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autor: Miguel de Unamuno textos disponibles


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Cuentos de Mí Mismo

Miguel de Unamuno


Cuentos, Colección


Ver con los ojos

Era un domingo de verano; domingo tras una semana laboriosa; verano como corona de un invierno duro.

El campo estaba sobre fondo verde vestido de florecillas rojas, y el día convidando a tenderse en mangas de camisa a la sombra de alguna encina y besar al cielo cerrando los ojos. Los muchachos reían y cuchicheaban bajo los árboles, y sobre éstos reían y cuchicheaban también los pájaros. La gente iba a misa mayor, y al encontrarse saludaban los unos a los otros como se saludan las gentes honradas. Iban a dar a Dios gracias porque les dio en la pasada semana brazos y alegría para el trabajo, y a pedirle favor para la venidera. No había más novedad en el pueblo que la sentida muerte del buen Mateo, a los noventa y dos años largos de edad, y de quien decían sus convecinos: «¡Angelito! Dios se lo ha llevado al cielo. ¡Era un infeliz, el pobre…!» ¿Quién no sabe que ser un infeliz es de mucha cuenta para gozar felicidad?

Si todos estaban alegres, si por ser domingo bailoteaba en el pecho de las muchachas el corazón con más gana y alborozo, si cantaban los pájaros y estaba azul el cielo y verde el campo, ¿por qué el pobre Juan estaba triste? Porque Juan había sido alegre, bullicioso e infatigable juguetón; porque a Juan nadie le conocía desgracia y sí abundantes dones del buen Dios, ¿no tenía acaso padres de que enorgullecerse, hermanos de que regocijarse, no escasa fortuna y deseos cumplidos?

Desde que había vuelto de la capital en que cursó sus estudios mayores, Juan vivía taciturno, huía todo comercio con los hombres y hasta con los animales, buscaba la soledad y evitaba el trato.


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130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 595 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Razón del Ser

Miguel de Unamuno


Cuento


Capítulo I

En él se da principio con un monólogo


Tengo yo razón de ser?», se preguntaba el maestro mientras mascullaba maquinalmente un bocado de pan.

«Razón de ser..., razón de ser..., ón de ser..., de ser..., ser..., er...», repetía sin darse cuenta de ello.

«¿Si tendré razón de ser?», se volvió a preguntar, y deglutió el bolo alimenticio.

«¿Por qué como?—Y seguía comiendo—Porque tengo apetito. Y ¿por qué tengo apetito? Porque tengo necesidad. Y ¿por que tengo necesidad? Porque no he comido hace unas horas..., es decir, que como porque no he comido..., ¡comer por no haber comido!, ¡ah, caramba!, ¡pshé, pshé!», y se puso a silbar mirando al techo.

Cogió una tajadita de carne caliente y, mientras soplaba, volvió al tema: «¿Para qué como? Para vivir. Y ¿para qué vivo?, sí, ¿para que vivo?, ¿para qué vivo? ¡Ah, ah!, aquí esta el clavo...


Mi corazón a su pies
lo ves y no lo levantas,
¡zamba!, ¡que le da!,
¡que le da!, ¡que le da!, ¡que le da!


Ésta es música...,¿de qué zarzuela es?..., en fin, ¿para qué vivo?..., para muchas cosas... ¡Oh, oh!, yo descubriré el problema...» Y se acomodó mejor en la silla.

—¡Juanita! ¡Juanita!

—¡Señorito!

—Tráeme tintero con tinta, pluma de escribir y papel...rayado o sin rayar. Anda lista.

La criada, que era fea, se lo trajo. Tomó la pluma, mojóla en tinta y se quedó pensando.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 82 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Nada Menos que Todo un Hombre

Miguel de Unamuno


Cuento


I

La fama de la hermosura de Julia estaba esparcida por toda la comarca que ceñía a la vieja ciudad de Renada; era Julia algo así como su belleza oficial, o como un monumento más, pero viviente y fresco, entre los tesoros arquitectónicos de la capital. «Voy a Renada — decían algunos — a ver la catedral y a ver a Julia Yáñez.» Había en los ojos de la hermosa como un agüero de tragedia. Su porte inquietaba a cuantos la miraban. Los viejos se entristecían al verla pasar, arrastrando tras sí las miradas de todos, y los mozos se dormían aquella noche más tarde. Y ella, consciente de su poder, sentía sobre sí la pesadumbre de un porvenir fatal. Una voz muy recóndita, escapada de lo más profundo de su conciencia, parecía decirle: «¡Tu hermosura te perderá!» Y se distraía para no oírla.

