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Cuentos Cortos

Narciso Segundo Mallea


Cuentos, colección


Prólogo

Segundo Huarpe...

Firmado con este pseudónimo recibí cierto día un libro amablemente dedicado. Se titulaba "Medicina de Agujeros", y para explicar la denominación decía por ahí uno de sus personajes:

"Llamo yo medicina de agujeros a esa medicina que se practica con cierto desgano, con un relativo fastidio, con una cierta ansia de otra cosa, con un desengaño irremediable; y que se ejerce sin lecturas que sobren, sin consagración exclusiva; una medicina de enfermos para curar, con pocas dudas, para que haya pocos agujeros que tapar. Estos médicos que se hastían en el eterno camino de un solo pensar, de un solo hacer, son los médicos literatos, los médicos pintores, los médicos escultores, los médicos músicos, los médicos poetas, los médicos "que no sirven". Hombres que tienen demasiada sensibilidad para las ingratitudes y demasiada sensibilidad para el dolor ajeno; individuos que truccan una cuenta por un afecto; cándidos de la verdad de la vida... Esos desviados de la profesión, son los que llegaron tarde a una consulta porque en el andar dieron con una obra de arte que les embelesó, u oyeron una sonata que les produjo encanto, o escucharon la triste historia de un amigo; son gentes que se sientan en un banco soleado de una plaza con un libro de Musset"...


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Publicado el 4 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Cuento Raro

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivía Zint-ching en una pequeña población, sita a la orilla de un río, de esos que hay en China, que sirven para navegar y para vivir en ellos sin navegar. Mendigo, primero, en Pekin, y curandero después, en la sazón de esta historia, era nuestro habitante del Celeste Imperio todo un personaje en aquel rincón virgen aún del zarpazo de la civilización. Personaje, entendámonos: queremos decir hombre de consejo entre la gente menestcrosa, que él también lo era, en fuerza de curandero y filósofo.

En las calles mal olientes de la diminuta población de Chom—him, no se veía otra cosa que la figura magra y broncina del chino oyendo cuitas o dando en mascadas palabras algún sabio consejo.

Creiase en Chom-him que al lado de los brebajes y unturas del curandero había una honda filosofía que el viejo chino conservaba como en cerrada, aromática caja. Y no había enredo público o privado, diatriba u oculta cosa, en que la macerada humanidad de Zint-ching no asomara para poner, a las veces con su sola presencia, calma o dirección en los espíritus.


Hubo un día en la pequeña población musitado mnovimiento en las calles. Los mendigos que, por ser tantos, daban en pedir los unos a los otros, debatían un intrincado asunto que les era atañedero y relacionado con la mutualidad local a la que estaban todos adheridos. Una asamblea que se llevaría a cabo en breve daría la razón a unos u otros. Y alguien pronunció en la ocurrencia: "Por qué no llamar a Zint-ching para que nos ilustre, él que es sabio y entendido en la materia, que ya perteneció a la asociación de pordioseros de Pekin?..." —"Sí; que venga a la asamblea, él desatará el nudo" —dijeron varios a la vez.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

"Corso"

Narciso Segundo Mallea


Cuento


En un remoto pueblecillo vivía un viejo galeno entregado en cuerpo y alma al manso oficio de curar. Sin hijos, compartía su vida con Doña Perpetua, su mujer, y con "Corso", la bestia que tiraba a diario de su destartalada calesa.

Cuando tenía alguna gresquecilla con su mujer, íbase al establo a ver a "Corso". Le palmeaba, le pasaba la mano por el lomo, le acariciaba las orejas, y cuando se acordaba de algún enfermo grave, metía las manos en los bolsillos, miraba al compañero de diaria fatiga y se quedaba pensativo. "Corso" dejaba de comer y ponía triste la mirada como si también pensara en el caso. Al fin el galeno decía: qué diablos..., y se ponía en marcha; entonces veníale a "Corso" un estornudo, como si dijera: anda, que Dios proveerá...

Decía el viejo médico que "Corso" era el ser más inteligente que él había conocido. Y sí que lo era. El sabía donde debía pararse cuando el viejo práctico visitaba a sus enfermos; conocía el mejor vado y salvaba los baches sujetando el andar de manera que nadie sufriera el contragolpe: ni el amo ni él. Y cuando el Dr. Molina que así se llamaba su amo—poníase a hablar solo, cosa que sucedía a menudo, veníale a "Corso" una tosecilla que el galeno reprimía con un recio movimiento de riendas... Y era resignado; cuando no había pienso, sabía esperar, y apenas si los clientes del físico, aposentados en el ancho zaguán, oían alguna patada en el establo, como si la pobre bestia exclamara: bueno, pues, ya pasa esto de castaño obscuro...

