El Sencillo Don Rafael
Miguel de Unamuno
Cuento
Cazador y tresillista
Sentía resbalar las horas, hueras, aéreas, deslizándose sobre el recuerdo muerto de aquel amor de antaño. Muy lejos, detrás de él, dos ojos ya sin brillo entre nieblas. Y un eco vago, como el del mar que se rompe tras la montaña, de palabras olvidadas. Y allá, por debajo del corazón, susurro de aguas soterrañas. Una vida vacía, y él solo, enteramente solo. Solo con su vida.
Tenía para justificarla nada más que la caza y el tresillo. Y no por eso vivía triste, pues su sencillez heroica no se compadecía con la tristeza. Cuando algún compañero de juego, despreciando un solo, iba a buscar una sola carta para dar bola, solía repetir don Rafael que hay cosas que no se debe ir a buscar; vienen ellas solas. Era providencialista; es decir, creía en el todopoderío del azar. Tal vez por creer en algo y no tener la mente vacía.
—¿Y por qué no se casa usted? —le preguntó alguna vez con la boca chica su ama de llaves.
—¿Y por qué me he de casar?
—Acaso no vaya usted descaminado.
—Hay cosas, señora Rogelia, que no se deben ir a buscar: vienen ellas solas.
—¡Y cuando menos se piensa!
—¡Así se dan las bolas! Pero, mire, hay una razón que me hace pensar en ello...
—¿Cuál?
—La de morir tranquilo ab intestato.
—¡Vaya una razón! —exclamó el ama, alarmada.
—Para mí la única valedera —respondió el hombre, que presentía no valen las razones, sino el valor que se las da.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.