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Diálogos de Utopía

Marcel Schwob


Cuento


Cyprien d’Anarque tenía unos cuarenta años. Se habría enfadado si alguien se lo hubiera recordado. Pretendía no depender en absoluto de su edad más que de otra cosa en el mundo. Patilargo, seco y de piel curtida, tenía la mirada ruda y un rostro aquilino, en el que la sonrisa frecuente estaba marcada por dos huecos en las comisuras de los labios. Gran lector de teorías e impaciente ante cualquier contradicción, tenía la religión especial de aquellos que creen en lo que dicen en el momento en el que hablan, esa religión que no tiene más que un fiel, con el que se basta. La fe de Cyprien se había vuelto enfermiza. Sentía hacia su propio yo una adoración tan pura que hubiera sentido náuseas de mancillarlo con el contacto con otro yo; me refiero con un sentimiento, una voluntad, una idea, una palabra que no fuera exclusivamente cipriánica. Lejos de pretender parecerse a los grandes hombres en ciertos detalles familiares (pasión bastante común), descartaba cualquier parecido con horror. Se había enemistado con toda la parentela d’Anarque para evitar los aires de familia. No podía soportar que le encontraran similitud alguna a cualquier ser humano.


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6 págs. / 11 minutos / 130 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Ensayo Sobre el Paraguas

Marcel Schwob


Artículo


Estas breves líneas están tomadas del
diario íntimo de mi amigo C. L.

Yo tenía un paraguas, y la muerte me lo ha arrebatado. Se lo ha llevado al comienzo de su carrera; aún era joven y sin duda algún día hubiera desplegado sus alas para alzar el vuelo sobre altas cumbres. Pero un golpe de viento lo ha roto; ya no está entre nosotros. Siento impulsos de simpatía hacia los paraguas, siempre los he querido mucho y aún conservo hacia ellos una debilidad que me asusta. Este me había seducido con su elegancia, su gracioso talle, su encantadora cabeza de marfil; sus huesos eran menudos, estilizados, sus carnes sedosas lanzaban reflejos de un infinito encanto, y cuando se abría, planeaba como una elegante faldilla azul a la altura de las ventanas de los bajos. Nunca subía hasta las nubes y huía de los riachuelos; tenía una sensibilidad perversa hacia la humedad. Se abría a cualquier sugerencia con una simple presión del pulgar; sus ocho varillas le permitían un despliegue razonable.

Lloro por él porque sentía que tenía un auténtico alma de paraguas. Ahora que su tela pende como un ala malherida, se acabaron los viajes con él a países lejanos. Me hubiera gustado, sin embargo, enseñarle Italia, mostrarle lo triste que puede resultar un cielo azul para quienes no están acostumbrados, y vivir con él sensaciones nuevas. Se trataba de un regalo de una gran dama que se aviene a menudo a invitarme a cenar. Así que voy a intentar describir para ella todo el esnobismo que albergaba ese pequeño paraguas.


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4 págs. / 7 minutos / 129 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Psicología del Trilero

Marcel Schwob


Artículo


Detrás del puente de Caulaincourt se extienden solares, rodeados de ruinas. La ciudad es ahí salvaje, las casas son dispares y están apresuradamente encaladas; a veces el camino, cortado por hoyos, serpentea entre cabañas. Los cabarés son chozas de ramas reforzadas con tierra seca. Hay tabernas con ventanales en tres de sus caras, muchos de cuyos cristales, rotos a puñetazos, están cubiertos de papel. La barra está vacía, y lo único que se ve en la pared desnuda es la ley Giffre. Las botellas están en la trastienda. Cuando entras, el jefe aparece, revólver en ristre; con una mano te sirve y con la otra te apunta con la pipa para que salte la moneda. Los vagabundos consumen en los bancos, a la luz de una vela; tan sólo se oye la lluvia golpeando las ventanas, el viento empujando las planchas y, de vez en cuando, una ventana de papel que se rompe.