Provisto el gallinero, algunos ahorros dados a rédito, consideración y bendiciones del vecindario, amistad inalterable con el boticario, el cura y el juez, salud del alma y del cuerpo, qué más felicidad, qué mayor beatitud para un galeno sencillo, bueno, católicamente ignorante, viejo ya, en el último tramo de la fatal pendiente?


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La "Pichona"

Narciso Segundo Mallea


Cuento


La "Pichona" era una víctima en esas mañanas de invierno, frías, secas, en que el sol bañaba los corredores del Colegio momentos antes de entrar a clase. Cada vez que el celador se volvía de espaldas se la daba un puntapié en pago de alguna caricia inocente. Rehecha del contraste volvía a las andadas. Se esperaba otro descuido del celador, y ¡zás!, otro puntapié. Al fin el animal escarmentaba y se alejaba de los corredores.

Una desgracia la llevó al Colegio. Un caballo muerto ofrecióle a ella y a otros compañeros del aire un gran festín. Comió mucho, se hartó, y no pudo volar, entonces fué tomada con un lazo y llevada en ofrenda al rector, preocupado en formar una pequeña colección zoológica. Ya había una leona, un guanaco, un avestruz, unos cuervos y un águila.

El animalito era dócil, bueno, y se adaptó al nuevo medio como si de la montaña hubiera descendido al llano por propio impulso. Cierto es que todavía no había andado en aventuras carniceras al acecho de alguna presa indefensa, ni había seguido algún león para adueñarse de los despojos que abandonara; sus campañas se redujeron hasta entonces a vuelos de novicia, y así cayó, víctima de su propia inexperiencia.

La "Pichona" fué creciendo y ganándose el cariño de todos por su mansedumbre. Ella tenía el privilegio de la libertad. Mientras la vieja leona daba eternamente paseos en la prisión de su jaula; mientras el águila y los cuervos estaban obligados a hacer buenas migas en la estrecha pajarera, y el guanaco y el avestruz hacían vida trabajosa en el limitado baldío adyacente al Colegio, ella andaba por todas partes, aunque de todas partes se la echara.

Llegó a la plenitud del desarrollo y fué hermosa como los cóndores sus hermanos: con su pico que parecía de ágata, su hermoso plumaje negro, sus rémiges aceitunadas, sus ojos color de carmín y su andar majestuoso.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Balas de Santo Domingo

Narciso Segundo Mallea


Cuento


El hermano José fué desde niño un santo; no salía de los rincones. Con su cabeza alargada y el pelo al rape, su cuerpecillo endeble, su cara como un filo de guadaña, tal lo enjuto de los carrillos y lo salido de su frente y mentón, con unos ojazos negros que daban más filo a la guadaña, hubiérase dicho un pequeño asceta. —Ven acá, gaznápiro; ven a jugar, decíanle los chicos. Pero el hermano José era tímido y todo poníale mucho temor.

El niño de tez trigueña, larguirucho y medroso, llegó a sus diez y siete años con sus trabajosos grados escolares y con una obsesión de incienso, de imágenes, de claustro y de sagrados ropajes.

—Madre, dijo un día a Doña Leocadia, yo quiero ser dominico...

—Pero, hijo mío, y por qué no franciscano, que ahí está tu padrino, el padre Agapito?

—No, madre, yo quiero ser dominico.

Buen trabajo dióse Doña Leocadia para obviar los inconvenientes de modo que su hijo entrara en el convento de sus predilecciones. El prior miró al niño, le escrutó, le penetró, y después de una observación y disciplina a que fué sometido ingresó en el convento.

Inmenso fué el gozo del muchacho al verse con un vestido talar de un negro botella a fuerza de viejo, como que fué del prior, después de otro padre, y finalmente exhumado y achicado para dar carácter al venturoso José.

