Textos por orden alfabético de Miguel de Unamuno | pág. 12

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autor: Miguel de Unamuno


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Paisajes

Miguel de Unamuno


Viajes


La Flecha

I. El sentimiento de la naturaleza

A cosa de una legua larga de la ciudad de Salamanca, junto al viejo camino real de Madrid, y á orillas del claro Tormes, se encuentra el deleitoso paraje de la Flecha, cuyo sosiego cantó el maestro Fray Luis de León.

Los lugares cantados por excelsos poetas y en que éstos pusieron el escenario de sus perdurables ficciones son tan históricos como aquellos otros en que ocurrieron sucesos que hayan salvado los mares del olvido. Los famosos campos de Montiel no evocan más el fratricidio de Enrique de Trastamara que las hazañas de D. Quijote. Y ¿es que tiene acaso para nosotros el rey bastardo mayor realidad que el ingenioso hidalgo manchego? Las ruinas de Itálica no son sugestivas é históricas sino merced á aquel canto estupendo que las perpetuará en la memoria de las gentes mientras la lengua castellana dure.

Si en España hubiese entrañable cariño al tradicional consuelo de nuestra poesía, serían los lugares que inspiraron á nuestros poetas y los que éstos de cualquier modo consagraran, términos de visita como lo son en otros países los lugares allí poetizados. Ningún amante de nuestra lírica dejaría de visitar, una vez en Salamanca, el rincón apacible de la Flecha, como ningún amante de la lírica inglesa deja de visitar, así que se le ofrezca ocasión propicia, aquel río Duddon al que cantó el dulcísimo Wordsworth.

Debe, además, atraer á esa sosegada orilla del Tormes, á todo amante de las letras castellanas, una especialísima circunstancia, cual es la de haber sido cantada por un ingenio que parece como reconcentrar en sí y monopolizar uno de los sentimientos más raros en la castiza literatura castellana: el sentimiento de la naturaleza.


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Dominio público
34 págs. / 1 hora / 130 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Paz en la Guerra

Miguel de Unamuno


Novela


I

por los años de cuarenta y tantos una tienducha de las que ocupaban medio portal á lo largo, abriéndose por una compuerta colgada del techo, y que á él se enganchaba una vez abierta; una chocolatería llena de moscas, en que se vendía variedad de géneros, una minita que iba haciendo rico á su dueño, al decir de los vecinos. Era dicho corriente el de que en el fondo de aquellas casas viejas de las siete calles, debajo de los ladrillos tal vez, hubiese saquillos de peluconas, hechas, desde que se fundó la villa mercantil, ochavo á ochavo, con una inquebrantable voluntad de ahorro.

A la hora en que la calle se animaba, á eso del medio día, solíase ver al chocolatero de codos en el mostrador, y en mangas de camisa, que hacían resaltar una carota afeitada, colorada y satisfecha.

Pedro Antonio Iturriondo había nacido con la Constitución, el año doce. Fueron sus primeros de aldea, de lentas horas muertas á la sombra de los castaños y nogales ó al cuidado de la vaca, y cuando de muy joven fué llevado á Bilbao á aprender el manejo del majadero bajo la inspección de un tío materno, era un trabajador serio y tímido. Por haber aprendido su oficio durante aquel decenio patriarcal debido á los cien mil hijos de San Luís, el absolutismo simbolizó para él una juventud calmosa, pasada á la penumbra del obrador los días laborables, y en el baile de la campa de Albia los festivos. De haber oído hablar á su tío de realistas y constitucionales, de apostólicos y masones, de la regencia de Urgel y del ominoso trienio del 20 al 23 que obligara al pueblo, harto de libertad según el tío, á pedir inquisición y cadenas, sacó Pedro Antonio lo poco que sabía de la nación en que la suerte le puso, y él se dejaba vivir.


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Dominio público
314 págs. / 9 horas, 10 minutos / 145 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

¡Plenitud de Plenitudes y Todo Plenitud!

Miguel de Unamuno


Ensayo


¡Vanidad de vanidades y todo vanidad!

Eclesiastés, 1, 2.
 

Cuando en el cuerpo debilitado por alguna dolencia se bambolea falto de asiento el espíritu, o a raíz de algún fracaso o desengaño se hinche en torno nuestro el Espíritu de la Disolución, acerca su boca a nuestro oído íntimo y nos habla de esta suerte.

«¿Para qué desasosegarse en buscar un nombre y un prestigio, si no has de vivir sino cuatro días sobre la tierra, y la tierra misma no ha de vivir sino cuatro días del curso universal? Día vendrá en que yacerán en igual olvido el nombre de Shakespeare y el del más oscuro aldeano. Ese afán de renombre y ese afán de prepotencia, ¿a qué dicha sustancial conducen?...».

