Textos más descargados de Miguel de Unamuno disponibles | pág. 11

Mostrando 101 a 110 de 141 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Miguel de Unamuno textos disponibles


910111213

La Sombra Sin Cuerpo

Miguel de Unamuno


Cuento


El misterio del suicidio de mi padre me atormentaba, como os he dicho, de continuo. En él se encerraba para mí el misterio de mi propia vida y hasta de mi existencia. «¿Por qué y para qué había venido yo al mundo?» Tal era la pregunta que me dirigía a mí mismo de continuo. Y si no acabé con mi vida, si no me la quité a propia mano armada, fue porque esperaba arrancar de mi madre, a escondidas del otro, la solución del misterio de mi vida.

Habríame, en efecto, juzgado y sentenciado a mi mismo y ejecutado luego por mí propio la sentencia, haciendo así de reo, juez y verdugo, si hubiera podido procesarme. Pero mi proceso tenía que empezar por la inquisición del suicidio de mi padre, que habría de ser el que justificase el mío. Y no había manera de arrancar una palabra a mi pobre madre, sometida al otro, que había hecho desaparecer de casa todo rastro que pudiese recordar a su antiguo dueño.

Por este tiempo vino a dar a mis manos aquella estupenda novelita de Adalberto Chamisso que se llama La maravillosa historia de Pedro Schlemihl, o sea el hombre sin sombra, el hombre a quien le quita su sombra, a cambio de la bolsa de Fortunato, el hombre del traje gris, o sea el Diablo. Al pobre Schlemihl, como se sabe, de nada le sirvió su bolsa, pues que todos huían de él al verle sin sombra, y tenía que huir de la luz, de lo que se aprovechó el Diablo para proponerle la devolución de la sombra por el alma, a cambio de ésta, trato que rechazó Schlemihl, con todo lo que en la maravillosa novelita de Chamisso se sigue.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 48 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Revolución en la Biblioteca de Ciudámuerta

Miguel de Unamuno


Cuento


Había en la biblioteca pública de Ciudámuerta dos bibliotecarios que, como apenas tenían nada que hacer, se pasaban el tiempo discutiendo si los libros debían estar ordenados por las materias de que tratasen o por las lenguas en que estuviesen escritos. Y al cabo de mucho bregar vinieron a ponerse de acuerdo en ordenarlos según materias, y, dentro de éstas, según lenguas, en vez de ordenarlos según lenguas y, dentro de éstas, según materias. Venció, pues, el materialista al lingüista. Pero luego se acomodaron ambos a la rutina, aprendieron el lugar que cada volumen ocupaba entre los demás, y nada les molestaba ya sino que el público se los hiciera servir. Echaban las grandes siestas, rendían culto al balduque y remoloneaban cuando había que catalogar nuevas adquisiciones.

Y hete aquí que, no se sabe cómo, viene a meterse entre ellos un tercer bibliotecario, joven, entusiasta, innovador y, según los viejos, revolucionario. ¿Pues no les salió con la andrómina de que los libros no deben estar ordenados ni por materias ni por las lenguas en que están escritos, sino por tamaños? ¡Habráse oído disparate mayor! ¡Estos jóvenes utópicos y modernistas…!

Pero el joven bibliotecario no se rindió y, prevaliéndose de que su charla divertía a los dos viejos ordenancistas y sesteadores, al materialista y al lingüista, emprendió la tarea de demostrarles que, artificio por artificio, el de ordenar los libros según tamaño era el más cómodo y el que mayor economía de espacio procuraba, aprovechando estantes de todas alturas. Era como quedaban menos huecos desaprovechados. Y, a la vez, les convenció de otras reformas que había que introducir en la catalogación. Mas para esto era preciso ponerse a trabajar, y aquellos dos respetables funcionarios no estaban por el trabajo excesivo. Se contentaban con lo que se llama cumplir con la obligación, que, como es sabido, suele consistir en no hacer nada.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 104 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Promesa

Miguel de Unamuno


Cuento


Mateo de Zalbidea y Pérez era un hombre como los demás, y no es poco ser.

Digo que este Mateo se había enamorado a los quince años y dos meses cumplidos de Luz Sagastieta y Urquijo, una excelente muchacha con pocas, buena, bonita y barata. He sabido de buena tinta que la chica sintió en su pecho el cosquilleo correspondiente, mezclado de algún tantico de agradecimiento, a quien primero puso los ojos en perla escondida entre tantas y tan buenas como las hay.

