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autor: Louisa May Alcott textos disponibles


Los Muchachos de Jo

Louisa May Alcott


Novela


I. Diez años después

―Jamás hubiera podido creer a quien me pronosticase los cambios ocurridos en este lugar durante los diez últimos años ―dijo Jo a su hermana Meg.

Con orgullo y satisfacción ambas dirigieron una mirada a su alrededor. Luego tomaron asiento en uno de los bancos de la plaza de Plumfield.

―Así es. Son transformaciones debidas al dinero y a los buenos corazones ―respondió Meg―. Tengo la convicción de que el señor Laurence no podía tener mejor monumento que ese colegio, debido a su generosidad. Y mientras esa casa exista perdurará la memoria de tía March.

―¿Recuerdas, Meg? Cuando niñas creíamos en las hadas. Incluso estábamos preparadas para pedirle ―si se nos aparecía una― tres cosas. Las que yo quería pedir las he logrado: dinero, fama y afectos ―dijo Jo, mientras componía su peinado con un gesto que ya de niña le era característico.

―También se cumplieron mis peticiones y las de Amy. Sería completa nuestra dicha, como un cuento de hadas, si mamá, John y Beth estuvieran aquí ―la emoción quebró la voz de Meg. ¡Quedaba tan vacío el sitio de la madre!…

Silenciosamente, Jo tomó la mano de Meg y compartió su emoción. Las miradas de ambas hermanas vagaron por el grato y familiar panorama, mientras mentalmente asociaban pensamientos felices y tristes recuerdos.

En efecto, muchos y grandes cambios se habían operado en el pacífico Plumfield hasta convertirlo en un lugar de gran actividad.

La casa de los Bhaer se mostraba más hospitalaria que nunca, exhibiendo sus reformas, su bello jardín y cuidado césped. Ofrecía un aspecto de paz y prosperidad del que careció en otras épocas.


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Dominio público
160 págs. / 4 horas, 41 minutos / 529 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Hombrecitos

Louisa May Alcott


Novela


Capítulo 1

—Caballero, ¿quiere hacer el favor de decirme si estoy en Plumfield…? —preguntó un muchacho andrajoso, dirigiéndose al señor que había abierto la gran puerta de la casa ante la cual se detuvo el ómnibus que condujo al niño.

—Sí, amiguito; ¿de parte de quién vienes?

—De parte de Laurence. Traigo una carta para la señora.

El caballero hablaba afectuosa y alegremente; el muchacho, más animado, se dispuso a entrar. A través de la finísima lluvia primaveral que caía sobre el césped y sobre los árboles cuajados de retoños, Nathaniel contempló un edificio amplio y cuadrado, de aspecto hospitalario, con vetusto pórtico, anchurosa escalera y grandes ventanas iluminadas. Ni persianas ni cortinas velaban las luces; antes de penetrar en el interior, Nathaniel vio muchas minúsculas sombras danzando sobre los muros, oyó un zumbido de voces juveniles y pensó, tristemente, en que sería difícil que quisieran aceptar, en aquella magnífica casa, a un huésped pobre, harapiento y sin hogar como él.

—Por lo menos, veré a la señora —dijo, haciendo sonar tímidamente la gran cabeza de grifo que servía de llamador.

Una sirvienta carirredonda y coloradota abrió sonriendo y tomó la carta que el pequeñuelo silenciosamente le ofreció. Parecía acostumbrada a recibir niños extraños. Hizo que tomase asiento en el vestíbulo y se alejó, diciendo:

—Espera un poco, y sacúdete el agua que traes encima.

Prontamente halló entretenimiento el chico, con sólo dedicarse a contemplar, desde el oscuro rincón próximo a la puerta, el espectáculo que se desarrollaba ante su vista.


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Dominio público
225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 523 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.