Es inútil continuar, porque la cantinela es de sobra conocida; y como el chirriar del grillo en las noches de estío o el mugido de las olas junto al mar, suena de continuo y sin interrupción a través de la Historia. Aunque a las veces lo ahoguen voces más vigorosas y altas, ese canturreo del Espíritu de Disolución es continuo, como el mugir de las ondas del mar junto a las rocas.

Cuando le oigáis a alguno expresarse así, no lo dudéis, soñó alguna vez o acaso sigue soñando con la fama, esa sombra de la inmortalidad. Los hombres enteramente sencillos y de primera intención jamás expresan tales lamentaciones. Las quejas de Job se lanzaron para ser escritas, y fue un escritor el que las lanzó. Han sido siempre poetas, hombres enamorados de la gloria, los que han cantado la vanidad de ella.

Y todo ese cantar fue reducido, siglos hace, a una fuerte sentencia, que, como agorero estribillo, se hace resonar de vez en cuando sobre nuestras cabezas soñadoras, y la sentencia es ésta: Vanitas vanitatum et omnia vanitas!, ¡vanidad de vanidades y todo vanidad!


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Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 223 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

¿Por Qué Ser Así?

Miguel de Unamuno


Cuento


Era terrible, verdaderamente terrible. Si aquello se prolongaba no respondería de sí mismo. «Pero ¡Dios mío! —se decía-, ¿por qué soy así? ¿Por qué soy como soy? Todo se me vuelven propósitos de energía que se me disipan en nieblas así que afronto la realidad».

Desde niño había guardado el pobre José sus indomables resoluciones en lo más hondo de su alma, entregando al mundo aquella debilidad que le valía fama de bueno, fama que le estaba dando no poco que sufrir. Porque era bueno, positivamente bueno, y si no había estallado más de una vez fue por bondad y reflexión; estaba seguro de ello. Tenía plena conciencia de que más de una vez habría dado que sentir, a no ser porque sobre todo tendía a sujetar al bruto bajo el ángel. Y la gente, que sólo juzga por las apariencias, confundía su bondad con la impotencia. ¡Hasta que estallase un día!...

Era ya tiempo de estallar. No se trataba de él solo, sino de sus hijos y de su mujer, del porvenir de los que le estaban encomendados. Un padre de familia no puede aspirar a santo, ni dejar además la capa al que le ponga pleito queriendo quitarle la ropa. Eso de no resistir al malo estaba bien para los frailes. ¿Es compatible la más alta perfección cristiana con las necesidades de la familia? No podía hacer a sus hijos víctimas de su bondad; tenía que azuzar por un momento al bruto que en él dormía. Ahora verían quién era él, José el manso, el paciente.


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4 págs. / 8 minutos / 79 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Principio y Fin

Miguel de Unamuno


Cuento


El pobre Serafín tenía maceradas las rodillas de tantas horas como se pasaba sobre ellas. Pensaba entrar jesuita cuando tuviera edad para ello, y sus modelos eran Luis Gonzaga, Estanislao de Kostka y el beato Berchmans, todos tres S. J. ¡Qué sueños de ventura sus ensueños! viviría en un mundo aéreo, espiritual, donde la carne fuese tan sólo sutilísima vestidura terrena de la criatura divina Indiferente al gozo y al dolor, dejaría a Dios posesionarse del yo satánico y, conforme con la voluntad de Él, fuente viva del vivísimo amor, desfilaría a sus ojos el panorama del mundo como desfilan por el cielo azul las nubes de formas caprichosas, y dentro de su alma, en el más recóndito y callado riconcillo, a solas, se solazaría en dulcísimos coloquios con el corazón ardiente de Jesús. Allí le contaría sus cuitas, desahogaría en lágrimas dulcísimas el dolor de tener que vivir en la cárcel oscura y triste de este cuerpo mortal, allí sentiría el exquisito goce de sufrir por Él este martirio

¡Cúando llegaría la hora en que se desciñera de este vestido impuro y, libre de él, volara a apagar la abrasadora sed de su amor al infinito Amor! ¡Oh! De amar, amar a un amante que nos de amor infinito, amar al Amor que nunca acaba y se renueva siempre... E, inclinando el pobre sobre el pecho su Cabeza, quedaba en extásis para acabar por dormirse.

Hacíanle ir a las noches a casa de unos amigos a jugar a la lotería un rato, y, aunque desligado de estas mundanas ocupaciones, iba solo por obedecer a su madre, que se lo mandaba para curar sus ocultas tristezas allí, callado, melancólico y con la vista baja, colocaba con gravedad mística las alubias sobre los números del cartón.

