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autor: Máximo Gorki editor: Edu Robsy textos no disponibles


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La Madre

Máximo Gorki


Novela


PRIMERA PARTE

I

Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugía y temblaba. Y de las casuchas grises salían apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavía en los músculos. En el aire frío del amanecer, iban por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e indiferente, los esperaba con sus innumerables ojos, cuadrados y viscosos. Se oía el chapoteo de los pasos en el fango. Las exclamaciones roncas de las voces dormidas se encontraban unas con otras: injurias soeces desgarraban el aire. Había también otros sonidos: el ruido sordo de las máquinas, el silbido del vapor. Sombrías y adustas, las altas chimeneas negras se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas.

Por la tarde, cuando el sol se ponía y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcían nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las voces eran animadas e incluso alegres: su trabajo de forzados había concluido por aquel día, la cena y el reposo los esperaban en casa.

La fábrica había devorado su jornada: las máquinas habían succionado en los músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban. El día había pasado sin dejar huella: cada hombre había dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo, y cada hombre estaba contento.

Los días de fiesta se dormía hasta las diez. Después, las gentes serias y casadas, se ponían su mejor ropa e iban a misa, reprochando a los jóvenes su indiferencia en materia religiosa. Al volver de la iglesia, comían y se acostaban de nuevo, hasta el anochecer.


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364 págs. / 10 horas, 37 minutos / 289 visitas.

Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Konovalov

Máximo Gorki


Cuento


Al pasar distraídamente la vista por una hoja de periódico, me encontré con el apellido Konovalov e interesado en él leí lo que sigue:

«Ayer por la noche, en la celda número 3 de la prisión local, se colgó del respiradero de la estufa el pancista de la ciudad de Murom Aleksandr Ivánovich Konovalov, de 40 años. El suicida había sido arrestado en Pskov por vagabundeo y había sido enviado bajo escolta a su tierra natal. Según las autoridades carcelarias, era un individuo que siempre estaba tranquilo, callado y pensativo. Debe considerarse, tal y como ha concluido el doctor de la prisión, que la causa que ha inducido a Konovalov al suicidio ha sido la melancolía».

Leí esta breve nota y pensé que tal vez yo podría conseguir explicar con más claridad la causa que había inducido a este hombre pensativo a huir de la vida, ya que yo lo conocía. Es posible que ni tan siquiera tuviera derecho a no hablar de él: era buena gente, de la que no se encuentra con frecuencia en el camino de la vida.

… Tenía dieciocho años cuando conocí a Konovalov. Por aquel entonces, yo trabajaba en una tahona como ayudante de panadero. El panadero había sido soldado del cuerpo de músicos, bebía vodka de manera exagerada, con frecuencia estropeaba la masa y, cuando estaba borracho, le gustaba silbar y redoblar con los dedos sobre lo primero que pillaba. Cuando el dueño de la panadería le amonestaba por los productos estropeados o los que no estaban preparados a su hora, se enfurecía, regañaba al dueño sin piedad y siempre le hacía notar además su talento musical.


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60 págs. / 1 hora, 46 minutos / 128 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Kirilka

Máximo Gorki


Cuento


… Cuando el carruaje salió rodando del bosque al lindero, Isái se levantó ligeramente sobre el pescante, estiró el cuello, miró a lo lejos y dijo:

—¡Diablos, parece que se mueve!

—¿Y bien?

—Y a derecho… como si avanzara…

—¡Arrea rápido!

—¡A-ay tú, mer-rmeladota!

El animal, pequeñito y rechoncho, con orejas de asno y pelo de perro maltés, en respuesta al golpe de látigo que recibió en la grupa saltó a un lado del camino, se paró y moviendo las patas en el sitio, comenzó a balancear la cabeza ofendido.

—¡A-arre, ya te enseñaré yo! —gritó Isái, tirando de las riendas.

El salmista Isái Miakínnikov era un hombre deforme, de cuarenta años de edad. En la mejilla izquierda y bajo la barbilla le crecía barba roja, pero en la derecha le había crecido un enorme tumor que le cerraba el ojo y le caía como un saco arrugado sobre el hombro. Borracho impenitente, filósofo pasable y burlón, me llevaba a ver a su hermano, amigo mío, maestro de pueblo, que se estaba muriendo a causa de la tisis. En cinco horas no habíamos avanzado ni veinte verstas, porque el camino era malo y porque el estrambótico animal que nos llevaba tenía mal carácter. Isái lo llamaba shishiga, moledor, mortero, y otros nombres raros, dándose la circunstancia de que todos ellos le iban igual a este caballo, subrayando con exactitud uno u otro rasgo de su apariencia y carácter. También entre la gente se encuentran con frecuencia seres así de complicados a los que va bien cualquier nombre menos el de persona.


