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autor: Luis Fontana textos disponibles


Ventanas

Luis Fontana


Cuento


Estos tipos son así— me dije— hacen lo que quieren..., nacieron con esa faceta extraña y ahí los tenés, personajes oscuros que llevan una doble vida y que suelen ser callados porque no les interesa el mundo ajeno.

A mí me parecía que el libro era de una calidad inusual y que no merecía estar perdido en esa librería del barrio como uno más. Me atrapó la prosa cuidada y algunos giros inesperados. Era evidente que el autor era culto y sabía de lo que hablaba. Me enojó que su libro pasará desapercibido entre tantas porquerías que las editoriales no dudan en publicar.

El librero se dio cuenta de mi concentración.

— ¿Es bueno, no?

Asentí y me reconfortó encontrar un cómplice en la calidad literaria. Para mi sorpresa, y luego de entrar un poco en confianza, me dijo que el autor vivía a no muchas cuadras de allí, que le había costado mucho costearse la edición del libro y que pasaba cada tanto disimuladamente para ver si la pila de ejemplares descendía apenas un poco. Triste, me confesó que la gente ni lo miraba y que optaba por los libros de autoayuda y ese tipo de cosas.

Seguí leyendo un rato más uno de los relatos y entendí que —definitivamente— estaba frente a un gran escritor.

No dudé en tomar dos, para ganarme aún más la simpatía del dueño y logré sacarle la dirección de la casa con la excusa de conseguirle un reportaje en alguna radio.

Obtuve el dato pero también un consejo de último momento:

— De todos modos no sé si le conviene ir a verlo..., ya sabe cómo son...

Cerré la puerta del negocio y sentí otra vez el frío y la llovizna.

Mi existencia no tenía mayor rumbo, la verdad. Mis hijos ya habían hecho su propia vida y volver a mi casa era volver a lo de siempre. Opté, por una vez, seguir mis instintos y llegar al barrio que estaba detrás de la alameda.


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Publicado el 9 de enero de 2017 por usuario no registrado.

Pacto

Luis Fontana


Cuento, pacto


Hacia 1916 los hermanos Barraza ya sumaban cinco. El menor de ellos, que daría demasiado que hablar una década después, hacía sus primeras armas con las letras. Los mellizos, siempre atentos a sus propios traumas de personalidad y diferenciación no generaron mayor problema. Me detengo a hablar entonces de Marisol, la segunda mujer, que desde el principio -en los años de la finca y del campo- incomodó a todos con su silencio y su introspección. Muchos estudiosos de su hoy famosa obra concluyen en que semejante producción no podía sino ser resultado de la soledad. Otros, entre los que me gustaría anotarme, sospechamos la verdad.
Recorro Venecia. Me quedan pocos días, y aprovecho para visitar el museo donde exponen a Marisol Barraza en medio de homenajes por los veinte años de su muerte. Inspecciono con dificultad -por mis ojos añosos- y trato de encontrar entre los concurrentes al hombre que he buscado por años. Me dijeron alguna vez en Buenos Aires, antes de intentar que dejara de investigar, que disimulaba una cicatriz con una barba que por momentos era rojiza y que su altura incomodaba al interlocutor. Apenas hago lugar entre el gentío y los vendedores de cuadros cuando lo veo. Me hiela el miedo y trato de camuflarme ente algunos turistas. El tipo ni siquiera me sospecha. A pesar de cargar en su conciencia con semejante atrocidad no parece estar demasiado atento a que lo estén siguiendo.Tomo aire, junto fuerzas y decido mostrarle el papel sin decirle una palabra. Lo lee sin mirarme. Me hace una seña con la cabeza que puede interpretarse como que nos veremos en la galería de afuera. Palpo el arma debajo del saco y me dispongo a seguirlo. Venecia cae en el crepúsculo y ya estamos los dos solos con un simple papel firmado.Con pocas palabras y miradas duras me sugiere negociar. Me alejo disimuladamente de él para tener el papel bajo mi control y evitar que me lo arrebate. Pienso en su oferta y recuerdo a Marisol. Ella quizás hubiera negociado- me digo.


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Publicado el 28 de enero de 2017 por usuario no registrado.