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4 págs. / 8 minutos / 111 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Estrella de Madera

Marcel Schwob


Cuento


I

Alain era el nieto de una vieja carbonera del bosque.

En ese antiguo bosque había más claros que caminos: había también prados redondos protegidos por altos robles; lagos de helechos inmóviles sobre los que planeaban ramajes frágiles y frescos como dedos de mujer; familias de árboles graves como pilastras, que se reunían para murmurar durante siglos las deliberaciones de sus hojas; estrechas ventanas de ramas que se abrían sobre un océano de verdor donde temblaban largas sombras perfumadas y los círculos de oro blanco del sol; islas encantadas de brezales rosas y ríos de aulagas; enrejados de resplandores y de tinieblas, grandes espacios naturales en donde surgían, todos temblorosos, los jóvenes pinos y los robles pueriles; camas de agujas rojizas en las que las horcaduras musgosas de los viejos árboles parecían hundirse a media pierna, nidos de ardillas y guaridas de víboras; mil estremecimientos de insectos y trinos de pájaros. Cuando hacía calor, zumbaba como un gigantesco hormiguero; y retenía, después de la lluvia, una lluvia propia, lenta, sombría, pertinaz, que caía de sus cimas y ahogaba sus hojas muertas. Tenía su respiración y su sueño; a veces roncaba, a veces callaba, mudo, sorprendido, vigilante, sin un roce de serpiente, sin un trino de curruca. ¿Qué esperaba? Nadie lo sabía. Tenía su voluntad y sus gustos: lanzaba rectas y veloces líneas de abedules, que caían como flechas; luego le daba miedo, y se detenía en un rincón, estremecido, bajo un bosquecillo de álamos temblones. También llegaba a poner un pie en el lindero, casi en la llanura, pero de inmediato retrocedía, y volvía al frío horror de sus más altos y profundos oquedales, a su centro nocturno. Toleraba la vida de los animales, y no parecía tomarla en cuenta; pero sus troncos inflexibles, resistentes, como relámpagos solidificados que brotaban de la tierra, eran hostiles a los hombres.


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18 págs. / 31 minutos / 105 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Ensayos y Perfiles

Marcel Schwob


Crítica, Biografía


I. François Villon

Los poemas de Villon eran ya célebres a fines del siglo XV. El Pequeño y el Gran testamento eran conocidos de memoria. Rabelais llamaba a Villon “el buen poeta parisino”, aunque la mayoría de las alusiones satíricas de sus testamentos ya eran ininteligibles en el siglo XVI. Marot lo admiraba tanto que corrigió su obra y la editó. Boileau lo consideraba uno de los precursores de la literatura moderna. Ya en nuestra época, Théophile Gautier, Théodore de Banville, Dante Gabriel Rossetti, Robert Louis Stevenson y Algernon Charles Swinburne se apasionaron por él. Escribieron ensayos sobre su vida, y Rossetti tradujo varios de sus poemas. Pero hasta la publicación de los trabajos de Auguste Longnon y de Byvanck, editados entre 1873 y 1892, no se sabía a ciencia cierta casi nada sobre el texto de sus obras o sobre su verdadera biografía. Hoy podemos estudiar al hombre y su medio.


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165 págs. / 4 horas, 49 minutos / 92 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Empédocles: Supuesto Dios

Marcel Schwob


Cuento


Nadie sabe cuál fue su nacimiento, ni cómo vino a la tierra. Apareció junto a las riberas doradas del río Acragas, en la bella ciudad de Agrigento, poco tiempo después de que Jerjes ordenara azotar el mar con cadenas. La tradición cuenta sólo que su abuelo se llamaba Empédocles: nadie lo conoció. Indudablemente hay que entender de ello que era hijo de sí mismo, cual la conviene a un Dios. Pero sus discípulos aseguran que, antes de recorrer en plena gloria las campiñas sicilianas, ya había pasado cuatro existencias en nuestro mundo, y que había sido planta, pez, pájaro y muchacha. Llevaba un manto de púrpura sobre el que se desparramaban sus largos cabellos; alrededor de la cabeza traía una banda de oro, en los pies sandalias de bronce, y llevaba guirnaldas trenzadas de lana y de laureles.

