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autor: Manuel Payno etiqueta: Cuento


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El Juicio Final

Manuel Payno


Cuento


—¿Con que todavía persiste usted en su incredulidad?

—De ninguna manera, amigo don Sempronio: creo a puño cerrado que ha de llegar un día fatal en que todo bicho que viva y que haya vivido, ha de levantarse con la cara muy larga, las mejillas pálidas y hundidas y los ojos descarriados, y ha de correr diestra y siniestra sin poder ocultarse de una justicia eterna que a todos medirá con igual rasero; mas no he visto ni los temblores de tierra, ni las tempestades, ni los terremotos, ni ninguna de esas señales que, según la Escritura, anunciarán el día terrible.

—¿No ha visto usted el cometa?

—Sí.

—¿Y los temblores de las Antillas?

—Sí.

—¿Y la guerra en Yucatán?

—Sí.

—¿Y las injusticias que cometen con nosotros nuestros hermanos carísimos del norte?

—Sí.

—¿Y la caída lastimosa de los que estaban en la cúspide del poder? —Sí.

—¿Y las cuestiones entre los que están en la cumbre del poder?

—Sí.

—Pues si éstas no son señales del juicio final, no sé qué más aguarda usted; y además si se quiere convencer prácticamente, venga usted conmigo.

Don Sempronio me condujo a la alacena de la esquina de los portales de Mercaderes y Agustinos. Yo le seguí, pensando que sería divertido efectivamente contemplar leyendo El Diario, La Colmena y El Siglo XIX, la aproximación del juicio final.

—Observe usted, amigo mío —me dijo con tono sepulcral—, y se conmoverá usted hasta el grado de derramar lágrimas de verdadera contrición.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Vida de Provincia

Manuel Payno


Cuento


Carta a Fidel


Dans cette province reculé où je suis riche et considéré de tous, heureux près d’une femme que j’aime, possesseur d’une maison et de beaux jardins, entouré d’une bibliothêque de chefs d’oeuvre, je me prends à regretter parfois mes miseres à Rome, mes folles amours à Rome, ma vie de parasite et de mendiant, mais à Rome.

Memorias de Marcial, escritas por él mismo
 

Satírico, clásico, poético y polígloto Fidel:

Hace algún tiempo que registro con avidez El Siglo XIX, El Diario del Gobierno, La Hesperia y El Cosmopolita, y en ninguno de estos periódicos encuentro ni tus maliciosos y satíricos artículos de costumbres, ni tus poesías osiánicas, ni tus leyendas mexicanas, ni tus fandangos. ¿Qué te ha sucedido, Fidel? ¿Por qué de insoportable parlanchín y de infatigable escritor, has pasado a ser el más silencioso y apático de los hombres? Mientras tengas lengua y dientes, habla; y mientras encuentres a la mano una proclama con el reverso blanco, un mal cañón de avestruz, y una poca de tinta, escribe. Si no tuviera yo una que otra vez noticias tuyas, diría que te habías muerto.

En cuanto a mí, nunca me ha atosigado más la manía de hablar y escribir que ahora. No hablo porque no tengo con quién, razón muy sencilla; pero mientras vivas te escribiré cartas, hasta que con ellas llenes las mil bolsas de tu elegante paleteau. Y no te asombres si en las tales cartas te hablo de química, de física, de mineralogía, de constitución, de federación, de derecho civil, de cánones, de botánica, de poesía y de historia, porque ya sabes que en este siglo, querido Fidel, lo único que se necesita es tener mucho atrevimiento y bastante pachorra para arrostrar con tanto crítico imprudente, que salen como los búhos, de la oscuridad de su gabinete para atacar la gloria y reputación de los genios.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Paulina

Manuel Payno


Cuento


Se ama bien sólo una vez, y es la primera.

La Bruyère
 

La historia de Paulina es una narración sencilla, sin aventuras, sin incidentes de romance. Historia de estos tiempos en que no hay señores feudales, ni astrólogos, ni magas, ni caballeros andantes: no ofrece esa mezcla de sucesos maravillosos que turban los pensamientos domésticos de las doncellas, entusiasman a los jóvenes y hacen dormir a los viejos. Mi historia es la de una cara hermosa a quien marchitó el tiempo, la de un corazón ardiente a quien el destino arrancó las ilusiones, y la de un alma nacida para amar, que no encontró quien la comprendiera. Mi historia abraza sólo cinco años de una vida pacífica en la apariencia; pero llena de sufrimientos morales, de deseos imposibles, de esperanzas vanas, y de sueños de amor.

