Textos por orden alfabético de Marcel Schwob etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 4

Mostrando 31 a 35 de 35 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Marcel Schwob etiqueta: Cuento textos no disponibles


1234

Pocahontas: Princesa

Marcel Schwob


Cuento


Pocahontas era la hija del rey Powhatan, el que reinaba sentado en un trono hecho como para servir de cama y cubierto con un gran manto de pieles de mapache cosidas de las cuales pendían todas sus colas. Fue criada en una casa alfombrada con esteras, entre sacerdotes y mujeres que tenían la cabeza y los hombros pintados de rojo vivo y que la entretenían con mordillos de cobre y cascabeles de serpiente. Namontak, un servidor fiel, velaba por la princesa y organizaba sus juegos. A veces la llevaban a la floresta, junto al gran río Rappahanok, y treinta vírgenes desnudas bailaban para distraerla. Estaban pintadas de diversos colores y ceñidos por hojas verdes, llevaban en la cabeza cuernos de macho cabrío, y una piel de nutria en la cintura y, agitando mazas, saltaban alrededor de una hoguera crepitante. Cuando la danza terminaba, desparramaban las brasas y llevaban a la princesa de regreso a la luz de los tizones.

En el año 1607 el país de Pocahontas fue turbado por los europeos. Gentilhombres arruinados, estafadores y buscadores de oro, fueron a acostar en las orillas del Potomac y construyeron chozas de tablas. Les dieron a las chozas el nombre de Jamestown y llamaron a su colonia Virginia. Virginia no fue, por esos años, sino un miserable pequeño fuerte construido en la bahía de Chesapeake, en medio de los dominios del gran rey Powhatan. Los colonos eligieron para presidente al capitán John Smith, quien en otros tiempos había corrido aventuras hasta por tierra de turcos. Deambulaban por las rocas y vivían de los mariscos del mar y del poco trigo que podían obtener en el tráfico con los indígenas.


Información texto

Protegido por copyright
3 págs. / 6 minutos / 64 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Rampsinit

Marcel Schwob


Cuento


Tras pasar una noche con el ladrón que al despertar le tendió la mano de un muerto, Ahouri, la hija del rey Rampsinitos, se enamoró de él. Y pidió a su padre permiso para casarse con la persona a quien había entregado su virginidad. El viejo rey, que admiraba al ladrón, consintió y le dejó su trono y su tesoro de la cámara enlosada con una piedra angular giratoria. Así fue como el ladrón se convirtió en rey de Egipto y se hizo llamar Rampsinit.

Pero, poco tiempo después, la frente de la reina Ahouri enfermó. Los magos modelaron bolas de arcilla con hierbas secas, escribieron talismanes con tinta negra y roja y acariciaron la nariz de Ahouri con plantas recolectadas en luna llena, como prescribe el libro de Imhotep. Pero el cuerpo de la reina se cubrió de manchas rosadas y fue presa de temblores. Los médicos abrieron entonces el libro de Thot y todos menearon la cabeza.

A la noche siguiente, un grito desgarrador rompió el silencio de palacio. Los embalsamadores llegaron con los primeros rayos del alba portando tres ataúdes dorados y las mujeres lavaron el cuerpo de Ahouri, girando su cabeza hacia el sur. Se realizó un rezo y un embalsamador quebró el cráneo de la princesa introduciendo un gancho afilado por la fosa nasal izquierda. Se realizó otro rezo y el escriba trazó con su cálamo una línea negra en el lado izquierdo de su vientre. Se realizó un rezo más y un matarife sajó siguiendo la línea con un cuchillo de obsidiana traído de Etiopía. Tras lo cual, los esclavos se precipitaron sobre él y lo molieron a palos, pues se trata de un oficio impuro. Entonces lavaron el interior del cadáver con vino de palma e introdujeron las vísceras en cubetas de natrón.