Por imposición de sus manos curaba a los enfermos y recitaba versos, al modo homérico, con acentos pomposos, subido en un carro y la cabeza alzada hacia el cielo. Un gran gentío le seguía y se prosternaba ante él para escuchar sus poemas. Bajo el cielo puro que ilumina los trigos, los hombres acudían de todas partes hacia Empédocles, con los brazos cargados de ofrendas. Los dejaba boquiabiertos al cantarles la bóveda divina, hecha de cristal, la masa de fuego que llamamos sol, y el amor, que contiene todo, semejante a una vasta esfera.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Mano Gloriosa

Marcel Schwob


Cuento


Declaración de la sirvienta:

Yo, Nancy, con una edad aproximada de veinticinco años, aprendiz de cocinera en el hostal del Viejo Hospital, en la región de Muir, habiendo jurado por el Libro revelar toda la verdad sobre el ataque de diciembre de 18…, declaro lo siguiente:

Durante el invierno llegan pocos viajeros, pues la landa está sembrada de pedruscos grises y de brezales, y de hoyos llenos de barro, de manera que los carreteros apenas pasan por Muir, y los que atraviesan la región a pie temen el terrible viento que lo barre todo según se acercan las Navidades. El martes por la tarde, la leche se estaba congelando en los baldes, así que Doll y yo la metimos en la cocina, tras lo cual nos quedamos sentadas al abrigo de la chimenea donde Míster Douglas (el viejo Doug, como solemos llamarle) estaba cociendo manzanas en una marmita antes de irse a la cama. Así que pasamos una velada tranquila con el viejo Doug, Miss Elisabeth, su mujer, y John, el mozo de cuadra. No había ningún viajero en el albergue.

Hacia las diez todos teníamos ya sueño; pero yo tenía que terminar de tricotar un brazal para el niño enfermo de Mistress Dorothen, la hermana de Miss, que vive en la curva. El viejo Doug se llevó la vela, pues la leña del hogar daba suficiente luz para mi labor y estaba tan acostumbrada al movimiento de las agujas que mis dedos tricotaban solos.

Así que me quedé un poco absorta, a la luz temblorosa del fuego rojo, aunque sin olvidarme que había prometido a Doll ir a la cama pronto, pues en las noches de gran frío dormimos juntas. Se oían crujidos fuera, y el whip poor will gritó varias veces en la noche. De repente, se oyeron unos pasos y un golpe en la puerta. Me puse a temblar: debía de ser medianoche y se dice que el Rey negro sale a cazar a esa hora por la landa de Muir.


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2 págs. / 5 minutos / 88 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Lucrecio: Poeta

Marcel Schwob


Cuento


Lucrecio apareció en una gran familia que se había retirado lejos de la vida civil. Sus primeros días pasaron a la sombra del pórtico oscuro de una alta casa empinada en la montaña. El atrio era severo y los esclavos mudos. Estuvo rodeado, desde la infancia, por el desprecio por la política y por los hombres. El noble Memio, que tenía su misma edad, sobrellevó, en el bosque, los juegos que Lucrecio le impuso. Juntos se asombraron ante las arrugas de los viejos árboles y espiaron el temblor de las hojas bajo el sol, como un velo verde de luz salpicado de manchas de oro. Contemplaron con frecuencia los lomos rayados de los chanchos salvajes que husmeaban el suelo. Atravesaron palpitantes cohetes de abejas y bandas movedizas de hormigas en marcha. Y un día alcanzaron, al salir de un soto, un claro totalmente rodeado por viejos alcornoques, asentados tan cerca uno de otro como que un círculo cavaba un pozo de azul en el cielo. La quietud en aquel asilo era infinita. Se hubiese creído estar en un ancho camino claro que fuera hacia lo alto del aire divino. Allí, Lucrecio se sintió impresionado por la bendición de los espacios calmos.

