Textos más populares esta semana de Manuel Gutiérrez Nájera | pág. 3

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autor: Manuel Gutiérrez Nájera


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En el Hipódromo

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Es imposible separar los ojos de esa larga pista, en donde los caballos de carrera compiten, maravillándonos con sus proezas. Yo sé de muchas damas que han reñido con sus novios, porque éstos, en vez de verlas preferentemente y admirarlas, fijaban su atención en los ardides de los jockeys y en la traza de los caballos. Y sé, en cambio, cíe otro amigo mío, que absorto en la contemplación de unas medias azules, perfectamente estiradas, perdió su apuesta por no haber observado, como debía haberlo hecho desde antes, las condiciones en que iba a verificarse la carrera. Pero esta manía hípica no cunde nada más entre los dueños de caballos y los apostadores, ávidos de lucro; se extiende hasta las damas, que también siguen, a favor del anteojo, los episodios y las peripecias de la justa; y que apuestan como nosotros apostamos y emplean en su conversación los agrios vocablos del idioma hípico, erizado de puntas y consonantes agudísimas. Los galanes y los cortejos van a apostar con las señoras, y ofrecen una caja de guantes o un estuche de perfumes, en cambio de la pálida camelia que se marchita en los cabellos de la dama o del coqueto alfiler de oro que detiene los rizos en la nuca. El breve guante de cabritilla paja que aprisiona una mano marfilina bien vale todos los jarrones de Sévres de tiene Hildebrand en sus lujosos almacenes y todas las delicadas miniaturas que traza el pincel Daudet de Casarín. Yo tengo en el cofre azul de mis recuerdos uno de esos guantes. ¿De quién era? Recuerdo que durante muchos días fue conmigo, guardado en la cartera, y durmió bajo mi almohada por las noches. ¿De quién era? ¡Pobre guante! Ya le faltan dos botones y tiene un pequeñito desgarrón en el dedo meñique. Huele a rubia.


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8 págs. / 15 minutos / 106 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Misas de Navidad

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


He salido a flanear un rato por las calles, y en todas partes, el fresco olor a lama, el bullicio y ruido de las plazas y la eterna alharaca de los pitos han atado mis pensamientos a la Noche Buena. Es imposible que hablemos de otra cosa. Las barracas esparcidas miserablemente en la Plaza Principal han estado esta tarde más animadas que nunca. Los vendedores ambulantes no han podido fijarse un solo instante. A cada paso tropiezo con acémilas humanas, cargadas de pesados canastones, por cuyas orillas asoman los tendidos brazos de una rama de cedro, o las hebras canas del heno. A trechos, rompiendo la monotonía de aquella masa humana vestida de guiñapos, asoma una coraza aristocrática y un sombrero de Devonshire. Cogido de la mano de su hermana, va un niño de tres años, mirando con ojos desmesuradamente abiertos cada cosa, y lanzando gritos de alegría, como notas perladas, cuyo revoltoso compás lleva con las carnosas manos impacientes. La luz de las hogueras y de los hachones, llameando velozmente, comunica a las fisonomías ese reflejo purpúreo que ilumina las pinturas venecianas. Ahí distingo el cuerpo esbelto y elegante de la señorita C…, la reina de la delgadez aristocrática, cubierto por un vestido seda perla con grandes rayas negras. Lleva un niño de la mano, y, encorvando su cuerpo graciosamente, espera que el vendedor de tostada cara y gruesas manos llene el cesto que sostiene en sus brazos un lacayo. Es la Diana de Juan Goujon en el mercado.


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11 págs. / 19 minutos / 94 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Historia de un Peso Falso

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


¡Parecía bueno! ¡Limpio, muy cepilladito, con su águila, a guisa de alfiler de corbata, y caminando siempre por el lado de la sombra, para dejar al sol la otra acera! No tenía mala cara el muy bellaco, y el que sólo de vista lo hubiera conocido no habría vacilado en fiarle cuatro pesetas. Pero… ¡crean ustedes en las canas blancas y en la plata que brilla! Aquel peso era un peso teñido: su cabello era castaño, de cobre, y él, por coquetería, porque le dijeran: «Es usted muy Luis XV», se lo había empolvado.

