Textos mejor valorados de Marcel Schwob | pág. 3

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autor: Marcel Schwob


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Vidas Imaginarias

Marcel Schwob


Biografía, Cuento


La ciencia de la historia nos sume en la incertidumbre acerca de los individuos. No nos los muestra sino en los momentos que empalmaron con las acciones generales. Nos dice que Napoleón estaba enfermo el día de Waterloo, que hay que atribuir la excesiva actividad intelectual de Newton a la absoluta continencia propia de su temperamento, que Alejandro estaba ebrio cuando mató a Klitos y que la fístula de Luis XIV pudo ser la causa de algunas de sus resoluciones. Pascal especula con la nariz de Cleopatra —si hubiese sido más corta— o con una arenilla en la uretra de Cromwell. Todos esos hechos individuales no tienen valor sino porque modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su ilación.

Son causas reales o posibles. Hay que dejarlas para los científicos.

El arte es lo contrario de las ideas generales, describe sólo lo individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica.


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95 págs. / 2 horas, 46 minutos / 257 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Corazón Doble

Marcel Schwob


Cuento


PREFACIO

1

La vida humana as interesante en primer lugar per sí misma; pero si el artista no quiere representar una abstracción, tiene que ubicarla en el medio que le corresponde. Todo organismo consciente posee profundas raíces personales; pero la sociedad ha desarrollado en él tantas funciones heterogéneas que sería imposible cortar esos miles de conductos por los cuales se nutre sin provocar su muerte. En el individuo existe un instinto egoísta de conservación; también la necesidad de los otros seres, entre los que se mueve.

El corazón del hombre es doble; el egoísmo es en él la contrapartida de la caridad; el individuo es la contrapartida de las masas; para su conservación, el ser cuenta con el sacrificio de los demás; los polos del corazón se hallan en el fondo del yo y en el fondo de la humanidad.

Así el alma va de un extremo al otro de la expansión de su propia vida a la de la vida de todos. Pero hay un camino que recorrer para llegar a la piedad, y este libro se propone marcar sus etapas.

El egoísmo vital experimenta temores personales: es el sentimiento que llamamos TERROR. El día en que el individuo llega a concebir en los otros seres los mismos temores que le atormentan, interpreta exactamente sus relaciones con la sociedad.

Pero la marcha del alma por el camino que lleva del error a la piedad, es lenta y difícil.


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195 págs. / 5 horas, 42 minutos / 194 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Viaje a Samoa

Marcel Schwob


Viajes


Cartas a Margarita Moreno

I

A bordo del Ville de la Ciotat.

Lunes, 21 de octubre de 1901.

Diez de la mañana.

Mi adorada Margarita:

Empiezo hoy esta carta que sólo podré enviarte desde Port-Saïd. En primer lugar, gracias por tu cariñoso telegrama que encontré a bordo… ¡Qué buena eres, querida esposa! ¡Cuánto te quiero y cómo deseo de todo corazón volver sin novedad! Encontré también una nota de mamá y de Mauricio. Ayer, después de escribirte, mandé dos telegramas, uno para ti y otro al Temps. Después, a las diez y media, subimos a bordo con D…

El Ville de la Ciotat es un enorme barco nuevo, pero desgraciadamente se balancea mucho. Mi camarote al principio me pareció minúsculo, pero estoy solo en él (!) y puedo arreglármelas con calma. La litera es muy cómoda, pero tuve una feliz inspiración al traerme mi almohada.


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106 págs. / 3 horas, 6 minutos / 108 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Libro de Monelle

Marcel Schwob


Cuento


I. PALABRAS DE MONELLE

Monelle me halló en el páramo en donde yo erraba y me tomó de la mano.

—No debes sorprenderte —dijo—, soy yo y no soy yo.

Volverás a encontrarme y me perderás;

Regresaré una vez más entre los tuyos; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido;

Y me olvidarás, y me reconocerás, y me olvidarás.

Y Monelle dijo: Te hablaré de las pequeñas prostitutas, y conocerás el comienzo.

