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autor: Louisa May Alcott etiqueta: Cuento


Música y Macarrones

Louisa May Alcott


Cuento


Entre las pintorescas aldeas que se extienden a lo largo del maravilloso Camino de Corniche, que corre de Niza a Génova, ninguna era más bella que Valrose. Merecía su nombre, pues en efecto era un «valle de rosas». La pequeña aldea, con su iglesia, estaba enclavada entre los olivos hasta las altas montañas purpúreas. Más abajo y naranjos que revestían la colina, alzándose extendíanse los viñedos, y el valle era un lecho de flores durante todo el año. Había hectáreas de violetas, verbenas, resedas y toda clase de capullos de dulce aroma, mientras los setos de rosas y las arboledas de limoneros, con sus blancas estrellas, cargaban el aire con sus penetrantes perfumes. Más allá de la llanura se avistaba el mar azul, que parecía ir en busca del cielo más azul todavía, y que enviaba frescas brisas y suaves lluvias para mantener lozana y hermosa a la aldea de Valrose, aun durante los calores del estío. Solamente una cosa afeaba el hermoso paisaje: la fábrica, con sus altas chimeneas, rojos muros e incesante actividad. Pero unos viejos acebos trataban de ocultar su fealdad; el humo se enroscaba con elegancia desde lo alto de las chimeneas, y los hombres cetrinos conversaban en su idioma musical al andar por el patio de la fábrica. Unas bellas muchachas de ojos negros cantaban, desde las ventanas abiertas, mientras llevaban a cabo su tarea, y todo se llenaba de aromas deliciosos, pues allí las flores eran transformadas en toda clase de perfumes delicados, a fin de perfumar el cabello de grandes damas y los pañuelos de pulcros caballeros en todo el mundo.


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31 págs. / 54 minutos / 109 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Bee Bee

Louisa May Alcott


Cuento


Bee Primero

Aquellas dos niñitas harapientas, que trotaban colina abajo dejando atrás una nube de polvo, no parecían heroínas ni mucho menos. Tenían los pies descalzos, arañados y sucios; las manos rojas por las manchas de fresas, y sus caras pecosas brillaban de calor bajo sus sombreros. Pero Patty y Tilda se disponían a cumplir una buena acción, y absortas en su misión se dirigían presurosas a la estación, donde venderían fresas.

Sus lenguas se movían con tanta rapidez como sus pies, pues aquélla era una gran expedición y las dos estaban muy excitadas al respecto.

—¿No te parecen hermosas? —preguntó Tilda, mientras observaba orgullosa la carga de su hermana al detenerse a cambiar una pesada cesta de un brazo al otro.

—¡Absolutamente deliciosas! Sé que la gente las comprará si no tememos ofrecerlas —asintió Patty, mientras ella también se detenía para acomodar las dos docenas de cestitas de abedul, llenas de grosellas rojas, que llevaba bien arregladas en una bandeja adornada con cornejos escarlatas, siemprevivas blancas y hojas verdes.

—Yo no temeré… Iré sin detenerme y gritaré bien fuerte, ya verás. Tengo que conseguir nuestros libros y botas para el próximo invierno, así que no dejes de pensar qué lindos serán y sigue adelante —dijo la intrépida Tilda, que encabezaba la expedición.

—Date prisa… Quiero tener tiempo para regar los ramilletes, así estarán frescos cuando llegue el tren. Espero que en él vengan muchos niños, que siempre quieren comer, según dice mamá.

—¡Qué malvada fue Elviry Morris al ir a vender al hotel más barato que nosotras, y arruinar así nuestra venta! Sin duda deseará haber pensado en esto cuando le contemos lo que hicimos aquí.


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16 págs. / 29 minutos / 187 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.