Textos más populares esta semana de Miguel de Unamuno disponibles | pág. 5

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autor: Miguel de Unamuno textos disponibles


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Rosario de Sonetos Líricos

Miguel de Unamuno


Poesía


Breve e amplissimo carme…
fosti d'arcan dolori arcan richiamo.

Carducci. Rime nuove. Al soneto.
 


The great object of fhe Sonnet seems to be, to express in musical numbers and as it were with individed breath, some occasional thought or personal feeling «some fee-grief due to the poet's breast». It is a sigh uttered from the fulness of the heart, an involuntary aspiration born and diying in the same moment.

W. Hazlitt. Table Talk. On Milton's sonnets.

Los sonetos de Bilbao

I. Ofertorio

A mi querido amigo Pedro Eguillor.


No de Apenino en la riente falda,
de Archanda nuestra la que alegra el boche
recojí este verano á troche y moche
frescas rosas en campo de esmeralda.


Como piadoso el sol ahí no escalda
los montes otorgóme este derroche
de sonetos; los cierro con el broche
de este ofertorio y te los doy, guirnalda.


Van á la del Nervión desde la orilla
esta del Tormes; á esa mi Vizcaya
llevando soledades de Castilla.


No con arado, los saqué con laya;
guárdamelos en tu abrigada cilla
por si algún día en mí la fé desmaya.

II. Puesta de sol

¿Sabéis cuál es el más fiero tormento?
Es el de un orador volverse mudo;
el de un pintor, supremo en el desnudo,
temblón de mano; perder el talento


ante los necios, y es en el momento
en que el combate trábase más rudo,
solo hallarse sin lanza y sin escudo,
llenando al enemigo de contento.


Verse envuelto en las nubes del ocaso
en que al fin nuestro sol desaparece
es peor que morir. Terrible paso


sentir que nuestra mente desfallece!
Nuestro pecado es tan horrendo acaso
que asi el martirio de Luzbel merece?


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45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 281 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Con Don Quijote en Sigüenza

Miguel de Unamuno


Artículo, ensayo


Ahí, a mil metros sobre el nivel azul del mar latino, en la adusta meseta que enlaza Aragón a la Mancha —¡dos tierras tan tierras!— sentí invadir mi alma ansiosa un cacho de tradición empedernida. Tradición y no historia, y tradición hecha piedra. Piedra y ladrillos y adobe.
 La tradición es la escurraja, el sedimento, a menudo las heces no más de la historia. La historia vive y pasa, la tradición queda y dura. Pero vuelve a hacerse con la tradición historia cuando se la vivifica y se la vive.
 Y así fuí a la vieja ciudad de Sigüenza a alimentar de piedras y de barro cocido o reseco mi alma, a hacer alma esas piedras animándolas en el espíritu. Y a resecar y renacer a la vez un poco el alma que empezaba a derretírseme.
 Venía de la ciudad de Monzón de Río Cinca, el pueblo natal de Joaquín Costa, el último gran ibero, el que por trágica contradicción predicó el europeísmo, el de corazón fervoroso de gran cacique espiritual. Predicó el europeísmo por haberse sentido tan arraigadamente ibérico y combatió el caciquismo porque allá, en su fuero interno, se conocía grandísimo cacique.
 Desde el castillo de Monzón había restregado mi vista en el verdor de las huertas que se ufanan lozanas a su pie y la había enjuagado luego de esa verdura de visión oteando las lontananzas ceñudas que se pierden en el regazo del Pirineo. El Maladeta se alzaba en el confín como una barrera entre Iberia y Europa. Más allá de él los campos grasos y muelles de los pueblos que guerreando o jugando —todo es guerra y todo es juego, y juego y guerra lo mismo— se dejan llevar sin resistir, vida abajo, por el vasto río de la historia hacia el mar del infinito olvido.
 C'est un paysage planetaire! ¡Es un paisaje planetario! Así me había dicho una vez uno de los conservadores del Museo del Louvre que desde París fue a caer en tren sobre Medinaceli en busca de Grecos.


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5 págs. / 8 minutos / 281 visitas.

Publicado el 7 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

El Contertulio

Miguel de Unamuno


Cuento


A mis compatriotas de tertulia

Más de veinte años hacía que faltaba Redondo de su patria, es decir, de la tertulia en que transcurrieron las mejores horas, las únicas que de veras vivió, de su juventud larga. Porque para Redondo, la patria no era ni la nación, ni la región, ni la provincia, ni aun la ciudad en que había nacido, criádose y vivido; la patria era para Redondo aquel par de mesitas de mármol blanco del café de la Unión, en la rinconera del fondo de la izquierda, según se entra, en torno a las cuales se había reunido día a día, durante más de veinte años, con sus amigos, para pasar en revista y crítica todo lo divino y lo humano y aun algo más.