Juanita (y a apareció aquello...), que era una muchacha vivarachita y francota, tenía decidido empeño en cantar siempre los números: ¡el ocho!, ¡la edad de Cristo!, ¡los anteojos de Quevedo!, ¡el pollito!...


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 54 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Querer Vivir

Miguel de Unamuno


Cuento


Il solo principio motore dell'uomo è il dolore.

Verri


Yo quiero vivir, no quiero más que vivir; ¡por Dios!, señor..., déme aunque sólo sean unos días más de vida...

—¿Y para qué?—respondió brutalmente el médico.—¡Señor, por Dios!, yo quiero vivir... Si usted viera qué alegre me pongo cuando llega hasta la cama el rayo de sol de a mañana... y en él andan jugando una porción de bichillos...

—Eso es polvo, sólo polvo...

Lo que usted quiera, señor, ¡pero yo quiero vivir...!

—¿Para sufrir?

—Sí, para sufrir aunque sea.

El médico dio media vuelta y se fue murmurando: «¡Pobre chica!»


Al siguiente día, el médico, después de visitar a las demás enfermas, fue a la que quería vivir. Estaba dormitando.

¡Ya viene, ya viene!—decía entre dientes.

—¿Quién viene?

La enferma despertó sobresaltada.

¿Es usted, señor?

Sí, yo soy. A ver el pulso.

—Tómelo, señor.

La enferma sacó un brazo gastado por la fiebre, que parecía de marfil torneado.

¿Qué tal?—preguntó el médico.

—Me siento algo más aliviada...¿Moriré, señor?

—Indudablemente, más tarde o más temprano...

—Yo no quiero morir...¿Y usted?

El médico la miró sorprendido.

—¿Yo? No lo sé.

—¡Por Dios, señor! No me abandone..., no quiero morir. ¡Soy tan joven! Aún no he visto el mundo ...

—¡Oh!, tiene mucho que ver...

—Para ustedes..., los señoritos cansados de vivir..., ustedes, los ricos, tienen cuanto se les antoja...

—Más de lo que se nos antoja..., ¡los ricos!

—¿Me moriré, señor?

—Por Dios, joven, yo no lo sé...

El médico se fue malhumorado después de haberla vuelto a pulsar.


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5 págs. / 10 minutos / 61 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Ramón Nonnato, Suicida

Miguel de Unamuno


Cuento


Cuando harto de llamar a la puerta de su cuarto, entró, forzándola, el criado, encontrose a su amo lívido y frío en la cama, con un hilo de sangre que le destilaba de la sien derecha, y junto a él, aquel retrato de mujer que traía constantemente consigo, casi como un amuleto, y en cuya contemplación se pasaba tantas horas.

Y era que en la víspera de aquel día de otoño gris, a punto de ponerse el día, Ramón Nonnato se había pegado un tiro. Habíanle visto antes, por la tarde, pasearse, solo, según tenía por costumbre, a la orilla del río, cerca de su desembocadura, contemplando cómo las aguas se llevaban al azar las hojas amarillas que desde los álamos marginales iban a caer para siempre, para nunca más volver, en ellas. «Porque las que en la primavera próxima, la que no veré, vuelvan con los pájaros nuevos a los árboles, serán otras», pensó Nonnato.

Al desparramarse la noticia del suicidio hubo una sola y compasiva exclamación: «¡Pobre Ramón Nonnato!». Y no faltó quien añadiera: «Le ha suicidado su difunto padre».

Pocos días antes de darse así la muerte había pagado Nonnato su última deuda con el producto de la venta de la última finca que le quedaba de las muchas que de su padre heredó, y era la casa solariega de su madre. Antes fue a ella y se estuvo allí solo durante un día entero, llorando su desamparo y la falta de un recuerdo, con un viejo retrato de su madre entre las manos. Era el retrato que traía siempre consigo, sobre el pecho, imagen de una esperanza que para él había siempre sido recuerdo, siempre.


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4 págs. / 8 minutos / 64 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Recuerdos de Niñez y de Mocedad

Miguel de Unamuno


Cuento, biografía, autobiografía


Primera parte

I

Yo no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera —y al nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro—, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y he aquí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme, para creerlo, en el testimonio ajeno. Lo cual me consuela, haciéndome esperar no haber de tener tampoco en lo por venir noticia intuitiva directa de mi muerte.

Aunque no me acuerdo de haber nacido, sé, sin embargo, por tradición y documentos fehacientes, que nací en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864.

