Textos peor valorados de Máximo Gorki no disponibles | pág. 3

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Coloquio con la Vida

Máximo Gorki


Cuento


Estaban ante la Vida dos hombres, que eran otras tantas víctimas suyas.

—¿Qué quieren? —les preguntó. Uno de ellos contestó con voz lenta:

—Me rebelo ante la crueldad de tus contradicciones; mi espíritu se esfuerza en vano por penetrar el sentido de la existencia y mi alma está invadida por las tinieblas de la duda. Sin embargo, la razón me dice que el hombre es el ser más perfecto del mundo…

—¿Qué reclamas? —interrumpió impasible la Vida.

—Quiero la dicha… Y para poder realizarla, es preciso que concilies los dos principios opuestos que comparten mi alma, poniendo de apoyo mi “yo quiero” con tu “tú debes”.

—No tienes nada que desear sino aquello que debes hacer por mí —contestó la Vida con dureza.

—No, yo no puedo desear ser tu víctima. ¿Porque yo quisiera dominarte, estoy condenado a vivir bajo el yugo de tus leyes?

—Modera tu énfasis –le dijo el que estaba más cerca de la Vida. Pero sin fijarse en sus palabras, el otro prosiguió:

—Yo quiero tener el derecho de vivir en armonía con mis aspiraciones. No quiero ser hermano ni esclavo de mi prójimo por deber; seré su hermano o su esclavo a mi gusto, obedeciendo a mi voluntad. Yo no quiero que la sociedad disponga de mí como de una piedra inerte que ayuda a edificar las prisiones de su ventura. Soy hombre, soy alma, soy espíritu y debo ser libre.

—Espera —dijo la Vida con una sonrisa helada—. Has hablado lo bastante y ya sé todo lo que podrías añadir. ¡Pides tu libertad! ¿Por qué no la ganas? ¡Lucha conmigo! ¡Vénceme! Hazte mi señor, y yo seré tu esclava. No sabes con qué tranquilidad me someto siempre a los triunfadores. ¡Pero es necesario vencer! ¿Te sientes capaz de luchar conmigo para librarte de tu servidumbre? ¿Estás seguro del triunfo? ¿Confías en tu fuerza?

Y el hombre contestó:


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Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Madre

Máximo Gorki


Novela


PRIMERA PARTE

I

Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugía y temblaba. Y de las casuchas grises salían apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavía en los músculos. En el aire frío del amanecer, iban por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e indiferente, los esperaba con sus innumerables ojos, cuadrados y viscosos. Se oía el chapoteo de los pasos en el fango. Las exclamaciones roncas de las voces dormidas se encontraban unas con otras: injurias soeces desgarraban el aire. Había también otros sonidos: el ruido sordo de las máquinas, el silbido del vapor. Sombrías y adustas, las altas chimeneas negras se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas.

Por la tarde, cuando el sol se ponía y sus rayos rojos brillaban en los cristales de las casas, la fábrica vomitaba de sus entrañas de piedra la escoria humana, y los obreros, los rostros negros de humo, brillantes sus dientes de hambrientos, se esparcían nuevamente por las calles, dejando en el aire exhalaciones húmedas de la grasa de las máquinas. Ahora, las voces eran animadas e incluso alegres: su trabajo de forzados había concluido por aquel día, la cena y el reposo los esperaban en casa.

La fábrica había devorado su jornada: las máquinas habían succionado en los músculos de los hombres toda la fuerza que necesitaban. El día había pasado sin dejar huella: cada hombre había dado un paso más hacia su tumba, pero la dulzura del reposo se aproximaba, con el placer de la taberna llena de humo, y cada hombre estaba contento.

Los días de fiesta se dormía hasta las diez. Después, las gentes serias y casadas, se ponían su mejor ropa e iban a misa, reprochando a los jóvenes su indiferencia en materia religiosa. Al volver de la iglesia, comían y se acostaban de nuevo, hasta el anochecer.


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364 págs. / 10 horas, 37 minutos / 278 visitas.

Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Nacimiento de un Hombre

Máximo Gorki


Cuento


Corría el año 1892, el año del hambre. Me hallaba yo en la orilla del río Kodor, entre Sujum y Ochamchira, no muy lejos de la costa: por debajo del alegre estruendo de las aguas de aquel río de montaña se podía sentir claramente el sordo chapoteo de las olas del mar.

Otoño. En la espuma blanca del Kodor giraban y pasaban de largo las hojas amarillas del lauroceraso, que recordaban a pequeños y ágiles salmones; yo estaba sentado en una piedra, justo en la orilla, pensando en que a lo mejor las gaviotas y los cormoranes también confundían las hojas con peces y se sentían defraudados: acaso por ese motivo gritaban resentidos allí, a mi derecha, más allá de los árboles, donde saltaban las olas del mar.

Por encima de mí, los castaños estaban revestidos de oro; había a mis pies montones de hojas caídas que parecían manos amputadas. Las ramas del ojaranzo que veía en la otra orilla ya estaban desnudas y colgaban en el aire igual que una red desgarrada; como atrapado en ella, saltaba un pájaro carpintero de montaña, de plumaje rojo y amarillo, martilleando con su pico negro la corteza del tronco, haciendo salir a unos insectos que los diestros carboneros y los trepadores azules —huéspedes del norte lejano— aprovechaban para picotear.

