Textos más vistos de Mark Twain | pág. 2

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autor: Mark Twain


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El Pretendiente Americano

Mark Twain


Novela


Nota aclaratoria

El coronel Mulberry Sellers, que ahora volvemos a presentar ante el público, es el mismo personaje que apareció hace años con el nombre de Eschol Sellers en la primera edición del relato titulado La época dorada, con el de Beriah Sellers en las subsiguientes ediciones del mismo libro y finalmente con el de Mulberry Sellers en la obra representada por John T. Raymond.

El nombre hubo de ser cambiado de Eschol a Beriah para complacer a un Eschol Sellers que surgió de las vastas profundidades del espacio infinito formulando una protesta respaldada con la amenaza de un pleito por libelo; todo lo cual hizo aconsejable complacerlo, y con ello se esfumó. En la obra, el nombre de Beriah cayó para satisfacer a otro espécimen de la misma raza, y Mulberry fue escogido en la creencia de que los demandantes se habrían cansado y lo dejarían pasar sin más objeciones. Desde entonces ha ocupado su lugar en total armonía, por lo que correremos el riesgo de presentarlo de nuevo, esta vez razonablemente tranquilos bajo el amparo de la Ley de Limitaciones.

Mark Twain

Hartford, 1891

El tiempo en este libro

El tiempo no aparece en este libro. Ésta es una tentativa de novela sin tiempo. Y, como primera tentativa de esta especie en la literatura de ficción, el fracaso es una posibilidad; pero a alguna persona endiabladamente atrevida le pareció apropiado intentarlo, y el autor estuvo en plena sintonía con ella.

A menudo, un lector ha tratado de leer un relato y no ha sido capaz de hacerlo debido a las trabajosas descripciones del tiempo. Nada interrumpe más la tarea del autor que tener que detenerse cada pocas páginas para ocuparse del tiempo. Por tanto, es un hecho palmario que las persistentes intrusiones del tiempo son perjudiciales tanto para el lector como para el autor.


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196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 136 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

El Príncipe y el Mendigo

Mark Twain


Cuento


Voy a contaros un cuento, tal como me fue relatado por cierta persona que lo sabía por su padre, el cual, a su vez, se lo había oído igualmente explicar a su progenitor... y así sucesivamente, de generación en generación, durante más de trescientos años, los padres lo transmitían a los hijos, y éstos lo conservaban en la memoria. Tal vez se trata de una historia, quizá únicamente de una leyenda o de una tradición, pero pudo haber ocurrido. Es posible que los sabios y los perspicaces lo creyeran cierto, pero también puede ser que únicamente los ignorantes y los ingenuos lo encontraran agradable y lo creyeran real.


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217 págs. / 6 horas, 20 minutos / 308 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras

Mark Twain


Cuento


Para cumplir el encargo de un amigo que me escribía desde el Este, fui a hacer una visita a ese simpático joven y viejo charlatán que es Simón Wheeler.

Fui a pedirle noticias de un amigo de mi amigo, Leónidas W. Smiley, y este es el resultado.

Tengo una vaga sospecha de que Leónidas W. Smiley no es más que un mito, que mi amigo nunca lo conoció, y que mencionárselo a Simón Wheeler era motivo suficiente para que él recuerde al maldito Jim Smiley, y me aburra a muerte con alguna anécdota insoportable de ese personaje de historia tan larga, cansadora y falta de interés. Si era esa la intención de mi amigo, lo logró.

Encontré a Simón Wheeler soñoliento y cómodamente instalado cerca de la chimenea, en el banco de una vieja taberna en ruinas, situada en medio del antiguo campo minero de El Angel. Observé que era gordo y calvo y que tenía en su rostro una expresión de dulce simpatía y de ingenua sencillez.

Se despertó y me saludó. Le dije que uno de mis amigos me había encargado hacer algunas averiguaciones sobre un querido compañero de infancia, llamado Leónidas W. Smiley, el reverendo Leónidas W. Smiley, joven ministro evangelista, que había residido algún tiempo en el campo de El Angel.

Agregué que si él podía darme informes sobre el tal Leónidas W. Smiley, yo le quedaría muy agradecido.

Simón Wheeler me llevó a un rincón, me bloqueó el paso con su silla, se sentó, y luego me envolvió con la siguiente historia monótona.

Durante el relato no sonrió una sola vez, ni arqueó una sola vez las cejas, ni cambió de entonación y hasta el final mantuvo el mismo sonsonete uniforme con el que había comenzado su primera frase. Ni una vez mostró el más ligero entusiasmo.


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7 págs. / 13 minutos / 239 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Las Aventuras de Huckleberry Finn

Mark Twain


Novela


Capítulo 1

No sabréis quién soy yo si no habéis leído un libro titulado Las aventuras de Tom Sawyer, pero no importa. Ese libro lo escribió el señor Mark Twain y contó la verdad, casi siempre. Algunas cosas las exageró, pero casi siempre dijo la verdad. Eso no es nada. Nunca he visto a nadie que no mintiese alguna vez, menos la tía Polly, o la viuda, o quizá Mary. De la tía Polly —es la tía Polly de Tom— y de Mary y de la viuda Douglas se cuenta todo en ese libro, que es verdad en casi todo, con algunas exageraciones, como he dicho antes.

