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autor: Miguel de Unamuno etiqueta: Cuento textos disponibles


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Nerón Tiple o el Calvario de un Inglés

Miguel de Unamuno


Cuento


El pobre primo había pasado una noche horrorosa; se encontraba mal, muy mal, no tenía con qué responder a ciertas cuentecillas; es decir, como tener, sí, tenía; pero repartido entre deudores.

El pobre cordero se armó de valor, se encasquetó el sombrero, soltó un terno y salió a por lo suyo.

Iba componiendo la tremenda filípica que endilgaría a cada deudor, cuando vio a lo lejos a uno de los más mansos. Lo mismo que el viento al humo, esta visión disipó sus ímpetus, hizo latir su corazón, le puso rojo y le desvió por una calleja murmurando: «Pero, señor, ¿por qué soy así?».

Entonces se acordó de sus hijos y de su esposa venerable, de sus menos cien duros derramados, y lleno de valor subió a casa de otro de sus deudores. Subía despacito, contando las escaleras, en cada tramo las palpitaciones le obligaban a descansar, miró tres o cuatro veces al reloj, llegó a la puerta, oyó pasos hacia adentro, y sin llamar, pálido, bajó la escalera más que de prisa.

Iba midiendo el santo suelo, y diciéndose: «Nada, está visto, yo soy así», cuando le heló una voz que decía a sus espaldas: «¡Hola, José!».

El más manso de sus deudores le alargaba la mano vacía, que José estrechó enternecido de vergüenza. Hablaron de mil cosas indiferentes, de la plenitud de los tiempos y de la proximidad del cataclismo, habló el manso de aquella dichosa letra, que siempre que él topaba a José estaba ella por llegar, preguntó al primo si por casualidad llevaba encima cinco duros, contestó éste que por providencia no los tenía a mano, se la alargó el otro vacía y le despidió diciéndole:

—De lo otro no me olvido.

—¡Que no se olvida! ¡Habrase visto!


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4 págs. / 8 minutos / 57 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Robleda, el Actor

Miguel de Unamuno


Cuento


Aquel actor, Octavio Robleda, desconcertaba al público. No había podido aprendérselo. En cada nuevo papel se esperaba una sorpresa de su parte. «Llena la escena —había escrito un crítico-. Y, sin embargo, parece que está ausente de ella, que está fuera del teatro». Veíasele —en efecto— profundamente absorto en los personajes que representaba y se adivinaba, sin embargo, que allí quedaba otro, que él, Octavio Robleda, representa entre tanto otra tragedia más profunda. Cuando hacía La vida es sueño, de Calderón, sentíase que la iba creando y que él, Octavio Robleda, soñaba a Segismundo.

Los autores gustaban poco de Octavio. Decían, y no les faltaba razón en ello, que sin quitar ni poner una palabra de lo que ellos, los autores, habían escrito, Octavio les cambiaba el personaje y le hacía ser otro que el por ellos concebido. Y que luego de creado un sujeto así, de escena, por Octavio, no había ningún otro actor que se atreviese a representarlo. Porque Octavio hacía llorar con personajes que el autor concibió cómicos y hacía reír con los que concibió trágicos.

De su vida privada no se sabía casi nada. Vivía solo y solitario, sin amigos, y en las horas que no pasaba en el teatro era casi imposible el poderle ver. En sus temporadas de descanso, de vacaciones, íbase a una casita de un pueblecillo de sierra y se pasaba casi todo el día en un bosque, lejos de toda sociedad humana, estudiando las costumbres de los insectos. Y cuando le preguntaban por qué no estudiaba a los hombres, respondía: «¿Y para qué? No somos nosotros, los actores, los que imitamos y representamos sus gestos, sus acciones y sus palabras, sino que son ellos los que nos imitan. Es el teatro el que hace la vida. ¡Y estoy harto de teatro!».

—¿Y de vida por lo tanto? —le dije una vez que se lo oí.

—¡Y de vida, sí! —me respondió Octavio.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Juan-María

Miguel de Unamuno


Cuento


Juan era un joven reflexivo y estudioso, dado a convertirlo todo en lógica y a buscar la explicación de todo en leyes mecánicas. Quería explicar el amor por leyes fisiológicas y aquello de que y = K log. B/b, y amaba, sin darse cuenta de como, a María.

María era una joven como lo son casi todas, devota por instinto, por instinto tímida y pudorosa e instintivamente amante. Era dulce y tierna como las fresas cuando el sol las ha acariciado después de la rociada. Se dejaba vivir y, sin creer que sonaba, sonaba que vivía. Como el cisne se deja arrastrar Por la corriente se dejaba ella por las corrientes nerviosas de la periferia al cerebro y del cerebro a la periferia.

Juan se pasaba las horas muertas discurriendo en como, de donde, por que y para que había nacido su amor; meditaba con terca tenacidad acerca de la dicha, que, según el, consistía en creerse dichoso, y se aburría porque le salía todo a medida de su deseo.

