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autor: Marqués de Sade


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Justine, o los Infortunios de la Virtud

Marqués de Sade


Novela


Prólogo

A mi buena amiga

Sí, Constance, a ti dirijo esta obra; a la vez el ejemplo y el honor de tu sexo, sumando al alma más sensible la mente más justa y la mejor iluminada, sólo a ti corresponde conocer la dulzura de las lágrimas que arranca la Virtud infortunada. Detestando los sofismas del libertinaje y de la irreligión, combatiéndolos incesantemente con tus actos y tus discursos, no temo en absoluto para ti los que ha necesitado en estas memorias el tipo de personajes trazados; el cinismo de algunas plumas (suavizadas sin embargo lo más posible) no te horrorizará más; es el Vicio el que, gimiendo por ser desvelado, se escandaliza así que se le ataca. El proceso de Tartufo fue incoado por unos santurrones; el de Justine será obra de los libertinos. Me inspiran escaso temor: mis razones, desveladas por ti, no serán condenadas; tu opinión basta para mi gloria, y debo, después de haberte gustado, o gustar a todo el mundo, o consolarme de todas las censuras.

La intención de esta novela (no tan novela como parece) es nueva sin duda; el ascendiente de la Virtud sobre el Vicio, la recompensa del bien, el castigo del mal, suele ser el desarrollo normal de todas las obras de este tipo; ¿no es algo demasiado manido?


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Publicado el 21 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Juliette o las Prosperidades del Vicio

Marqués de Sade


Novela


Primera parte

Justine y yo fuimos educadas en el convento de Panthemont. Ustedes ya conocen la celebridad de esta abadía, y saben que, desde hace muchos años, salen de ella las mujeres más bonitas y más libertinas de París. Es este convento tuve como compañera a Euphrosine, esa joven cuyas huellas quiero seguir y quien, viviendo cerca de la casa de mis padres, había abandonado la suya para arrojarse en brazos del libertinaje; y como de ella y de una religiosa amiga suya fue de quienes recibí los primeros principios de esta moral que han visto con asombro en mí, siendo tan joven, por los relatos de mi hermana, me parece que, antes de nada, debo hablaros de la una y de la otra… contaros exactamente estos primeros momentos de mi vida en los que, seducida, corrompida por estas dos sirenas, nació en el fondo de mi corazón el germen de todos los vicios.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Flor del Castaño

Marqués de Sade


Cuento


Se supone, yo no lo afirmaría, pero algunos eruditos nos lo aseguran, que la flor del castaño posee efectivamente el mismo olor que ese prolífico semen que la naturaleza tuvo a bien colocar en los riñones del hombre para la reproducción de sus semejantes.

Una tierna damisela, de unos quince años de edad, que jamás había salido de la casa paterna, se paseaba un día con su madre y con un presumido clérigo por la alameda de castaños que con la fragancia de las flores embalsamaban el aire con el sospechoso aroma que acabamos de tomarnos la libertad de mencionar.

—¡Oh! Dios mío, mamá, ese extraño olor —dice la jovencita a su madre sin darse cuenta de dónde procedía—. ¿Lo oléis, mamá…? Es un olor que conozco.

—Callaos, señorita, no digáis esas cosas, os lo ruego.

—¿Y por qué no, mamá? No veo que haya nada de malo en deciros que ese olor no me resulta desconocido y de eso ya no me cabe la menor duda.

—Pero, señorita…

—Pero, mamá, os repito que lo conozco: padre, os ruego que me digáis qué mal hago al asegurarle a mamá que conozco ese olor.

—Señorita —responde el eclesiástico, acariciándose la papada y aflautando la voz—, no es que haya hecho ningún mal exactamente; pero es que aquí nos hallamos bajo unos castaños y nosotros los naturalistas admitimos, en botánica, que la flor del castaño…

—¿Que la flor del castaño…?

—Pues bien, señorita, que huele como cuando se j…


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Esposo Complaciente

Marqués de Sade


Cuento


Toda Francia se enteró de que el príncipe de Bauffremont tenía, poco más o menos, los mismos gustos que el cardenal del que acabamos de hablar. Le habían dado en matrimonio a una damisela totalmente inexperta a la que, siguiendo la costumbre, habían instruido tan sólo la víspera.