Por supuesto, era de padres desconocidos. ¡Estos pobrecitos pesos siempre son expósitos! A mí me inspiran mucha lástima, y de buen grado los recogería, pero mi casa, es decir, la casa de ellos, el bolsillo de mi chaleco, está vacío, desamueblado, lleno de aire, y por eso no puedo recibirlos. Cuando alguno me cae, procuro colocarlo en una cantina, en una tienda, en la contaduría del teatro, pero hoy están las colocaciones por las nubes y casi siempre se queda en la calle el pobre peso.

No pasó lo mismo, sin embargo, con aquel de la buena facha, de la sonrisa bonachona y del águila que parecía de verdad. Yo no sé en dónde me lo dieron, pero sí estoy cierto de cuál es la casa de comercio en donde tuve la fortuna de colocarlo, gracias al buen corazón y a la mala vista del respetable comerciante cuyo nombre callo por no ofender la cristiana modestia de tan excelente sujeto, y por aquello de que hasta la mano izquierda debe ignorar el bien que hizo la derecha.


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12 págs. / 21 minutos / 93 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento Triste

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


¿Por qué me pides versos? Hace ya tiempo que mi pobre imaginación, como una flor cortada demasiado temprano, quedó en los rizos negros de una espesa cabellera, tan tenebrosa como la noche y como mi alma. ¿Por qué me pides versos? Tú sabes bien que del laúd sin cuerdas no brotan armonías y que del nido abandonado ya no brotan gorjeos. Vino el invierno y desnudó los árboles; se helaron las aguas del río donde bañabas tu pie breve y aquella casa, oculta entre los fresnos, ha oído frases de amor que no pronuciaron nuestros labios y risas que no alegraban nuestras almas. Parece que un amor inmenso nos separa

Yo he corrido tras el amor y tras la gloria como van los niños tras la coqueta mariposa que se burla de la persecución y de sus gritos.

Todas las rosas que encontré tenían espinas, y todos los corazones olvido.

El libro de mi vida tiene una sola página de elicidad, y esa es la tuya.

No me pidas versos. Mi alma es como esos pájaros viejos que no saben cantar y pierden sus plumas una á una, cuando sopla el cierzo de Diciembre.

Hubo un momento en que creí que el amor era absoluto y único. No hay más que un amor en mi alma, como no hay más que un sol en el cielo, decía entonces. Después supe, estudiando astronomía, que los soles son muchos.

Toqué á la puerta de muchos corazones y no me abrieron porque dentro no había nadie.

Yo vuelvo ya de todos los países azules en que florecen las naranjas de color de oro. Estoy enfermo y triste. No creo más que en Dios, en mis padres y en ti. No me pidas versos.

Preciso es, sin embargo, que te hable y te cuente una por una mis tristezas. Por eso voy á escribirte, para que leas mis pobres cartas junto á la ventana, y pienses en el ausente que jamás ha de volver. Las golondrinas vuelven después de larga ausencia, y se refugian en las ramas del pino. La brújula señala siempre el Norte. Mi corazón te busca á ti.


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3 págs. / 6 minutos / 86 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Un 14 de Julio

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


(Histórico)

Voy a referiros una breve y triste historia, y voy a referirla porque hoy habrá muchos semblantes risueños en las calles, y es bueno que los alegres, los felices, se acuerden de que hay algunos, muchos desgraciados. Es un episodio del 14 de julio, pero no del 14 de julio de 1789, sino del 14 de julio de 1890. Y la heroína es una paisana nuestra, una hermosa y desventurada mexicana. ¡Ah!, de ella hablaron mucho los diarios de París hace dos años, más que de madame Iturbe y de sus trajes, más que de la señorita Escandón y su boda. Arsenio Houssaye, ese anciano coronado de rosas, le dedicó una página brillante, una aureola de oro, como esas que circundan las sienes de los mártires. La Piedad la amó un momento, un momento nada más, porque la Piedad tiene siempre muchísimo que hacer. Y ahora que miro esas banderas, esas flámulas, esos gallardetes, símbolos de noble regocijo, pienso en la pobre mexicana que pasó en París el 14 de julio de 1890.