La vocación del neófito se trocó en el convento en una exaltación, en una llama. Todas las disciplinas de la vida conventual las abrazó el lego con musitado ardor. Fué por eso que su confesor llegó a ser una víctima. Nunca se sentía el hermano José bien confesado, teniendo el padre Bonifacio (el confesor de los novicios) que esconderse del lego, pues el hermano José andaba siempre detrás de su padre espiritual para reconciliarse de culpas ligeras u olvidadas.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Torre Inclinada de Pisa

Narciso Segundo Mallea


Cuento


La familia de V. estaba de duelo. Había muerto su jefe. Las empresas de pompas fúnebres habían acudido en tropel a ofrecer sus servicios y en un santiamén se transformó en cámara mortuoria la mundana sala o recibimiento de la casa. Los muros fueron cubiertos con grandes paños de terciopelo negro y echáronse telas funebres a porfía sobre cuanto trasto no fué posible sacar de la amplia sala. En el centro estaba el costoso ataúd rodeado de altos candelabros de bronce. Por la mirilla de la tapa se veía la cara del "Tacaño" —que así apodaban las gentes al muerto— blanca, no cárdena, marfilinamente blanca.

Mariquita P. sabía por propia experiencia que a la ocasión la pintan calva, y tan luego supo la muerte de su vecino, se dijo: esta no se me escapa...

Pisaba ya los 40 y, aunque no hermosa, era atrayente: alta, delgada, con grandes ojos almendrados y unos dientes que ella sabía eran hermosos. No era ya caso de esperar; sus amigas de la infancia eran algunas abuelas. Mucho espulgó; perdió ocasiones que más tarde diéronla pena. No había más remedio que aguantar la pócima que antes no quiso apurar: el tendero Ramírez.

Ella sabía que el tendero la quería y que de ella dependía su unión con él; que sólo debía ir denodadamente contra la timidez de aquel hombre sencillo... No era, por otra parte, Ramírez un partido despreciable. Rico, con treinta años de residencia honesta en el paísqué mejor contrapeso para su tilde de viejo y feo? Los dos eran amigos de la familia del muerto y debían encontrarse en el velorio.

Cuando Mariquita entró en la capilla ardiente vió a Ramírez en un rincón todo compungido, y le dirigió una mirada llena de coquetería que turbó al ingenuo comerciante.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La "Piña" del Señor

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivía en el año del señor de 1860, en remota y mediterránea provincia, Doña Ramona de Z., linajuda y garbosa señora que frisaba en los setenta años. Era el último vástago viviente de los de Z., y sólo ella habitaba la solariega casa de tan sonada familia. Su única compañía éranlo cuatro criadas, dos, hijas de esclavos, menores que Doña Ramona, y dos, mozas de veinte años la una y de diez y seis la otra, hijas de la Rita, una de las dos primeras, que habían venido al mundo casi sin darse cuenta la propia madre, pecado que Doña Ramona supo perdonar magüer que era asáz católica.

Las dos mulatillas —como llamábalas Doña Ramona, cuando dábanla fatiga— eran con todo la niña de sus ojos: eran las que la peinaban, las que la calzaban, las que le llevaban el chisme más gordo del barrio, y marchaban delante cuando la noble señora iba a oir su misa todos los días, llevando en el brazo la alfombrilla en la cual debía arrodillarse; las que, en fin, corrían a la calle cuando sonaba la música anunciadora del bando que el señor Gobernador hacía leer en las cuatro esquinas de la plaza.

Pero las dos chicuelas no gozaban por igual del favor y afecto de la augusta señora, que ya comenzaba a hablar de legados. Era la preferida la mayor, la Juanita, por su inocencia, su devoción y respetuoso amor por Doña Ramona. No así la Carmencita, un tanto revoltosa y más dada a ciertos placcrcillos mundanos, que daban mala espina a la ilustre dama.

Andando el tiempo, la Juanita llegó a ser el alma de la casa, y Doña Ramona depositó en ella toda su confianza.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Mujer de Tres Caras

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivían en una alegre casita (que hasta un jardineito tenía) tres ladrones, o más bien tres rateros, que coincidencias del oficio llevaron a vivir en estrecha comunidad.

No eran gente de pelo en pecho, ni eran ladrones "con fractura", ni de aquellos de "la bolsa o la vida", no; era gente que tomaba para sí lo ajeno sin dejar rastros de sangre y sin ocasionar mayores ayes.

Los tres eran jóvenes y llevaban a cabo sus hazañas en pueblos o ciudades de menor cuantía, donde la policía es lerda y bisoña. Convertido el producto del robo en dinero contante, volvían al punto de su residencia y entonces entregábanse al juego fullero. Si en el juego les iba bien, el robo se dejaba para otra oportunidad, quedando como un recurso supremo.

A poco de vivir en común, diéronse cuenta nuestros pajarracos de la necesidad que tenían de una criada que les guardara la casa en sus ausencias y que corriera con los quehaceres domésticos. Uno de ellos, Pérez (a) el "Zurdo", propuso para el objeto a una modista sin trabajo que él conocía por haber hecho vida con un amigo suyo.

