Textos mejor valorados de Louisa May Alcott publicados por Edu Robsy

Mostrando 1 a 10 de 18 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Louisa May Alcott editor: Edu Robsy


12

Mujercitas

Louisa May Alcott


Novela


Primera parte

1. El juego de los peregrinos

—Sin regalos, la Navidad no será lo mismo —refunfuñó Jo, tendida sobre la alfombra.

—¡Ser pobre es horrible! —suspiró Meg contemplando su viejo vestido.

—No me parece justo que unas niñas tengan muchas cosas bonitas mientras que otras no tenemos nada —añadió la pequeña Amy con aire ofendido.

—Tenemos a papá y a mamá, y además nos tenemos las unas a las otras —apuntó Beth tratando de animarlas desde su rincón.

Al oír aquellas palabras de aliento, los rostros de las cuatro jóvenes, reunidas en torno a la chimenea, se iluminaron un instante, pero se ensombrecieron de inmediato cuando Jo dijo apesadumbrada:

—Papá no está con nosotras y eso no va a cambiar por una buena temporada. —No se atrevió a decir que tal vez no volviesen a verle nunca más, pero todas lo pensaron, al recordar a su padre, que estaba tan lejos, en el campo de batalla.

Guardaron silencio y, al cabo de unos minutos, Meg añadió visiblemente emocionada:

—Ya sabéis que mamá propuso no comprar regalos estas Navidades porque este invierno será duro para todos y porque cree que no deberíamos gastar dinero en caprichos cuando los soldados están sufriendo en la guerra. No podemos hacer mucho por ayudar, solo un pequeño sacrificio, y deberíamos hacerlo de buen grado, pero me temo que yo no puedo. —Meg meneó la cabeza pensando en todas las cosas hermosas que le apetecía tener.

—Yo no creo que lo poco que podemos gastar sirviera de mucho. Solo tenemos un dólar cada una, y en poco ayudaríamos al ejército si se lo entregáramos. Me parece bien que no nos hagamos regalos las unas a las otras, pero me niego a renunciar a mi ejemplar de Undine y Sintram. Hace mucho que deseo conseguirlo… —dijo Jo, que era un verdadero ratón de biblioteca.


Información texto

Protegido por copyright
619 págs. / 18 horas, 4 minutos / 1.111 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Ocho Primos

Louisa May Alcott


Novela


Dedicatoria

A los muchos chicos y chicas
cuyas cartas ha sido imposible contestar dedica este libro como ofrenda de paz

su amiga

L. M. Alcott.

I. Dos niñas

COMPLETAMENTE sola, Rosa estaba sentada en una de las salas más grandes y bonitas de su casa, con el pañuelo en la mano, listo para recoger su primera lágrima, pues cavilaba en sus tribulaciones y el llanto era inevitable. Se había encerrado en este cuarto por considerarlo sitio adecuado para sentirse miserable; pues era oscuro y silencioso, estaba lleno de muebles antiguos y cortinados sombríos y de sus paredes pendían retratos de venerables caballeros de peluca, damas de austeras narices, tocadas con gorros pesadotes y niños que llevaban chaquetas colimochas y vestiditos cortos de talle. Era un lugar excelente para sentir dolor; y la lluvia primaveral intermitente que golpeaba los cristales de las ventanas parecía decir entre sollozos: «¡Llora, llora! Estoy contigo».

Rosa tenía su buen motivo para sentirse triste, pues era huérfana de madre, y últimamente había perdido al padre también, con lo cual no le quedó más hogar que éste de sus tías abuelas. Hacía sólo una semana que estaba con ellas, y aunque las viejecitas queridas se esforzaron todo lo posible por hacer que viviese contenta, no lograron mucho éxito que digamos, ya que era muy distinta a cuantos niños conocían, y experimentaron casi la misma sensación que si estuviesen al cuidado de una mariposa abatida.


Información texto

Protegido por copyright
238 págs. / 6 horas, 56 minutos / 371 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Rosa en Flor

Louisa May Alcott


Novela


I. Volver a casa

Tres jóvenes estaban juntos en un muelle en un brillante día de octubre esperando la llegada de un barco con una impaciencia que encontró un choque en las animadas escaramuzas de un pequeño muchacho, que invadió las instalaciones, como un fuego fatuo que ofrecía mucha diversión a los otros grupos reunidos allí.

—Ellos son los Campbell, a la espera de su prima, que ha estado en el extranjero durante varios años con su tío, el doctor —susurró una señora a otra, mientras el más hermoso de los hombres jóvenes se tocaba el sombrero a su paso, arrastrando al niño, a quien había rescatado de una expedición un poco más abajo entre las pilas.