Al llegar Redondo a los cuarenta y cuatro años encontróse con que su banquero lo arruinó, y le fue forzoso ponerse a trabajar. Para lo cual tuvo que ir a América, al lado de un tío poseedor allí de una vasta hacienda. Y a la América se fue añorando su patria, la tertulia de la rinconera del café de la Unión, suspirando por poder un día volver a ella, casi llorando. Evitó el despedirse de sus contertulios, y una vez en América hasta rompió toda comunicación con ellos. Ya que no podía oírlos, verlos, convivir con ellos, tampoco quiso saber de su suerte. Rompió toda comunicación con su patria, recreándose en la idea de encontrarla de nuevo un día, más o menos cambiada, pero la misma siempre. Y repasando en su memoria a sus compatriotas, es decir, a sus contertulios, se decía: ¿qué nuevo colmo habría inventado Romualdo? ¿Qué fantasía nueva el Patriarca? ¿Qué poesía festiva habrá leído Ortiz el día del cumpleaños de Henestrosa? ¿Qué mentira, más gorda que todas las anteriores, habrá llevado Manolito? Y así lo demás.


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5 págs. / 9 minutos / 226 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Un Pobre Hombre Rico o el Sentimiento Cómico de la Vida

Miguel de Unamuno


Cuento


Dilectus meus misit manum suam Per foramen, et venter meus intremuit ad tactum eius.

Cantica Canticorum, V, 4.

I

Emeterio Alfonso se encontraba a sus veinticuatro años soltero, solo y sin obligaciones de familia, con un capitalino modesto y empleado a la vez en un Banco. Se acordaba vagamente de su infancia y de cómo sus padres, modestos artesanos que a fuerza de ahorro amasaron una fortunita, solían exclamar al oírle recitar los versos del texto de retórica y poética: “¡Tú llegarás a ministro!” Pero él, ahora, con su rentita y su sueldo no envidiaba a ningún ministro.

Era Emeterio un joven fundamental y radicalmente ahorrativo. Cada mes depositaba en el Banco mismo en que prestaba sus servicios el fruto de su ahorro mensual. Y era ahorrativo, lo mismo que en dinero, en trabajo, en salud, en pensamiento y en afecto. Se limitaba a cumplir, y no más, en su labor de oficina bancaria, era aprensivo y se servía de toda clase de preservativos, aceptaba todos los lugares comunes del sentido también común, y era parco en amistades. Todas las noches al acostarse, casi siempre a la misma hora, ponía sus pantalones en esos aparatos que sirven para mantenerlos tersos y sin arrugas.

Asistía a una tertulia de café donde reía las gracias de los demás y él no se cansaba en hacer gracia. El único de los contertulios con quien llegó a trabar alguna intimidad fué Celedonio Ibáñez, que le tomó de “¡oh amado Teótimo!” para ejercer sus facultades. Celedonio era discípulo de aquel extraordinario Don Fulgencio Entrambosmares del Aquilón de quien se dió prolija cuenta en nuestra novela Amor y Pedagogía.


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31 págs. / 54 minutos / 204 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

¡Cosas de Franceses!

Miguel de Unamuno


Cuento


(Un cuento disparatado)

Es cosa sabida que nuestros vecinos los franceses son incorregibles cuando en nosotros se ocupan, pues lo mismo es en ellos meterse a hablar de España que meter la pata.

A las innumerables pruebas de este aserto añada el lector el siguiente cuento que da un francés por muy característico de las cosas de España, y que, traducido al pie de la letra, dice así:

Don Pérez era un hidalgo castellano dedicado en cuerpo y alma a la ciencia, y a quien tenían por modestísimo sus compatriotas.

Pasábase las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, enfrascado en el estudio de un importante problema de química, que para provecho y gloria de su España con honra había de conducirle al descubrimiento de un nuevo explosivo que dejara inservibles cuantos hasta hoy se han inventado.

El lector que se figure que nuestro don Pérez no salía del laboratorio manipulando en él retortas, alambiques, reactivos, crisoles y precipitados dará muestras de no conocer las cosas de España.

Un hidalgo español no puede descender a manejos de droguería y entender de tan rastrero modo la excelsitud de la ciencia, que por algo ha sido España plantel de teólogos.