A los dieciocho años, Bonaparte el asesino se encontró a una pequeña prostituta bajo las puertas de hierro del Palais Royal. Tenía el semblante pálido y temblaba de frío. Pero «había que vivir», dijo. Ni tú ni yo conocemos el nombre de aquella pequeña que Bonaparte llevó a su cuarto del hotel de Cherbourg, en una noche de noviembre. Ella era de Nantes, en Bretaña. Estaba débil y cansada, su amante la había abandonado. Era simple y buena; un sonido muy dulce tenía su voz: de todo eso se acordó Bonaparte. Y pienso que después el recuerdo del sonido de su voz lo emocionó hasta las lágrimas, y que la buscó largo tiempo en las noches de invierno, pero no volvió a verla jamás.


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64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 165 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Buffalo Bill

Marcel Schwob


Artículo


En los tiempos en los que los Pieles Rojas aún reinaban en las llanuras, en los que las viejas ciudades americanas, negras y montuosas, temblaban esperando a medianoche el war-whoop de los salvajes, el alarido incendiario, las danzas feroces alrededor de hogueras humanas, la exhibición furiosa de los scalps sangrientos, el robo y aplastamiento de bebés, se alzó en el campo de América un ejército silencioso de pioneros de la civilización que abrió claros entre los árboles a golpes de hacha y vacíos entre los hombres a golpes de agua de fuego. Entonces los Pieles Rojas no querían ser civilizados; se iban retirando lentamente ante los invasores, emigraban hacia el centro, debilitados, diezmados, pero protagonizando a veces tumultuosas refriegas, siempre orgullosos, indomables, solemnes y burlones.

También había entonces poetas que cantaban la epopeya de los Pieles Rojas. Fenimore Cooper tomó la pluma y describió con colorido los sufrimientos de la raza oprimida. Longfellow hizo hablar al sabio Hiawatha en estrofas inolvidables, llenas de una melancolía grandiosa: el profeta fuma una pipa mezclado con los guerreros, aunque sea su Mesías, y del humo oloroso, del incienso que se eleva de la cazoleta, nacen las imágenes futuras, difuminadas en la niebla; se ve a los Rostros Pálidos avanzando, portadores de los funestos presentes de la civilización, de un nuevo mundo que se alza en el horizonte, unos hombres de piel extraña y con otros dioses. Entonces Hiawatha habla a su pueblo y lo calma, anunciando los tiempos que han de llegar. Los guerreros bajan la cabeza, entristecidos; cuando la vuelven a levantar, Hiawatha, el último Profeta Rojo, ya ha desaparecido en la gloria misteriosa del crepúsculo; tal vez haya ido al encuentro de las almas de los ancestros en las Praderas Eternas.


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4 págs. / 8 minutos / 84 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Nidau

Marcel Schwob


Artículo


Cerca de Biel, justo encima del oscuro lago de aguas verdes y agitadas y de los juncos que se hunden tristemente en el mismo, apareció a mi vista una torre cuadrada tocada con tejas y luciendo un enorme blasón rojo, cortado oblicuamente por una banda amarilla junto a un furioso oso negro rampante con las fauces abiertas.

La lluvia rayaba los arbustos y crepitaba en las rodadas; una niebla penetrante cubría las montañas del Jura, protuberantes, amenazadoras, erizadas de pinos negros y de finas hayas rojas, como si fueran pinceladas de tinieblas estriadas de sangre. Un siniestro tajo surcaba la arcilla remontando una garganta, entre sombríos bosquecillos y manchas de nieve, con una estrecha cremallera oxidada en cuyos rincones lloraban tripudas vagonetas abandonadas. Las ráfagas silbaban sobre los remolinos verdosos del lago, combando las cañas y estremeciendo los turbios charcos de barro.

Había ahí una vieja casita, recogida bajo su tejado, y detrás de sus ventanucos convexos dormitaban, en polvorientas estanterías, finos libretos de papel amarillento decorados con grabados sobre madera, sencillos y antiguos. Así pude releer los cuentos de Caperucita roja, de Los dos hermanitos, del Pobre Enrique y la triste historia de Blancanieves, en la que hay un espejo que habla. Y también leí la aventura de los tres que llegaron de Ultra-Rin.