El padre de la hermosura regional, don Victorino Yáñez, sujeto de muy brumosos antecedentes morales, tenía puestas en la hija todas sus últimas y definitivas esperanzas de redención económica. Era agente de negocios, y éstos le iban de mal en peor. Su último y supremo negocio, la última carta que le quedaba por jugar, era la hija. Tenía también un hijo; pero era cosa perdida, y hacía tiempo que ignoraba su paradero.

—Ya no nos queda más que Julia — solía decirle a su mujer — ; todo depende de como se nos case o de como la casemos. Si hace una tontería, y me temo que la haga, estamos perdidos.

—¿Y a qué le llamas hacer una tontería?

—Ya saliste tú con otra. Cuando digo que apenas si tienes sentido común, Anacleta...

—¡Y qué le voy a hacer, Victorino! Ilústrame tú, que eres aquí el único de algún talento...


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Dominio público
41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 1.637 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Res Humana

Miguel de Unamuno


Artículo


Carlos Marx dijo alguna vez que la revolución social no la han de hacer los hombres, sino las cosas, y algún marxista, no muy ortodoxo, no muy convencido de la fe en el materialismo histórico —doctrina que es de fe y no de razón—, ha querido corregir la fórmula del pontífice, diciendo que son las cosas manejadas por los hombres, ó sea los hombres manejando las cosas, los que hacen la revolución. Y nosotros, por nuestra parte, comentando alguna otra vez ese dogma marxista, nos hemos preguntado si es que los hombres no son también cosas, esto es: causas. Y hasta enseres.

Cuando he aquí que, leyendo el viejo poema de Lucrecio, De rerum natura, nos encontramos en el verso 58 de su libro III con una singularísima expresión, que nos aclara nuestro problema al respecto. Viene hablando Lucrecio de aquellos que, profesando no temer la muerte ni creer en la inmortalidad del alma —perspectiva terrible para los romanos de entonces—, se entregan, sin embargo, cuando se ven en peligro de perder la vida, á prácticas supersticiosas. Y dice que entonces es cuando les brotan de lo hondo del pecho sus voces verdaderas y que «desaparece la persona, queda la cosa».

¡Eripitur persona, mane res! No cabe expresión más enérgica, sobre todo si se tiene en cuenta todo el valor que en latín tiene la voz persona. La cual, empezando, como es ya tan sabido, por significar la máscara ó careta con que el actor se cubría la cara para representar el personaje de la comedia ó tragedia, pasó á ser designativa del personaje, y, por último, del papel que uno representa, aunque sea en el coro ó la comparsa,en el teatro del mundo, es decir, en la Historia.


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3 págs. / 5 minutos / 306 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

La Vida es Sueño

Miguel de Unamuno


Ensayo


Reflexiones sobre la regeneración de España

Es inútil callar la verdad. Todos estamos mintiendo al hablar de regeneración, puesto que nadie piensa en serio en regenerarse a sí mismo. No pasa de ser un tópico de retórica que no nos sale del corazón, sino de la cabeza. ¡Regenerarnos! ¿Y de qué, si aun de nada nos hemos arrepentido?

En rigor, no somos más que los llamados, con más o menos justicia, intelectuales y algunos hombres públicos los que hablamos ahora a cada paso de la regeneración de España. Es nuestra última postura, el tema de última hora, a que casi nadie, ¡débiles!, se sustrae.

El pueblo, por su parte, el que llamamos por antonomasia pueblo, el que no es más que pueblo, la masa de los hombres privados o idiotas que decían los griegos, los muchos de Platón, no responden. Oyen hablar de todo eso como quien oye llover, porque no entienden lo de la regeneración. Y el pueblo está aquí en lo firme; su aparente indiferencia arranca de su cristiana salud. Acúsanle de falta de pulso los que no saben llegarle al alma, donde palpita su fe secreta y recogida. Dicen que está muerto los que no le sienten cómo sueña su vida.

Mira con soberana indiferencia la pérdida de las colonias nacionales, cuya posesión no influía en lo más mínimo en la felicidad o en la desgracia de la vida de sus hijos, ni en las esperanzas de que éstos se sustentan y confortan. ¿Qué se le da de que recobre o no España su puesto entre las naciones? ¿Qué gana con eso? ¿Qué le importa la gloria nacional? Nuestra misión en la Historia. ¡Cosa de libros! Nuestra pobreza le basta; y aún más, es su riqueza.