A mi izquierda, sobre las cumbres de las montañas, unas densas nubes humeantes amenazaban lluvia y proyectaban unas sombras que se arrastraban por las verdes laderas donde crece el boj, el «árbol muerto», y donde, entre los huecos de las viejas hayas y tilos, se puede encontrar la «miel venenosa» que en la Antigüedad estuvo a punto de causar, con su dulzura embriagadora, la perdición de los soldados de Pompeyo el Grande, derribando a una legión entera de férreos romanos. Las abejas la producen con las flores de lauro y azalea, y los vagabundos la extraen de los huecos de los árboles y se la comen untada en lavash, esa fina torta de harina.


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12 págs. / 22 minutos / 242 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Makar Chudrá

Máximo Gorki


Cuento


Soplaba un viento húmedo y frío procedente del mar, que llevaba por la estepa la melodía ensimismada del chapoteo de las olas que barrían la orilla y el rumor de los matorrales del litoral. A veces, una racha nos traía unas hojas amarillentas y resecas, y las arrojaba en la hoguera, avivando la llama; alrededor, la neblina de la noche otoñal se estremecía y, retirándose asustada, nos mostraba fugazmente la estepa infinita a la izquierda y el mar inmenso a la derecha. Frente a mí tenía la figura de Makar Chudrá, el viejo gitano, encargado de vigilar los caballos de su campamento, emplazado a unos cincuenta pasos de donde estábamos nosotros.

Sin prestar atención a las frías rachas de viento que, agitando su chekmén, le desnudaban el velludo pecho y se lo azotaban sin piedad, estaba medio tumbado, en una postura airosa, con el rostro vuelto hacia mí, aspirando metódicamente el humo de su enorme pipa y expulsándolo por la boca y la nariz, en forma de espesas nubes. Con la mirada fija en algún punto lejano situado a mis espaldas, entre las mudas tinieblas de la estepa, me hablaba sin pausa, sin hacer el menor movimiento para protegerse de los bruscos embates del viento.

—¿Así que vas de camino? ¡Eso está muy bien! Has hecho una magnífica elección, halcón. Eso es lo que hay que hacer: caminar y ver. Y, cuando ya lo hayas visto todo, entonces podrás tumbarte y morir. ¡Así de sencillo!

»¿La vida? ¿La gente? —prosiguió, acogiendo con escepticismo mi objeción a su: “Eso es lo que hay que hacer”—. ¡Ajá! ¿Y a ti qué te importa? Tú mismo, ¿no formas parte de la vida? La gente vive sin ti y saldrá adelante sin ti. ¿De veras crees que alguien te necesita? Tú no eres pan, no eres un bastón, a nadie le haces falta.


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18 págs. / 31 minutos / 214 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Mis Universidades

Máximo Gorki


Novela


I

Pues bien, ya voy a estudiar a la Universidad de Kazán, ni más ni menos.

La idea de la universidad me la sugirió N. Evréinov, alumno del liceo, muchacho bueno y guapo, con cariñosos ojos de mujer. Vivía en la buhardilla de la misma casa donde yo habitaba; me veía a menudo con un libro en las manos, y aquello despertó su interés; trabamos conocimiento y, poco después, Evréinov empezó a convencerme de que «yo poseía excepcionales dotes para la ciencia».

—Usted ha nacido para consagrarse a la ciencia —me decía, sacudiendo bellamente los largos cabellos.

Por aquel entonces, yo no sabía aún que a la ciencia se le puede servir en calidad de conejillo de indias, y Evréinov me demostraba con tanto acierto que las universidades necesitaban precisamente muchachos como yo… Ni que decir tiene que Mijaíl Lomonósov fue invocado, turbando su reposo. Evréinov me decía que yo viviría en Kazán en su casa y que durante el otoño y el invierno terminaría los estudios del liceo, aprobaría unos examencillos de tres al cuarto —así dijo: «de tres al cuarto»— en la universidad, recibiría una beca del Estado y, al cabo de unos cinco años sería ya un «hombre de ciencia». Todo aquello era tan sencillo porque Evréinov tenía diez y nueve años y un buen corazón.

Después de aprobar sus exámenes, se marchó y un par de semanas más tarde, partía yo en busca suya.

Al despedirnos, la abuela me aconsejó:

—No te enfades con la gente, no haces más que enfadarte, ¡muy severo y soberbio te has vuelto! Esto te viene del abuelo, ¿y qué es el abuelo? Después de vivir años y años, sólo ha llegado a tonto; es una pena el viejo. Recuerda una cosa: no es Dios el que condena a las personas, ¡al diablo es a quien le gusta hacerlo! Bueno, adiós…

Y luego de enjugarse unas parcas lágrimas de sus mejillas terrosas, ajadas, dijo:


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159 págs. / 4 horas, 38 minutos / 720 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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