BALADA

Llegaron tres desde la otra orilla
Y bajaron hasta la posada.
¡Posadera, cerveza de cebada!
¿Dónde está su blanca chiquilla?

Tengo cerveza fresca y buen vino
Y mi hija descansa ahí tumbada.
Entraron a echar una mirada
Y ahí la vieron, sobre tablas de pino.

El primero el sudario bajó
Y la miró con gran tristeza.
Hermosa niña, si aún vivieras
Conocerías a quien te amó.


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3 págs. / 6 minutos / 36 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los "Rojos" de Basilea

Marcel Schwob


Artículo


Basilea era una república y una ciudad libre, gobernada por una asamblea de notables, un cónsul y un obispo. Villa diplomática, se asentaba en la ribera baja del Rin, con sus pequeñas casas puntiagudas cubiertas de tejas estriadas en forma de ojivas, con innumerables ventanucos estrechos y enrejados, con sus atalayas de techos pintados de azul y de amarillo, su viejo puente de madera y su monasterio, parecido a una nube colorada y pulida, en el cual San Jorge, vestido de sangre, hunde su lanza en las fauces del dragón de gres rojo.

El Rin, amplio, luminoso y verde, rodeaba la ciudad como si de un malecón se tratara, entre las lejanas montañas nevadas y las pequeñas colinas de Basilea: Leonardberg, Kohlemberg y Munsterberg, hacia donde trepaban las calles empinadas con sus grandes insignias coloridas, calle del Yelmo y calle de la Corona, calle de los Cisnes y calle del Hombre salvaje, cerca del Mercado de los Peces y del León de Piedra que vomita su chorro de agua pura como un arco de cristal.

Ahí había honestas posadas donde mofletudas muchachas servían vino claro en jarras de estaño, donde colgaban trajes y mucetas dejadas como señal. Había una casa consistorial donde se reunían los burgueses con su capa de paño, su camisa de lino crudo, la alianza de oro en el anular, para hacer justicia y dar expeditiva cuenta a los malhechores. Alrededor de la Casa del Consejo dedaleaban callejuelas estrechas y apacibles frecuentadas por tenderetes de escribanos, repletos de pergaminos y de escritorios; por mujeres plácidas de ojos azules y húmedos, con el rostro ajado de ternura, su doble barbilla, tocadas con un pañuelo transparente que a veces velaba también su boca con una tira de tela fina; por muchachas juveniles vestidas de blanco, con pupas en los codos, cinturones de color cereza y que parecían alisarse su larga melena en una rueca; por niños pelirrojos de pálidos labios.


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3 págs. / 5 minutos / 44 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Asesinos

Marcel Schwob


Artículo


La banda a la que Monsieur Goron acaba de echar el guante en Asnières es todo un caso de estudio de asociación criminal. Uno se diría de vuelta a los viejos tiempos del asunto de la calle Temple, que inspiró a Eugène Sue Los misterios de París. La viuda Berlant, del Bulevar Voltaire, no tiene nada que envidiar a la madre de Fifi Vollard, alias Tortillard. Yo no creo que se hayan producido grandes cambios desde entonces, salvo tal vez que los asesinos de la banda Soufflard eran hombres hechos y derechos, entre los treinta y cuarenta años, mientras que los de la banda Berlant aún no han cumplido la veintena. Pero quien quiera hablar de la decadencia de la moral pública se equivoca de caso. No existe hoy en día más cinismo que hace cincuenta años: los niños, en vez de hacer una zancadilla a la víctima para colaborar en el robo, ahora también empuñan el cuchillo, esa es la única diferencia.

Me gustaría señalar precisamente la persistencia de las costumbres criminales. Los asesinos de Courbevoie pertenecen a la vieja escuela, que ha marcado generaciones. Doré, el que planificó el asunto, era aprendiz de carnicero. Que conste que hay carniceros buenos y malos, pero los malos no pueden ser peores. Desde hace más de un siglo, los mataderos aseguran importantes siegas a la guillotina. El populacho del oficio de carnicero aporta auténticos contingentes al ejército del crimen y numerosa escolta al verdugo. Los carniceros, que se codean con las clases peligrosas, han tomado su jerga e incluso la han transformado. La última canción de Aristide Bruant es un monólogo de una «tipa de loucherbème» que se ha hecho tanto a las costumbres de su amante que promete a otra pájara «plantarle un bardeo en la chepa».