No hay que decir lo mucho que se querían, baste saber que jamás andaban a la greña por quítame allá esas pajas, como suelen algunos presuntos enamorados. La verdad es que tal arte de quererse que no se puede pasar sin riñas, morros y rabietas es una ridícula comedia que arguye en ella tontería y mayor tontería.

Al cuento me vuelvo.

En éstas y las otras, pian pianito, llegaron a los veinte años. Una noche de luna llena, del mes de diciembre, el 19, a las ocho y dieciséis minutos, con un frío de chuparse los dedos, a dos bajo cero del termómetro centígrado, estaban mis dos tortolillos pelando la pava en un banco de piedra que ha y en las afueras del pueblo. En aquella noche memorable y a la luz de la luna, que los miraba sonriendo con sus grandes ojos, juró Mateo a Luz serle fiel mientras viviese y le dio promesa solemne y formal de casar con ella en cuanto pudiese hacerlo. Heme aquí llegado al tuétano del hueso de mi historia, que su miga tiene.

Separáronse, Mateo gozoso y resuelto firmemente a sostener su promesa contra viento y marea, y Luz esperanzada, conteniendo con su manecita los furiosos asaltos de su alborotado corazón.

No quiero detenerme en lo superfluo y paso sobre ello lo mismo que paso un año y otro tras él, de aquellos amores; Luz desesperada de esperar y Mateo en sus trece. Pero ¡tenía tanta fe y tan ciega en su amante!, ¡era éste tan constante amador!


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 69 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Manchita de la Uña

Miguel de Unamuno


Cuento


Procopio abrigaba lo que se podría llamar la superstición de las supersticiones, o sea la de no tenerlas. El mundo le parecía un misterio, aunque de insignificancia. Es decir, que nada quiere decir nada. El sentido de las cosas es una invención del hombre, supersticioso por naturaleza. Toda la filosofía —y para Procopio la religión era filosofía en niñez o en vejez, antes o después de su virilidad mental— se reducía al arte de hacer charadas, en que el todo precede a las partes, a mi primera, mi segunda, mi tercera, etc. El supremo aforismo filosófico de Procopio, el a y el zeda de su sabiduría era éste: «Eso no quiere decir nada». No hay cosa que quiera decir nada, aunque diga algo; lo dice sin querer. En rigor el hombre no piensa más que para hablar, para comunicarse con sus semejantes y asegurarse así de que es hombre.

Un día Procopio, al ir a cortase las uñas —operación que llevaba a cabo muy a menudo-, observó que en la base de la uña del dedo gordo de la mano derecha, y hacia la izquierda, se le había aparecido una manchita blanca, como una peca. Cosa orgánica, no pegadiza; cosa del tejido. «¡Bah! —se dijo-, irá subiendo según crece la uña y acabará por desaparecer; un día la cortaré con el borde de la uña misma». Y se propuso no volver a pensar en ello. Pero como el hombre propone y Dios dispone, dispuso Dios que Procopio no pudiese quitarse del espíritu la manchita blanca de la uña.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 252 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Carta del Difunto

Miguel de Unamuno


Cuento


I

Jorge y Juana se querían mucho y se querían desde muy niños. Yo no me precio de saber describir el amor, y así me bastará decir al lector de este verosímil cuento que se querían Jorge y Juana tanto y también como se quieren un joven y una joven rayanos en los veinte años, cuando bien se quieren.

Era Juana una muchacha sencilla y natural, positivamente idealista, que se levantaba a las seis, tomaba chocolate, iba a misa, volvía de misa, hacia la cama y se ponía a trabajar. Leía el Año Cristiano y creía a pies juntillas todo cuanto enseña nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, aunque es lo cierto que ella ignoraba la mitad de lo que enseña, y creía también otras muchas cosas que nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana no enseña, como son que de los matrimonios entre parientes nacen hijos sordos, que los judíos son feos y tantas otras cosas más. Tenía sus puntas y ribetes de idealismo y sus trencillas de misticismo bordando un fondo positivista a carta cabal. Rezaba mucho y dormía mas, creía querer a Dios sobre todas las cosas y al novio como a sí misma y quería en realidad a sí misma sobre todas las cosas y a su novio como a Dios.

Basta de datos psicológicos, que con los que preceden tendrá bastan te todo lector de buen a voluntad.

Jorge era otro que tal, genio alegre y sombrío, fantástico y franco, idealista y práctico, que vivía en prosa y soñaba en verso. Cuando el sol más vigoroso cosquilleaba a la madre Tierra se estaba él metidito en su casa pasándose el tiempo, y cuando la lluvia más torrencial inundaba los campos, recorría a pie y solo los montes envuelto en su ancho impermeable. Todo lector discreto conoce ya a mi Jorge.