Abandonó con Memio el templo sereno del bosque para estudiar elocuencia en Roma. El anciano gentilhombre que gobernaba la alta casa le dio un profesor griego y lo conminó a que no volviese sino cuando poseyera el arte de despreciar las acciones humanas. Lucrecio no lo volvió a ver más. Murió solitario, execrando el tumulto de la sociedad. Cuando Lucrecio volvió había con él en la alta casa vacía, en el atrio severo y entre los esclavos mudos, una mujer africana, bella, bárbara y malvada. Memio estaba de regreso en la casa de sus padres. Lucrecio había visto las facciones sangrientas, las guerras de partidos y la corrupción política. Estaba enamorado.


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3 págs. / 6 minutos / 87 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Capitán Kidd: Pirata

Marcel Schwob


Cuento


No hay acuerdo acerca de por qué razón se le puso a este pirata el nombre del cabrito (Kidd). El acta por la cual Guillermo III, rey de Inglaterra, lo invistió del mando de la galera La Aventura, en 1695, comienza por estas palabras: “A nuestro leal y bienamado Capitán William Kidd, comandante, etc. Salve”. Pero es seguro que ya entonces era un nombre de guerra. Unos dicen que acostumbraba, elegante y refinado como era, calzar siempre, tanto en combate como en maniobra, delicados guantes de cabritilla con vueltas de encaje de Flandes; otros aseguran que durante sus peores matanzas exclamaba: “Yo que soy suave y bueno como un cabrito recién nacido”; otros aun, pretenden que metía el oro y las alhajas en sacos muy flexibles, hechos de cuero de cabra joven, y que se le ocurrió usarlos el día que saqueó un navío cargado de azogue con el cual llenó mil bolsones de cuero que todavía están enterrados en el flanco de una pequeña colina en las islas Barbados. Basta con saber que su pabellón de seda negra llevaba bordados una cabeza de muerto y una cabeza de cabrito, lo mismo que llevaba grabado en su sello. Los que buscan los muchos tesoros que ocultó en las costas de los continentes de Asia y de América, llevan delante de ellos un pequeño cabrito negro que debe gemir en el lugar donde el capitán enterró su botín; pero ninguno ha logrado nada. El mismo Barbanegra, quien había sido aleccionado por un antiguo marinero de Kidd, Gabriel Loff, sólo encontró en las dunas sobre las cuales se levanta hoy Fort Providence, gotas dispersas de azogue que rezumaban de la arena. Y todas sus excavaciones son inútiles, porque el capitán Kidd declaró que sus escondites serían eternamente ignorados debido al “hombre del balde sangriento”. Kidd, en efecto, fue acosado por ese hombre durante toda su vida, y los tesoros de Kidd son acosados y defendidos por aquél desde que éste murió.


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3 págs. / 6 minutos / 84 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Eróstrato: Incendiario

Marcel Schwob


Cuento


La ciudad de Éfeso, donde nació Heróstratos, se extendía en la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles de Panorme, desde donde se veía, sobre el mar de abundantes colores, la línea brumosa de Samos. Rebosaba de oro y tejidos, de lanas y rosas, desde que los magnesios, sus perros de guerra y sus esclavos que lanzaban venablos, fueron vendidos a orillas del Meandro, desde que la magnífica Mileto fue arruinada por los persas. Era una ciudad de molicie, donde se festejaba a las cortesanas en el templo de Afrodita Hetaira. Los efesios llevaban túnicas amórginas, transparentes, telas de lino hilado al torno de colores violeta, púrpura y cocodrilo, sarápides color amarillo manzana y blancas y rosas, paños de Egipto color jacinto, con los fulgores del fuego y los matices móviles del mar, y calasiris de Persia, de tejido apretado, ligero, todos ellos tachonados en su fondo escarlata de granos de oro en forma de copelas.


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3 págs. / 6 minutos / 84 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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