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Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

En Lorena

Marcel Schwob


Artículo


Es un país duro. La hierba de la pasada estación amarillea tristemente en los prados; las hojas de los viñedos enrojecen en las cepas antes de que broten los racimos acres y prietos. Monótonas líneas de álamos recorriendo la llanura por todas partes. Las colinas se elevan lentamente recortadas por pálidos campos, con alguna mancha oscura de un robledal. Otras, más escarpadas, están coronadas por un círculo de árboles negros. Las amplias mesetas aparecen cubiertas de bosques amenazadores. El indolente verde de un bosquecillo de pinos parece una joya.

El Mosela, cristalino y pedregoso, vagabundea por esta demacrada región. Destila suavemente desde Bussang, dejando el lecho medio seco bajo los cerros de Épinal y se ramifica en brazos que van a acariciar los pies de las viejas casas de madera con balcones adornados. Es tan transparente que aparecen bandadas inmóviles de lomos de pejes, percas y lucios. Los cantos afloran el filo del agua, de manera que por las noches se puede ver gatos pescando en mitad del río.

Maurice Barrès ya ha descrito, con elocuentes frases en L’homme libre, la lucha del pueblo paciente y fiel contra el estéril terruño de Lorena. No es un país de paz, donde germinen ramilletes de flores. Lorena es tierra de lucha. Todas sus rutas son antiguos pasos de ejércitos. Aún se puede encontrar en sus campos grandes espuelas oxidadas que en su día estuvieron acopladas a los talones de armaduras. Por aquí pasaron los Écorcheurs, y después los hombres de Carlos el Temerario, y el duque de Guise condujo a sus seguidores por esta corta hierba pisoteada por hombres armados.


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Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Vida de Morfiel, Demiurgo

Marcel Schwob


Cuento


Morfiel, al igual que los demás demiurgos, fue llamado a la existencia por una palabra del Ser Supremo, que pronunció su nombre. Enseguida se encontró en el mismo taller celeste que Sar, Tor, Aroquiel, Tauriel, Ptahil y Barroquiel. El demiurgo en jefe, que dirigía el taller, era Avatar. Todos se dedicaban activamente a la construcción de nuestro mundo siguiendo los modelos previstos. Avatar suministró a Morfiel su parte de tierra, agua y metal y le encargó la confección de cabellos. Otros modelaban narices, ojos, bocas, brazos y piernas. Barroquiel se encargaba de las monstruosidades, y deformaba una porción de los productos terminados antes de entregarlos a su jefe Avatar. En efecto, algunos demiurgos ya habían trabajado en otros mundos superiores, y convenía que este fuera diferente. Así que, siguiendo una innovadora idea de Avatar, Barroquiel dividió la naturaleza entre hombres y mujeres, que en el mundo inmediatamente superior al nuestro, como señala Platón, no forman más que un único ser que anda sobre cuatro pies y cuatro manos ordenadas orbicularmente, de forma similar a los cangrejos. Hay una isla en otro mundo inferior al nuestro donde Avatar ordenó dividir de nuevo a los hombres, de manera que estos no tienen más que un ojo, una oreja y una pierna, y su cerebro no está dividido en dos sino que es totalmente redondo. Y lo que para nosotros es par, es impar para ellos. Ya que están hechos siguiendo el modelo de los monocotiledóneos o tubos vivientes que se adhieren a las rocas marinas, por lo que no conciben la segunda dimensión del espacio y piensan que el universo es un intervalo discontinuo. De manera que, saltando sobre su única pierna, atraviesan sin dificultad lo que a nosotros nos resulta impenetrable, murallas o montañas, y cuentan en impar: uno, tres, cinco, siete.


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3 págs. / 5 minutos / 63 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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