—¿Quién es ese? —preguntó el desconocido.

—El príncipe Charlie, le llaman un buen muchacho, el más prometedor de los siete, pero un poco rápido, dice la gente —respondió el primer orador con un movimiento de cabeza.

—¿Los otros son sus hermanos?

—No, primos. El más viejo es Archie, un joven ejemplar. Él acaba de entrar en los negocios con su tío el comerciante y será una honra para su familia. El otro, con las gafas y sin los guantes es Mac, el extraño, ¿quién acaba de salir de la universidad?

—¿Y el niño?

—Oh, él es Jamie, el hermano menor de Archibald, y la mascota de la familia entera. Piedad sobre nosotros, ¿qué sería de ellos en caso de no aferrarse a él?

La charla de las señoras acabó repentinamente allí, porque en el momento en que Jamie había sido atrapado en un tonel, el barco apareció a la vista y todo lo demás quedó en el olvido.

Al pasar lentamente para entrar en el muelle, una voz juvenil gritó:


Información texto

Protegido por copyright
314 págs. / 9 horas, 10 minutos / 870 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Los Muchachos de Jo

Louisa May Alcott


Novela


I. Diez años después

―Jamás hubiera podido creer a quien me pronosticase los cambios ocurridos en este lugar durante los diez últimos años ―dijo Jo a su hermana Meg.

Con orgullo y satisfacción ambas dirigieron una mirada a su alrededor. Luego tomaron asiento en uno de los bancos de la plaza de Plumfield.

―Así es. Son transformaciones debidas al dinero y a los buenos corazones ―respondió Meg―. Tengo la convicción de que el señor Laurence no podía tener mejor monumento que ese colegio, debido a su generosidad. Y mientras esa casa exista perdurará la memoria de tía March.

―¿Recuerdas, Meg? Cuando niñas creíamos en las hadas. Incluso estábamos preparadas para pedirle ―si se nos aparecía una― tres cosas. Las que yo quería pedir las he logrado: dinero, fama y afectos ―dijo Jo, mientras componía su peinado con un gesto que ya de niña le era característico.

―También se cumplieron mis peticiones y las de Amy. Sería completa nuestra dicha, como un cuento de hadas, si mamá, John y Beth estuvieran aquí ―la emoción quebró la voz de Meg. ¡Quedaba tan vacío el sitio de la madre!…

Silenciosamente, Jo tomó la mano de Meg y compartió su emoción. Las miradas de ambas hermanas vagaron por el grato y familiar panorama, mientras mentalmente asociaban pensamientos felices y tristes recuerdos.

En efecto, muchos y grandes cambios se habían operado en el pacífico Plumfield hasta convertirlo en un lugar de gran actividad.

La casa de los Bhaer se mostraba más hospitalaria que nunca, exhibiendo sus reformas, su bello jardín y cuidado césped. Ofrecía un aspecto de paz y prosperidad del que careció en otras épocas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
160 págs. / 4 horas, 41 minutos / 512 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Bajo las Lilas

Louisa May Alcott


Novela


Capítulo 1

La avenida de los olmos estaba cubierta de malezas, el gran portón nunca se abría, y la vieja casona permanecía cerrada desde hacía varios años. No obstante, se escuchaban voces por ese lugar, y las lilas, inclinándose sobre el alto muro parecían decir: «¡Qué interesantes secretos podríamos revelar si quisiésemos!…», en tanto que del otro lado del portón, una caléndula procuraba alcanzar el ojo de la cerradura para espiar lo que ocurría en el interior.

Si por arte de magia hubiera crecido de súbito y mirado dentro cierto día de junio, habría visto un cuadro extraño pero encantador. Evidentemente, alguien iba a dar allí una fiesta.

Un ancho sendero de lajas color gris oscuro bordeado de arbustos que se unían formando una bóveda verde iba del portón hacia el «porch». Flores silvestres y malezas salvajes crecían por doquier cubriendo todo con un hermosísimo manto. Un tablón sostenido por dos troncos que estaba en medio del sendero se hallaba cubierto por un descolorido y gastado chal, encima del cual había sido dispuesto, muy elegantemente, un diminuto juego de té. A decir verdad, la tetera había perdido su pico, la lechera su asa, y el azucarero su tapa, y en cuanto a las tazas y los platos, todos se hallaban más o menos deteriorados; pero la gente bien educada no toma en cuenta esas insignificancias y sólo gente bien educada había sido invitada a la fiesta.


