Textos más antiguos de Miguel de Unamuno | pág. 12

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autor: Miguel de Unamuno


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Un Caso de Longevidad

Miguel de Unamuno


Cuento


Amigo lector: Habrás oído alguna vez decir, y sí no lo oyes ahora, aquello de: «Es como Gómez Cid, que ganaba su suelo después de muerto». Pues bien, voy a contarte el origen de dicho decidero.

Don Anastasio Gómez Cid fue durante muchos años catedrático de Psicología, Lógica y Ética en el Instituto de Renada. Había sido condiscípulo de Aquiles Zurita, cuya melancólica historia y habilidad para conocer el pescado fresco sabemos todos los españoles gracias al inolvidable «Clarín».

Don Anastasio Gómez Cid tenía un tan fino sentimiento ingénito de la verdadera nobleza que huyó siempre, como de la acción de peor gusto, de distraer sobre sí la atención de sus conciudadanos. Sabía, no sabemos si gracias a su psicología, lógica y ética académicas, que la verdadera distinción consiste en no pretender distinguirse. Cumplía estrictamente su deber; pero sin jactancia ni ostentación algunas, y muy de tarde en tarde, de años a brevas, publicaba en El Cronista, de Renada, algún articulillo sobre antigüedades de la ciudad ilustre y siempre noble y fiel. Como en su ética enseñaba que el hombre debe cultivar asiduamente sus sentimientos de sociabilidad iba, para predicar con el ejemplo, todas las tardes al Centro de Ganaderos y Labradores a echar su partida de tute.

No pareció irle muy bien a don Anastasio en su vida; privada, por lo menos a juicio de sus convecinos. Quedose viudo muy joven, y de una mujercita que le salió algo casquivana, y le dejó una hija paralítica y un hijo haragán de nacimiento.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Batracófilos y Batracófobos

Miguel de Unamuno


Cuento


Lo más hermoso de la ciudad de Ciamaña —nombre que los eruditos locales interpretaban como contracción de Ciudad magna-, lo primero que de ella se mostraba al visitante forastero era el Casino; y lo más hermoso del Casino, el jardín; y lo más hermoso del jardín, aquel estanque de su centro, rodeado de árboles tranquilos —no los sacudían ni aun mecían los vientos-, que se miraban en las quietas aguas. Para los poetas casineros cimañenses el mayor regalo era sentarse en las tardes serenas del otoño junto al estanque, a ver en el cristal terso de su sobre haz reflejarse el follaje ya enrojecido de los árboles sobre el reflejo del azul limpidísimo del cielo. Sólo por gozar de tal delicia valía vivir en Ciamaña.

No había más que una cosa que perturbara tan apacible manera de vivir. Eran los mosquitos, que en el estío y aun en la otoñada molestaban a los socios del Casino de Ciamaña. El gabinete de lectura tenía que mantenerse cerrado durante esa época del año. Los que iban al delicioso jardín tenían que irse provistos de un abanico, y no para darse aire, sino para espantar mosquitos. Hubo quien propuso que en el gabinete de lectura se proveyese a cada pupitre con un mosquitero, y que así los lectores leyesen dentro de una especie de jaula de tul. Hasta que llegó uno con el remedio, y fue que se poblase el estanque de ranas.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Alcalde de Orbajosa

Miguel de Unamuno


Cuento


(Etopeya)

Nos llevó a Orbajosa el ansia de conocer a su famoso alcalde que se decía ser el primer tocador de ocarina, el primer criador de gansos y el primer jugador de tángano de la muy esforzada, muy hazañosa y muy rendida ciudad real. Pretendía ser, desde luego, el primer orbajosano, y era profesional del optimismo, por lo menos de pico. Al hablar de él, los orbajosanos se guiñaban el ojo. Y esto porque la primacía histriónica del famoso alcalde era un valor entendido, y todos querían estar a bien con él, pues era quien condonaba las multas.

De vez en cuando el alcalde se iba a la plaza pública de Orbajosa con sus compinches y amigotes —los que le reían las gracias y le celebraban los chistes— a jugar allí a! tángano, delante de los papanatas de la ciudad para que éstos le aplaudiesen las jugadas. Que es, por ejemplo, como si un soberano que se cree ágil de piernas se pone a saltar en público para que sus súbditos le admiren como saltarín y aun haya quienes le aplaudan por ello.

Habíamos sido previamente presentados al singular alcalde, y éste, al vernos que nos detuvimos un momento a verle jugar al tángano, se dirigió hacia nosotros y con su característica llaneza —el alcalde se precia de campechano— nos dijo:

—Eh, ¿qué tal?

—Que esto de ponerse a jugar así al tángano, en público, nos parece neroniano, señor —le dijimos.

—¿Neroniano? ¿Pero me cree usted un Nerón?

—Lo característico de Nerón, señor, no fue la crueldad. A sus actos de crueldad le llevó el histrionismo, su manía teatral, el empeño de ser el primero en una porción de cosas, entre ellas el cantar, que no era de su oficio. Nerón debió contentarse con ser un buen emperador de Roma, cumplidor de las leyes, y vuestra ilustrísima...

—¡Excelencia, amigo excelencia!


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Peregrinaciones de Turismundo

Miguel de Unamuno


Cuento


La ciudad de Espeja

Cuando ya el pobre Turismundo se creía en el páramo inacabable, a morir de hambre, de sed y de sueño al pie de un berrueco, al tropezar en un tocón vio a lo lejos, derretidas en el horizonte, las torres de una ciudad. Brotó sobre ellas, como una inmensa peonía que revienta, el Sol, y la ciudad centelleaba. Recogió Turismundo lo que de vida le quedaba y fue hacia la ciudad que, según él, se le acercaba, y el sol subía en el cielo, engrandeciéndose ella. Mas cuando ya estaba a su entrada, el aire parecía espesarse y oponerle un muro.

Era, en efecto, un muro transparente e invisible. Siguió a lo largo de él, bordeando la ciudad, hasta que entró en ésta por una que parecía puerta en el muro invisible.

Las calles, espaciosas y soleadas, estaban desiertas, aunque de vez en cuando pasaban por ella vehículos vacíos y que marchaban solos, sin nadie que los llevase ni guiase. Las casas, todas de un piso, tenían así como fisonomía humana; con sus ventanas y puertas y balcones, todo ello abierto de par en par, parecían observar al peregrino y a las veces sonreírle. Turismundo había olvidado su hambre, su sed y su sueño.

Desde la calle podía verse el interior de las casas, abiertas a toda luz y todo aire. En casi todas ellas, junto a muebles relucientes, al lado de camas que convidaban al descanso, grandes cuadros con retratos de los dueños acaso, o de sus antepasados. Y ni una sola persona viva. De algunas casas salían tocatas como de armonio. Y llegó a ver por una ventana de un piso bajo, el armonio que sonaba. Sonaba solo; nadie lo tocaba.

Detrás de las tapias de los sendos jardinillos de las casas alzábanse cipreses en que piaban y chillaban bandadas de gorriones. Y de todo como que rezumaba una quietud apacible y luminosa.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Bienaventuranza de Don Quijote

Miguel de Unamuno


Cuento


«Hallose el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu; quiero decir que murió». Así nos lo cuenta Miguel de Cervantes Saavedra al fin del libro. Dio don Quijote su espíritu a la eternidad, y a la vez al mundo, al morirse. Y su espíritu vive y revive.

No bien muerto don Quijote, sintió como si se despeñara, empozara y hundiera en un nuevo abismo como el de la cueva de Montesinos y aunque curado de su locura por la muerte figurósele que volvía a una de sus caballerescas aventuras. Y se dijo: «¿Me habré de verdad curado?». Sentíase bajar en las tinieblas y bajaba y más bajaba. Y así como al bajar a la cueva de Montesinos se había dormido, pareciole que se dormía de nuevo, pero con un sueño dulcísimo. Algo así como el sueño en que vivió en el seno de su santa madre —¡la madre de don Quijote!— antes de salir a la luz del mundo.

La oscuridad era espesísima y olía a tierra mojada; a tierra mojada en lágrimas y en sangre. El pobre caballero iba haciendo examen de conciencia. Y de lo que más se dolía era de aquellas pobres ovejas que alanceó tomándolas por ejército de bravos enemigos.

De pronto sintió que la sima en que iba cayendo, la sima de la muerte, empezaba a iluminarse pero con una luz que no hacía sombras. Era una luz difusa que parecía brotar de todas partes y como si su manantial estuviese en donde quiera y en redondo. Era como si todas las cosas se hiciesen luminosas y como si las entrañas mismas de la tierra se convirtiesen en luz. O era como si la luz viniese de un cielo cuajado de estrellas. Y era una luz humana a la vez que divina; era una luz de divina humanidad.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hacha Mística

Miguel de Unamuno


Cuento


Era lo que se llama un investigador. Buscaba el misterio de la vida, que lo es de la muerte, ya que ese misterio no es sino la linde misma en que ambas se unen, acabando aquélla, la vida, para empezar ésta, la muerte. Y buscaba ese misterio por el camino de la Ciencia, como si ésta resolviese misterios, cuando más bien los suscita. De cada problema resuelto surgen veinte problemas por resolver, se ha dicho. Y también que el océano de lo desconocido crece a nuestra vista según escalamos la montaña del conocimiento.

Dedicóse a disecar células armado de los más potentes microscopios, y el misterio de la vida, que no es sino la misma vida conocida, no aparecía por parte alguna. Quiso, con la química, llegar a la entraña del átomo, del último elemento material, y se sorprendió haciendo geometría fantástica. Y acabó por dedicarse a la paleontología y a la exploración de las cavernas en busca de los más antiguos restos del hombre. Es decir, restos del hombre más antiguo, del que ya no sería hombre.

Descubrió un día una nueva caverna a orillas del mar; penetró en la cueva y escarbando dio con una hacha de sílice sujeta, como a mango, a un hueso de animal antediluviano, y allí grabado una svástica.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Redondismo

Miguel de Unamuno


Cuento


Al año de haber llegado Federico al pueblo de su nueva residencia escribía así a su amigo:


«Querido Antonio: Tú sabes que huí, aunque con pesar, de nuestra común ciudad natal, de nuestro adorado Bache, por no poder resistir, entre otras cosas, a la Mazorca. Me asqueaba e indignaba el espectáculo de aquel nefando contubernio y concubinato de todas las más ferozmente egoístas concupiscencias. Aquel apiñamiento de intereses y de grandes negocios bajo una razón o firma política me ponía fuera de mí. El espectáculo del servilismo y la cuquería ambientes me sacaba de quicio.

»Pero aquí... Aquí, amigo, no hay ni cuquería. Esto ni hiede. Esto es peor que la corrupción; esto es el vacío. Allí era la Mazorca; aquí es el redondismo. ¿Y qué es esto?, me dirás. Vas a verlo.

»Don Fabián Redondo dicen aquí que es un excelente sujeto, natural de esta villa, que salió de ella siendo muy mozo y se fue a la América, donde ha hecho una excelente fortuna. De vuelta de América se estableció en la corte, según dicen, y allí añaden que vive y recibe las cartas de sus electores y les atiende cuando lo hace. Porque don Fabián es desde hace varias legislaturas el diputado indiscutible e indiscutido por esta villa y su distrito, adonde nunca viene. Yo que llevo aquí cosa de un año no le he visto, y otros que llevan cerca de veinte tampoco le han visto aquí. Los que van a Madrid dicen que le han visto y le conocen. Pero somos no pocos los que dudamos de que el tal don Fabián Redondo exista. Yo, por mi parte, estoy perfectamente convencido de que no existe, de que el don Fabián no es más que un ente de ficción. No existe más que para justificar un puesto en el Parlamento, para simular un voto allí y para que aquí haya redondismo. Porque aunque Redondo no existe, existe el re dondismo. Verás.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Redención del Suicidio

Miguel de Unamuno


Cuento


«¿Cómo será la muerte? —se preguntaba—. ¿Qué sensación dará el morir? Y ¿qué será lo que haya realmente detrás de ella? ¿Detrás?, quiero decir después. La verdad es que, aun cuando no fuese más que por saberlo, era cosa de procurársela. ¡Bah!, ¡bah!, ¡bah!, ¡a mi tarea!» Pero era inútil; la obsesión de la muerte no le abandonaba un solo día; y no era una obsesión dolorosa, nada de eso; era curiosidad de investigador celoso. ¿No hay quien se inocula tal o cual enfermedad pasajera y curable para estudiar sus efectos? ¿No hay quien fuma opio para ver qué le pasa con ello? ¿Pues por qué no había él de darse muerte?

La lástima era que no podía volver luego a contar lo que hubiese sucedido. ¿A contarlo? Y ¿a quién le importaba eso? Podrá interesarle a uno cómo ha de morirse él, pero ¿cómo murió el prójimo?, ¡quia! Había un término medio, y era echarse al agua, ordenando que le sacasen medio ahogado; pero eso no es más que una engañifa, una seudomuerte. Para eso le bastaba con dormirse.

Más de una noche se quedó esperando al momento en que el sueño le sorprendiera, para estudiar cómo se pasa de la vigilia a él; pero era todo inútil: jamás pudo atraparlo. El condenado sueño es un traidor, os viene cautelosamente por la espalda, cuando más descuidados estáis, sin el menor ruido, y ¡zas!, os echa la garra sin daros tiempo a volveros y verle la cara.

