La Venda
Miguel de Unamuno
Cuento
Y vio de pronto nuestro hombre venir una mujer despavorida, como un pájaro herido, tropezando a cada paso, con los grandes ojos preñados de espanto que parecían mirar al vacío y con los brazos extendidos. Se detenía, miraba a todas partes aterrada, como un náufrago en medio del océano, daba unos pasos y se volvía, tornaba a andar, desorientada de seguro. Y llorando exclamaba:
—¡Mi padre, que se muere mi padre!
De pronto se detuvo junto al hombre, le miró de una manera misteriosa, como quien por primera vez mira, y sacando el pañuelo le preguntó:
—¿Lleva usted bastón?
—¿Pues no lo ve usted? —dijo el mostrándoselo.
—¡Ah! Es cierto.
—¿Es usted acaso ciega?
—No, no lo soy. Ahora, por desgracia. Deme el bastón.
Y diciendo esto empezó a vendarse los ojos con el pañuelo.
Cuando hubo acabado de vendarse repitió:
Deme el bastón, por Dios, el bastón, el lazarillo.
Y al decirlo le tocaba. El hombre la detuvo por un brazo.
—Pero ¿qué es lo que va usted a hacer, buena mujer? ¿Que le pasa?
—Déjeme, que se muere mi padre.
—Pero ¿dónde va usted así?
—Déjeme, déjeme, por Santa Lucía bendita, déjeme, me estorba la vista, no veo mi camino con ella.
—Debe de ser loca —dijo el hombre por lo bajo a otro a quien había detenido lo extraño de la escena.
Y ella, que lo oyó:
—No, no estoy loca; pero lo estaré si esto sigue; déjeme, que se muere.
—Es la ciega —dijo una mujer que llegaba.
—¿La ciega? —replicó el hombre del bastón—. Entonces, ¿para qué se venda los ojos?
—Para volver a serlo —exclamó ella.
Y tanteando con el bastón el suelo, las paredes de las casas, febril y ansiosa, parecía buscar en el mar de las tinieblas una tabla de que asirse, un resto cualquiera del barco en que había hasta entonces navegado.
Dominio público
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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.