Jorge y Juana se querían mucho y porque sí.

Aseguro a mis lectoras, si alguna tiene este cuento, que se querían tanto, por lo menos, como cada una de ellas quiere a su novio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 71 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Juan-María

Miguel de Unamuno


Cuento


Juan era un joven reflexivo y estudioso, dado a convertirlo todo en lógica y a buscar la explicación de todo en leyes mecánicas. Quería explicar el amor por leyes fisiológicas y aquello de que y = K log. B/b, y amaba, sin darse cuenta de como, a María.

María era una joven como lo son casi todas, devota por instinto, por instinto tímida y pudorosa e instintivamente amante. Era dulce y tierna como las fresas cuando el sol las ha acariciado después de la rociada. Se dejaba vivir y, sin creer que sonaba, sonaba que vivía. Como el cisne se deja arrastrar Por la corriente se dejaba ella por las corrientes nerviosas de la periferia al cerebro y del cerebro a la periferia.

Juan se pasaba las horas muertas discurriendo en como, de donde, por que y para que había nacido su amor; meditaba con terca tenacidad acerca de la dicha, que, según el, consistía en creerse dichoso, y se aburría porque le salía todo a medida de su deseo.

«¡Ah!—se decía—, yo quisiera tener hambre, encontrarme con un obstáculo en el camino de la vida, saltar, romperme las narices; así me calentaría y me harían vivir los excitantes.»

María, la dulce María, el animal femenino humano, como el la llamaba, oía silenciosamente estos monólogos de su amante y le decía: «¡Valiente tonto! ¿No es mejor vivir sin contrariedades ni disgustos?»


«Parece imposible como María me llena el pecho—se decía Juan—; si le hablo, calla, y solo contesta si o no o se sonríe; ni se le anima el semblante cuando me ve, ni llora cuando me voy, y como un animal que acecha se esta las horas mirándome sin mirar...,Me querrá? ¿No me querrá? Dudo si tiene conciencia, pero me obedece en todo.»


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 58 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Juan Manso

Miguel de Unamuno


Cuento


(Cuento de muertos)

Y va de cuento.

Era Juan Manso en esta pícara tierra un bendito de Dios, una mosquita muerta que en su vida rompió un plato. De niño cuando jugaban al burro sus compañeros, de burro hacia él; más tarde fue el confidente de los amoríos de sus camaradas, y cuando llegó a hombre hecho y derecho le saludaban sus conocidos con un cariñoso: «¡Adiós, Juanito!».

Su máxima suprema fue siempre la del chino: no comprometerse y arrimarse al sol que más calienta.

Aborrecía la política, odiaba los negocios, repugnaba todo lo que pudiera turbar la calma chicha de su espíritu.

Vivía de unas rentillas, consumiéndolas íntegras y conservando entero el capital. Era bastante devoto, no llevaba la contraria a nadie y como pensaba mal de todo el mundo, de todos hablaba bien.

Si le hablabas de política, decía: «Yo no soy nada, ni fu ni fa, lo mismo me da rey que roque: soy un pobre pecador que quiere vivir en paz con todo el mundo».

No le valió, sin embargo, su mansedumbre y al cabo se murió, que fue el único acto comprometedor que efectuó en su vida.

* * *

Un ángel armado de flamígero espadón hacía el apartado de las almas, fijándose en el señuelo con que las marcaban en un registro o aduana por donde tenían que pasar al salir del mundo, y donde, a modo de mesa electoral, ángeles y demonios, en amor y compañía, escudriñaban los papeles por si no venían en regla.

La entrada al registro parecía taquilla de expendeduría en día de corrida mayor. Era tal el remolino de gente, tantos los empellones, tanta la prisa que tenían todos por conocer su destino eterno y tal el barullo que imprecaciones, ruegos, denuestos y disculpas en las mil y una lenguas, dialectos y jergas del mundo armaban, que Juan Manso se dijo: «¿Quién me manda meterme en líos? Aquí debe de haber hombres muy brutos».


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 227 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

José Asunción Silva

Miguel de Unamuno


Crítica


Alguna otra vez he hecho notar el hecho de que mientras los americanos todos se quejan, y con razón, de lo poco y lo mal que se les conoce en Europa y de las confusiones y prejuicios que respecto a ellos por aquí reinan, se da el caso de que no se conozcan mucho mejor los unos a los otros y abriguen entre sí no pocas confusiones y prejuicios.

Lo vasto de la América y la pobreza y dificultad de sus medios de comunicación contribuye a ello, ya que Méjico, v. gr., está más cerca de España o de Inglaterra o de Francia que de la Argentina.