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14 págs. / 25 minutos / 52 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Karamora

Máximo Gorki


Cuento



Deben saber que soy capaz de realizar hazañas. Pero también soy capaz de cualquier bajeza; a veces a uno le entran ganas de hacerle una jugarreta a alguien, aunque sea a la persona más cercana.

Palabras del trabajador ZAJAR MAJÁILOV, provocador, dirigidas a la Comisión de Investigación en 1917 (Véase el artículo de N. Osípovski en El Pasado, vol. VI, 1922).
 


A veces, sin venir a cuento, me vienen a la cabeza ideas viles y siniestras…

N. N. PIROGOV
 


¡Déjenme cometer una infamia!

Un personaje de OSTROVSKI
 


Una vileza exige en ocasiones tanta abnegación como un acto heroico.

De la correspondencia de L. ANDRÉIEV
 


Por sus actos conscientes no se descubre cómo es una persona; son los actos inconscientes los que la delatan.

N. LESKOV, en una carta a Pyliáiev
 


Los rusos tienen la cabeza a pájaros.

I. S. TURGUÉNEV
 

Mi padre era cerrajero. Un hombre corpulento, más bueno que el pan, y siempre alegre. A todo el mundo le encontraba algo gracioso. A mí me quería mucho y me llamaba Karamora: siempre estaba poniendo apodos a todo el mundo. Hay un mosquito grande, parecido a una araña, al que se conoce comúnmente como karamora. Yo era un niño larguirucho y desgarbado; cazar pájaros era mi pasatiempo favorito. Se me daban bien los juegos y salía bien librado en las peleas.

Me han traído montañas de papel. «Escribe cómo ha ocurrido todo», me han dicho. Pero ¿por qué habría de hacerlo? Van a matarme de todas formas…


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46 págs. / 1 hora, 20 minutos / 72 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

El Timador

Máximo Gorki


Cuento


I. El encuentro con él

… Tropezando en la niebla con los setos, caminaba yo intrépidamente por los charcos de fango de una ventana a otra, llamaba con los dedos, no muy fuerte, y voceaba:

—¡¿Permitiríais hacer noche a un transeúnte?!

En respuesta, me enviaban al vecino, a la «isba comunal», al diablo. En una ventana prometieron que me echarían al perro, en otra callaron pero me amenazaron elocuentemente con un gran puño. Y una mujer me gritó:

—¡Vete, lárgate mientras estés entero! Tengo al marido en casa…

De lo que deduje que, evidentemente, acogía en casa huéspedes para dormir cuando no estaba el marido… Lamentando que él estuviera en casa, me dirigí a la siguiente ventana.

—¡Gentes de bien! ¡¿Permitiríais hacer noche a un transeúnte?!

Me respondieron cariñosamente:

—¡Vete con Dios, aléjate!

Y hacía un tiempo de perros: caía una lluvia fina y fría, la tierra enfangada estaba ajustadamente envuelta por la niebla. De vez en cuando, a saber de dónde, soplaba una ráfaga de viento que suavemente golpeaba las ramas de los árboles, hacía frufrú con la paja mojada de los tejados y alumbraba muchos sonidos melancólicos más, rompiendo el silencio de la oscura noche con una afligida música. Escuchando aquel triste preludio del duro poema llamado otoño, las gentes a cubierto, ciertamente, estaban de mal humor y por eso no me dejaban pasar a pernoctar. Luché durante un buen rato contra su resolución, se me resistieron con firmeza y, al final, destruyeron mi esperanza de pasar la noche bajo techo. Entonces salí de la aldea hacia el campo, pensando que tal vez allí encontraría un almiar de heno o paja, aunque solo la casualidad podría mostrármelo en aquella pesada y densa oscuridad.


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43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 78 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2018 por Edu Robsy.

El Nacimiento de un Hombre

Máximo Gorki


Cuento


Corría el año 1892, el año del hambre. Me hallaba yo en la orilla del río Kodor, entre Sujum y Ochamchira, no muy lejos de la costa: por debajo del alegre estruendo de las aguas de aquel río de montaña se podía sentir claramente el sordo chapoteo de las olas del mar.

Otoño. En la espuma blanca del Kodor giraban y pasaban de largo las hojas amarillas del lauroceraso, que recordaban a pequeños y ágiles salmones; yo estaba sentado en una piedra, justo en la orilla, pensando en que a lo mejor las gaviotas y los cormoranes también confundían las hojas con peces y se sentían defraudados: acaso por ese motivo gritaban resentidos allí, a mi derecha, más allá de los árboles, donde saltaban las olas del mar.