Bueno, el libro termina así: Tom y yo encontramos el dinero que los ladrones habían escondido en la cueva y nos hicimos ricos. Nos tocaron seis mil dólares a cada uno: todo en oro. La verdad es que impresionaba ver todo aquel dinero amontonado. Bueno, el juez Thatcher se encargó de él y lo colocó a interés y nos daba un dólar al día, y todo el año: tanto que no sabría uno en qué gastárselo. La viuda Douglas me adoptó como hijo y dijo que me iba a cevilizar, pero resultaba difícil vivir en la casa todo el tiempo, porque la viuda era horriblemente normal y respetable en todo lo que hacía, así que cuando yo ya no lo pude aguantar más, volví a ponerme la ropa vieja y me llevé mi pellejo de azúcar y me sentí libre y contento. Pero Tom Sawyer me fue a buscar y dijo que iba a organizar una banda de ladrones y que yo podía ingresar si volvía con la viuda y era respetable. Así que volví.


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342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 606 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Los Diarios de Adán y Eva

Mark Twain


Diario


Traducido del manuscrito original

Traduje una parte de este diario hace varios años, un amigo mío imprimió algunas copias, de manera incompleta, pero éstas nunca llegaron al público. Desde entonces he descifrado otros jeroglíficos de Adán, y pienso que ahora es un personaje público lo suficientemente importante como para justificar esta edición.

Mark Twain

Extractos del diario de Adán

Lunes

Esta nueva criatura de pelo largo se entromete bastante. Siempre está merodeando y me sigue a todas partes. Eso no me gusta; no estoy habituado a la compañía. Preferiría que se quedara con los otros animales. Hoy está nublado, hay viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde saqué esta palabra…? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.

Martes

Estuve inspeccionando la gran caída de agua. Me parece lo más hermoso de la comarca. La nueva criatura la llama «las cataratas del Niágara»; por qué, no lo sé, estoy seguro. Dice que se parece a las cataratas del Niágara. Ésa no es una razón; es puro capricho y estupidez. No alcanzo a ponerle nombre a nada. La nueva criatura le da un nombre a todo lo que aparece antes de que yo pueda protestar. Y siempre ofrece el mismo pretexto: se parece a la cosa.

Está el dodo, por ejemplo. Dice que apenas uno lo mira ve de inmediato que «se parece a un dodo». Tendrá que conservar el nombre, sin duda. Me cansa tener que ocuparme de eso, y no vale la pena, de todos modos. ¡Dodo! No se parece más a un dodo que yo.

Miércoles


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31 págs. / 55 minutos / 287 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Los McWilliams y el Timbre de Alarma

Mark Twain


Cuento


La conversación fue pasando lenta, imperceptiblemente del tiempo a las cosechas, de las cosechas a la literatura, de la literatura al chismorreo, del chismorreo a la religión, y por último hizo un quiebro insólito para aterrizar en el tema de los aparatos de alarma contra los ladrones. Fue entonces cuando por vez primera el señor McWilliams demostró cierta emoción. Cada vez que advierto esa señal en el cuadrante de dicho caballero me hago cargo de la situación, guardo profundo silencio y le doy oportunidad de desahogarse. Empezó, pues, a hablar con mal disimulada emoción:

No doy un céntimo por los aparatos de alarma contra ladrones, señor Twain, ni un céntimo, y voy a decirle por qué. Cuando estábamos acabando de construir nuestra casa advertimos que nos había sobrado algo de dinero, cantidad que sin duda había pasado desapercibida también al fontanero. Yo pensaba destinarla para las misiones, pues los paganos, sin saber por qué, siempre me habían fastidiado; pero la señora McWilliams dijo que no, que mejor sería instalar un aparato de alarma contra los ladrones, y yo hube de aceptar el convenio. Debo explicar que cada vez que yo quiero una cosa y la señora McWilliams desea otra distinta, y hemos de decidirnos por el antojo de la señora McWilliams, como siempre sucede, ella lo llama un convenio. Pues bien: vino el hombre de Nueva York, instaló la alarma, nos cobró trescientos veinticinco dólares y aseguró que ya podíamos dormir a pierna suelta. Así lo hicimos durante cierto tiempo, cosa de un mes. Pero una noche olemos a humo, y mi mujer me dice que más vale que suba a ver qué pasa. Enciendo una vela, me voy para la escalera y tropiezo con un ladrón que salía de un aposento con una cesta llena de cacharros de latón que en la oscuridad había tomado por plata maciza. Iba fumando en pipa.

—Amigo —le dije—, no se permite fumar en esta habitación.