Estaba casada con un francés que vino a nuestra tierra cuando la malhadada Intervención. Aquí tuvo seis hijos… ¡Ya sabéis que la pobreza es muy fecunda! Vivían penosamente, y el marido, esperanzado en hallar protección más amplia en su país, regresó a Francia con su mujer y su media docena de criaturas. Él era pintor, decoraba, hacía cuadritos de flores y de frutas para comedores, iluminaba retratos, y tenía buena voluntad para admitir cualquier trabajo honesto. Pero he aquí lo que no hallaba. ¡Es tan grande París! ¡Hay en sus calles tanto ruido! ¡Es tan difícil percibir allí la voz de un hombre!

Altivo, orgulloso como era, jamás se habría resignado a pordiosear. La miseria, enamorada sempiterna del orgullo, vino a acompañarle.

Una noche, agotados ya todos sus recursos, dijo:

—Es preciso morir.

Le oyó el más pequeño de sus hijos y preguntó entonces a la madre:

—Mamá, ¿qué cosa es morir?


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4 págs. / 7 minutos / 75 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Balada de Año Nuevo

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


En la alcoba silenciosa, muelle y acolchonada apenas se oye la suave respiración del enfermito. Las cortinas están echadas; la veladora esparce en derredor su luz discreta, y la bendita imagen de la Virgen vela a la cabecera de la cama. Bebé está malo, muy malo… Bebé se muere…

El doctor ha auscultado el blanco pecho del enfermo; con sus manos gruesas toma las manecitas diminutas del pobre ángel, y, frunciendo el ceño, ve con tristeza al niño y a los padres. Pide un pedazo de papel; se acerca a la mesilla veladora, y con su pluma de oro escribe… escribe. Sólo se oye en la alcoba, como el pesado revoloteo de un moscardón, el ruido de la pluma corriendo sobre el papel, blanco y poroso. El niño duerme; no tiene fuerzas para abrir los ojos. Su cara, antes tan halagüeña y sonrosada, está más blanca y transparente que la cera: en sus sienes se perfila la red azulosa de las venas. Sus labios están pálidos, marchitos, despellejados por la enfermedad. Sus manecitas están frías como dos témpanos de hielo… Bebé está malo… Bebé está muy malo… Bebé se va a morir…

Clara no llora; ya no tiene lágrimas. Y luego, si llorara, despertaría a su pobre niño. ¿Qué escribirá el doctor? ¡Es la receta! ¡Ah, sí Clara supiera, lo aliviaría en un solo instante! Pues qué, ¿nada se puede contra el mal? ¿No hay medios para salvar una existencia que se apaga? ¡Ah! ¡Sí los hay, sí debe haberlos; Dios es bueno, Dios no quiere el suplicio de las madres; los médicos son torpes, son desamorados; poco les importa la honda aflicción de los amantes padres; por eso Bebé no está aliviado aún; por eso Bebé sigue muy malo; por eso Bebé, el pobre Bebé se va a morir! Y Clara dice con el llanto en los ojos:

–¡Ah! ¡Si yo supiera!


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5 págs. / 9 minutos / 74 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Sospecha

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Estaban ambos en ese momento peligroso del amor en que, para creer en la propia felicidad, es necesario que los otros se hagan lenguas de ella. Ser dos no basta: es necesario que los otros digan: «¡Sí, son dos!». Los corazones buenos, llegado ese momento, han menester un amigo; los malos, un envidioso. Uno de los primeros síntomas de la saciedad es que suele uno verse en el espejo más a menudo que ordinariamente. ¿Por qué? Porque se busca un testigo, y estando eternamente solos, la propia imagen de uno es punto menos que un desconocido. El dúo aspira a resolverse en un terceto. Algunas veces degenera en concertante: sobre todo, cuando se trata de alguna ópera italiana o de amoríos pecaminosos.