Don Pérez se pasaba las horas muertas, como dicen los españoles, delante de un encerado devanándose los sesos y trazando fórmulas y más fórmulas para dar con la deseada. De ningún modo quería manchar sus investigaciones con las impurezas de la realidad; recordaba el paso aquel en que los villanos galeotes apedrearon a don Quijote y no quería que hicieran lo mismo con él los hechos. Dejaba a los Sanchos Panzas de la ciencia el mandil y el laboratorio, reservándose la exploración de la sima de Montesinos.


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4 págs. / 8 minutos / 161 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Euritmia

Miguel de Unamuno


Cuento


Creyérase que llevaba sobre sí el peso de algún crimen cometido por su alma allá, en la eternidad, antes de cobrar existencia encarnando en el cuerpo; tal era su carácter extrañamente huraño y sombrío. Su mirada no se posaba serena en las cosas, sino que parecía asirlas con dolorosa percepción. De sus palabras podía decirse con toda verdad brotaban del silencio y no que eran la continuación en alta voz del pensamiento hasta entonces callado.

Lo sorprendente fue cómo se casó tal hombre y, para los que creían conocerle, cómo encontró mujer que le quisiese por marido, y cómo acabó su mujer por quererle con locura. Porque cuando, sentándose él frente a ella, en las veladas invernales la contemplaba silencioso con aquella su mirada de presa, sintiéndose la pobre subyugada, advertía que le llenaban el alma las profundas aguas de la piedad. ¿Cómo redimiría la docente culpa de aquel hombre?

De todas las singularidades de aquel desgraciado taciturno, la que más daba que cavilar a su mujer era su aversión a la música. La música le daba dentera espiritual, le ponía fuera sí, desasosegado. Y era, a la verdad, caso extraño el de que aquella alma fuese antimusical.

Pareció respirar otros aires cuando llegó a ser padre, profesando al niño un amor de presa también, con su mirada. Seguíale todas partes desasosegado e inquieto, fantaseando sin cesar imprevistos sucesos que acabaran con la tierna vida. La idea de que se le muriese el hijo apenas le dejaba descansar.

El niño gustaba recogerse en los brazos del padre taciturno, dejarse mecer por su silencio, dormirse en ellos mirándole a la mirada de presa, que parecía derretírsele entonces y difundirse con dulzura en la del hijo. ¡Qué coloquios entre las dos miradas! ¡Y cómo adivinaba el niño las sonrisas interiores de aquella alma recogida, las caricias enterradas en sus honduras!


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2 págs. / 3 minutos / 160 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Bienaventuranza de Don Quijote

Miguel de Unamuno


Cuento


«Hallose el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu; quiero decir que murió». Así nos lo cuenta Miguel de Cervantes Saavedra al fin del libro. Dio don Quijote su espíritu a la eternidad, y a la vez al mundo, al morirse. Y su espíritu vive y revive.

No bien muerto don Quijote, sintió como si se despeñara, empozara y hundiera en un nuevo abismo como el de la cueva de Montesinos y aunque curado de su locura por la muerte figurósele que volvía a una de sus caballerescas aventuras. Y se dijo: «¿Me habré de verdad curado?». Sentíase bajar en las tinieblas y bajaba y más bajaba. Y así como al bajar a la cueva de Montesinos se había dormido, pareciole que se dormía de nuevo, pero con un sueño dulcísimo. Algo así como el sueño en que vivió en el seno de su santa madre —¡la madre de don Quijote!— antes de salir a la luz del mundo.

La oscuridad era espesísima y olía a tierra mojada; a tierra mojada en lágrimas y en sangre. El pobre caballero iba haciendo examen de conciencia. Y de lo que más se dolía era de aquellas pobres ovejas que alanceó tomándolas por ejército de bravos enemigos.

De pronto sintió que la sima en que iba cayendo, la sima de la muerte, empezaba a iluminarse pero con una luz que no hacía sombras. Era una luz difusa que parecía brotar de todas partes y como si su manantial estuviese en donde quiera y en redondo. Era como si todas las cosas se hiciesen luminosas y como si las entrañas mismas de la tierra se convirtiesen en luz. O era como si la luz viniese de un cielo cuajado de estrellas. Y era una luz humana a la vez que divina; era una luz de divina humanidad.