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8 págs. / 15 minutos / 168 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Tom Sawyer en el Extranjero

Mark Twain


Novela


1. Tom busca nuevas aventuras

¿Creéis que Tom Sawyer estaba contento después de todas aquellas aventuras? Quiero decir, las aventuras que corrimos por el río, en los tiempos en que liberamos a nuestro negro Jim, y Tom fue herido en la pierna de un disparo). No, no estaba satisfecho. Eso sólo le hacía desear más. Tal fue el efecto que tuvieron aquellas aventuras. Veréis: cuando los tres descendíamos por el río cubiertos de gloria, como podría decirse, después de aquel largo viaje, y el pueblo nos recibió con una procesión de antorchas y discursos, con toda la gente vitoreando y aplaudiendo, algunos hasta se emborracharon, y nos convirtieron en héroes…, aquello era lo que Tom Sawyer había ansiado ser desde siempre.

Durante cierto tiempo estuvo satisfecho. Todo el mundo hablaba bien de él, y Tom levantaba orgulloso la nariz, y se paseaba por todo el pueblo como si le perteneciera. Algunos le llamaban Tom Sawyer, el viajero, y eso le hacía hincharse tanto que parecía a punto de reventar. Se mofaba bastante de mí y de Jim, pues nosotros habíamos bajado el río sólo con una balsa, y volvíamos en un barco de vapor, mientras que Tom había ido y vuelto en vapor. Los muchachos nos tenían mucha envidia a Jim y a mí, pero ¡demonios!, ante Tom sucumbían.

Bueno, yo no lo sé; tal vez habría estado contento si no hubiera sido por el viejo Nat Parsons, el jefe de correos, enormemente largo y delgado; parecía un tipo de buen corazón, tonto y calvo debido a su edad. Tal vez el animal viejo más parlanchín que yo haya visto jamás.


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115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 202 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Un Yanki en la Corte del Rey Arturo

Mark Twain


Novela


Prefacio

Las despiadadas leyes y costumbres que se mencionan en este relato son históricas, y los episodios que se utilizan para ilustrarlas también son históricos. Esto no quiere decir que tales leyes y costumbres existieran en Inglaterra en el siglo vi., no; sólo quiero decir que, dado que existieron en la civilización inglesa y en otras civilizaciones de épocas mucho más recientes, se puede concluir sin temor a incurrir en una calumnia que también estaban vigentes en el siglo vi. Hay buenas razones para inferir que, cuando en esos remotos tiempos no existía alguna de estas leyes o costumbres, su lugar era ocupado, y de manera muy eficiente, por una mucho peor.

La cuestión de la existencia o no existencia del derecho divino de los reyes no tiene respuesta en este libro. Resultó ser demasiado difícil. Que el primer gobernante de una nación debe ser una persona de carácter excelso y habilidad extraordinaria es manifiesto e indiscutible, que sólo la Deidad podría elegir a ese primer gobernante certera e infaliblemente es también manifiesto e indiscutible, por lo tanto, resulta inevitable deducir que, como se pretende, es la Deidad quien hace la elección. Quiero decir, hasta que el autor de este libro encontró los Pompadour y Lady Castlemaine y algunos otros gobernantes de este tipo. Era tan difícil incorporarlos dentro de este argumento, que juzgué preferible abordar otros aspectos en este libro (que debe aparecer este otoño) y luego entrenarme debidamente y resolver los del derecho divino en otro libro. Es algo que debe ser resuelto, por supuesto, y de todas maneras no tenía nada especial que hacer el próximo invierno.

Mark Twain


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389 págs. / 11 horas, 21 minutos / 168 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Una Historia de Fantasmas

Mark Twain


Cuento


Alquilé una gran habitación lejos de Broadway, en un edificio grande y viejo cuyos pisos superiores habían estado vacíos por años... hasta que yo llegué. El lugar había sido ganado hacía tiempo por el polvo y las telarañas, por la soledad y el silencio. La primera noche que subí a mis aposentos me pareció estar a tientas entre tumbas e invadiendo la privacidad de los muertos. Por primera vez en mi vida me dio un pavor supersticioso; y como si una invisible tela de araña hubiera rozado mi rostro con su textura, me estremecí como alguien que se encuentra con un fantasma.

Una vez que llegué a mi cuarto me sentí feliz, y expulsé la oscuridad. Un alegre fuego ardía en la chimenea, y me senté frente al mismo con reconfortante sensación de alivio. Estuve así durante dos horas, pensando en los buenos viejos tiempos; recordando escenas e invocando rostros medio olvidados a través de las nieblas del pasado; escuchando, en mi fantasía, voces que tiempo ha fueron silenciadas para siempre, y canciones una vez familiares que hoy en día ya nadie canta. Y cuando mi ensueño se atenuó hasta un mustio patetismo, el alarido del viento fuera se convirtió en un gemido, el furioso latido de la lluvia contra las ventanas se acalló y uno a uno los ruidos en la calle se comenzaron a silenciar, hasta que los apresurados pasos del último paseante rezagado murieron en la distancia y ya ningún sonido se hizo audible. El fuego se estaba extinguiendo. Una sensación de soledad se cebó en mí. Me levanté y me desvestí moviéndome en puntillas por la habitación, haciendo todo a hurtadillas, como si estuviera rodeado por enemigos dormidos cuyos descansos fuera fatal suspender. Me acosté y me tendí a escuchar la lluvia y el viento y los distantes sonidos de las persianas, hasta que me adormecí.


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6 págs. / 11 minutos / 579 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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