Textos más descargados de Miguel de Unamuno | pág. 7

Mostrando 61 a 70 de 141 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Miguel de Unamuno


56789

Ramón Nonnato, Suicida

Miguel de Unamuno


Cuento


Cuando harto de llamar a la puerta de su cuarto, entró, forzándola, el criado, encontrose a su amo lívido y frío en la cama, con un hilo de sangre que le destilaba de la sien derecha, y junto a él, aquel retrato de mujer que traía constantemente consigo, casi como un amuleto, y en cuya contemplación se pasaba tantas horas.

Y era que en la víspera de aquel día de otoño gris, a punto de ponerse el día, Ramón Nonnato se había pegado un tiro. Habíanle visto antes, por la tarde, pasearse, solo, según tenía por costumbre, a la orilla del río, cerca de su desembocadura, contemplando cómo las aguas se llevaban al azar las hojas amarillas que desde los álamos marginales iban a caer para siempre, para nunca más volver, en ellas. «Porque las que en la primavera próxima, la que no veré, vuelvan con los pájaros nuevos a los árboles, serán otras», pensó Nonnato.

Al desparramarse la noticia del suicidio hubo una sola y compasiva exclamación: «¡Pobre Ramón Nonnato!». Y no faltó quien añadiera: «Le ha suicidado su difunto padre».

Pocos días antes de darse así la muerte había pagado Nonnato su última deuda con el producto de la venta de la última finca que le quedaba de las muchas que de su padre heredó, y era la casa solariega de su madre. Antes fue a ella y se estuvo allí solo durante un día entero, llorando su desamparo y la falta de un recuerdo, con un viejo retrato de su madre entre las manos. Era el retrato que traía siempre consigo, sobre el pecho, imagen de una esperanza que para él había siempre sido recuerdo, siempre.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 69 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡Plenitud de Plenitudes y Todo Plenitud!

Miguel de Unamuno


Ensayo


¡Vanidad de vanidades y todo vanidad!

Eclesiastés, 1, 2.
 

Cuando en el cuerpo debilitado por alguna dolencia se bambolea falto de asiento el espíritu, o a raíz de algún fracaso o desengaño se hinche en torno nuestro el Espíritu de la Disolución, acerca su boca a nuestro oído íntimo y nos habla de esta suerte.

«¿Para qué desasosegarse en buscar un nombre y un prestigio, si no has de vivir sino cuatro días sobre la tierra, y la tierra misma no ha de vivir sino cuatro días del curso universal? Día vendrá en que yacerán en igual olvido el nombre de Shakespeare y el del más oscuro aldeano. Ese afán de renombre y ese afán de prepotencia, ¿a qué dicha sustancial conducen?...».

Es inútil continuar, porque la cantinela es de sobra conocida; y como el chirriar del grillo en las noches de estío o el mugido de las olas junto al mar, suena de continuo y sin interrupción a través de la Historia. Aunque a las veces lo ahoguen voces más vigorosas y altas, ese canturreo del Espíritu de Disolución es continuo, como el mugir de las ondas del mar junto a las rocas.

Cuando le oigáis a alguno expresarse así, no lo dudéis, soñó alguna vez o acaso sigue soñando con la fama, esa sombra de la inmortalidad. Los hombres enteramente sencillos y de primera intención jamás expresan tales lamentaciones. Las quejas de Job se lanzaron para ser escritas, y fue un escritor el que las lanzó. Han sido siempre poetas, hombres enamorados de la gloria, los que han cantado la vanidad de ella.

Y todo ese cantar fue reducido, siglos hace, a una fuerte sentencia, que, como agorero estribillo, se hace resonar de vez en cuando sobre nuestras cabezas soñadoras, y la sentencia es ésta: Vanitas vanitatum et omnia vanitas!, ¡vanidad de vanidades y todo vanidad!


Leer / Descargar texto

Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 230 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Las Peregrinaciones de Turismundo

Miguel de Unamuno


Cuento


La ciudad de Espeja

Cuando ya el pobre Turismundo se creía en el páramo inacabable, a morir de hambre, de sed y de sueño al pie de un berrueco, al tropezar en un tocón vio a lo lejos, derretidas en el horizonte, las torres de una ciudad. Brotó sobre ellas, como una inmensa peonía que revienta, el Sol, y la ciudad centelleaba. Recogió Turismundo lo que de vida le quedaba y fue hacia la ciudad que, según él, se le acercaba, y el sol subía en el cielo, engrandeciéndose ella. Mas cuando ya estaba a su entrada, el aire parecía espesarse y oponerle un muro.

