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autor: Manuel Gutiérrez Nájera editor: Edu Robsy textos disponibles


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En el Hipódromo

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Es imposible separar los ojos de esa larga pista, en donde los caballos de carrera compiten, maravillándonos con sus proezas. Yo sé de muchas damas que han reñido con sus novios, porque éstos, en vez de verlas preferentemente y admirarlas, fijaban su atención en los ardides de los jockeys y en la traza de los caballos. Y sé, en cambio, cíe otro amigo mío, que absorto en la contemplación de unas medias azules, perfectamente estiradas, perdió su apuesta por no haber observado, como debía haberlo hecho desde antes, las condiciones en que iba a verificarse la carrera. Pero esta manía hípica no cunde nada más entre los dueños de caballos y los apostadores, ávidos de lucro; se extiende hasta las damas, que también siguen, a favor del anteojo, los episodios y las peripecias de la justa; y que apuestan como nosotros apostamos y emplean en su conversación los agrios vocablos del idioma hípico, erizado de puntas y consonantes agudísimas. Los galanes y los cortejos van a apostar con las señoras, y ofrecen una caja de guantes o un estuche de perfumes, en cambio de la pálida camelia que se marchita en los cabellos de la dama o del coqueto alfiler de oro que detiene los rizos en la nuca. El breve guante de cabritilla paja que aprisiona una mano marfilina bien vale todos los jarrones de Sévres de tiene Hildebrand en sus lujosos almacenes y todas las delicadas miniaturas que traza el pincel Daudet de Casarín. Yo tengo en el cofre azul de mis recuerdos uno de esos guantes. ¿De quién era? Recuerdo que durante muchos días fue conmigo, guardado en la cartera, y durmió bajo mi almohada por las noches. ¿De quién era? ¡Pobre guante! Ya le faltan dos botones y tiene un pequeñito desgarrón en el dedo meñique. Huele a rubia.


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8 págs. / 15 minutos / 110 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Vestido Blanco

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Mayo, ramillete de lilas húmedas que Primavera prende a su corpiño; Mayo, el de los tibios, indecisos sueños de la pubertad; Mayo, clarín de plata que tocas diana a los poetas perezosos; Mayo, el que rebosa tantas flores como las barcas de Myssira: tus ojos claros se cierran en éxtasis voluptuoso y se escapa de tus labios el prometedor «¡hasta mañana!», cual mariposa azul de entre los pétalos de un lirio.

Hace poco salía de la capilla, tapizada toda de rosas blancas, y entreteníame en ver la vocinglera turba de las niñas que con albos trajes, velos cándidos y botones de azahar en el tocado, habían ido a ofrecer ramos fragantes a María. Mayo y María son dos nombres que se hermanan, que suavizan la palabra; dos sonrisas que se reconocen y se aman. No sé qué hilo de la Virgen une a los dos. Uno es como el eco del otro. Mayo es el pomo y María es la esencia.

Las niñas ricas subían joviales a sus coches; las niñeras vestían de gala; santo orgullo expresaban en sus ojos, aún llorosos, las mamás. Acababan de recibir la confirmación de la maternidad.

En uno de aquellos grupos distinguí a mi amigo Adrián; salí a su encuentro; besé a la chicuela, que todavía no sabe hablar sino con sus padres y con sus muñecas; sentí ese fresco olor de inocencia, de edredón, de brazos maternales, que esparcen las criaturas sanas, bellas y felices, y cuando la palomita de alas tímidas, cerradas, se fue con la mamá y el aya, ruborizada la niña, y de veras por la primera vez, Adrián y yo, incansables andariegos, nos alejamos de las calles henchidas de gente dominguera, para ir a la calzada que sombrean los árboles y que buscan los enamorados al caer la tarde y los amigos de la soledad al mediodía.


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5 págs. / 9 minutos / 73 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Dame de Coeur

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Allá, bajo los altos árboles del Panteón Francés, duerme, la pobrecita de cabellos rubios á quien yo quise durante una semana... ¡todo un siglo!... y se casó con otro.

