El Juicio Final
Manuel Payno
Cuento
—¿Con que todavía persiste usted en su incredulidad?
—De ninguna manera, amigo don Sempronio: creo a puño cerrado que ha de llegar un día fatal en que todo bicho que viva y que haya vivido, ha de levantarse con la cara muy larga, las mejillas pálidas y hundidas y los ojos descarriados, y ha de correr diestra y siniestra sin poder ocultarse de una justicia eterna que a todos medirá con igual rasero; mas no he visto ni los temblores de tierra, ni las tempestades, ni los terremotos, ni ninguna de esas señales que, según la Escritura, anunciarán el día terrible.
—¿No ha visto usted el cometa?
—Sí.
—¿Y los temblores de las Antillas?
—Sí.
—¿Y la guerra en Yucatán?
—Sí.
—¿Y las injusticias que cometen con nosotros nuestros hermanos carísimos del norte?
—Sí.
—¿Y la caída lastimosa de los que estaban en la cúspide del poder? —Sí.
—¿Y las cuestiones entre los que están en la cumbre del poder?
—Sí.
—Pues si éstas no son señales del juicio final, no sé qué más aguarda usted; y además si se quiere convencer prácticamente, venga usted conmigo.
Don Sempronio me condujo a la alacena de la esquina de los portales de Mercaderes y Agustinos. Yo le seguí, pensando que sería divertido efectivamente contemplar leyendo El Diario, La Colmena y El Siglo XIX, la aproximación del juicio final.
—Observe usted, amigo mío —me dijo con tono sepulcral—, y se conmoverá usted hasta el grado de derramar lágrimas de verdadera contrición.
Dominio público
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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.