—Sin mayores explicaciones —le dice su madre— como la decencia me impide entrar en ciertos detalles, sólo tengo una cosa que recomendarte, hija mía: desconfía de las primeras proposiciones que te haga tu marido y contéstale con firmeza: «No, señor, no es por ahí por donde se toma a una mujer decente; por cualquier otro sitio que te guste, pero por ahí de ninguna manera….»

Se acuestan y por un prurito de pudor y de honestidad que no se hubiera sospechado ni por asomo, el príncipe, queriendo hacer las cosas como Dios manda al menos por una vez, no propone a su mujer más que los castos placeres del himeneo; pero la joven, bien educada, se acuerda de la lección:

—¿Por quién me tomas, señor? —le dice—. ¿Te has creído que yo iba a consentir algo semejante? Por cualquier otro sitio que te guste, pero por ahí de ninguna manera.

—Pero, señora…

—No, señor, por más que insistas nunca accederé a eso.

—Bien, señora, habrá que complacerte —contesta el príncipe apoderándose de su altar predilecto—. Mucho me molestaría que dijeran que quise disgustarte alguna vez.

Y que vengan a decirnos ahora a nosotros que no merece la pena enseñar a las hijas lo que un día tendrán que hacer con sus maridos.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Agudeza Gascona

Marqués de Sade


Cuento


Un oficial gascón había recibido de Luis XIV una gratificación de ciento cincuenta doblones y, recibo en mano, entra sin hacerse anunciar en casa del señor Colbert, que estaba sentado a la mesa con varios caballeros.

—Señores, ¿cuál de vosotros —pregunta con un acento que delataba su patria—, quién, os lo ruego, es el señor Colbert?

—Yo, señor —le responde el ministro—. ¿En qué puedo serviros?

—Una fruslería, señor. Se trata tan sólo de una gratificación de ciento cincuenta doblones que es preciso que me descontéis en seguida.

El señor Colbert, que se da perfecta cuenta de que el personaje se prestaba a la burla, le pide permiso para acabar de cenar y, para que no se impaciente, le ruega que se siente a la mesa con él.

—Con mucho gusto —contestó el gascón—, excelente idea, pues no he cenado todavía.

Terminada la comida, el ministro, que ha tenido tiempo de prevenir al encargado mayor, dice al oficial que ya puede subir al despacho, que su dinero le espera; el gascón sube… pero no le entregan más que cien doblones.

—¿Queréis bromear, señor? —dice al funcionario—. ¿O no veis que mi orden dice ciento cincuenta?

—Señor —le contesta el escribiente—, veo perfectamente vuestra orden, pero os descuento cincuenta doblones por la cena.

—¡Pardiez, cincuenta doblones! Si en mi posada me cuesta sólo diez sueldos!

—Os creo, pero allí no tenéis el honor de cenar con un ministro.

—Perfectamente —replica el gascón—, en ese caso, señor, guardároslo todo; mañana traeré a uno de mis amigos y estamos en paz.

La respuesta y la broma que le había provocado hicieron reír durante un rato a la corte; se añadieron los cincuenta doblones a la gratificación del gascón, que regresó triunfalmente a su tierra, hizo el elogio de las cenas del señor Colbert, de Versalles y de cómo era allí recompensado el ingenio del Garona.


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Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Mojigata

Marqués de Sade


Cuento


El señor de Sernenval, que rondaba los cuarenta años de edad, contaba con unas doce o quince mil libras de renta que gastaba con toda tranquilidad en París, y no ejercía ya la carrera de comercio que antaño había estudiado con miras a conseguir un cargo de regidor. Hacía algunos años había contraído matrimonio con la hija de uno de sus antiguos colegas, cuando ella tenía unos veinticuatro años. No había otra mujer con tanta frescura, con tanta lozanía y tan rellenita como la señora de Sernenval. Aunque no tuviera el físico de las Gracias, resultaba tan apetecible como la mismísima madre del amor, y aunque su apariencia no fuera precisamente el de una reina, emanaba de ella tanta voluptuosidad, con esos ojos tan amorosos y lánguidos, esa boca tan hermosa, esos senos tan redonditos y firmes, que era una de las mujeres más atrayentes de París.