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2 págs. / 5 minutos / 126 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En el Destierro

Miguel de Unamuno


Artículos, Crónica


I. Fuerteventura. Divagaciones de un confinado

(1924)

Los Reinos de Fuerteventura

Esta infortunada isla de Fuerteventura, donde entre la apacible calma del cielo y del mar escribimos este comentario a la vida que pasa y a la que se queda, mide en lo más largo, de punta Norte a punta Sur, cien kilómetros, y en lo más ancho, veinticinco. En su extremo Suroeste forma una península casi deshabitada, por donde vagan, entre soledades desnudas y desnudeces solitarias de la mísera tierra, algunos pastores. A esta península se le conoce por el nombre de Jandía o de la Pared. La pared o, mejor, muralla, que dió nombre a la península de Jandía, y de la que aun se conservan trechos, fué una muralla, construida por los guanches para se parar los dos reinos en que la isla Majorata, la de los majoreros, o sea Fuerteventura, estaba dividida, y para impedir las incursiones de uno en otro reino. Y he aquí cómo este pedazo de Africa sahárica, lanzado en el Atlántico, se permitía tener una península y una muralla como la de China en cuanto al sentido histórico. Porque aquí hubo historia en lo que se llama los tiempos prehistóricos de la isla, lo que quiere decir que aquí hubo guerra civil, guerra intestina, entre los guanches que la habitaban. Sin duda, porque el aislamiento les impedía tener guerra con los de fuera.


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130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 124 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Las Tijeras

Miguel de Unamuno


Cuento


Todas las noches, de nueve a once, se reunían en un rinconcito del café de Occidente dos viejos a quienes los parroquianos llamaban «Las tijeras». Allí mismo se habían conocido, y lo poco que sabían uno del otro era esto:

Don Francisco era soltero, jubilado; vivía solo con una criada vieja y un perrito de lanas muy goloso, que llevaba al café para regalarle el sobrante de los terroncitos de azúcar. Don Pedro era viudo, jubilado; tenía una hija casada, de quien vivía separado a causa del yerno. No sabían más. Los dos habían sido personas ilustradas.

Iban al café a desahogar sus bilis en monólogos dialogados, amodorrados al arrullo de conversaciones necias y respirando vaho humano.

Don Pedro odiaba al perro de su amigo. Solía llevarse a casa la sobra de su azúcar para endulzar el vaso de agua que tomaba al levantarse de la cama. Había entre él y el perrillo una lucha callada por el azúcar que dejaban los vecinos. Cuando don Pedro veía al perrillo encaramarse al mármol relamiéndose el hocico, retiraba, temblando, sus terroncitos de azúcar. Alguna vez, mientras hablaba, pisaba como al descuido la cola del perrito, que se refugiaba en su dueño.

El amo del perro odiaba sin conocerla a la hija de don Pedro. Estaba harto de oírle hablar de ella como de su gloria y de su consuelo; mi hija por aquí, mi hija por allí; ¡siempre su hija! Cuando el padre se quejaba del sinvergüenza de su yerno, el amo del perro le decía:

—Convénzase, don Pedro. La culpa es de la hija; si quisiera a usted como a padre, todo se arreglaría… ¡Le quiere más a él! ¡Y es natural! ¡Su mujer de usted haría lo mismo…!

El corazón del pobre padre se encogía de angustia al oír esto, y su pie buscaba la cola del perrito de aguas.


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5 págs. / 9 minutos / 81 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Razón del Ser

Miguel de Unamuno


Cuento


Capítulo I

En él se da principio con un monólogo


Tengo yo razón de ser?», se preguntaba el maestro mientras mascullaba maquinalmente un bocado de pan.

«Razón de ser..., razón de ser..., ón de ser..., de ser..., ser..., er...», repetía sin darse cuenta de ello.

«¿Si tendré razón de ser?», se volvió a preguntar, y deglutió el bolo alimenticio.

«¿Por qué como?—Y seguía comiendo—Porque tengo apetito. Y ¿por qué tengo apetito? Porque tengo necesidad. Y ¿por que tengo necesidad? Porque no he comido hace unas horas..., es decir, que como porque no he comido..., ¡comer por no haber comido!, ¡ah, caramba!, ¡pshé, pshé!», y se puso a silbar mirando al techo.

Cogió una tajadita de carne caliente y, mientras soplaba, volvió al tema: «¿Para qué como? Para vivir. Y ¿para qué vivo?, sí, ¿para que vivo?, ¿para qué vivo? ¡Ah, ah!, aquí esta el clavo...


Mi corazón a su pies
lo ves y no lo levantas,
¡zamba!, ¡que le da!,
¡que le da!, ¡que le da!, ¡que le da!


Ésta es música...,¿de qué zarzuela es?..., en fin, ¿para qué vivo?..., para muchas cosas... ¡Oh, oh!, yo descubriré el problema...» Y se acomodó mejor en la silla.

—¡Juanita! ¡Juanita!

—¡Señorito!

—Tráeme tintero con tinta, pluma de escribir y papel...rayado o sin rayar. Anda lista.

La criada, que era fea, se lo trajo. Tomó la pluma, mojóla en tinta y se quedó pensando.


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7 págs. / 12 minutos / 79 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

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