Muchas veces, cuando, cansado y aburrido del bullicio, escojo para mis paseos vespertinos las calles pintorescas del Panteón, encuentro la delicada urna de mármol en que reposa la que nunca volverá. Ayer me sorprendió la noche en esos sitios. Comenzaba á llover, y un aire helado movía las flores del camposanto. Buscando á toda prisa la salida, di con la tumba de la muertecita. Detúveme un instante, y al mirar las losas humedecidas por la lluvia, dije, con profundísima tristeza:

—¡Pobrecita! ¡Qué frío tendrá en el mármol de su lecho!

Rosa-Thé era, en efecto, tan friolenta como una criolla de la Habana. ¡Cuántas veces me apresuré á echar sobre sus hombros blancos y desnudos, á la salida de algún baile, la capota de pieles! ¡Cuántas veces la vi en un rincón del canapé, escondiendo los brazos, entumecida, bajar los pliegues de un abrigo de lana! ¡Y ahora, allí está, bajo la lápida de mármol que la lluvia moja sin cesar! ¡Pobrecita!


Cuando Rosa-Thé se casó, creyeron sus padres que iba á ser muy dichosa. Yo nunca lo creí; pero reservaba mis opiniones, temeroso de que lo achacaran al despecho. La verdad es que cuando Rosa-Thé se casó, yo había dejado de quererla, por lo menos con la viveza de los primeros días. Sin embargo, nunca nos hace mucha gracia el casamiento de una antigua novia. Es como si nos sacaran una muela.


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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Stora

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Para vivir ahora en México, como para leer una novela de Zola, se necesita irremisiblemente llevar cubiertas las narices. Las primeras lluvias han convertido la ciudad en un mar fétido donde se hospedan las amarillas tercianas y el rapado tifo. ¡Quién estuviera en París! Cuando los primeros chaparrones descargan sobre la ciudad privilegiada, dice Banville, y cuando las primeras brumas, a la vez trasparentes y espesas, rodean su atmósfera, París es abominable y delicioso.

Un barro negro, inmóvil y estancado como las ondas de un lago infernal, extiende su mantel hediondo adonde travesean los pobres fiacres, manchados de pegajoso lodo y semejantes a la piel de tigre, los pesados tranvías y los pedestres caminantes que caen, tropiezan y chapalean en el agua con la actitud grotesca de los saltimbanquis. Toda la población parece una gran caricatura de Daumier o Gavarni. La ciudad, envuelta por un velo húmedo, como Ámsterdam o Venecia, toma el aspecto de una aguafuerte con sus feroces sombras y sus chorros de luz pálida, sus contornos confusos y sus droláticas figuras, adrede hechas para expresar el pensamiento extravagante de un artista loco. Los monumentos, desnaturalizados y deformes, distintos absolutamente merced a la bruma que los transfigura, erizan sus agujas, sus torres y sus cúpulas, como castillos de hechiceros, construcciones indias o castillos góticos. París, trasijado por el capricho de las nubes, se convierte en una enorme decoración maravillosa que hechiza la mirada, pero el mantel de lodo que extiende a las plantas del transeúnte es espantoso.


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4 págs. / 7 minutos / 45 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Mister Chucker

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


¿Es conveniente transformar el departamento de un vagón en gabinete de tocador?

Es cuestión esta que en ciertos países del continente pronto quedaría resuelta por la negativa, sobre todo cuando los conductores marcan los boletos mientras el tren está en marcha. Pero en Inglaterra, un viajero que quiere cambiar de traje en un departamento de primera clase puede estar seguro de no ser molestado; al menos es lo que pensaba el buen Mister Barnaby Chucker al bajar de un hansom en Paddington, y al atravesar la plataforma del camino de fierro, con su saco en la mano y cargado además con una manta de viaje que contenía un traje completo.

Mister Chucker había recibido una invitación para comer en Windsor, en casa de unos amigos que, por su posición, gozaban de gran influencia; pero como era hombre muy ocupado, no había tenido tiempo para vestirse, ni en su escritorio en la city ni en su casa, en West End.

