi boca estuviera aquí; pero me temo que mi voz sería entonces tan estridente, que no serías capaz de escucharla sin estremecerte. De todos modos, no creo que nadie más de por aquí pueda entenderme. No son muchos en total los que podrían hacerlo, te lo aseguro; pero tú eres un chiquillo reflexivo, con una viva fantasía, y además con un gran corazón, así que tú oirás mi historia.


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12 págs. / 21 minutos / 120 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Hombrecitos

Louisa May Alcott


Novela


Capítulo 1

—Caballero, ¿quiere hacer el favor de decirme si estoy en Plumfield…? —preguntó un muchacho andrajoso, dirigiéndose al señor que había abierto la gran puerta de la casa ante la cual se detuvo el ómnibus que condujo al niño.

—Sí, amiguito; ¿de parte de quién vienes?

—De parte de Laurence. Traigo una carta para la señora.

El caballero hablaba afectuosa y alegremente; el muchacho, más animado, se dispuso a entrar. A través de la finísima lluvia primaveral que caía sobre el césped y sobre los árboles cuajados de retoños, Nathaniel contempló un edificio amplio y cuadrado, de aspecto hospitalario, con vetusto pórtico, anchurosa escalera y grandes ventanas iluminadas. Ni persianas ni cortinas velaban las luces; antes de penetrar en el interior, Nathaniel vio muchas minúsculas sombras danzando sobre los muros, oyó un zumbido de voces juveniles y pensó, tristemente, en que sería difícil que quisieran aceptar, en aquella magnífica casa, a un huésped pobre, harapiento y sin hogar como él.

—Por lo menos, veré a la señora —dijo, haciendo sonar tímidamente la gran cabeza de grifo que servía de llamador.

Una sirvienta carirredonda y coloradota abrió sonriendo y tomó la carta que el pequeñuelo silenciosamente le ofreció. Parecía acostumbrada a recibir niños extraños. Hizo que tomase asiento en el vestíbulo y se alejó, diciendo:

—Espera un poco, y sacúdete el agua que traes encima.

Prontamente halló entretenimiento el chico, con sólo dedicarse a contemplar, desde el oscuro rincón próximo a la puerta, el espectáculo que se desarrollaba ante su vista.


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Dominio público
225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 465 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Amiguita de Fancy

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Era un carro largo y estrecho, cuya caja tenía la forma de una gran cesta, con ruedas bajas, y tirado por un corpulento pollino. La señorita Fairbairn, la institutriz, gobernaba diestramente el tiro desde el pescante; y a su espalda, asomando sus cabecitas a los bordes de la cesta, se veía a un puñado de niñitos sonrientes, con pequeñas palas de madera y cubitos de lata en las manos, camino de la playa. Recorrieron un buen trecho desde la explanada frente al hotel, a través de la pedregosa carretera hacia las afueras, y desde allí al amplio y suave arenal. Nada más llegar, todos los niños salvo uno, se tiraron inmediatamente del carro a cavar hoyos y estanques, o a construir castillos y fortalezas. Hacían esto mismo día tras día, y nunca se cansaban de ello; pero la pequeña Fancy había inventado nuevos juegos para ella, y rara vez cavaba en la arena. Cultivaba un hermoso jardín de algas marinas que las olas regaban todos los días; mantenía un palacio de bonitas conchas, donde albergaba a todo tipo de pequeñas criaturas acuáticas, como si fueran personajes de cuentos de hadas; tenía amigos y compañeros de juego entre las gaviotas y los correlimos; aprendía cosas curiosas observando a los cangrejos, a las medusas y a los cangrejos herradura; y todos los días vigilaba atentamente esperando ver una sirena.


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21 págs. / 37 minutos / 65 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Muchacha Anticuada

Louisa May Alcott


Novela


1. La llegada de Polly

—Es hora de ir a la estación, Tom.

—Pues, venga, vamos.

—Oh, yo no voy. Hace mucha humedad y se me desharían los rizos si saliera en un día como este. Quiero estar presentable cuando llegue Polly.

—No querrás que vaya yo solo y traiga a una desconocida a casa, ¿no? —Tom estaba alarmado, como si su hermana le hubiera propuesto escoltar a una mujer salvaje de Australia.

—Pues claro que sí. Debes ir a recogerla tú. Y, si no fueras un oso, hasta te gustaría.

—¡Qué cara que tienes! Supongo que debería ir, pero tú dijiste que también vendrías. ¡La próxima vez no pienso preocuparme por tus amigas! ¡No, señor! —Tom se levantó resuelto del sofá pese a su indignación, aunque el efecto de esta quedaba empañado en cierto modo por una cabeza despeinada y por el aparente descuido de sus ropas en general.

—Venga, no te enfades. Convenceré a mamá para que permita que venga a visitarte ese tal Ned Miller, que tan bien te cae, cuando se haya ido Polly —dijo Fanny con la esperanza de apaciguar su malhumor.

—¿Cuánto tiempo se quedará? —exigió Tom, arreglándose con una sacudida.

—Un mes o dos, probablemente. Es tan agradable… se quedará mientras se sienta a gusto.

—Entonces no se quedará mucho tiempo si puedo evitarlo —murmuró Tom, que consideraba a las chicas la parte superflua de la creación. Los chicos de catorce años tienden a opinar de ese modo, lo que tal vez resulte bastante adecuado dado que, como suelen cambiar radicalmente, tienen la oportunidad de dejarse llevar por una buena chica, metafóricamente hablando, cuando, tres o cuatro años después, se convierten en los más serviles esclavos de «esas molestas chicas».


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332 págs. / 9 horas, 41 minutos / 247 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Los Muchachos de Jo

Louisa May Alcott


Novela


I. Diez años después

―Jamás hubiera podido creer a quien me pronosticase los cambios ocurridos en este lugar durante los diez últimos años ―dijo Jo a su hermana Meg.

Con orgullo y satisfacción ambas dirigieron una mirada a su alrededor. Luego tomaron asiento en uno de los bancos de la plaza de Plumfield.

―Así es. Son transformaciones debidas al dinero y a los buenos corazones ―respondió Meg―. Tengo la convicción de que el señor Laurence no podía tener mejor monumento que ese colegio, debido a su generosidad. Y mientras esa casa exista perdurará la memoria de tía March.

―¿Recuerdas, Meg? Cuando niñas creíamos en las hadas. Incluso estábamos preparadas para pedirle ―si se nos aparecía una― tres cosas. Las que yo quería pedir las he logrado: dinero, fama y afectos ―dijo Jo, mientras componía su peinado con un gesto que ya de niña le era característico.

―También se cumplieron mis peticiones y las de Amy. Sería completa nuestra dicha, como un cuento de hadas, si mamá, John y Beth estuvieran aquí ―la emoción quebró la voz de Meg. ¡Quedaba tan vacío el sitio de la madre!…

Silenciosamente, Jo tomó la mano de Meg y compartió su emoción. Las miradas de ambas hermanas vagaron por el grato y familiar panorama, mientras mentalmente asociaban pensamientos felices y tristes recuerdos.

En efecto, muchos y grandes cambios se habían operado en el pacífico Plumfield hasta convertirlo en un lugar de gran actividad.

La casa de los Bhaer se mostraba más hospitalaria que nunca, exhibiendo sus reformas, su bello jardín y cuidado césped. Ofrecía un aspecto de paz y prosperidad del que careció en otras épocas.


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Dominio público
160 págs. / 4 horas, 41 minutos / 510 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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