—Es bonita?, dijo García (un hombręcillo de unos 24 años, cenceño, medio gibado), poniendo los ojos como balas.

—Bonita, no; —respondió el "Zurdo"—; pero simpática sí... Es una mujer de unos 45 años...

—Es vieja; hay que buscar otra, respondió García.

—No, dijo Ramírez. El amor hay que hacerlo fuera de casa. Que venga la modista.

Juana, que asi se llamaba la mujer propuesta por el "Zurdo", era uno de esos seres que nacen con una inquietud peligrosa en el alma. Desde niñera hasta modista (título como doctoral que había adoptado para el último tercio de su galantería) todo había sido, todo había hecho, menos vivir con ladrones. Fué por eso que aceptó gustosa el ir a la misteriosa casita, como escondida en las afueras de la gran metrópoli, en la seguridad de que pronto sería más que una doméstica.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Loca del Barranco

Narciso Segundo Mallea


Cuento


En la orilla boscosa de un torrente que corría en un hondo barranco, vivió una mujer que llamaron "la loca".

Su historia es sencilla. Fué huérfana, y de pequeña siguió un rebaño que la amamantó como un corderillo. Más tarde, ya moza, vagó por las aldeas trastornando a los galanes con su belleza y desdén. Después huyó de las gentes y fuése a vivir en el olvido y el misterio.

Los trajinantes que trepaban o descendían por el camino de la ladera solían detener sus cabalgaduras al divisar allá abajo la figura extraña de la loca recogiendo leña para la lumbre o flores y frutas silvestres, o lavando alguna blanca tela en la mansa espuma que besaba sus pies. Nunea respondía a los requiebros o burlas punzantes que le llegaban desde lo alto. Seguía en su ocupación y sólo a veces lanzaba desde abajo el flechazo de una mirada salida de dos ventanas de cielo claro.

Un día un apuesto mozo quiso bajar a la gruta donde vivía la loca para renovarle de hinojos antiguos ruegos. De industria tuvo que valerse el empecinado para no arriesgar su vida en la empresa de ir hasta el fondo del barranco.

Cuando la loca lo vió echó a correr medrosa; él la siguió de cerca. Ella se doblaba como un junco, y de salto en salto salvaba los precipicios y obstáculos. Al fin el perseguidor llegó a tocarla por la espalda. Ella volvióse como un rayo, tomó dos piedras con sus manos de marfil, y, transfigurándose en una mujer de bronce, díjole:

—Si dais un paso os mato!... os mato!...

—Que yo os amé siempre...

—Yo no os amo... yo no amo a nadie.. Idos!..idos!.... idos!... dijo tres veces.

Vino tal hielo, tal terror al intruso, que dióse a la fuga y jamás pensó en renovar la aventura.


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La Araña de Oro

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Pertenecía Raúl a una familia acomodada, y claro se está llamábanle los criados el "niño" Raúl. Era el único hijo varón, y de sus cuatro hermanas, dos eran casadas y dos andaban de rato en trance de encontrar marido. Feúchas eran, y bien feúchas, negruzcas, boconas, medio enanas, sólo tenían un encanto: el dinero.

El "Gringo" (que así llamaban a Raúl los de la familia y sus amigos) terminó sus estudios en el Colegio Nacional sin haber dado examen de ningún curso completo.

Comenzó a frecuentar la Facultad de Derecho como oyente, como intruso, y hasta dijo en casa y a los extraños que dió algunas vez exámenes. A todo esto vino la conscripción, y fué el gran pretexto para poner un paréntesis en esto de la Facultad, que él descaba fuera eterno.

Dió en casa la voz de alarma. Había que vestir el traje militar; servir a la patria... Pero cuando vió de cerca los pesados zapatones, la burda vestimenta; cuando le dijeron que a las veces había que barrer la cuadra, montar y mucho trotar, vínole algo así como un horror...

Las gestiones de su padre le salvaron. Fué declarado inhábil para el servicio.

Eliminado el lance de la conscripción, dijo continuaría sus estudios; pero no volvió más a la Facultad. La vida social le llamaba perentoriamente. Debía acompañar a sus hermanas a los "cines", a los bailes, al teatro, al hipódromo... Y debía vivir también él esa vida sin nada hacer, sin nada pensar: vida sin obstáculos, sin aguijones.

Era, fuerza es decirlo, un lindo muchacho: más bien bajo, grácil, con hermosos ojos garzos en una tez pálida... hubiérase dicho un hombre hecho de una mujer bonita.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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