Sus vecinos le diputaban por triste, hasta por tétrico; pero él, que lo sabía, no acertaba a darse cuenta de tal juicio. Nunca llegó a comprender la diferencia entre la alegría y la tristeza, como un ciego de nacimiento no comprenderá nunca lo que hay entre la claridad del día y las tinieblas de la noche. El mismo efecto le hacía ver reír o llorar, que a un sordo-mudo ver tocar el violín; ¡cosa más rara!, ¡lo que no han de inventar los hombres!


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Derecho del Primer Ocupante

Miguel de Unamuno


Cuento infantil


Cuento para niños


Cuando nacisteis, os encontrasteis con padres que os daban todo lo que os hacía falta: comida, vestido, casa y todas las demás cosas necesarias, y hasta las no necesarias, como juguetes y diversiones de pago. No habéis tenido que ganaros nada por vosotros mismos y con vuestro trabajo, y por esto no sabéis lo que es ganaros la vida. Os habéis encontrado con que unas cosas son de unos y otras cosas son de otros, y no sabéis por qué son las cosas de uno y no son de otro. Todo lo que tenéis os lo han dado hecho, o vuestros padres, o vuestros amigos, o se lo habéis trocado a estos amigos por otras cosas, y si algo habéis hecho vosotros con vuestras manos, es con materiales que os dieron. Y lo que compráis es con dinero que os han dado, y no con dinero que hayáis ganado.

Me figuro que al leer esto alguno de vosotros me saltará diciendo: «No, yo tengo una cosa que es mía y no me la ha dado nadie, sino que yo me la encontré en la calle, la cogí y como no era de nadie, ahora es mía.» Claro está que lo que uno encuentra y no era de nadie, o lo tiró su dueño, es del que lo encuentra. De esas cosas se dice que no son de nadie, y del que las encuentra se dice que se hace dueño de ellas por el derecho del primer ocupante.

Cuando yo era niño, como vosotros, siempre que encontrábamos algún juguete u otra cosa que podía habérsele perdido a algún chico, la cogíamos y cantábamos esto:


Una cosa me he encontrado.
Cuatro veces lo diré.
Si su dueño no parece
con ella me quedaré.


Y si no parecía el dueño, nos quedábamos con ella. Otros, ni siquiera cantaban eso ni hacían nada porque pareciese el dueño, sino que se callaban, algunos sabiendo a quién se le había perdido lo que ellos encontraron. Y esto, claro está, es un robo.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Querer Vivir

Miguel de Unamuno


Cuento


Il solo principio motore dell'uomo è il dolore.

Verri


Yo quiero vivir, no quiero más que vivir; ¡por Dios!, señor..., déme aunque sólo sean unos días más de vida...

—¿Y para qué?—respondió brutalmente el médico.—¡Señor, por Dios!, yo quiero vivir... Si usted viera qué alegre me pongo cuando llega hasta la cama el rayo de sol de a mañana... y en él andan jugando una porción de bichillos...

—Eso es polvo, sólo polvo...

Lo que usted quiera, señor, ¡pero yo quiero vivir...!

—¿Para sufrir?

—Sí, para sufrir aunque sea.

El médico dio media vuelta y se fue murmurando: «¡Pobre chica!»


Al siguiente día, el médico, después de visitar a las demás enfermas, fue a la que quería vivir. Estaba dormitando.

¡Ya viene, ya viene!—decía entre dientes.

—¿Quién viene?

La enferma despertó sobresaltada.

¿Es usted, señor?

Sí, yo soy. A ver el pulso.

—Tómelo, señor.

La enferma sacó un brazo gastado por la fiebre, que parecía de marfil torneado.

¿Qué tal?—preguntó el médico.

—Me siento algo más aliviada...¿Moriré, señor?

—Indudablemente, más tarde o más temprano...

—Yo no quiero morir...¿Y usted?

El médico la miró sorprendido.

—¿Yo? No lo sé.

—¡Por Dios, señor! No me abandone..., no quiero morir. ¡Soy tan joven! Aún no he visto el mundo ...

—¡Oh!, tiene mucho que ver...

—Para ustedes..., los señoritos cansados de vivir..., ustedes, los ricos, tienen cuanto se les antoja...

—Más de lo que se nos antoja..., ¡los ricos!

—¿Me moriré, señor?

—Por Dios, joven, yo no lo sé...

El médico se fue malhumorado después de haberla vuelto a pulsar.


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

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