Por encima de mí, los castaños estaban revestidos de oro; había a mis pies montones de hojas caídas que parecían manos amputadas. Las ramas del ojaranzo que veía en la otra orilla ya estaban desnudas y colgaban en el aire igual que una red desgarrada; como atrapado en ella, saltaba un pájaro carpintero de montaña, de plumaje rojo y amarillo, martilleando con su pico negro la corteza del tronco, haciendo salir a unos insectos que los diestros carboneros y los trepadores azules —huéspedes del norte lejano— aprovechaban para picotear.

A mi izquierda, sobre las cumbres de las montañas, unas densas nubes humeantes amenazaban lluvia y proyectaban unas sombras que se arrastraban por las verdes laderas donde crece el boj, el «árbol muerto», y donde, entre los huecos de las viejas hayas y tilos, se puede encontrar la «miel venenosa» que en la Antigüedad estuvo a punto de causar, con su dulzura embriagadora, la perdición de los soldados de Pompeyo el Grande, derribando a una legión entera de férreos romanos. Las abejas la producen con las flores de lauro y azalea, y los vagabundos la extraen de los huecos de los árboles y se la comen untada en lavash, esa fina torta de harina.


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12 págs. / 22 minutos / 252 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

El Jan y su Hija

Máximo Gorki


Cuento


—En aquel tiempo gobernaba en Crimea el jan Mosolaima el Asvab, el cual tenía un hijo llamado Tolaik Algalla…

Con estas palabras, cierto tártaro pobre y ciego, apoyando la espalda en el pardo tronco de un árbol, comenzó a relatar una de las antiguas leyendas de aquella península, tan rica en recuerdos. En torno al narrador, sobre fragmentos de piedra del palacio del jan, destruido por el tiempo, se hallaba sentado un grupo de tártaros, ataviados con vistosas túnicas y tubeteikas bordadas en oro. Estaba atardeciendo. El sol descendía lentamente sobre el mar, sus rayos carmesíes atravesaban el oscuro follaje que rodeaba las ruinas y formaba brillantes manchas sobre las piedras cubiertas de musgo, enredadas por la tenaz hiedra. Susurraba el viento en el soto de los viejos sicómoros, sus hojas murmuraban como si por el aire corrieran arroyos invisibles.

La voz del mísero ciego era débil y trémula, su pétreo rostro no reflejaba en sus arrugas más que paz. Las palabras, aprendidas de memoria, se derramaban una tras otra y, ante su auditorio, se alzaba la imagen de los emocionantes tiempos pretéritos.

—El jan era anciano —decía el ciego—, mas tenía muchas mujeres en su harem. Y éstas amaban al anciano por el vigor y el fuego que aún conservaba y por sus caricias tiernas y apasionadas, pues las mujeres siempre amarán al hombre que sabe acariciar vigorosamente, aunque tenga el pelo cano y el rostro ajado, porque en la fuerza reside la belleza y no en la tersura de la piel ni en el rubor de las mejillas.


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7 págs. / 13 minutos / 74 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Días de Infancia

Máximo Gorki


Biografía, Autobiografía


Capítulo I

En la penumbra de la estrecha habitación, en el suelo, junto a la ventana, yace mi padre, más largo que nunca y envuelto en un lienzo blanco; los dedos de ambos pies se abren de un modo raro y están engarabitados los de sus manos bondadosas, que descansan pacíficamente sobre el pecho; sus ojos, siempre tan joviales, están tapados por los discos negros de sendas monedas de cobre; su apacible semblante está sombrío, y me dan miedo sus dientes, que asoman como una amenaza.

Mi madre, sólo a medias vestida, con refajo rojo, está arrodillada en el suelo y, con un peine negro, que me solía servir a mí para aserrar cáscaras de melón, peina el cabello blando y largo de mi padre, desde la frente hacia la nuca; entre tanto, no para de hablar entrecortado, con voz hueca y ronca; tiene hinchados los ojos grises, que parecen enteramente derretirse cuando las lágrimas fluyen de ellos en gruesas gotas.

A mí me tiene de la mano mi abuela, una señora regordeta, de cabeza muy grande, en que llaman la atención unos ojos enormes y la nariz de ridícula forma; viste completamente de negro y parece como blandecida; a mí me interesa extraordinariamente aquello. También la abuela llora de un modo peculiar y bonachón, como para hacer compañía a mi madre; al llorar tiembla de pies a cabeza y tira de mí y me empuja hacia mi padre; yo me resisto y me escondo detrás de ella, porque tengo mucho miedo y como una desazón misteriosa.