Pero si hubieran conocido mis lectores a Paulina cuando tenía quince años, la habrían adorado. Era una joven con una cintura de abeja, un andar airoso, un pie pulido, calzado con un zapato verde oscuro, una pierna mórbida y torneada, cuya blancura dejaba adivinar el calado de una fina media de seda… Su rostro era rosado con unas ligeras tintas de nácar en las mejillas, una sonrisa de amor en los labios, unas miradas apacibles y una frente pura y ruborosa como la de la Virgen de Murillo. No puedo decir que Paulina tuviera dos soles en lugar de ojos, ni dos rosas por mejillas, ni un clavel en vez de labios; pero Paulina era linda, sin necesidad de apelar a figuras poéticas, linda como muchas de esas jóvenes que encontráis en el teatro, en la Alameda, en los toros, en las misas, y que os quitan el sueño y las ganas de comer, y que no paráis hasta saber dónde viven, enviarles un billete, hablarles por el balcón… y… sois muy perversos, señores lectores, y adivino que os gustan tanto como a mí las que se parecen a Paulina.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Remedio Infalible

Manuel Payno


Cuento


Para el que se le cae el pelo


Qui n’a pas l’sprit de son age
De son age à tout le malheur.
 

La caída de la hoja seca es en los campos del antiguo mundo imagen del otoño, precursora del invierno. El otoño de la vida se anuncia con la caída del pelo. En el campo y en el hombre se atrasa alguna vez esta estación, pero generalmente los hombres de este siglo de las luces lo pierden todo a un tiempo, la juventud, el pelo, las ilusiones, las creencias y el dinero. Estoy viendo en este instante una carta escrita del puño y letra de un anciano de ochenta y cinco años de edad, venerable padre de familia, que acuerda medio siglo de desastres en su patria, que repelidas veces desempeñó cargos públicos, que sacrificó su fortuna, su vida, en beneficio de su país, y hoy tiene pelo, y escribe sin espejuelos, y anda una legua a pie, y goza de la vida. Ahora los hombres no tienen pelo ni tienen ojos a los veinte años.

Así discurría yo tristemente, pensando en esa degeneración física de la especie humana, de que no puede dudar el que tome en peso el casco que llevaba a la guerra el cardenal Cisneros, o ver la armadura del caballero español, que pesaba 20 arrobas, o contemple la espada de Bernardo del Carpio, armadura y espada de gigantes.

Los descendientes del Cid y de Pelayo tenemos el cutis blanco, musculatura menos pronunciada, mórbidos, puede decirse nuestros miembros, débil, suave como la seda nuestro pelo. Hay hombres en este siglo tan hermosos como una mujer. Así pues, como existen muchos que aprecian sus ventajas físicas como en el bello sexo se aprecian, me he propuesto hoy hacerles un servicio señalado, dándoles cuenta de una pequeña aventura que me condujo al descubrimiento del remedio infalible para el que se le cae el pelo. He aquí el hecho.

—Su pelo de usted está en estado de quiebra —me dijeron hace un mes unas hermosas niñas que estimo mucho.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Historia Verdadera

Manuel Payno


Cuento


Dos jóvenes románticos

Era una tarde nublada; el sol se había ocultado entre las nubes, y se reflejaba en las aguas del Sena un cielo opaco y triste: un joven de dieciséis a veinte años estaba en pie en un puente con los ojos fijos en el río; en sus siniestras miradas se advertía que luchaba con una grande agitación, y padecía su alma violentos combates. Una mano que le tocó al hombro suavemente le arrancó de su meditación.

—Amadeo, ¿qué te ha sucedido? ¿En qué piensas?

—Pienso, Eduardo, en este momento remover con mi cuerpo las aguas tranquilas del Sena.

—Loco, ¿tú te chanceas? No serías capaz de hacerlo.

—¿Que no sería? ¡Oh!, si tú quieres presenciarlo, no gustaré morir dejando la fama de embustero o charlatán.

Y al decir esto hizo un hincapié para precipitarse en el río; pero su compañero logró asirlo de un faldón de su huácaro; el cuerpo de Amadeo estaba balanceándose, y su compañero hacía esfuerzos prodigiosos para sostenerlo, gritó, acudió gente y lograron poner en salvo al desventurado que estaba tan peleado con la vida.

