En la vida del hombre, sólo dos mujeres
tienen cabida legítima: su madre y la madre de sus hijos. Fuera de estos
dos amores puros y santos, son los demás divagaciones peligrosas ó
culpables extravíos.
I
Llegué al baile á las diez y cuarto, cuando comenzaba á excitar la
animación la entrada del personaje político en cuyo honor se celebraba.
Recorría éste las salones y las anchas y suntuosas galerías, guiado por
el general Belluga, que hacía veces de cicerone, y le presentaba á los notables de la provincia. Venía detrás la personaja,
con pujos y aires de gran dama de la antigua corte, dando el brazo á mi
tío el Duque de Sos, rancia figura decorativa en todos los actos
solemnes del partido de Isabel II; y rodeadas de pollos y damiselas,
cerraban la marcha dos personajitas, hijas del personaje:
morenilla la una y pintorescamente bizca; rubia desteñida la otra, con
una boquita de que pudo decir Bussy lo que de Mlle. Mancini dijo:
“...aquel piquito amoroso.
Que llega de oreja á oreja.”
Sucedía esto en Marzo de 1869, cuando á raíz de la Revolución
organizábanse isabelinos y carlistas, y tendían la caña con igual
empeño, á fin de pescar entre sus filas los personajes políticos
vacantes que las turbias olas desbordadas en el pasado Septiembre no
habían zambullido del todo. Agasajábanles tirios y troyanos, y dejábanse
ellos querer, comiendo con unos, cenando con otros, sacando el jugo á
todos y no soltando prenda con ninguno, hasta ver, sin duda, de qué lado
caían las pesas, y sacar entonces al mejor postor la consecuencia de su
política y la firmeza de su lealtad.
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