Me refería hace poco un escritor argentino, Ricardo Rojas, que de los ejemplares que remitió de una de sus obras desde Buenos Aires a lugares de las «tierras calientes», apenas si llegó alguno a su destino.

Por otra parte, el sentimiento colectivo de la América como de una unidad de porvenir y frente al Viejo Mundo europeo, no es aún más que un sentimiento en cierta manera erudito y en vías de formación. Hubo, sí, un momento en la historia en que toda la América española, por lo menos toda Sudamérica, pareció conmoverse y vivir en comunidad de visión y de sentido, y fue cuando se dieron la mano Bolívar y San Martín en las vísperas de Ayacucho; pero pasado aquel momento épico, y una vez que cada nación sudamericana queda a merced de los caudillos, volvieron a un mutuo aislamiento, tal vez no menor que el de los tiempos de la Colonia.

En ciertos respectos sigue todavía siendo Europa el lazo de unión entre los pueblos americanos, y el panamericanismo, si es que en realidad existe, es un ideal concebido a la europea, como otros tantos ideales que pasan por americanos.

Todo esto se me ocurre a propósito de la reciente publicación, en un volumen, de las Poesías del bogotano José Asunción Silva, que acaba de editarse en Barcelona.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 180 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

J. W. y F.

Miguel de Unamuno


Cuento


Érase una vez en mi mollera un hombre joven, rico, muy rico, inmensamente rico y suficientemente loco para no parecerlo. Había mandado construir una alta aguja, por cuyo ancho ojo, bordado de arabescos y filigranas, hizo pasar toda una recua de camellos mientras decía: «Es cuestión de dinero, resolverse a gastar y poder dar en el precio.»

J. W. y F. era un joven rico y loco; tuvo amores y enflaqueció; los dejó y volvió a engordar, y nada sacó en limpio y si mucho en sucio; gozó y se aburrió. Viajó mucho, pero muy mucho; desde su patria imaginaría hizo sobre todo dos viajes, a Jerusalén uno y a Vitigudino el otro, y de vuelta recorrió toda la Europa, dejando de sus viajes estas notables


Memorias


«¡Cuántos hombres he visto, con qué diversos trajes, todos diferentes y todos ridículos! ¡Cuántos distintos lenguajes he oído, yo que apenas entiendo el mío! ¡Cuántas mujeres guapas y cuantas más feas! Como iba muy deprisa, no pude verlas despacio. ¡Cuántos pueblos, los unos viejos, los otros nuevos, aseados estos y cochinísimos aquéllos! ¡Cuántos puentes he pasado! ¡En cuántas fondas y cuán diversos platos he comido, sin sufrir jamás una indigestión! ¡Cuántos paisajes, con sus árboles y sus animales! Pero, sobre todo, ¡qué bien, que bien he dormido en las blandas camas de las fondas o en los sleeping cat después de un día agitado! Lo mejor de todos mis viajes han sido los sueños sin ensueño; lo más hermoso, la cama. ¡Europa, Europa! Toda te he visto y no te admiro.»


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 60 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Historia de V. Goti

Miguel de Unamuno


Cuento


—Y bien, ¿qué? —le preguntaba Augusto a Víctor—, ¿cómo habéis recibido al intruso?

—¡Ah, nunca lo hubiese creído, nunca! Todavía la víspera de nacer, nuestra irritación era grandísima. Y mientras estaba pugnando por venir al mundo, no sabes bien los insultos que me lanzaba mi Elena. «¡Tú, tú tienes la culpa!», me decía. Y otras veces: «¡Quítate de delante, quítate de mi vista! ¿No te da vergüenza de estar aquí? Si me muero, tuya será la culpa». Y otras veces: «¡Esta y no más, esta y no más!». Pero nació, y todo ha cambiado. Parece como si hubiésemos despertado de un sueño y como si acabáramos de casarnos. Y me he quedado ciego, totalmente ciego; ese chiquillo me ha cegado. Tan ciego estoy, que todos dicen que mi Elena ha quedado con la preñez y el parto desfiguradísima, que está hecha un esqueleto y que ha envejecido lo menos diez años, y a mí me parece más fresca, más lozana, más joven y hasta más metida en carnes que nunca.

—Eso me recuerda, Víctor, la leyenda del fogueteiro que tengo oída en Portugal.

—Venga.

—Tú sabes que en Portugal eso de los fuegos artificiales, de la pirotécnica, es una verdadera bella arte. El que no ha visto fuegos artificiales en Portugal no sabe todo lo que se puede hacer con eso. ¡Y qué nomenclatura, Dios mío!


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 214 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

910111213