Murió mi padre en 1870, antes de haber yo cumplido los seis años. Apenas me acuerdo de él, y no sé si la imagen que de su figura conservo no se debe a sus retratos, que animaban las paredes de mi casa. Lo recuerdo, sin embargo, en un momento preciso, aflorando su borrosa memoria de las nieblas de mi pasado. Era la sala en casa un lugar casi sagrado, adonde no podíamos entrar siempre que se nos antojara los niños; era un lugar donde había sofá, butacas y bola de espejo, en que se veía un chiquitito, cabezudo y grotesco. Un día en que mi padre conversaba en francés con un francés me colé yo a la sala, y de no recordarlo sino en aquel momento, sentado en su butaca, frente a M. Legorgeu, hablando con él en un idioma para mí misterioso, deduzco cuán honda debió de ser en mí la revelación del misterio del lenguaje. ¡Luego los hombres pueden entenderse de otro modo que como nos entendemos nosotros! Ya desde antes de mis seis años me hería la atención el misterio del lenguaje. ¡Vocación de filólogo!


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15 págs. / 27 minutos / 315 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Robleda, el Actor

Miguel de Unamuno


Cuento


Aquel actor, Octavio Robleda, desconcertaba al público. No había podido aprendérselo. En cada nuevo papel se esperaba una sorpresa de su parte. «Llena la escena —había escrito un crítico-. Y, sin embargo, parece que está ausente de ella, que está fuera del teatro». Veíasele —en efecto— profundamente absorto en los personajes que representaba y se adivinaba, sin embargo, que allí quedaba otro, que él, Octavio Robleda, representa entre tanto otra tragedia más profunda. Cuando hacía La vida es sueño, de Calderón, sentíase que la iba creando y que él, Octavio Robleda, soñaba a Segismundo.

Los autores gustaban poco de Octavio. Decían, y no les faltaba razón en ello, que sin quitar ni poner una palabra de lo que ellos, los autores, habían escrito, Octavio les cambiaba el personaje y le hacía ser otro que el por ellos concebido. Y que luego de creado un sujeto así, de escena, por Octavio, no había ningún otro actor que se atreviese a representarlo. Porque Octavio hacía llorar con personajes que el autor concibió cómicos y hacía reír con los que concibió trágicos.

De su vida privada no se sabía casi nada. Vivía solo y solitario, sin amigos, y en las horas que no pasaba en el teatro era casi imposible el poderle ver. En sus temporadas de descanso, de vacaciones, íbase a una casita de un pueblecillo de sierra y se pasaba casi todo el día en un bosque, lejos de toda sociedad humana, estudiando las costumbres de los insectos. Y cuando le preguntaban por qué no estudiaba a los hombres, respondía: «¿Y para qué? No somos nosotros, los actores, los que imitamos y representamos sus gestos, sus acciones y sus palabras, sino que son ellos los que nos imitan. Es el teatro el que hace la vida. ¡Y estoy harto de teatro!».

—¿Y de vida por lo tanto? —le dije una vez que se lo oí.

—¡Y de vida, sí! —me respondió Octavio.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Rosario de Sonetos Líricos

Miguel de Unamuno


Poesía


Breve e amplissimo carme…
fosti d'arcan dolori arcan richiamo.

Carducci. Rime nuove. Al soneto.
 


The great object of fhe Sonnet seems to be, to express in musical numbers and as it were with individed breath, some occasional thought or personal feeling «some fee-grief due to the poet's breast». It is a sigh uttered from the fulness of the heart, an involuntary aspiration born and diying in the same moment.

W. Hazlitt. Table Talk. On Milton's sonnets.

Los sonetos de Bilbao

I. Ofertorio

A mi querido amigo Pedro Eguillor.


No de Apenino en la riente falda,
de Archanda nuestra la que alegra el boche
recojí este verano á troche y moche
frescas rosas en campo de esmeralda.


Como piadoso el sol ahí no escalda
los montes otorgóme este derroche
de sonetos; los cierro con el broche
de este ofertorio y te los doy, guirnalda.


Van á la del Nervión desde la orilla
esta del Tormes; á esa mi Vizcaya
llevando soledades de Castilla.


No con arado, los saqué con laya;
guárdamelos en tu abrigada cilla
por si algún día en mí la fé desmaya.

II. Puesta de sol

¿Sabéis cuál es el más fiero tormento?
Es el de un orador volverse mudo;
el de un pintor, supremo en el desnudo,
temblón de mano; perder el talento


ante los necios, y es en el momento
en que el combate trábase más rudo,
solo hallarse sin lanza y sin escudo,
llenando al enemigo de contento.


Verse envuelto en las nubes del ocaso
en que al fin nuestro sol desaparece
es peor que morir. Terrible paso


sentir que nuestra mente desfallece!
Nuestro pecado es tan horrendo acaso
que asi el martirio de Luzbel merece?


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 283 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

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