Sin embargo, la señora de Sernenval, tan atractiva como era, adolecía de un defecto insoportable: una infinita mojigatería, una beatería irritante y una actitud tan ridículamente pudorosa que raramente su marido podía convencerla para que se dejara ver en público en su compañía. Tampoco era frecuente que accediera a pasar la noche con él, y cuando se dignaba a otorgarle este placer, lo hacía siempre con el máximo recato, vestida con un horrible camisón del que no se despojaba jamás. Únicamente le permitía la entrada a través de una abertura realizada artísticamente, a tal efecto, en el pórtico del Himeneo, y siempre con la condición de que no intentara ningún otro contacto ni tocamiento deshonesto.

Él respetaba con resignación los pudorosos límites que ella le imponía para evitar que montara en cólera, y por miedo a perder el favor de su mujer, a la que adoraba, aunque tanta mojigatería le resultaba ridícula; por eso, de vez en cuando, intentaba sermonearla.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Resucitado

Marqués de Sade


Cuento


Los filósofos dan menos crédito a los aparecidos que a ninguna otra cosa; si, no obstante el extraordinario hecho que voy a relatar, suceso respaldado por la firma de varios testigos y registrado en archivos respetables, este suceso, repito, gracias a todos estos títulos y a los visos de autenticidad que tuvo en su momento, puede resultar digno de crédito, será preciso, a pesar del escepticismo de nuestros estoicos, convenir en que si bien no todos los cuentos de resucitados son ciertos sí que contienen, al menos, elementos realmente extraordinarios.

La corpulenta señora Dallemand, a la que todo París conocía en aquel tiempo como mujer alegre, cordial, ingenua y de agradable trato, vivía desde que se había quedado viuda, hacía más de veinte años, con un tal Ménou, hombre de negocios que habitaba cerca de Saint-Jeanen-Gréve. La señora Dallemand se hallaba cenando un día en casa de una tal señora Duplatz, mujer de carácter y medio social muy parecidos al suyo, cuando a la mitad de una partida que habían iniciado después de levantarse de la mesa un criado rogó a la señora Dallemand que pasara a una habitación contigua, pues una persona amiga suya deseaba hablarle en seguida de un asunto tan urgente como esencial; la señora Dallemand le contesta que espere, que no quiere echar a perder su partida; el criado vuelve de nuevo a insistir de tal manera que la dueña de la casa es la primera en obligar a la señora Dallemand a ir a ver lo que quieren de ella. Sale y se encuentra con Menou.

—¿Qué asunto tan urgente —le pregunta— puede obligaros a molestarme de esta forma viniendo a una casa en la que ni siquiera saben quién sois?

—Un asunto de vida o muerte, señora —contesta el agente de cambio—, y podéis estar segura de que había de ser como os digo para poder obtener el permiso de Dios y venir a hablar con vos por última vez en mi vida…


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Filosofía en el Tocador

Marqués de Sade


Diálogo


La madre ordenará esta lectura a su hija.

A los libertinos

Voluptuosos de todas las edades Y de todos los sexos, a vosotros solos ofrezco esta obra: nutríos de sus principios, que favorecen vuestras pasiones; esas pasiones, de las que fríos e insulsos moralistas os hacen asustaros, no son sino los medíos que la naturaleza emplea para hacer alcanzar al hombre los designios que sobre él tiene; escuchad sólo esas pasiones deliciosas, su órgano es el único que debe conduciros a la felicidad.

Mujeres lúbricas, que la voluptuosa SAINT–ANGE sea vuestro modelo; a ejemplo suyo despreciad cuanto contraría las leyes divinas del placer, que la encadenaron toda su vida.

Muchachas demasiado tiempo contenidas en las ataduras absurdas y peligrosas de una virtud fantástica y de una religión repugnante, imitad a la ardiente Eugenia; destruid, pisotead, con tanta rapidez como ella, todos los preceptos ridículos inculcados por imbéciles padres.

Y a vosotros, amables disolutos, vosotros que desde vuestra juventud no tenéis más freno que vuestros deseos ni otras leyes que vuestros caprichos, que el cínico Dolmancé os sirva de ejemplo; id tan lejos como él si como él queréis recorrer todos los caminos de flores que la lubricidad os prepara; a enseñanza suya, convenceos de que sólo ampliando la esfera de sus gustos y de sus fantasías y sacrificando todo a la voluptuosidad es como el desgraciado individuo conocido bajo el nombre de hombre y arrojado a pesar suyo sobre este triste universo, puede lograr sembrar algunas rosas en las espinas de la vida.