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9 págs. / 17 minutos / 741 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Mi Religión

Miguel de Unamuno


Artículo, ensayo


Me escribe un amigo desde Chile diciéndome que se ha encontrado allí con algunos que, refiriéndose a mis escritos, le han dicho: «Y bien, en resumidas cuentas, ¿cuál es la religión de este señor Unamuno?» Pregunta análoga se me ha dirigido aquí varias veces. Y voy a ver si consigo no contestarla, cosa que no pretendo, sino plantear algo mejor el sentido de la tal pregunta.

Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso —y cabe pereza espiritual con muy fecundas actividades de orden económico y de otros órdenes análogos— propenden al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica.

Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él.

En el orden de la pura especulación filosófica, es una precipitación el pedirle a uno soluciones dadas, siempre que haya hecho adelantar el planteamiento de un problema. Cuando se lleva mal un largo cálculo, el borrar lo hecho y empezar de nuevo significa un no pequeño progreso. Cuando una casa amenaza ruina o se hace completamente inhabitable, lo que procede es derribarla, y no hay que pedir se edifique otra sobre ella. Cabe, sí, edificar la nueva con materiales de la vieja, pero es derribando antes ésta. Entretanto, puede la gente albergarse en una barraca, si no tiene otra casa, o dormir a campo raso.


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7 págs. / 12 minutos / 286 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

Rosario de Sonetos Líricos

Miguel de Unamuno


Poesía


Breve e amplissimo carme…
fosti d'arcan dolori arcan richiamo.

Carducci. Rime nuove. Al soneto.
 


The great object of fhe Sonnet seems to be, to express in musical numbers and as it were with individed breath, some occasional thought or personal feeling «some fee-grief due to the poet's breast». It is a sigh uttered from the fulness of the heart, an involuntary aspiration born and diying in the same moment.

W. Hazlitt. Table Talk. On Milton's sonnets.

Los sonetos de Bilbao

I. Ofertorio

A mi querido amigo Pedro Eguillor.


No de Apenino en la riente falda,
de Archanda nuestra la que alegra el boche
recojí este verano á troche y moche
frescas rosas en campo de esmeralda.


Como piadoso el sol ahí no escalda
los montes otorgóme este derroche
de sonetos; los cierro con el broche
de este ofertorio y te los doy, guirnalda.


Van á la del Nervión desde la orilla
esta del Tormes; á esa mi Vizcaya
llevando soledades de Castilla.


No con arado, los saqué con laya;
guárdamelos en tu abrigada cilla
por si algún día en mí la fé desmaya.

II. Puesta de sol

¿Sabéis cuál es el más fiero tormento?
Es el de un orador volverse mudo;
el de un pintor, supremo en el desnudo,
temblón de mano; perder el talento


ante los necios, y es en el momento
en que el combate trábase más rudo,
solo hallarse sin lanza y sin escudo,
llenando al enemigo de contento.


Verse envuelto en las nubes del ocaso
en que al fin nuestro sol desaparece
es peor que morir. Terrible paso


sentir que nuestra mente desfallece!
Nuestro pecado es tan horrendo acaso
que asi el martirio de Luzbel merece?


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 287 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Y Va de Cuento

Miguel de Unamuno


Cuento


A Miguel, el héroe de mi cuento, habíanle pedido uno. ¿Héroe? ¡Héroe, sí! ¿Y por qué? —preguntará el lector—. Pues primero, porque casi todos los protagonistas de los cuentos y de los poemas deber ser héroes, y ello por definición. ¿Por definición? ¡Sí! Y si no, veámoslo.

P.— ¿Qué es un héroe?

R.— Uno que da ocasión a que se pueda escribir sobre él un poema épico, un epinicio, un epitafio, un cuento, un epigrama, o siquiera una gacetilla o una mera frase.

Aquiles es héroe porque le hizo tal Homero, o quien fuese, al componer la Ilíada. Somos, pues, los escritores —¡oh noble sacerdocio!— los que para nuestro uso y satisfacción hacemos los héroes, y no habría heroísmo si no hubiese literatura. Eso de los héroes ignorados es una mandanga para consuelo de simples. ¡Ser héroe es ser cantado!

Y, además, era héroe el Miguel de mi cuento porque le habían pedido uno. Aquel a quien se le pida un cuento es, por el hecho mismo de pedírselo, un héroe, y el que se lo pide es otro héroe. Héroes los dos. Era, pues, héroe mi Miguel, a quien le pidió Emilio un cuento, y era héroe mi Emilio, que pidió el cuento a Miguel. Y así va avanzando este que escribo. Es decir,

burla, burlando, van los dos delante.