Enseguida la doble de la reina Ahouri escapó por sus labios y huyó hacia la Apertura de la Boca por donde se llega hasta la morada de la diosa Hathor. «¡A Occidente! ¡A Occidente!», gritaron todos los presentes.


Información texto

Protegido por copyright
3 págs. / 6 minutos / 42 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Séptima: Encantadora

Marcel Schwob


Cuento


Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudad de Hadrumeto. Y su madre Amoena fue esclava, y la madre de ésta fue esclava, y todas fueron bellas y obscuras, y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blanca y las piedras de la casa donde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de conchitas que arrastra el mar tibio desde la tierra de Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derraman siete limos de diversos colores. En la casa marítima donde vivía Séptima, se oía morir la franja de plata del Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas azules resplandecientes se desplegaba hasta al ras del cielo. Las palmas de las manos de Séptima estaban enrojecidas por el oro, y las puntas de sus dedos pintadas; sus labios olían a mirra y sus párpados ungidos se estremecían suavemente. Así iba por los caminos de las afueras, llevando a la casa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.

Séptima se enamoró de un joven libre, Sextilio, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, ya que están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y así como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos. Es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee el nepentas que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo, no tiene el poder de echar a Eros de un corazón ocupado. Entonces toma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Séptima. Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoderó de aquel a quien ella quería amar.


Información texto

Protegido por copyright
3 págs. / 6 minutos / 45 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Un Esqueleto

Marcel Schwob


Cuento


Pernocté una vez en una casa encantada. No me atrevo demasiado a contar la historia porque estoy persuadido de que nadie la creerá. Sin duda alguna aquella casa estaba encantada, pero en ella nada sucedía como en otras casas encantadas. No se trataba de un castillo semiderruido encaramado sobre una colina boscosa, al borde de un precipicio lóbrego. No había sido abandonada desde hacía muchos siglos. Su último propietario no había fallecido de muerte misteriosa. Los campesinos no se santiguaban con pavor al pasar por delante de ella. Ninguna luz blanquecina aparecía en sus ventanas cuando la torre del pueblo daba las doce de la noche. Los árboles del parque no eran tejos y los niños asustadizos no iban a acechar a través de los setos formas blancas al anochecer. No llegué a una hospedería donde todas las habitaciones estaban ocupadas. El hospedero no se rascó prolongadamente la cabeza, con una vela en la mano, ni terminó por proponerme, algo dubitativo, preparar para mí una cama en la sala inferior del torreón. Ni añadió con rostro horrorizado que de todos los viajeros que habían dormido allí, ninguno había vuelto para contar su espeluznante fin. No me habló de los ruidos diabólicos que se escuchaban por la noche en la vieja casa solariega. No experimenté ningún sentimiento íntimo de valor que me impulsara a intentar la aventura. No tuve la ingeniosa idea de proveerme de un par de teas y de un arma de chispa; tampoco adopté la firme resolución de velar hasta medianoche leyendo un volumen suelto de Swedenborg, ni sentí a las doce menos tres minutos que un sueño profundo se abatía sobre mis párpados.


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 11 minutos / 145 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Vidas Imaginarias

Marcel Schwob


Biografía, Cuento


La ciencia de la historia nos sume en la incertidumbre acerca de los individuos. No nos los muestra sino en los momentos que empalmaron con las acciones generales. Nos dice que Napoleón estaba enfermo el día de Waterloo, que hay que atribuir la excesiva actividad intelectual de Newton a la absoluta continencia propia de su temperamento, que Alejandro estaba ebrio cuando mató a Klitos y que la fístula de Luis XIV pudo ser la causa de algunas de sus resoluciones. Pascal especula con la nariz de Cleopatra —si hubiese sido más corta— o con una arenilla en la uretra de Cromwell. Todos esos hechos individuales no tienen valor sino porque modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su ilación.

Son causas reales o posibles. Hay que dejarlas para los científicos.

El arte es lo contrario de las ideas generales, describe sólo lo individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica.


Información texto

Protegido por copyright
95 págs. / 2 horas, 46 minutos / 256 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

1234