Primer diálogo

PERSONAJES:

SEÑORA DE SAINT–ANGE, EL CABALLERO DE MIRVEL.

SRA. DE SAINT–ANGE: Buenos días, hermano. Y bien, ¿el señor Dolmancé?

EL CABALLERO: Llegará a las cuatro en punto y no cenaremos hasta las siete; como ves, tendremos tiempo de sobra para charlar.


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Crímenes del Amor

Marqués de Sade


Cuento


Amor, fruto delicioso que el Cielo permite a la tierra producir para la felicidad de la vida, ¿por qué es preciso que hagas nacer crímenes? ¿Y por qué el hombre abusa de todo?

Noches, de Young

Idea sobre las novelas

Se llama novela [román] a la obra fabulosa compuesta a partir de las aventuras más singulares de la vida de los hombres.

Pero ¿por qué lleva el nombre de novela este género de obra?

¿En qué pueblo debemos buscar su fuente, cuáles son los más célebres?

¿Y cuáles son, en fin, las reglas que hay que seguir para alcanzar la perfección del arte de escribirla?

He ahí las tres cuestiones que nos proponemos tratar, comencemos por la etimología de la palabra.

Dado que nada nos informa sobre cuál fue el nombre de esta composición entre los pueblos de la Antigüedad, en mi opinión sólo debemos aplicarnos a descubrir por qué motivo llevó entre nosotros el que aún le damos.

La lengua romance [romane] era, como se sabe, una mezcla del idioma céltico y del latín, en uso durante las dos primeras estirpes de nuestros reyes; es bastante razonable pensar que las obras del género de que hablamos, compuestas en esa lengua, debieron llevar su nombre, y que debió decirse romane para designar la obra en que se trataba de aventuras amorosas, como se dijo romance para hablar de las endechas del mismo género. Vano sería buscar una etimología diferente a esta palabra; al no ofrecernos el sentido común ninguna otra, parece fácil adoptar ésta.

Pasemos, pues, a la segunda cuestión.

¿En qué pueblo debemos hallar la fuente de esta clase de obras, y cuáles son los más célebres?


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Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

¡Que me engañen siempre así!

Marqués de Sade


Cuento


Hay pocos seres en el mundo tan libertinos como el cardenal de…, cuyo nombre, teniendo en cuenta su todavía sana y vigorosa existencia, me permitiréis que calle. Su Eminencia tiene concertado un arreglo, en Roma, con una de esas mujeres cuya servicial profesión es la de proporcionar a los libertinos el material que necesitan como sustento de sus pasiones; todas las mañanas le lleva una muchachita de trece o catorce años, todo lo más, pero con la que monseñor no goza más que de esa incongruente manera que hace, por lo general, las delicias de los italianos, gracias a lo cual la vestal sale de las manos de Su Ilustrísima poco más o menos tan virgen como llegó a ellas, y puede ser revendida otra vez como doncella a algún libertino más decente. A aquella matrona, que se conocía perfectamente las máximas del cardenal, no hallando un día a mano el material que se había comprometido a suministrar diariamente, se le ocurrió hacer vestir de niña a un guapísimo niño del coro de la iglesia del jefe de los apóstoles; le peinaron, le pusieron una cofia, unas enaguas y todos los atavíos necesarios para convencer al santo hombre de Dios. No le pudieron prestar, sin embargo, lo que le habría asegurado verdaderamente un parecido perfecto con el sexo al que tenía que suplantar, pero este detalle preocupaba poquísimo a la alcahueta… «En su vida ha puesto la mano en ese sitio —comentaba ésta a la compañera que la ayudaba en la superchería—; sin ninguna duda explorará única y exclusivamente aquello que hace a este niño igual a todas las niñas del universo; así, pues, no tenemos nada que temer…».

Pero la comadre se equivocaba. Ignoraba sin duda que un cardenal italiano tiene un tacto demasiado delicado y un paladar demasiado exquisito como para equivocarse en cosas semejantes; comparece la víctima, el gran sacerdote la inmola, pero a la tercera sacudida:


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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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