Información texto

Protegido por copyright
272 págs. / 7 horas, 57 minutos / 232 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Música y Macarrones

Louisa May Alcott


Cuento


Entre las pintorescas aldeas que se extienden a lo largo del maravilloso Camino de Corniche, que corre de Niza a Génova, ninguna era más bella que Valrose. Merecía su nombre, pues en efecto era un «valle de rosas». La pequeña aldea, con su iglesia, estaba enclavada entre los olivos hasta las altas montañas purpúreas. Más abajo y naranjos que revestían la colina, alzándose extendíanse los viñedos, y el valle era un lecho de flores durante todo el año. Había hectáreas de violetas, verbenas, resedas y toda clase de capullos de dulce aroma, mientras los setos de rosas y las arboledas de limoneros, con sus blancas estrellas, cargaban el aire con sus penetrantes perfumes. Más allá de la llanura se avistaba el mar azul, que parecía ir en busca del cielo más azul todavía, y que enviaba frescas brisas y suaves lluvias para mantener lozana y hermosa a la aldea de Valrose, aun durante los calores del estío. Solamente una cosa afeaba el hermoso paisaje: la fábrica, con sus altas chimeneas, rojos muros e incesante actividad. Pero unos viejos acebos trataban de ocultar su fealdad; el humo se enroscaba con elegancia desde lo alto de las chimeneas, y los hombres cetrinos conversaban en su idioma musical al andar por el patio de la fábrica. Unas bellas muchachas de ojos negros cantaban, desde las ventanas abiertas, mientras llevaban a cabo su tarea, y todo se llenaba de aromas deliciosos, pues allí las flores eran transformadas en toda clase de perfumes delicados, a fin de perfumar el cabello de grandes damas y los pañuelos de pulcros caballeros en todo el mundo.


Información texto

Protegido por copyright
31 págs. / 54 minutos / 109 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Ariel o la Leyenda del Faro

Louisa May Alcott


Cuento infantil


I

—Buenos días, señor Southesk. ¿No se da usted hoy al mar?

—Buenos días, señorita Lawrence. Sólo estoy esperando a que mi batel esté listo para zarpar.

Al responder al alegre saludo de la muchacha, el joven alzó la vista de la roca en la que descansaba, y una encantadora estampa lo resarció del esfuerzo de apartar de allí sus ojos soñadores. Algunas mujeres poseen la habilidad de hacer que incluso un simple traje de baño, parezca elegante y pintoresco; y la señorita Lawrence no ignoraba el efecto que causaba con su traje azul camisa-pantalón, su cabello suelto a merced del viento azotando su hermoso rostro, los blancos tobillos entrevistos bajo el entramado de sus sandalias de baño, y esa aparente despreocupación por su aspecto, tan atrayente como el más esmerado acicalamiento. Una sombra de decepción nubló el semblante femenino al escuchar la respuesta; y su voz sonó algo arrogante en contraste con su habitual dulzura, cuando ella, plantada junto a la indolente figura sentada tomando el sol, dijo:

—Cuando hablé del mar, pensaba en la playa; y me refería a nadar, no a navegar. ¿Por qué no se une a nuestro grupo y nos obsequia con otra exhibición de sus habilidades gimnásticas?

—No, gracias; la playa es demasiado mansa para mí; prefiero las aguas profundas, el fuerte oleaje, y el incentivo del riesgo aportando emoción al esfuerzo físico.

El tono lánguido del joven chocaba vivamente con las intenciones por él manifestadas, y al oírlas, la señorita Lawrence exclamó, casi involuntariamente:


Información texto

Protegido por copyright
60 págs. / 1 hora, 45 minutos / 196 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Pequeño Gulliver

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Casi en lo más alto del faro vivía el pequeño Davy, junto al viejo Dan, el farero. La mayoría de los muchachos de los alrededores, habría encontrado aquella vida muy solitaria, pero Davy contaba con tres buenos amigos, y se sentía tan feliz con ellos como largos eran sus días. Uno de los amigos de Davy era el gran quinqué de la lámpara del faro, que era encendido a la puesta de sol, y se mantenía ardiendo durante toda la noche, para guiar a los barcos hasta la bocana del puerto. Para Dan no era más que una lámpara; pero al chico le parecía ésta un ser vivo, y la amaba y cuidaba fielmente. Cada día ayudaba al viejo Dan a recortar la gran mecha, a pulir los reflectores de bronce, y a lavar el farol de cristal que protegía la llama. Y cada noche subía a verla encendida, e invariablemente se dormía con este pensamiento: «No importa cuán oscura o desapacible sea la noche, mi buen Resplandor guiará a los barcos que pasan, y arderá sin descanso hasta el alba».