Amadeo quedó sin sentido, respiraba apenas, y aunque se había resuelto al parecer con tanta frialdad, a perder la vida, se conocía en esto claramente el esfuerzo que hace el hombre sobre sí mismo al privarse de la existencia. Eduardo lo condujo a su casa, donde le suministró todos los auxilios necesarios para que recobrara el uso de los sentidos.

—Parece que te vas recuperando un poco, Amadeo —le dijo su amigo cuando lo vio entreabrir los ojos.

—Sí, algún tanto, Eduardo, gracias, gracias, es algo salada la maldita agua del Sena, y aún tengo el estómago lleno… Dios me ampare, qué agonía tan horrible se siente cuando uno se está ahogando: por cierto escogeré mañana otro género de muerte más violenta.

—Duerme, y descansa, Amadeo; cuando despiertes encontrarás tu estómago más vacío.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Matrimonio

Manuel Payno


Cuento


I

Días hace que tenía deseos de escribir un artículo de costumbres; pero me sucedía precisamente lo que al cura, que no repicaba por trescientos mil motivos; el primero, por falta de campanas: hay entre nosotros muchas costumbres, tales como la de pretender empleos, la de ser ricos de la noche a la mañana, la de criticar todo sin entenderlo, etcétera; pero eso me daba materia para un renglón, y después… ¿Cómo hacer sonreír a los lectores? ¿Cómo amenizar las columnas del Siglo XIX? ¿Cómo granjearme la nota de maligno, de mordaz, de conocedor del mundo si se quiere? Nada de esto era posible porque hay momentos, horas, días, y hasta meses enteros, que el poco entendimiento que vaga en el cerebro se esconde en lo más profundo de los sesos, y ésos son cabalmente los momentos en que el poeta suda, se arranca los cabellos, llora, tira la pluma desesperado, y pide a Dios una gota de genio, una gota de talento, un soplo de inspiración. La inspiración no viene porque es una muchacha retrechera y algo voluntariosa, y entonces se exclama en voz sepulcral con Victor Hugo: ¡Maldición!, o con Calderón y Lope: ¡Válgame Dios! Pero sigo con mi cuento, antes que los sufridos lectores exclamen: ¡Válgame Dios, qué pesado! Decía que no tenía asunto para artículo de costumbres, cuando he aquí que mustia y solemne se avanza la Semana Santa con sus tinieblas, sus monumentos, sus procesiones, su pésame, y tras de todos estos graves misterios se agolpa el mundo de México, vario, mezclado y confundido.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Baratillo

Manuel Payno


Cuento


Baratillo, según el Diccionario de la lengua española, es diminutivo de barato, y también es el lugar donde se venden trastos de poco precio. El mismo Diccionario dice que hay baratillo en Sevilla y Valencia, y yo sospecho que lo habrá también en muchas otras partes de España, y me afirmo que de allende nos vino la dicha de poseer en México ese establecimiento, que por útil y benéfico lo han respetado los imperiales, los federalistas, los centralistas, los escoceses, los yorkinos, los hombres, en fin, de todas épocas, de todos colores y de todos los partidos. Esto no demuestra más que el feliz privilegio de las cosas verdaderamente buenas, que son respetadas, no digo de los hombres, sino hasta del tiempo, enemigo implacable de todo lo que existe. La pesada estatua de Carlos IV tenía un olor insoportable de tiranía, y la confinaron al patio de la Universidad, con miles de gastos y de trabajo. El Palacio, aunque no ha sufrido mutaciones en su cara, si no es pintorrearla de un color oscuro y análogo con el de nuestros legítimos antecesores, en su cuerpo se han abierto y cerrado puertas, y construido y tirado paredes, y nunca se concluye la obra. La Inquisición, donde antes gemía la humanidad, ha sido cuartel de inválidos, prisión liberal de reos de Estado, y por último, pasó de manos vivas a manos muertas para convertirse en seminario conciliar. La mayor parte de los edificios públicos han sufrido sus mutaciones, como todo lo del mundo, menos el Baratillo, que desde que yo abrí los ojos, tiene las mismas facciones horribles y asquerosas que hoy.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Ministerios

