Para cumplir el encargo de un amigo que me escribía desde el
Este, fui a hacer una visita a ese simpático joven y viejo
charlatán que es Simón Wheeler.
Fui a pedirle noticias de un amigo de mi amigo, Leónidas W.
Smiley, y este es el resultado.
Tengo una vaga sospecha de que Leónidas W. Smiley no es más que
un mito, que mi amigo nunca lo conoció, y que mencionárselo a Simón
Wheeler era motivo suficiente para que él recuerde al maldito Jim
Smiley, y me aburra a muerte con alguna anécdota insoportable de
ese personaje de historia tan larga, cansadora y falta de interés.
Si era esa la intención de mi amigo, lo logró.
Encontré a Simón Wheeler soñoliento y cómodamente instalado
cerca de la chimenea, en el banco de una vieja taberna en ruinas,
situada en medio del antiguo campo minero de El Angel. Observé que
era gordo y calvo y que tenía en su rostro una expresión de dulce
simpatía y de ingenua sencillez.
Se despertó y me saludó. Le dije que uno de mis amigos me había
encargado hacer algunas averiguaciones sobre un querido compañero
de infancia, llamado Leónidas W. Smiley, el reverendo Leónidas W.
Smiley, joven ministro evangelista, que había residido algún tiempo
en el campo de El Angel.
Agregué que si él podía darme informes sobre el tal Leónidas W.
Smiley, yo le quedaría muy agradecido.
Simón Wheeler me llevó a un rincón, me bloqueó el paso con su
silla, se sentó, y luego me envolvió con la siguiente historia
monótona.
Durante el relato no sonrió una sola vez, ni arqueó una sola vez
las cejas, ni cambió de entonación y hasta el final mantuvo el
mismo sonsonete uniforme con el que había comenzado su primera
frase. Ni una vez mostró el más ligero entusiasmo.
Información texto 'La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras'