Textos más populares este mes de Miguel de Unamuno etiquetados como Cuento | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 95 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Miguel de Unamuno etiqueta: Cuento


34567

Los Hijos Espirituales

Miguel de Unamuno


Cuento


¡Con qué mezcla de amargor y de dulzura recordaba Federico los comienzos de su vida de escritor, cuando vivía con su madre, los dos solos! ¡Pobre madre! ¡Con qué emoción, con qué fe seguía la carrera literaria de su hijo! Tenía en el triunfo de éste mucha más confianza que él mismo. «Llegarás, hijo, llegarás», le decía empleando ese término de la jerga literatesca. Y le rodeaba de toda clase de prevenciones y cariños.

El trabajo de Federico era sagrado para su madre. Las criadas tenían que andar con zapatillas o alpargatas y hasta de puntillas. A una que le dijo no haber llevado más que zapatos, la obligó a andar descalza hasta adquirir calzado silencioso. No les permitía berrear las cancioncillas en moda. «¡Está trabajando el señorito!». Tal era la consigna del silencio. No permitía que entrase nadie sino ella en el despacho de Federico a arreglarle los papeles. Arreglo que consistía en dejárselos exactamente donde estaban y como estaban. Ni que antes de limpiar la mesa de trabajo hubiese señalado, como quien acota, la posición de cada libro, de cada cuartilla, de cada objeto. No, las criadas no podían entrar allí, las criadas tienen la monomanía de la simetría, y por querer arreglarlo todo lo desarreglan.

¡Qué tiempos aquellos en que Federico vivía solo con su madre! Después se casó con Eulalia, bien que no a gusto de aquélla. «Pero si es un ángel, madre» —le decía él. «Sí, hijo, sí, todas las novias son ángeles, pero ya verás cuando tenga que quitarse las alas en casa... Porque con alas no se puede andar por casa, ni se cabe por la puerta de la alcoba, ni es posible acostarse con ellas... estorban mucho en la cama. No se sabe dónde ponerlas. Los ángeles, como los pájaros, vuelan o se están de pie, pero no se acuestan». Y así fue, que no aparecieron las alas del ángel en el hogar.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 128 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Del Odio a la Piedad

Miguel de Unamuno


Cuento


(El espejo de la muerte, 1913)

El viaje aquel de Toribio a Madrid fue un viaje terrible: no podía quitar de la cabeza la innoble figura de aquel Campomanes que tanta guerra le había dado en su pueblo. ¡Campomanes! Cifra de todo lo que estorba. Toribio le atribuía todas las cualidades vulgares que más odiaba, y se complacía en no suponerle mala intención ni perfidia. «¿Pérfido? ¿Mal intencionado Campomanes? ¡Eso quisiera él, majadero, nada más que majadero!», se decía Toribio sin poder pegar ojo.

Sacó los guantes y se los iba a poner; pero pensó entonces: «Unos guantes así gasta Campomanes... Voy a parecer un elegante...». Y no se los puso.

Llegó a Madrid, y con él, en su cabeza, la innoble figura de Campomanes.

Aquella misma tarde fue al antiguo café; allí, charlando de todo, olvidaría sus penas y se olvidaría de Campomanes.

Cuando llegó él al café aún no habían llegado sus amigos. En la mesa contigua estaba un hombre solo, fumando un puro. Toribio le contemplaba pensando en Campomanes.

Llegaron sus amigos y los del vecino, se formó en cada mesa un corrillo y se revolvió en una y otra todo lo humano y lo divino.

Toribio continuó asistiendo al antiguo café. Casi todos los días era el primero que llegaba, y casi todos encontraba en la mesa contigua al mismo vecino, siempre solo y siempre fumando su puro. Le tomó una feroz antipatía, que se convirtió en odio feroz. No le conocía, no sabía quién era, ni qué era. Ni qué hacía, ni qué decía; no sabía de él nada, nada más sino que él, Toribio, le odiaba con toda su alma.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 133 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Misterio de Iniquidad

Miguel de Unamuno


Cuento


(o sea, los Pérez y los López)

Juan pertenecía a la familia Pérez, rica y liberal desde los tiempos de Álvarez Mendizábal. Desde muy niño había oído hablar de los carlistas con encono mal contenido. Se los imaginaba bichos raros, y tenía de ellos una idea del mismo género a que pertenece la vulgar del judío. Gente taciturna, de cara torcida, afeitada o con grandes barbas negras y alborotadas, largos chaquetones negros, parcos de palabras y tomadores de rapé. Se reunían de noche en las lonjas húmedas, entre los sacos fantásticos de un almacén lleno de ratas, para tramar allí cosas horribles.

Con los años cambiaron de forma en su magín estos fantasmas, y se los imaginó gente taimada, que en paz prepara a la sordina guerras y que sólo se surte de las tiendas de los suyos.

Cuando se hizo hombre se disiparon de su mente estas disparatadas brumas matinales, y vio en ellos gente de una opinión opinable, puesto que es opinada, fanáticos que, so capa de religión, etc. Es excusado enjaretar aquí la letanía de sandeces salpicada de epítetos podridos que es de rigor entre anticarlistas.

En la familia Pérez había vieja inquina contra la familia carlista López. Un Pérez y un López habían sido consocios en un tiempo; hubo entre ellos algo de eso, cuy o recuerdo se entierra en las familias; este algo engendró chismes, y la sucesión continua de pequeñas injurias diarias, saludos negados, murmuraciones, miradas procaces, chinchorrerías, en fin, engendraron un odio duro.

La familia Pérez, aunque liberal, era tan piadosa como la familia López. Oían misa al día, comulgaban al mes, figuraban en varias congregaciones, gastaban escapularios. Eran irreprochables.

Nuestro Juan Pérez se había nutrido de estos sentimientos, a los que añadía alguna instrucción, ni mucha ni muy variada. Su afición mayor eran las matemáticas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 126 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Don Silvestre Carrasco, Hombre Efectivo

Miguel de Unamuno


Cuento


(Semblanza en arabesco)

Don Silvestre Carrasco, natural de Carvajal del Monte, es un hombre efectivo. Quiero decir que no es causativo. O más claro —si es que no más oscuro-: que no se preocupa de las causas, sino de los efectos. Ante todo fenómeno natural o histórico, material o espiritual, no busca sus causas, sino que inquiere sus efectos.

Hay filósofos, sin embargo, que atendiendo a que don Silvestre Carrasco ante el fenómeno «a» busca sus efectos —aquellos efectos de que «a» es causa— y no sus causas —las causas de que «a» es efecto— consideran que don Silvestre ve en «a» una causa y no un efecto, y por lo mismo le llaman al señor Carrasco un hombre causativo, y no como yo le llamo, efectivo. De donde resulta que lo mismo se le puede llamar de un modo que de otro. Y de igual manera, o sea, procediendo por análoga dialéctica psicológica, lo mismo da decir de don Silvestre Carrasco que es tradicionalista y optimista e individualista, que decir de él que es progresista y pesimista y socialista.

En rigor, don Silvestre está más acá de esas diferencias. Es la suya un alma indiferencial. Pero la tiene, como cada quisque, en su almario. Y cabe decir que la suya es más almario que alma. Los espíritus malignos dicen que es alma de cántaro o de cañón. Y es hombre nuestro don Silvestre que se vacía en unos cuantos aforismos. Es decir, se vacía no, sino que se llena. Su almario no puede vaciarse.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 83 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Bienaventuranza de Don Quijote

Miguel de Unamuno


Cuento


«Hallose el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu; quiero decir que murió». Así nos lo cuenta Miguel de Cervantes Saavedra al fin del libro. Dio don Quijote su espíritu a la eternidad, y a la vez al mundo, al morirse. Y su espíritu vive y revive.

No bien muerto don Quijote, sintió como si se despeñara, empozara y hundiera en un nuevo abismo como el de la cueva de Montesinos y aunque curado de su locura por la muerte figurósele que volvía a una de sus caballerescas aventuras. Y se dijo: «¿Me habré de verdad curado?». Sentíase bajar en las tinieblas y bajaba y más bajaba. Y así como al bajar a la cueva de Montesinos se había dormido, pareciole que se dormía de nuevo, pero con un sueño dulcísimo. Algo así como el sueño en que vivió en el seno de su santa madre —¡la madre de don Quijote!— antes de salir a la luz del mundo.

La oscuridad era espesísima y olía a tierra mojada; a tierra mojada en lágrimas y en sangre. El pobre caballero iba haciendo examen de conciencia. Y de lo que más se dolía era de aquellas pobres ovejas que alanceó tomándolas por ejército de bravos enemigos.

De pronto sintió que la sima en que iba cayendo, la sima de la muerte, empezaba a iluminarse pero con una luz que no hacía sombras. Era una luz difusa que parecía brotar de todas partes y como si su manantial estuviese en donde quiera y en redondo. Era como si todas las cosas se hiciesen luminosas y como si las entrañas mismas de la tierra se convirtiesen en luz. O era como si la luz viniese de un cielo cuajado de estrellas. Y era una luz humana a la vez que divina; era una luz de divina humanidad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 131 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Vida del Cochorro

Miguel de Unamuno


Cuento


P.—¿Para quién hizo Dios el mundo?

R.—Para el hombre.


Catecismo del P. Astete

I

Una hermosa mañana de novillos fueron Dioni y Santi a la campa de Albia a coger cochorros. era el tiempo de ellos, de las hojas de los árboles y del aire tibio.radiaba el sol, que luce sobre todos, que calienta a los fríos, sofoca a los calientes, reseca a unos y liquida a otros, que hace lo mismo dulce su rayo que la sombra, en el invierno aquél y ésta en verano.

—Míate, míate..., allí, en aquel rasimo de flores blancas...

Señalaba a Santi dos cochorros que tomaban el sol en la flor de un castaño de Indias. Tiró éste una piedra que no erró, la rama crujió y los cuerpecillos de los cochorros sonaron en tierra. Los cogieron.

—El mío t'es macho; míale los cuernos anchos, abiertos... como abanico—dijo Dioni.

—Y el mío hembra. Tiene los cuernos apretaos...

Cerrados en la mano se los llevaron, los metieron luego en la gorra con un puñado de yerba.

—Tendrían nido y cochorritos—dijo Dioni.

—Cállate, lerdo; los cachorros no tienen nido...

—¡No...! ¡Sin tener...!

Pronto pelaron y cortaron su palito, prepararon su faja de papel, con su alfiler.

—A ver, a ver cuál es más volarín...

Les rompieron media patita trasera, envainaron con la otra media el alfiler sujeta a la faja de papel, vuelta como correa en el palillo, y les hicieron girar en torno a este hasta que emprendieron el vuelo cantándoles aquello de


¡Pavolea, chitolea,

vola, vola tú!


Era un divertido juego de Sísifo.

—Mía, mía, el mío es más trabajador; mía cómo te vola..., ¿no lo oyes?..., ¡hu, hu, huuuuuu!

—El mío es más volarín..., ¡aivá!

—Te credán que van volando por ay, cedrán que han llego al campo...

Y les tuvieron a los animalitos vuela que vuela en torno al palo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 53 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Principio y Fin

Miguel de Unamuno


Cuento


El pobre Serafín tenía maceradas las rodillas de tantas horas como se pasaba sobre ellas. Pensaba entrar jesuita cuando tuviera edad para ello, y sus modelos eran Luis Gonzaga, Estanislao de Kostka y el beato Berchmans, todos tres S. J. ¡Qué sueños de ventura sus ensueños! viviría en un mundo aéreo, espiritual, donde la carne fuese tan sólo sutilísima vestidura terrena de la criatura divina Indiferente al gozo y al dolor, dejaría a Dios posesionarse del yo satánico y, conforme con la voluntad de Él, fuente viva del vivísimo amor, desfilaría a sus ojos el panorama del mundo como desfilan por el cielo azul las nubes de formas caprichosas, y dentro de su alma, en el más recóndito y callado riconcillo, a solas, se solazaría en dulcísimos coloquios con el corazón ardiente de Jesús. Allí le contaría sus cuitas, desahogaría en lágrimas dulcísimas el dolor de tener que vivir en la cárcel oscura y triste de este cuerpo mortal, allí sentiría el exquisito goce de sufrir por Él este martirio

¡Cúando llegaría la hora en que se desciñera de este vestido impuro y, libre de él, volara a apagar la abrasadora sed de su amor al infinito Amor! ¡Oh! De amar, amar a un amante que nos de amor infinito, amar al Amor que nunca acaba y se renueva siempre... E, inclinando el pobre sobre el pecho su Cabeza, quedaba en extásis para acabar por dormirse.

Hacíanle ir a las noches a casa de unos amigos a jugar a la lotería un rato, y, aunque desligado de estas mundanas ocupaciones, iba solo por obedecer a su madre, que se lo mandaba para curar sus ocultas tristezas allí, callado, melancólico y con la vista baja, colocaba con gravedad mística las alubias sobre los números del cartón.

Juanita (y a apareció aquello...), que era una muchacha vivarachita y francota, tenía decidido empeño en cantar siempre los números: ¡el ocho!, ¡la edad de Cristo!, ¡los anteojos de Quevedo!, ¡el pollito!...