No había visto nunca llorar a personas mayores, ni comprendía las palabras que repetía cien veces la abuela:

—Despídete de tu padre, que no lo volverás a ver. Se ha muerto, hijo mío, de repente y en la plenitud de la vida.


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256 págs. / 7 horas, 29 minutos / 197 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Compañeros

Máximo Gorki


Cuento


I

El ardiente sol de julio brillaba sobre Smólkina, derramando sobre sus viejas isbas un copioso torrente de rayos cegadores. Donde más relumbraba era en la isba del alcalde, recientemente retechada con tablones nuevos, suavemente cepillados, amarillos y aromáticos. Era domingo, y casi todo el mundo estaba en la calle, donde crecían en abundancia las hierbas entre montones esparcidos de residuos resecos. Una multitud de aldeanos se había congregado ante la isba del alcalde: algunos estaban sentados en el banco de tierra de la puerta, otros directamente en el suelo, otros aguardaban de pie. En medio del grupo, unos cuantos chiquillos no paraban de alborotar y echar carreras, ganándose de vez en cuando las broncas y pescozones de los adultos.

Un hombre alto, con unos bigotazos que apuntaban hacia el suelo, constituía el centro de la multitud. A juzgar por su rostro atezado, recubierto de una cerrada barba gris y un entramado de profundas arrugas, y por los mechones canosos que asomaban bajo el sucio sombrero de paja, debía rondar los cincuenta años. Mientras miraba al suelo, se podía apreciar cómo le temblaban las aletas de su enorme nariz. Al levantar la cabeza para echar un vistazo a las ventanas de la isba del alcalde, se le vieron los ojos: grandes, tristes, profundamente hundidos en sus órbitas, con las pupilas negras sumidas en la sombra que arrojaban unas cejas pobladas. Vestía una raída sotana marrón de novicio que apenas le cubría las rodillas, ceñida con una cuerda. Llevaba un morral echado a la espalda, en la mano derecha sujetaba un largo bastón rematado por una contera de hierro y ocultaba la izquierda entre la ropa. Quienes le rodeaban le miraban suspicaces, burlones, desdeñosos o, en fin, abiertamente satisfechos de haber conseguido dar caza al lobo antes de que éste hubiera llegado a esquilmar sus rebaños.


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17 págs. / 31 minutos / 136 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Coloquio con la Vida

Máximo Gorki


Cuento


Estaban ante la Vida dos hombres, que eran otras tantas víctimas suyas.

—¿Qué quieren? —les preguntó. Uno de ellos contestó con voz lenta:

—Me rebelo ante la crueldad de tus contradicciones; mi espíritu se esfuerza en vano por penetrar el sentido de la existencia y mi alma está invadida por las tinieblas de la duda. Sin embargo, la razón me dice que el hombre es el ser más perfecto del mundo…

—¿Qué reclamas? —interrumpió impasible la Vida.

—Quiero la dicha… Y para poder realizarla, es preciso que concilies los dos principios opuestos que comparten mi alma, poniendo de apoyo mi “yo quiero” con tu “tú debes”.

—No tienes nada que desear sino aquello que debes hacer por mí —contestó la Vida con dureza.

—No, yo no puedo desear ser tu víctima. ¿Porque yo quisiera dominarte, estoy condenado a vivir bajo el yugo de tus leyes?

—Modera tu énfasis –le dijo el que estaba más cerca de la Vida. Pero sin fijarse en sus palabras, el otro prosiguió:

—Yo quiero tener el derecho de vivir en armonía con mis aspiraciones. No quiero ser hermano ni esclavo de mi prójimo por deber; seré su hermano o su esclavo a mi gusto, obedeciendo a mi voluntad. Yo no quiero que la sociedad disponga de mí como de una piedra inerte que ayuda a edificar las prisiones de su ventura. Soy hombre, soy alma, soy espíritu y debo ser libre.

—Espera —dijo la Vida con una sonrisa helada—. Has hablado lo bastante y ya sé todo lo que podrías añadir. ¡Pides tu libertad! ¿Por qué no la ganas? ¡Lucha conmigo! ¡Vénceme! Hazte mi señor, y yo seré tu esclava. No sabes con qué tranquilidad me someto siempre a los triunfadores. ¡Pero es necesario vencer! ¿Te sientes capaz de luchar conmigo para librarte de tu servidumbre? ¿Estás seguro del triunfo? ¿Confías en tu fuerza?

Y el hombre contestó:


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Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

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