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autor: Manuel Díaz Rodríguez


Las Ovejas y las Rosas del Padre Serafín

Manuel Díaz Rodríguez


Cuento


—¡Ya lo traen! ¡Ya lo traen!

—¿Por dónde?

—Por el cementerio. Dicen que lo alcanzaron en el cementerio.

La multitud, fatigada, nerviosa de tanto esperar, se arremolinó y empezó a deshacerse. La mayor parte, sin darse cuenta de lo que hacían, caminaban de arriba abajo por el camino real, pero sin salir de él, o daban vueltas, como buscando una moneda que se les hubiese extraviado, alrededor del mismo punto. Otros corrieron por las calles que del camino real suben a la plaza de la iglesia.

Algunos fueron a reunirse a los que, en coro, y con la más loca agitación, discutían frente a la fachada de la iglesia, en un altozano. Entretanto los pulperos, a la voz de "ya lo traen" cerraban y atrancaban por dentro sus pulperías. Y después de cerrar, ninguno se quedaba dentro: salían a sumarse a la muchedumbre armados, el uno de revólver, el otro de un varal de araguaney, los más con el filoso cola-de-gallo. Don José, el más respetable por la edad, la hacienda y la virtud, se paseaba en mangas de camisa por el corredor de su establecimiento. Provisto de un corto y fuerte cuchillo de caza, decía:

—Es necesario hacer un ejemplar. Es necesario un castigo. No se debe dejar sin castigo una cosa tan fea. En este pueblo no había pasado nunca.

—¡Nunca! Es verdad... Es necesario un castigo —coreaban los otros.

De repente, sobre el coro, se alzó rasgando la sutil seda del aire estival una voz airada y plañidera. A la puerta de una casita, hacia el fin de una de las calles que van a la plaza del pueblo, una vieja mulata canosa, con desgreñada cabeza de Medusa, vociferaba:

—¡Saturno! ¡Saturno! ¡La sangre de mi hijo! ¡Cobren la sangre de mi hijo!

—¿Quién es?

—¡Hombre! ¿Quién va a ser? ¿Quién va a ser sino Higinia? ¡La pobre vieja!


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Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 120 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Azul Pálido

Manuel Díaz Rodríguez


Cuento


Es cierto que en el primer instante, cuando me fue confirmada la noticia y tuve que rendirme a la evidencia de los hechos, protesté a gritos, lloré y maldije. El desengaño me hirió en la sombra, traidoramente y con demasiada brusquedad, para no desesperarme, como, en efecto, me desesperé, hasta volverme loco. Pero esa locura mia sólo duró una noche. Después, vinieron días melancólicos y pálidos. Nube de tristeza envolvió durante esos días mi alma, y de la misma nube de tristeza bajó el rocio del consuelo. Dolor y melancolías cristalizáronse, a la postre, en un pensamiento consolador y generoso. Muy pronto volvió la sonrisa a mis labios, y volví a ser bueno.

¿Por qué y contra quién me rebelaba? Rebelarse contra el destino es pura insensatez. ¿Tenía acaso el derecho de acusar a nadie? Figúrate que un ser bueno, cualquiera que él sea, se complazca en derramar en tu corazón, durante mucho tiempo, sin que hagas esfuerzo ninguno para ello, el tesoro de sus bondades, y que un día, de improviso, porque tal es su deseo, interrumpa su obra de caridad y amor y te deje entregado a ti mismo..., ¿tendrías derecho a reprocharle nada? Harías algo semejante a lo que hice: Altivo y noble, como eres, te refugiarías en la fortaleza de tu orgullo, guardando siempre, en lo íntimo de la conciencia, un caudal de gratitud para quien te colmó de beneficios.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 160 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2020 por Edu Robsy.