«¡Ah!—se decía—, yo quisiera tener hambre, encontrarme con un obstáculo en el camino de la vida, saltar, romperme las narices; así me calentaría y me harían vivir los excitantes.»

María, la dulce María, el animal femenino humano, como el la llamaba, oía silenciosamente estos monólogos de su amante y le decía: «¡Valiente tonto! ¿No es mejor vivir sin contrariedades ni disgustos?»


«Parece imposible como María me llena el pecho—se decía Juan—; si le hablo, calla, y solo contesta si o no o se sonríe; ni se le anima el semblante cuando me ve, ni llora cuando me voy, y como un animal que acecha se esta las horas mirándome sin mirar...,Me querrá? ¿No me querrá? Dudo si tiene conciencia, pero me obedece en todo.»


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Vida del Cochorro

Miguel de Unamuno


Cuento


P.—¿Para quién hizo Dios el mundo?

R.—Para el hombre.


Catecismo del P. Astete

I

Una hermosa mañana de novillos fueron Dioni y Santi a la campa de Albia a coger cochorros. era el tiempo de ellos, de las hojas de los árboles y del aire tibio.radiaba el sol, que luce sobre todos, que calienta a los fríos, sofoca a los calientes, reseca a unos y liquida a otros, que hace lo mismo dulce su rayo que la sombra, en el invierno aquél y ésta en verano.

—Míate, míate..., allí, en aquel rasimo de flores blancas...

Señalaba a Santi dos cochorros que tomaban el sol en la flor de un castaño de Indias. Tiró éste una piedra que no erró, la rama crujió y los cuerpecillos de los cochorros sonaron en tierra. Los cogieron.

—El mío t'es macho; míale los cuernos anchos, abiertos... como abanico—dijo Dioni.

—Y el mío hembra. Tiene los cuernos apretaos...

Cerrados en la mano se los llevaron, los metieron luego en la gorra con un puñado de yerba.

—Tendrían nido y cochorritos—dijo Dioni.

—Cállate, lerdo; los cachorros no tienen nido...

—¡No...! ¡Sin tener...!

Pronto pelaron y cortaron su palito, prepararon su faja de papel, con su alfiler.

—A ver, a ver cuál es más volarín...

Les rompieron media patita trasera, envainaron con la otra media el alfiler sujeta a la faja de papel, vuelta como correa en el palillo, y les hicieron girar en torno a este hasta que emprendieron el vuelo cantándoles aquello de


¡Pavolea, chitolea,

vola, vola tú!


Era un divertido juego de Sísifo.

—Mía, mía, el mío es más trabajador; mía cómo te vola..., ¿no lo oyes?..., ¡hu, hu, huuuuuu!

—El mío es más volarín..., ¡aivá!

—Te credán que van volando por ay, cedrán que han llego al campo...

Y les tuvieron a los animalitos vuela que vuela en torno al palo.


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Principio y Fin

Miguel de Unamuno


Cuento


El pobre Serafín tenía maceradas las rodillas de tantas horas como se pasaba sobre ellas. Pensaba entrar jesuita cuando tuviera edad para ello, y sus modelos eran Luis Gonzaga, Estanislao de Kostka y el beato Berchmans, todos tres S. J. ¡Qué sueños de ventura sus ensueños! viviría en un mundo aéreo, espiritual, donde la carne fuese tan sólo sutilísima vestidura terrena de la criatura divina Indiferente al gozo y al dolor, dejaría a Dios posesionarse del yo satánico y, conforme con la voluntad de Él, fuente viva del vivísimo amor, desfilaría a sus ojos el panorama del mundo como desfilan por el cielo azul las nubes de formas caprichosas, y dentro de su alma, en el más recóndito y callado riconcillo, a solas, se solazaría en dulcísimos coloquios con el corazón ardiente de Jesús. Allí le contaría sus cuitas, desahogaría en lágrimas dulcísimas el dolor de tener que vivir en la cárcel oscura y triste de este cuerpo mortal, allí sentiría el exquisito goce de sufrir por Él este martirio

¡Cúando llegaría la hora en que se desciñera de este vestido impuro y, libre de él, volara a apagar la abrasadora sed de su amor al infinito Amor! ¡Oh! De amar, amar a un amante que nos de amor infinito, amar al Amor que nunca acaba y se renueva siempre... E, inclinando el pobre sobre el pecho su Cabeza, quedaba en extásis para acabar por dormirse.

Hacíanle ir a las noches a casa de unos amigos a jugar a la lotería un rato, y, aunque desligado de estas mundanas ocupaciones, iba solo por obedecer a su madre, que se lo mandaba para curar sus ocultas tristezas allí, callado, melancólico y con la vista baja, colocaba con gravedad mística las alubias sobre los números del cartón.

Juanita (y a apareció aquello...), que era una muchacha vivarachita y francota, tenía decidido empeño en cantar siempre los números: ¡el ocho!, ¡la edad de Cristo!, ¡los anteojos de Quevedo!, ¡el pollito!...


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

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