Era, en efecto, un muro transparente e invisible. Siguió a lo largo de él, bordeando la ciudad, hasta que entró en ésta por una que parecía puerta en el muro invisible.

Las calles, espaciosas y soleadas, estaban desiertas, aunque de vez en cuando pasaban por ella vehículos vacíos y que marchaban solos, sin nadie que los llevase ni guiase. Las casas, todas de un piso, tenían así como fisonomía humana; con sus ventanas y puertas y balcones, todo ello abierto de par en par, parecían observar al peregrino y a las veces sonreírle. Turismundo había olvidado su hambre, su sed y su sueño.

Desde la calle podía verse el interior de las casas, abiertas a toda luz y todo aire. En casi todas ellas, junto a muebles relucientes, al lado de camas que convidaban al descanso, grandes cuadros con retratos de los dueños acaso, o de sus antepasados. Y ni una sola persona viva. De algunas casas salían tocatas como de armonio. Y llegó a ver por una ventana de un piso bajo, el armonio que sonaba. Sonaba solo; nadie lo tocaba.

Detrás de las tapias de los sendos jardinillos de las casas alzábanse cipreses en que piaban y chillaban bandadas de gorriones. Y de todo como que rezumaba una quietud apacible y luminosa.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 82 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Vida del Cochorro

Miguel de Unamuno


Cuento


P.—¿Para quién hizo Dios el mundo?

R.—Para el hombre.


Catecismo del P. Astete

I

Una hermosa mañana de novillos fueron Dioni y Santi a la campa de Albia a coger cochorros. era el tiempo de ellos, de las hojas de los árboles y del aire tibio.radiaba el sol, que luce sobre todos, que calienta a los fríos, sofoca a los calientes, reseca a unos y liquida a otros, que hace lo mismo dulce su rayo que la sombra, en el invierno aquél y ésta en verano.

—Míate, míate..., allí, en aquel rasimo de flores blancas...

Señalaba a Santi dos cochorros que tomaban el sol en la flor de un castaño de Indias. Tiró éste una piedra que no erró, la rama crujió y los cuerpecillos de los cochorros sonaron en tierra. Los cogieron.

—El mío t'es macho; míale los cuernos anchos, abiertos... como abanico—dijo Dioni.

—Y el mío hembra. Tiene los cuernos apretaos...

Cerrados en la mano se los llevaron, los metieron luego en la gorra con un puñado de yerba.

—Tendrían nido y cochorritos—dijo Dioni.

—Cállate, lerdo; los cachorros no tienen nido...

—¡No...! ¡Sin tener...!

Pronto pelaron y cortaron su palito, prepararon su faja de papel, con su alfiler.

—A ver, a ver cuál es más volarín...

Les rompieron media patita trasera, envainaron con la otra media el alfiler sujeta a la faja de papel, vuelta como correa en el palillo, y les hicieron girar en torno a este hasta que emprendieron el vuelo cantándoles aquello de


¡Pavolea, chitolea,

vola, vola tú!


Era un divertido juego de Sísifo.

—Mía, mía, el mío es más trabajador; mía cómo te vola..., ¿no lo oyes?..., ¡hu, hu, huuuuuu!

—El mío es más volarín..., ¡aivá!

—Te credán que van volando por ay, cedrán que han llego al campo...

Y les tuvieron a los animalitos vuela que vuela en torno al palo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 54 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Crisis del Patriotismo

Miguel de Unamuno


Ensayo


Ahora que con ocasión de la desdichada guerra de Cuba, en que se está malgastando el tesoro espiritual del pobre pueblo español y abusando de su paciencia, se ha dado suelta por la Prensa de la mentira a la patriotería hipócrita, ahora es la verdadera oportunidad de hablar aquí del sentimiento patriótico y de la crisis por que está pasando en los espíritus todos progresivos, los abiertos a las iniciaciones del futuro; ahora, que es cuando lo creen más inoportuno los prudentes, según el mundo viejo. Para estos tales es no ya inoportuna, sino hasta criminal la injerencia de la idea en el campo de la fuerza cuando está ésta a su negocio; después es ya otra cosa. En triunfando, tienen razón, que es lo propio del bruto. Lo del hombre es tener verdad, no razón precisamente.

Lo cierto es que apena de veras el oír a uno y otro en tertulias y reuniones privadas manifestar la verdad de lo que sienten sobre esa desdicha y observar luego que por ninguna parte cuaja y se muestra al público esa verdad de sentimiento.

La Historia, la condenada Historia, nos oprime y ahoga, impidiendo que nos bañemos en las aguas vivas de la Humanidad eterna, la que palpita en hechos permanentes bajo los mudables sucesos históricos. Y en este caso concreto, la Historia nos oprime con esa pobre honra nacional, cuya fórmula dio en nuestro siglo llamado de oro el conde Lozano, de Las mocedades del Cid, diciendo:


Procure siempre acertarla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal
defenderla y no enmendarla.
 

Frente a esta honra, que es en este caso la razón, hay que mostrar la verdad, y aquí la verdad arranca del verdadero estado íntimo del sentimiento patriótico hoy.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 303 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Carta del Difunto

Miguel de Unamuno


Cuento


I

Jorge y Juana se querían mucho y se querían desde muy niños. Yo no me precio de saber describir el amor, y así me bastará decir al lector de este verosímil cuento que se querían Jorge y Juana tanto y también como se quieren un joven y una joven rayanos en los veinte años, cuando bien se quieren.

Era Juana una muchacha sencilla y natural, positivamente idealista, que se levantaba a las seis, tomaba chocolate, iba a misa, volvía de misa, hacia la cama y se ponía a trabajar. Leía el Año Cristiano y creía a pies juntillas todo cuanto enseña nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, aunque es lo cierto que ella ignoraba la mitad de lo que enseña, y creía también otras muchas cosas que nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana no enseña, como son que de los matrimonios entre parientes nacen hijos sordos, que los judíos son feos y tantas otras cosas más. Tenía sus puntas y ribetes de idealismo y sus trencillas de misticismo bordando un fondo positivista a carta cabal. Rezaba mucho y dormía mas, creía querer a Dios sobre todas las cosas y al novio como a sí misma y quería en realidad a sí misma sobre todas las cosas y a su novio como a Dios.

Basta de datos psicológicos, que con los que preceden tendrá bastan te todo lector de buen a voluntad.

Jorge era otro que tal, genio alegre y sombrío, fantástico y franco, idealista y práctico, que vivía en prosa y soñaba en verso. Cuando el sol más vigoroso cosquilleaba a la madre Tierra se estaba él metidito en su casa pasándose el tiempo, y cuando la lluvia más torrencial inundaba los campos, recorría a pie y solo los montes envuelto en su ancho impermeable. Todo lector discreto conoce ya a mi Jorge.

Jorge y Juana se querían mucho y porque sí.

Aseguro a mis lectoras, si alguna tiene este cuento, que se querían tanto, por lo menos, como cada una de ellas quiere a su novio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 72 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Bienaventuranza de Don Quijote

Miguel de Unamuno


Cuento


«Hallose el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu; quiero decir que murió». Así nos lo cuenta Miguel de Cervantes Saavedra al fin del libro. Dio don Quijote su espíritu a la eternidad, y a la vez al mundo, al morirse. Y su espíritu vive y revive.

No bien muerto don Quijote, sintió como si se despeñara, empozara y hundiera en un nuevo abismo como el de la cueva de Montesinos y aunque curado de su locura por la muerte figurósele que volvía a una de sus caballerescas aventuras. Y se dijo: «¿Me habré de verdad curado?». Sentíase bajar en las tinieblas y bajaba y más bajaba. Y así como al bajar a la cueva de Montesinos se había dormido, pareciole que se dormía de nuevo, pero con un sueño dulcísimo. Algo así como el sueño en que vivió en el seno de su santa madre —¡la madre de don Quijote!— antes de salir a la luz del mundo.

La oscuridad era espesísima y olía a tierra mojada; a tierra mojada en lágrimas y en sangre. El pobre caballero iba haciendo examen de conciencia. Y de lo que más se dolía era de aquellas pobres ovejas que alanceó tomándolas por ejército de bravos enemigos.

De pronto sintió que la sima en que iba cayendo, la sima de la muerte, empezaba a iluminarse pero con una luz que no hacía sombras. Era una luz difusa que parecía brotar de todas partes y como si su manantial estuviese en donde quiera y en redondo. Era como si todas las cosas se hiciesen luminosas y como si las entrañas mismas de la tierra se convirtiesen en luz. O era como si la luz viniese de un cielo cuajado de estrellas. Y era una luz humana a la vez que divina; era una luz de divina humanidad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 135 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Juan-María

Miguel de Unamuno


Cuento


Juan era un joven reflexivo y estudioso, dado a convertirlo todo en lógica y a buscar la explicación de todo en leyes mecánicas. Quería explicar el amor por leyes fisiológicas y aquello de que y = K log. B/b, y amaba, sin darse cuenta de como, a María.