Clementina y Roberto no se fastidiaban: ¿era posible acaso que se fastidiaran? Él tenía veinte abriles y ella treinta. Pero, sobre todo, lo que hacía irresistible a Clementina era el pudor. La castidad, esa niñería sublime, es patrimonio de todas las doncellas inocentes, pero el pudor se adquiere, se conquista. Una joven alzándose la enagua hasta los ojos, es de una castidad suprema. El pudor, ese astuto, enseña apenas la punta delicada del botín. Es una ciencia, un arte. Es el obstáculo oportuno, la negación que consiente, la reticencia de la pasión. Sabe lo que se puede conceder y cómo y cuándo. A los treinta años comienzan las mujeres a tener pudor. Las vírgenes son augustas.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Vestido Blanco

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Mayo, ramillete de lilas húmedas que Primavera prende a su corpiño; Mayo, el de los tibios, indecisos sueños de la pubertad; Mayo, clarín de plata que tocas diana a los poetas perezosos; Mayo, el que rebosa tantas flores como las barcas de Myssira: tus ojos claros se cierran en éxtasis voluptuoso y se escapa de tus labios el prometedor «¡hasta mañana!», cual mariposa azul de entre los pétalos de un lirio.

Hace poco salía de la capilla, tapizada toda de rosas blancas, y entreteníame en ver la vocinglera turba de las niñas que con albos trajes, velos cándidos y botones de azahar en el tocado, habían ido a ofrecer ramos fragantes a María. Mayo y María son dos nombres que se hermanan, que suavizan la palabra; dos sonrisas que se reconocen y se aman. No sé qué hilo de la Virgen une a los dos. Uno es como el eco del otro. Mayo es el pomo y María es la esencia.

Las niñas ricas subían joviales a sus coches; las niñeras vestían de gala; santo orgullo expresaban en sus ojos, aún llorosos, las mamás. Acababan de recibir la confirmación de la maternidad.

En uno de aquellos grupos distinguí a mi amigo Adrián; salí a su encuentro; besé a la chicuela, que todavía no sabe hablar sino con sus padres y con sus muñecas; sentí ese fresco olor de inocencia, de edredón, de brazos maternales, que esparcen las criaturas sanas, bellas y felices, y cuando la palomita de alas tímidas, cerradas, se fue con la mamá y el aya, ruborizada la niña, y de veras por la primera vez, Adrián y yo, incansables andariegos, nos alejamos de las calles henchidas de gente dominguera, para ir a la calzada que sombrean los árboles y que buscan los enamorados al caer la tarde y los amigos de la soledad al mediodía.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Stora

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Para vivir ahora en México, como para leer una novela de Zola, se necesita irremisiblemente llevar cubiertas las narices. Las primeras lluvias han convertido la ciudad en un mar fétido donde se hospedan las amarillas tercianas y el rapado tifo. ¡Quién estuviera en París! Cuando los primeros chaparrones descargan sobre la ciudad privilegiada, dice Banville, y cuando las primeras brumas, a la vez trasparentes y espesas, rodean su atmósfera, París es abominable y delicioso.

Un barro negro, inmóvil y estancado como las ondas de un lago infernal, extiende su mantel hediondo adonde travesean los pobres fiacres, manchados de pegajoso lodo y semejantes a la piel de tigre, los pesados tranvías y los pedestres caminantes que caen, tropiezan y chapalean en el agua con la actitud grotesca de los saltimbanquis. Toda la población parece una gran caricatura de Daumier o Gavarni. La ciudad, envuelta por un velo húmedo, como Ámsterdam o Venecia, toma el aspecto de una aguafuerte con sus feroces sombras y sus chorros de luz pálida, sus contornos confusos y sus droláticas figuras, adrede hechas para expresar el pensamiento extravagante de un artista loco. Los monumentos, desnaturalizados y deformes, distintos absolutamente merced a la bruma que los transfigura, erizan sus agujas, sus torres y sus cúpulas, como castillos de hechiceros, construcciones indias o castillos góticos. París, trasijado por el capricho de las nubes, se convierte en una enorme decoración maravillosa que hechiza la mirada, pero el mantel de lodo que extiende a las plantas del transeúnte es espantoso.


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4 págs. / 7 minutos / 43 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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