¡Sábado de Gloria! ¡Repique!, ¡felicidades!,
¡judas! ¡Cómo permanecer fríos espectadores en medio de barullo tan
descomunal! ¡Y nos, los más antiguos saltimbanquis literarios, entre
todos los mandados hacer, entre tanto gracioso de adrede con su
seudónimo al canto, que también párvulos como nosotros, se codean con
Fígaro, y ven sobre el hombre al propio Curioso Parlante!
¡Sábado de Gloria! Hoy que se ha rasgado el velo del templo, y no
obstante, tantas cosas están en tinieblas; hoy que se ha encendido una
luz nueva en el altar, casualmente cuando se echa de ver que en el
Congreso hubo tan poca; hoy que vuelven, ¡oh desgracia!, a aturdir las
campanas, a recobrar su vigorosa entonación las trompetas, a insultar la
miseria los carruajes soberbios, y a complicarse en eternas intrigas
los simones.
Pues señor, en este momento solemne, que estalla el repique, corren
despavoridos los canes, galopan los petimetres cabalgadores, y aun se
escucha la alharaquienta matraca y el pregón de las aguas lojas, y
de las rosquillas; ahora que los cohetes pueblan tronadores los aires,
que las gentes andan de prisa, y se saludan festivas, que se felicitan
los léperos con sendos golpes; fijamos la atención en los judas, en esos
infelices muñecos de cartón que se mecen en los lazos de las esquinas,
entre la algazara de la plebe y el turbulento gozo de los párvulos.
Judas, ya ustedes lectores carísimos saben quién es, aquel que
metió la mano en el plato con Jesucristo, en la última cena, y con todo,
lo vendió, cosa que todos los días sucede con los que comen nuestro
pan. ¡Judas!, aquel que con un beso entregó a su Maestro: hoy se ha
sustituido una presión de manos, un abrazo. ¡Y vender a Cristo por 30
dineros aquel mismo Judas que sin comprar siquiera un boleto de un
concierto, se deshizo del precio de su infamia y se ahorcó! ¡Es decir,
que no tenía pizca de filosofía, ni de táctica, ni de nada!
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