María era una joven como lo son casi todas, devota por instinto, por instinto tímida y pudorosa e instintivamente amante. Era dulce y tierna como las fresas cuando el sol las ha acariciado después de la rociada. Se dejaba vivir y, sin creer que sonaba, sonaba que vivía. Como el cisne se deja arrastrar Por la corriente se dejaba ella por las corrientes nerviosas de la periferia al cerebro y del cerebro a la periferia.

Juan se pasaba las horas muertas discurriendo en como, de donde, por que y para que había nacido su amor; meditaba con terca tenacidad acerca de la dicha, que, según el, consistía en creerse dichoso, y se aburría porque le salía todo a medida de su deseo.

«¡Ah!—se decía—, yo quisiera tener hambre, encontrarme con un obstáculo en el camino de la vida, saltar, romperme las narices; así me calentaría y me harían vivir los excitantes.»

María, la dulce María, el animal femenino humano, como el la llamaba, oía silenciosamente estos monólogos de su amante y le decía: «¡Valiente tonto! ¿No es mejor vivir sin contrariedades ni disgustos?»


«Parece imposible como María me llena el pecho—se decía Juan—; si le hablo, calla, y solo contesta si o no o se sonríe; ni se le anima el semblante cuando me ve, ni llora cuando me voy, y como un animal que acecha se esta las horas mirándome sin mirar...,Me querrá? ¿No me querrá? Dudo si tiene conciencia, pero me obedece en todo.»


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 59 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

J. W. y F.

Miguel de Unamuno


Cuento


Érase una vez en mi mollera un hombre joven, rico, muy rico, inmensamente rico y suficientemente loco para no parecerlo. Había mandado construir una alta aguja, por cuyo ancho ojo, bordado de arabescos y filigranas, hizo pasar toda una recua de camellos mientras decía: «Es cuestión de dinero, resolverse a gastar y poder dar en el precio.»

J. W. y F. era un joven rico y loco; tuvo amores y enflaqueció; los dejó y volvió a engordar, y nada sacó en limpio y si mucho en sucio; gozó y se aburrió. Viajó mucho, pero muy mucho; desde su patria imaginaría hizo sobre todo dos viajes, a Jerusalén uno y a Vitigudino el otro, y de vuelta recorrió toda la Europa, dejando de sus viajes estas notables


Memorias


«¡Cuántos hombres he visto, con qué diversos trajes, todos diferentes y todos ridículos! ¡Cuántos distintos lenguajes he oído, yo que apenas entiendo el mío! ¡Cuántas mujeres guapas y cuantas más feas! Como iba muy deprisa, no pude verlas despacio. ¡Cuántos pueblos, los unos viejos, los otros nuevos, aseados estos y cochinísimos aquéllos! ¡Cuántos puentes he pasado! ¡En cuántas fondas y cuán diversos platos he comido, sin sufrir jamás una indigestión! ¡Cuántos paisajes, con sus árboles y sus animales! Pero, sobre todo, ¡qué bien, que bien he dormido en las blandas camas de las fondas o en los sleeping cat después de un día agitado! Lo mejor de todos mis viajes han sido los sueños sin ensueño; lo más hermoso, la cama. ¡Europa, Europa! Toda te he visto y no te admiro.»


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 62 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

En el Destierro

Miguel de Unamuno


Artículos, Crónica


I. Fuerteventura. Divagaciones de un confinado

(1924)

Los Reinos de Fuerteventura

Esta infortunada isla de Fuerteventura, donde entre la apacible calma del cielo y del mar escribimos este comentario a la vida que pasa y a la que se queda, mide en lo más largo, de punta Norte a punta Sur, cien kilómetros, y en lo más ancho, veinticinco. En su extremo Suroeste forma una península casi deshabitada, por donde vagan, entre soledades desnudas y desnudeces solitarias de la mísera tierra, algunos pastores. A esta península se le conoce por el nombre de Jandía o de la Pared. La pared o, mejor, muralla, que dió nombre a la península de Jandía, y de la que aun se conservan trechos, fué una muralla, construida por los guanches para se parar los dos reinos en que la isla Majorata, la de los majoreros, o sea Fuerteventura, estaba dividida, y para impedir las incursiones de uno en otro reino. Y he aquí cómo este pedazo de Africa sahárica, lanzado en el Atlántico, se permitía tener una península y una muralla como la de China en cuanto al sentido histórico. Porque aquí hubo historia en lo que se llama los tiempos prehistóricos de la isla, lo que quiere decir que aquí hubo guerra civil, guerra intestina, entre los guanches que la habitaban. Sin duda, porque el aislamiento les impedía tener guerra con los de fuera.


Leer / Descargar texto

Dominio público
130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 138 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

56789