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 56 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Gárcia, Mártir de la Ortografía Fonética

Miguel de Unamuno


Cuento


Gárcia —con acento en la primera a y bisílabo, y no García— era maestro de escuela y decidido partidario de la ortografía fonética. Para cada sonido, un solo signe, y para cada signo, un solo sonido. Suprimía la c y la qu, escribiendo ka, ke, ki, ko, ku y za, ze, zi, zo, zu. Así, kerer, kinto y zera, zinturón. Su grito de guerra—que él escribía gerra—era: «¡Muera la qu!»

García—no García—sostenía que las más hondas revoluciones vienen de lo que creemos más accesorio; que en cuanto se forme una generación que escriba su lengua con ortografía fonética, esto solo le cambiará todo el resto de la manera de pensar. Aunque Gárcia no había leído a Spengler, el último gran paradojista germánico, presentía que lo sustancial es el estilo, y que lo que llamamos forma es lo más fundamental. Y por eso no se conformaba con la ortografía académica u oficial.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 73 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Dos Originales

Miguel de Unamuno


Cuento


A. nació en cueros, pero rico; así es que pronto se encontró entre algodones y con teta de alquiler. Le criaron y educaron para rico, y a los veintisiete años era uno de los más distinguidos de su pueblo, esto es, un imbécil macizo, atacado de anticursilerismo y fascinado por B.

B. era un portento de distinción, refinamiento y anticursilería, juerguista con sombra, según sus compañeros; «¡laátima de chico!», según los viejos amigos de su familia. Siempre decía estar enfermo o aburrido y no importarle de nada, nada.

La suprema indiferencia es la más alta elegancia del estúpido. Le reventaban los serios, los formales, ¡lerdos!, y, sobre todo, los laboriosos. Sentía una sorda irritación hacia los que trabajaban.

Todo el empeño de B. era no contaminarse de cursilería y ramplonismo, mantenerse como el armiño, libre del fango de la vida.

B. metió a A. en el casino de los originales, formado de copias de millonésima reproducción enteramente borrosas, porque la estampilla se había gastado desde antiguo. Allí todos se dedicaban a ejercicios de dislocación y a rendir culto a la anticursilería. Sus gustos tenían que ser refinados ú ordinarios e infantiles, y, como glotón que aspira a sibarita, por huir del vil puchero, se hartaban de podredumbre, de verdadera boñiga. Las sesiones acababan en la revelación de la mayor penuria de espíritu y de la más radical estupidez, en la borrachera. Otras veces se cultivaba lo grotesco, lo infantil, lo tabernario.

Como la descripción más exacta de la vida y hazañas de A. y B. es pasarlas por alto, las omito.

El caso fue que A. se jugó todo su patrimonio, con calma sin dar importancia al hecho, por hacer algo. Y como aún le quedaba en la masa una chispa de vergüenza, desapareció el pueblo y en años no volvió en éste a saberse de él.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 88 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Historia de V. Goti

Miguel de Unamuno


Cuento


—Y bien, ¿qué? —le preguntaba Augusto a Víctor—, ¿cómo habéis recibido al intruso?

—¡Ah, nunca lo hubiese creído, nunca! Todavía la víspera de nacer, nuestra irritación era grandísima. Y mientras estaba pugnando por venir al mundo, no sabes bien los insultos que me lanzaba mi Elena. «¡Tú, tú tienes la culpa!», me decía. Y otras veces: «¡Quítate de delante, quítate de mi vista! ¿No te da vergüenza de estar aquí? Si me muero, tuya será la culpa». Y otras veces: «¡Esta y no más, esta y no más!». Pero nació, y todo ha cambiado. Parece como si hubiésemos despertado de un sueño y como si acabáramos de casarnos. Y me he quedado ciego, totalmente ciego; ese chiquillo me ha cegado. Tan ciego estoy, que todos dicen que mi Elena ha quedado con la preñez y el parto desfiguradísima, que está hecha un esqueleto y que ha envejecido lo menos diez años, y a mí me parece más fresca, más lozana, más joven y hasta más metida en carnes que nunca.

—Eso me recuerda, Víctor, la leyenda del fogueteiro que tengo oída en Portugal.

—Venga.

—Tú sabes que en Portugal eso de los fuegos artificiales, de la pirotécnica, es una verdadera bella arte. El que no ha visto fuegos artificiales en Portugal no sabe todo lo que se puede hacer con eso. ¡Y qué nomenclatura, Dios mío!


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 214 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

34567