Al subir al vagón dejó deslizar un shilling en la mano del conductor, diciéndole:

—Hágame usted el favor de dejarme solo en el departamento, quisiera vestirme.

—Muy bien, señor —dijo el conductor, y el tren se puso en marcha.


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6 págs. / 10 minutos / 37 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Matrimonios al Uso

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


DE SOFÍA A SU AMIGA ÍNTIMA

Mi paloma sin mancha, mi corderillo verde, mi ratoncito blanco, ya ves que no te olvido. Mi polluelo recién nacido, mi tortolita mística… quita mejor esa frase que he aprendido de mi hermano, y que tiene por cierto no sé qué olor a blasfemia y herejía. Ya tú sabes que mi señor hermano tiene sus pelos y sus lanas de filósofo. Mamá me dice diariamente que él es la causa de sus aflicciones, pero, ¿qué vamos a hacer? No tiene más que ese solo vicio. Es muy amante, tiene el grado de oficial, no fuma, no bebe: ¿qué vamos a hacer? Yo rezaré por él todas las noches. Éstos son disgustillos de familia a los que es necesario resignarse.

Ahora, dame tu mejilla derecha para que te dé yo un beso, y tu mejilla izquierda para que recibas un suave y cariñoso golpecito.

He recibido las camisas de batista y me han gustado mucho.

Un poco lujosas, ¿verdad? Pero al cabo no se casa una todos los días del año. Anoche escogí las cachemiras. Tomé la de fondo rojo, ¿no te gusta? Las costureras no se dan un punto de descanso. Mi tía me envió ayer el libro de misa, ¡un gran libro por cierto!, ¡una positiva alhaja! Los adornos son de acero —parece que el acero continúa de moda— y en el centro, mis armas de relieve con la corona, el mirlo y la maquinita. ¿Creerás que me pregunto todavía lo que significa la tal maquinita? De todos modos, yo te lo aseguro, soy feliz. Ya te figurarás que, con tantos preparativos, hay para perder la calma y la cabeza. Si no fuera porque mamá me ayuda un poco, yo, hija, estaría de correr, para volverme loca. Se está construyendo en el parque un salón de baile para el día de la boda. Papá quiere obsequiar a mamá con un soberbio tronco de caballos. Monseñor está invitado para decir la misa. En cuanto a la comida, creo que la quieren hacer fuera de la casa. Ya sabes, esas gentes están más habituadas a estas cosas.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Amores del Cometa

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


De oro, así es la cauda del cometa. Viene de las inmensas profundidades del espacio y ha dejado en las púas de cristal que tienen las estrellas muchas de sus guedejas luminosas. Las coquetas quieren atraparle; pero el cometa pasó impasible, sin volver los ojos, como Ulises por entre las sirenas. Venus le provocaba con su voluptuoso parpadeo de medianoche, como si ya tuviera sueño y quisiera volver a casa acompañada. Pero el cometa vio el talón alado de Mercurio, que sonreía mefistofélicamente, y pasó muy formal a la distancia respetable de veintisiete millones de leguas. Y allí le veis. Yo creo que en uno de sus viajes halló la estrella de nieve, a donde nunca llega la mirada de Dios, y que llaman los místicos infierno. Por eso trae erizos los cabellos. Ha visto muchas tierras, muchos cielos; sus aventuras amorosas hacen que las Siete Cabrillas se desternillen de risa y cuando imprima sus memorias veréis cómo las comprarán los planetas para leerlas a escondidas, cuidando de que no caigan en poder de las estrellas doncellitas. Tiene mucha fortuna con las mujeres: ¡Es de oro!