Y mi héroe, delante de las blancas y agarbanzadas cuartillas, fijos en ellas los ojos, la cabeza entre las palmas de las manos y de codos sobre la mesilla de trabajo —y con esta descripción me parece que el lector estará viéndole mucho mejor que si viniese ilustrado esto—, se decía: «Y bien, ¿sobre qué escribo ahora yo el cuento que se me pide? ¡Ahí es nada, escribir un cuento quien, como yo, no es cuentista de profesión! Porque hay el novelista que escribe novelas, una, dos, tres o más al año, y el hombre que las escribe cuando ellas le vienen de suyo. ¡Y yo no soy un cuentista!…


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 245 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Beatriz

Miguel de Unamuno


Cuento


Era un muchacho enclenque y sonador, apenas entrado, entre angustias y sofocos, en la pubertad. Casi siempre apartado de sus compañeros, entre los que pasaba por algo excéntrico (aburrido era la palabra), vivía en un mundo incoherente de ideas embrionarias. Forjaba en su mente vastas escenéndose ya general en jefe de numerosos ejércitos y dirigiendo la batalla, ya santo ermitaño sumido en la penitencia y la pertinaz meditación de las eternas verdades. En el templo, la voz del órgano le sumía en un mundo de fantasmas que acababan fundiéndose en vaguísima nebulosa imaginativa provocadora de las hondas ternuras de su alma. Y, una vez penetrado de ternura sin objeto, corría en busca de este su espíritu, espoleándose la imaginación con toda clase de incentivos sugestionadores, hasta que descargaba la tensión interna en lágrimas que disipaban la imagen misma sugestiva, hallándose así, en fin de cuenta, con que lloraba sin saber de que.

A medida que su cuerpo se vigorizaba, enderezábanse sus anhelos, y sus imágenes cobraban siluetas y perfiles definidos. Una fe sin dogma, fe en la fe misma, llevábale a burilar en su mente los objetos todos y a desear desentrañarlos con ojo seguro y frío. Diole por leer filósofos y dar vueltas en su magín a los conceptos más abstractos, el ser y la nada, la materia y el espíritu, el espacio y el tiempo, la substancia y la causa. Complacíase en barajarlos y combinarlos de mil diversos modos, en sutilizarlos verbalmente. Más de una vez, arrebujado en las sábanas, se preguntaba: la nada ¿es algo?, y poco a poco, nada y algo iban perdiendo sus contornos verbales, sus sílabas se licuaban, fundíanse una y otra palabra y se derrocan, con la conciencia misma que las soportaba, en un sueño profundo.


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2 págs. / 4 minutos / 118 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Chimbos y Chimberos

Miguel de Unamuno


Cuento


I

Dejaron el escritorio el sábado, al anochecer; como llovía un poco, se refugiaron en la Plaza Nueva, donde dieron la mar de vueltas, comentando el estado del tiempo próximo futuro. Al separarse, dijo Michel a Pachi:

—Mañana a las seis, en el simontorio, ¿eh?

—¿En el sementerio? ¡Bueno!

—¡Sin falta!

El otro dio una cabezada, como quien quiere decir sí, y se fue.

—Reconcho, ¡qué noche!

Enfiló al cielo la vista: así, así. Soplaba noroeste, ¡maldito viento gallego! El cielo gris destilaba sirimiri, con aire aburrido; pasaban nubarrones, también como aburridos; pero…, ¡quiá!, las golondrinas iban muy altas… Se frotó las manos, diciéndose:

—Esto no vale nada.

Subió de dos en dos las escaleras, y a la criada, que le abrió, le dijo:

—¡Nicanora, mañana ya sabes!

—¿Pa las cinco?

A eso de las diez, se levantó de la mesa, fue al balcón, miró al cielo y al fraile y se acostó. ¡El demonio dormía!

Revoloteaba por la alcoba un moscardón, zumbando a más y mejor. Michel sintió tentaciones de levantarse, apostarse en un rincón y, cuando pasara, ¡pum!, descerrajarle un tiro a quemarropa… A las seis en el cementerio de Santiago. Había que levantarse, lavarse, vestirse, revisar la escopeta, ya limpia; tomar chocolate, oír misa de cinco y media en Santiago. ¡Pues no son pocas cosas! Lo menos había que levantarse a las cinco… No; mejor a las cuatro y media. Estuvo por levantarse e ir a dar la nueva orden al cuarto de la criada; sacó un brazo, sintió el fresco y se arrepintió; dio media vuelta y cerró los ojos con furia, empezando a contar uno, dos, tres, etc… ¡Maldito moscón, qué perdigonada se le podía meter en el cuerpo! ¡Qué mosconada bajo la parra!


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Dominio público
14 págs. / 24 minutos / 112 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

23456