El segundo amigo de Davy era Nep, el perro Terranova que, procedente de un naufragio, fue un buen día arrastrado hasta la orilla, sin que haya salido de la isla desde entonces. Nep era grande y robusto, pero tenía un corazón tan noble y fiel, que nadie podía mirar sus ojos castaños y no confiar en él. El animal seguía los pasos de Davy durante todo el día; dormía a sus pies toda la noche; y más de una vez había salvado la vida del chico, cuando éste cayó entre las rocas o quedó atrapado por la creciente del mar.


Información texto

Protegido por copyright
13 págs. / 23 minutos / 79 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Hombrecitos

Louisa May Alcott


Novela


Capítulo 1

—Caballero, ¿quiere hacer el favor de decirme si estoy en Plumfield…? —preguntó un muchacho andrajoso, dirigiéndose al señor que había abierto la gran puerta de la casa ante la cual se detuvo el ómnibus que condujo al niño.

—Sí, amiguito; ¿de parte de quién vienes?

—De parte de Laurence. Traigo una carta para la señora.

El caballero hablaba afectuosa y alegremente; el muchacho, más animado, se dispuso a entrar. A través de la finísima lluvia primaveral que caía sobre el césped y sobre los árboles cuajados de retoños, Nathaniel contempló un edificio amplio y cuadrado, de aspecto hospitalario, con vetusto pórtico, anchurosa escalera y grandes ventanas iluminadas. Ni persianas ni cortinas velaban las luces; antes de penetrar en el interior, Nathaniel vio muchas minúsculas sombras danzando sobre los muros, oyó un zumbido de voces juveniles y pensó, tristemente, en que sería difícil que quisieran aceptar, en aquella magnífica casa, a un huésped pobre, harapiento y sin hogar como él.

—Por lo menos, veré a la señora —dijo, haciendo sonar tímidamente la gran cabeza de grifo que servía de llamador.

Una sirvienta carirredonda y coloradota abrió sonriendo y tomó la carta que el pequeñuelo silenciosamente le ofreció. Parecía acostumbrada a recibir niños extraños. Hizo que tomase asiento en el vestíbulo y se alejó, diciendo:

—Espera un poco, y sacúdete el agua que traes encima.

Prontamente halló entretenimiento el chico, con sólo dedicarse a contemplar, desde el oscuro rincón próximo a la puerta, el espectáculo que se desarrollaba ante su vista.


Leer / Descargar texto

Dominio público
225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 472 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Muchacha Anticuada

Louisa May Alcott


Novela


1. La llegada de Polly

—Es hora de ir a la estación, Tom.

—Pues, venga, vamos.

—Oh, yo no voy. Hace mucha humedad y se me desharían los rizos si saliera en un día como este. Quiero estar presentable cuando llegue Polly.

—No querrás que vaya yo solo y traiga a una desconocida a casa, ¿no? —Tom estaba alarmado, como si su hermana le hubiera propuesto escoltar a una mujer salvaje de Australia.

—Pues claro que sí. Debes ir a recogerla tú. Y, si no fueras un oso, hasta te gustaría.

—¡Qué cara que tienes! Supongo que debería ir, pero tú dijiste que también vendrías. ¡La próxima vez no pienso preocuparme por tus amigas! ¡No, señor! —Tom se levantó resuelto del sofá pese a su indignación, aunque el efecto de esta quedaba empañado en cierto modo por una cabeza despeinada y por el aparente descuido de sus ropas en general.

—Venga, no te enfades. Convenceré a mamá para que permita que venga a visitarte ese tal Ned Miller, que tan bien te cae, cuando se haya ido Polly —dijo Fanny con la esperanza de apaciguar su malhumor.

—¿Cuánto tiempo se quedará? —exigió Tom, arreglándose con una sacudida.

—Un mes o dos, probablemente. Es tan agradable… se quedará mientras se sienta a gusto.

—Entonces no se quedará mucho tiempo si puedo evitarlo —murmuró Tom, que consideraba a las chicas la parte superflua de la creación. Los chicos de catorce años tienden a opinar de ese modo, lo que tal vez resulte bastante adecuado dado que, como suelen cambiar radicalmente, tienen la oportunidad de dejarse llevar por una buena chica, metafóricamente hablando, cuando, tres o cuatro años después, se convierten en los más serviles esclavos de «esas molestas chicas».


Información texto

Protegido por copyright
332 págs. / 9 horas, 41 minutos / 247 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

12