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Tres Conquistas de Carmen

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Nunca he sido fuerte en derecho: soy jorobado, pero, a pesar de eso, me agrada el estudio de la jurisprudencia. Tengo un amigo, juez de primera instancia retirado del servicio, que suele ilustrarme en cuestiones de este género. Anoche tuve el placer de dirigirle por escrito una interpelación, y esta mañana he recibido su respuesta. Como el asunto de que trata es muy interesante, incluyo aquí su carta:


Muy querido amigo:

Aunque me tiño, tengo canas. Y hago a usted esa observación porque me falta al respeto preguntándome lo que me pregunta: ¿Ha tenido derecho el señor gobernador del Distrito a prohibir a las mujeres que no son señoras la entrada al jardín público del Zócalo? Contesto afirmativamente. La autoridad puede, indisputablemente, prohibir esos espectáculos promiscuos, como usted puede, sin que ninguno se lo impida, separar del corral en donde tiene sus gallinas japonesas, los animales que les sean nocivos. Esto es lógico.

En lo que yo presumo que se equivoca la prensa y el gobierno es en la pretendida importancia de esas desgraciadas. Tienen una reputación usurpada, como esos solterones que pasan por peligrosos desde el periodo de Santa Anna y son incapaces de romper un plato. Son como el Teatro Arbeu: todos vaticinamos que se incendiaba la primera noche de su estreno, y Villalonga perdió todos sus dientes antes de que el siniestro aconteciera.


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La Pasión de Pasionaria

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


¡Cómo se apena el corazón y cómo se entumece el espíritu, cuando las nubes van amontonándose en el cielo, o derraman sus cataratas, como las náyades vertían sus ricas urnas! En esas tardes tristes y pluviosas se piensa en todos aquéllos que no son; en los amigos que partieron al país de las sombras, dejando en el hogar un sillón vacío y un hueco que no se llena en el espíritu. Tal parece que tiembla el corazón, pensando que el agua llovediza se filtra por las hendeduras de la tierra, y baja, como llanto, al ataúd, mojando el cuerpo frío de los cadáveres. Y es que el hombre no cree jamás en que la vida cesa; anima con la imaginación el cuerpo muerto cuyas moléculas se desagregan y entran al torbellino del eterno cosmos, y resiste a la ley ineludible de los seres. Todos, en nuestras horas de tristeza, cuando el viento sopla en el tubo angosto de la chimenea, o cuando el agua azota los cristales, o cuando el mar se agita y embravece; todos cual más, cual menos, desandamos con la imaginación este camino largo de la vida, y recordando a los ausentes, que ya nunca volverán, creemos oír sus congojosas voces en el quejido de la ráfaga que pasa, en el rumor del agua y en los tumbos del océano tumultuoso.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Novela del Tranvía

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Cuando la tarde se oscurece y los paraguas se abren, como redondas alas de murciélago, lo mejor que el desocupado puede hacer es subir al primer tranvía que encuentre al paso y recorrer las calles, como el anciano Víctor Hugo las recorría, sentado en la imperial de un ómnibus. El movimiento disipa un tanto cuanto la tristeza, y, para el observador, nada hay más peregrino ni más curioso que la serie de cuadros vivos que pueden examinarse en un tranvía. A cada paso el vagón se detiene, y abriéndose camino entre los pasajeros que se amontonan y se apiñan, pasa un paraguas chorreando a Dios dar, y detrás del paraguas la figura ridícula de algún asendereado cobrador, calado hasta los huesos. Los pasajeros ondulan y se dividen en dos grupos compactos, para dejar paso expedito al recién llegado.

Así se dividieron las aguas del Mar Rojo para que los israelitas lo atravesaran a pie enjuto. El paraguas escurre sobre el entarimado del vagón que, a poco, se convierte en un lago navegable. El cobrador sacude su sombrero y un benéfico rocío baña la cara de los circunstantes, como si hubiera atravesado por en medio del vagón un sacerdote repartiendo bendiciones e hisopazos. Algunos caballeros estornudan. Las señoras de alguna edad levantan su enagua hasta una altura vertiginosa, para que el fango de aquel pantano portátil no las manche. En la calle, la lluvia cae conforme a las eternas reglas del sistema antiguo: de arriba para abajo. Mas en el vagón hay lluvia ascendente y lluvia descendente. Se está, con toda verdad, entre dos aguas.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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