Manuel Payno


Cuento


Dicen que en Europa se llama lisa y peladamente ministerio, a la reunión de todos los miembros que se hallan encargados de los ramos de administración pública, y dicen también que esto es porque generalmente el hombre más influyente lleva la voz en los asuntos, y así se dice ministerio Mole, ministerio Mendizábal, etcétera. Si es esto verdad o no, díganlo los que han estado en Europa y han echado una ojeada al estado político de aquellos países. Aquí no sucede eso. Los cuatro ministros han conservado la independencia de sus funciones y obedecen y mandan a la vez, y sus nombres se imprimen con letra bastardilla en los diarios, sin que los redactores de ellos hayan tenido hasta hoy motivo para encabezar la parte política con «actos del ministerio fulano», sino actos del gobierno, y luego: «Cámara de Representantes y Corte Suprema de Justicia». Esto ha sucedido desde el establecimiento de la libertad, y la base de ella y de la Constitución, ha estado y está indicada en todos los periódicos.

Cada ministerio, pues, tiene una fisonomía particular en sus labores, en sus maneras, en sus empleados y en sus pretendientes.


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El Baile de Máscara

Manuel Payno


Cuento


I

Una pieza sucia, estrecha, con una candileja opaca y seis o siete figuras escuálidas y meditabundas, es la imagen de la vida ordinaria, sembrada de pesares, falta de luz, melancólica. Es la realidad.

Un salón alumbrado por numerosas arañas y candelabros, un salón donde bullen mil imágenes animadas, donde la seda, el terciopelo y los brocados relucen a la claridad de las bujías, donde todo es animación y movimiento, es la imagen de esos momentos que hay en la vida, en los cuales el corazón rebosa de esperanzas, y la mente de halagüeños pensamientos. Es la ilusión. Y ¿qué otra cosa son las dichas de la vida más que una ilusión efímera, volátil, superficial, como lo es la de un salón de máscaras? Mas sea lo que fuere, el incentivo de la curiosidad, la alegría general, el panorama que presentan los dominós, los moros, los romanos, los caballeros cruzados, etcétera, la abundancia de luz, los calzados blancos de las damas, los brazos torneados, los diamantes fulgurando en unos cuellos mórbidos y en unos dedos pequeñitos y redondos, las caretas mintiendo un peregrino rostro, la costumbre, en fin, de entregarse en los tres días del carnaval a la diversión, a las aventuras, a los lances amorosos, completa enteramente la ilusión; y aunque nuestro teatro no tuvo ninguna clase de adorno, se comprende entonces bien el encanto de un baile de máscaras en la antigua Venecia, y aún hoy en algunas otras partes de la Italia.


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El Portal

Manuel Payno


Cuento


No hay cosa más difícil que comenzar un artículo de costumbres, una poesía, una oración cívica, o cualquier cosa en que se necesite forzosamente disponer a los lectores a que usen de benevolencia con el autor y a que escuchen con paciencia, ya que no con placer, los diálogos entre las vecinas de la casa de los Dolores, las quejas contra el rigor de una querida o contra las inclemencias del destino, o los padecimientos de los héroes de la libertad, que aunque muy sublimes, los sabe ya todo el mundo, adornados de la poesía o prosa con que los han revestido los oradores anuales.

¿Es introducción ésta? Todo tiene, menos eso; pero llevaba yo media hora de estar con la mano en la mejilla sin poder escribir una silaba, y era fuerza comenzar. Me ocurre que si yo hubiera viajado por Florencia, por Parma o por Milán, quizá esas ciudades tendrían portales de mármoles, y en esos portales pasarían cosas bonitas, cuya descripción serviría de exordio o introducción a este artículo, en vez de traer por los cabellos a las oraciones cívicas y a las poesías. Si fuera anticuario, podría también explicar si los romanos fueron los primeros que construyeron los portales, o fueron los griegos, los godos o los persas; pero ni anticuario ni viajante, sólo puedo decir que en un portalito de Santa Anita sostenido con puntales y cuñas, pasan la noche los indios que se embriagan; que el portal de Toluca estaba ocupado en un día de Muertos sólo por mi elegante persona, y la más elegante de un nevero que quería se refrescaran los transeúntes en el mes de noviembre; y por último, que en el portal de San Juan del Río se sienta una mujer delante de un hachón con una olla de atole de anís y otra de tamales, y que también mi elegante persona, unida a la de otros jóvenes de capa romana, tomó su atole y sus tamales, y por poco le cuesta bajar a la negra, hórrida, lívida, tétrica y melancólica tumba.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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